viernes, marzo 25, 2011

Communards: hombres y mujeres de la Comuna de Paris


Hace 140 años ya de la “Commune” de París, cuya importancia histórica sobrepasará con mucho lo que realmente fue. Este trabajo es complementario de otro ya publicado en Kaos sobre los escritores y artistas de la Comuna…
Lo de la “Commune” era un homenaje al capítulo revolucionario de 1793, el momento álgido de la revolución francesa. El “socialismo” era todavía un ideal que apenas si acababa de encontrarse como término –lo acuñó Pierre Lerroux-, pero era un sentimiento que latía en lo más profundo de las masas “plebeyas”, y ya había surgido como una opción Masaya de los límites burgueses en los grandes dramas revolucionarios…Hasta entonces, se habían desarrollado diversas corrientes como la proudhoniana-mutualista, y la blanquista-insurreccional, pero los contornos eran más bien difusos. Casi todos ellos formaron parte de “la Internacional”, y este era el caso –por citar un ejemplo poco conocido- del singular Charles Beslay (1795-1878) amigo de Proudhon, partidario de la reforma del crédito y un poco chiflado. Era un hombre de regular posición, muy honrado, en no poca medida “un burgués”, que no jugó un papel directivo. Con 75 años tuvo que escapar a Suiza, donde escribió sus recuerdos (Mes souvenirs, 1873, y La vérité sur la Commune, 1877)…
La historia es conocida, o al menos tendría que serlo porque marca un antes y un después en la historia del socialismo, pero sobre todo porque demuestra que lo que quería la gran mayoría del pueblo si no fuese por los aparatos coercitivos que lo obligan a tener que soportar las leyes del más fuerte, la lógica corrupta de la burguesía…
Sucedió que el Comité Central de la Guardia Nacional, que se encontró con París abandonado pro los burgueses y que no había pensado en convertirse en el gobierno del París revolucionario, decidió inmediatamente celebrar elecciones para un gobierno de París que asumiera la responsabilidad y que fuese enteramente representativo, que fuese elegido por los votos de todos los varones, y su resultado fue llamado la “Comuna de París”. Simultáneamente, los alcaldes y delegados de barrio, trataban de mediar entre el presidente Auguste Thiers y los parisienses; pero el jefe republicano los entretuvo con palabras y no los ayudó.
La Comuna fue elegida (28-03-1871) por el voto de 229,000 electores de 485,000 que estaban registrados, una votación numerosa, teniendo en cuenta que muchos de los habitantes habían salido de la ciudad. En modo alguno fue desde el principio un organismo compuesto sólo de revolucionarios. Un buen número de liberales y radicales fueron electos, sobre todo en los distritos de las clases medias; pero éstos, o no tomaron posesión de sus cargos o se retiraron pronto, pero entre ellos había un buen número de conocidos radicales, incluyendo a muchos periodistas, miembros del Comité Central de la Guardia Nacional, blanquistas y jacobinos de los clubes revolucionarios y miembros de la clase obrera y algunos, pocos, relacionados con la Internacional. . La mayoría después de los cambios eran jacobino-blanquistas, con los “internacionalistas” formando una minoría bastante compacta, forjada en la lucha contra Napoleón “le petit”.
La Comuna no fue una revolución proyectada con antelación, tampoco surgió como un pacto entre los diversos grupos socialistas, sí bien la idea de una Comuna revolucionaria permanecía en el imaginario del pueblo llano desde las jornadas de 1793, aunque la cuestión ahora se hizo socialmente más obvia, el pueblo trabajador hacía tiempo que se estaba organizando y el imaginario de otra forma de sociedad en la que las personas y la solidaridad fuesen más importantes que las ganancias y la lucha de todo contra todos, estaba al orden del día, y había sido expresada con fuera desde “la Internacional”. Por otro lado, para los franceses, la “comuna” era la unidad tradicional de la administracj6n local: Francia se componía de comunas locales; y todos los contrarios al poder centralizado del Estado pensaban, como es natural, en la Comuna o municipio como el núcleo principal de un poder rival emanado directamente del pueblo. Este sentimiento era ampliamente compartido entre los representantes de miembros de la clase media modesta de París, que se había sumado a la revolución a través de la Guardia Nacional.
¿Quiénes eran los jefes de la Comuna? La Comuna no tuvo un cuadro de líderes reconocidos, los que llevaron adelante fueron muyo diferentes, para que resultase de sus debates una dirección coherente. Pero sí bien no hubo nadie especialmente reconocido, si hubieron muchos hombres y mujeres que actuaron con inteligencia e integridad. La “foto” de sus componentes se fueron haciendo vivas después, en el exilio, a través de las memorias y relatos, y más tarde, de la labor de los historiadores. En su mayoría fueron jóvenes, y entre ellos las mujeres fueron las primeras en ocupar las barricadas y las últimas en abandonarlas, de ahí que se ganaran un odio especial de aquella gente para las que su “propiedad” era más que su Dios o su patria.
