
“Sorry we missed you!” (”Lo siento, lo extrañamos”) es un buen comienzo para comentar la crisis que en este momento viven Keir Starmer y su gobierno laborista. En la película citada de Ken Loach, estrenada en Argentina como “Lazos de familia”, el sujeto que extraña es la familia de un obrero explotado de forma despiadada por Amazon y que por eso siempre falta en la vida familiar, mientras que en este caso el objeto faltante y “extrañado” era la crisis política de la burguesía inglesa y sus representantes. ´La falta´ sin embargo duró muy poquito: apenas un año. La principal promesa electoral del Partido Laborista (Labour) fue terminar con el caos que reinó en Gran Bretaña desde el Brexit bajo la secuela de gobiernos de los Tories. Desde Cameron que lanzó el referéndum seguro de que ganaría el “Remain”, hasta Liz Truss que derrumbó la bolsa inglesa y renunció en 45 días. De hecho, Starmer declaró en 2023: “es difundida la sensación de que nada funciona, que somos un país en decadencia”. Starmer sin embargo cayó en la misma problemática de su predecesora: la dificultad política para arreglar el déficit fiscal del Estado. Un déficit del 5,3 % del PBI que en términos absolutos son 151.000 millones de esterlinas (203.000 millones de dólares), con una economía estancada que, según el banco de Inglaterra, tendrá un crecimiento del 0,75 % (a condición de que la crisis mundial y la guerra arancelaria no se agudicen en el curso del año). Starmer intentó aprobar una reforma de las pensiones por incapacidad que hubiera reducido el gasto de 5.000 millones sobre un total de 48. A pesar de ser un ajuste cosmético respecto al nivel de endeudamiento, que exigiría una verdadera carnicería social, Starmer no logró reunir los recursos políticos para imponerlo. Ciento veinte deputados del Labour se “rebelaron” contra su propio jefe de gobierno y exigieron una cancelación de la medida. Los sondeos prevén que, al día de hoy, la derecha “soberanista” de Farage supera al Labour en cinco puntos porcentuales y que este perdería 233 escaños en el próximo parlamento electo, bajando del 34 al 24 % de los votos; los diputados rebeldes sienten el miedo de volver a casa y enfrentar el “drama existencial” de ir a laburar, por eso no aceptan hundir sus posibilidades de ser electos quitando un subsidio de incapacidad a centenares de miles de personas. En ese sentido, más allá de las maniobras de los parlamentarios de “izquierda”, la lucha de clase opera como potencia en el escenario inglés: aunque no haya todavía grandes luchas obreras y rebeliones de masas, aunque sí paros crecientes, el miedo a que esa potencialidad se vuelva una realidad efectiva paraliza el Labour Party, como antes al Tory, frente la necesidad de aplicar un ataque radical a las condiciones de vida y de trabajo del proletariado británico. Dicho en criollo: no tienen la fuerza política para destruir definitivamente la sanidad y la educación públicas ni para despedir empleados estatales y, mediante esa política, garantizar a la burguesía inglesa una reducción de los impuestos y mayores lucros en los sectores de la economía privatizados.
En esa crisis se muestra una profunda problemática para la burguesía inglesa: una crisis de dirección política. Los partidos tradicionales de la burguesía no pudieron manejar la crisis capitalista y por eso se hundieron en el apoyo popular. El Labour podría recibir en esos días una escisión del ala corbiniana y empezar a hablar francés: como el socialismo del otro lado del canal de la Mancha, se derrumbaría en las elecciones, abriendo espacio a la izquierda “radical” del Melenchón inglés, encarnado en Jeremy Corbyn. El Corriere de la Sera habla de ese nuevo partido como la “izquierda islamo-marxista”; además de denotar la decadencia cultural de la burguesía, esa descripción muestra cómo las movilizaciones de masas para Palestina de un lado, y el compromiso del Labour con las políticas “de segurización” en contra los migrantes del otro, llevaron a sectores masivos de la juventud y de los trabajadores a la ruptura con la centroizquierda liberal. Los sondeos le dan un piso del 10 % de los votos. “Last but not least”, el primer partido en intención de votos, UK Reform di Farage, fue definido como una “soap opera” (telenovela) por el semanal The Economist (5/7). El caso que más incide en ese juicio consiste en la ruptura con el partido de su presidente y principal responsable organizativo y financiador, Zia Yusuf, de orígenes esrilanquesas, que rompió por estar en contra de la propuesta de obligar la prohibición del burka. Una derecha que promovió la ruptura comercial y financiera del Reino Unido con la Unión Europea que, todavía hoy, representa el principal problema económico para la burguesía inglesa. Aunque una victoria de la derecha trumpiana podría resultar una opción eficaz para promover el ajuste necesario para la burguesía. Siguiendo el ejemplo de Milei, el outsider Farage con su demagogia y violencia verbal podría obtener el consenso de sectores desclasados y de la pequeña burguesía para atacar al movimiento obrero, favorecido por el sistema electoral inglés que distorsiona el voto popular y garantiza una sobrerrepresentación al primer partido. Una hipótesis futura, pero, que tiene adelante un largo camino.
En el presente simplemente queda una única certeza: ¡el gobierno laborista entró en una crisis insalvable! Fue golpeado por su incapacidad de mediar entre la necesidad económica de aumentar la explotación de los proletarios, para beneficiar a un capitalismo en decadencia, y la necesidad política de mantener un apoyo electoral y político en las filas trabajadoras. Trabajadores asalariados que, desde 2014, vieron un estancamiento de sus salarios: en esa década el salario inglés pasó de ser similar al salario americano a estar un 30 % abajo. Al mismo tiempo, la crisis económica y la crisis de la deuda están estallando en forma siempre más abierta. Esas contradicciones entre el capital y el trabajo son las bases de nuevas crisis políticas y de la radicalización de la clase obrera más antigua del mundo.
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