Los hubo empero que eran verdaderos veteranos como es el caso de Luis Charles Delescluze, (Dreux, 1809-París, 1871) que ya había participado en la revolución de 1830, así como en la de 1848 y en el exilio colaboró estrechamente con Ledru-Rollin. Había sido el animador y director de varios, periódicos revolucionarios, entre ellos La revolution démocratique et sociale (1848) y Réveil que había fundado en 1868, y desde la que atacó constantemente el gobierno de Napoleón III. Fue el principal dirigente del grupo llamado de los «antiguos jacobinos», su ideario era el de un radical demócrata avanzado, muy en línea de Blanqui. Consiguió una notable fama de revolucionario profesional, valeroso e incorruptible. Durante la Comuna fue nombrado en contra su voluntad director militar cuando la resistencia era ya casi imposible. Fue uno de los últimos resistentes. Cayó en las barricadas y su nombre se encuentra entre el de los grandes héroes del primer “Estado obrero” que ya no era un Estado propiamente dicho.
Un año más joven que Delescluze era Félix Pyat (1810-1889), un dramaturgo y orador romántico, con una tendencia muy pronunciada a vivir dramáticamente, pero sin capacidad para los asuntos prácticos. Pyat podía pronunciar discursos o redactar programas, pero no servía para un momento de peligro. Había sido una figura de cierta importancia en los círculos literarios de París, un íntimo de George Sand, y había tenido éxito como dramaturgo y periodista. En la Comuna estaba fuera de su elemento entre los jóvenes artesanos sumamente serios, que lo encontraban más bien ridículo y a veces lo acusaban de cobardía y también de vanidad. Pyat escapó, y sobrevivió para regresar a Francia y participar en la política radical en sus últimos años. Otro veterano fue Jules Allix (1818-1897), el inventor que había estado preso mucho tiempo bajo Napoleón III. Sufría ataques de locura. La Comuna lo hizo general, pero perdió la razón y tuvo que ser recluido. Los de Versalles lo enviaron a un asilo, del cual salió en sus últimos años para tomar parte activa en el movimiento en favor del sufragio femenino. Gustave Lefrançais (1826-1901) fue otro que sobrevivió para escribir, en Suiza, un estudio sobre la Comuna, y publicar más tarde famosas memorias. Estaba asociado con el grupo de la Internacional, pero con frecuencia actuaba con Delescluze. Trató de evitar la ejecución de los rehenes de la Comuna, y dio pruebas de bastante buen sentido. Lefrançais tomó parte en el congreso antimarxista de St. Imier de 1872; más tarde emigró a los Estados Unidos.
Hay que registrar también el nombre de Gabriel Ranvier (1828-1879), vino a la Comuna procedente del Comité Central de la Guardia Nacional. Era alcalde de Believille, el único alcalde de un barrio de París que desde el principio estuvo completamente al lado de la Comuna. Fue el que proclamó su establecimiento; y publicó también su última proclama, dirigiendo la defensa de Belleville hasta el último momento. Escapó a Inglaterra y fue delegado blanquista en el Congreso de la Internacional de La Haya celebrado el año 1872. Se sabe muy poco de Antoine Magliore Brunel (1830-1871), que desempeñó un papel importante en la lucha, en la cual fue muerto.
Este no fue el caso de Louise Michel (1830-1905), la más famosa y calumniada de las “petroleras”, y a la postre, el personaje más emblemático de la Commune…Después de haber estudiado en Chaumont, obtuvo el título de lo que actualmente se llamaría maestra. Pero se negó a prestar juramento al Imperio y prefirió abrir una escuela libre en enero de 1853. Después de haber ejercido --a pesar de la represión de las autoridades-- en la región, en Millières, se trasladó a París donde se incorporó a la vida literaria y periodística con muchas dificultades. Tuvo que trabajar en trabajos secundarios y con seudónimo debido a su condición femenina. No se sabe a ciencia cierta sí tomó parte de la Primera Internacional, pero no hay dudas de que simpatizó con ella y de que colaboró activamente con su núcleo parisino. Según un informe de la policía se incorporó al movimiento de oposición en enero de 1969, y al final de este año es elegida secretaria de la "Sociedad democrática de moralización" y el 12 de enero del año siguiente participa, vestida de hombre y con un puñal oculto, en los funerales del periodista Victor Noir, asesinado por Pierre Bonaparte. Su prestigio se deriva de su impresionante intervención en la Comuna de París, en la que no actuó como "petrolera" --tal como la tildó la reacción-- sino como una de las animadoras intelectuales, trabajando como enfer­mera, organizando a las mujeres y representando a la fracción más so­cialista y numantina. Vio morir a Teófilo Ferré, al que se considera su único amor y resistió con integridad en las barricadas. Se rindió para evitar el fusilamiento de su madre. Durante el Consejo de Guerra que siguió a la represión, Louise desafió a las autoridades asumiendo su responsabilidad, exigiendo un lugar entre los masacrados y denunciando a los versalleses. La derecha hizo de ella un retrato pro­pio de un monstruo de maldad, sacando a relucir su origen "ilegal" y burlándose de su físico (los periodistas le sacaron el sobrenombre de "La laide", "La Fea"). Posteriormente Louise Michel escribiría Mis recuerdos de la Comuna (Siglo XXI, Madrid, 1973), una obra clásica y que ha sido traducida en numerosas ocasiones al castellano.
Louise fue condenada a la deportación en Nueva Caledonia junto con nu­merosas comuneras más. El viaje fue penoso e interminable, y las con­diciones de la deportación, terribles. Louise no acepta un cometido inferior al de los hombres y trabaja como uno de ellos. Poco a poco fue imponiéndose y convenció a las autoridades del lugar del papel que podía jugar como maestra pare los nativos. Cuando estos --los lla­mados "canakos"-- se rebelaron contra el poder colonial, muchos antiguos comuneros cooperaron con las tropas francesas, en tanto que Louise se puso al lado de los nativos oprimidos. Cuando terminó la deportación Louise tuvo que asegurar a los nativos que volvería. De esta experiencia allen­de de los mares había sacado una lección eminentemente libertaria: "el poder está maldito". Después de regresar en olor a multitudes, Louise se comprometió con el movimiento anarquista. Su actividad en esta época se redoblo en una labor incesante como publicista, oradora y organizadora. Al menor pretexto las autoridades la encerraban. "Su vida personal era difícil, por cuanto ganaba poco no cotizando su pluma y no cobrando nada por las conferencias que daba. Los que habían convivido con ella en la Nueva Cale­donia, le ayudaron como pudieron. Pero ayudar a Louise era hacerlo para centenares de personas. Cuanto para ella se recogía, tomaba el camino de otras casas, iba a otras manos, que ella juzgaba más desvalidas. Fue víctima de numerosos desaprensivos, que le quitaban sin vergüenza el pan de la boca. Lo extraordinario es que esta mujer, que era literal­mente una santa, aún fue objeto de un atentado. Salió de él herida y no quiso de ninguna manera que se castigara al que había intentando matarla, sin duda un loco o un agente al servicio del enemigo" (Federica Montseny, Palabras en rojo y Negro). La misma Montseny se hace el siguiente eco "se dice que fue uno de los `negros' de Julio Verne, y que algu­nas de las obras de este autor fueron escritas por Louise Michel (...) Por ejemplo, se dice que ella escribió integralmente Veinte mil leguas de viaje submarino (...)".
Su anarquismo fue más un "estado de espíritu" que una convicción doctrinal. Colaboró intensamente con la corriente libertaria, pero también lo hizo --quizás en menor grado-- con la masonería y con los fundadores del partido socialista galo. Sobre su feminismo se puede decir que fue subyacente, o sea que se encontraba implícito en su discurso por una revolución social que no podía serlo de verdad sí no integraba en su interior las exigencias emancipatorias de las mujeres condenadas por la sociedad a ser inferiores. Sus principales características fueron dos básicamente: el valor y la bondad. Desafió siempre la muerte y la represión con una integridad apabullante. Emprendió, cuando tenía 74 años la aventura de una gira de propaganda --naturalmente anticolonialista y antimilitarista-- por el norte de África y fue aclamada por los desheredados. Al volver a Francia, y en medio de otra campaña de agitación, se le declaró una pulmonía y falleció poco después. Hasta 1916, se celebró todos los años una manifestación sobre su tumba. Una Asociación de Amigos de Louise Michel funcionó en París hasta fechas recientes, y hace menos aún se creó la Fundación Louise Michel entre cuyos animadores destacaba nuestra camarada y amigo Daniel Bensaïd.
Mucho menos radical fue Arthur Ranc (1831-1908), que de hecho era un partidario de Gambetta y un periodista radical. Se mantuvo a la derecha de los jefes de la Comuna. Había editado la Historia de la conspiración de los iguales de Buonarroti y dirigido el periódico La Petite Répullique. Gustave Flourens (1831-1871), quien le seguía en edad, era hijo de un profesor de Ciencias en el colegio de Francia y él mismo había enseñado allí. Destacó como revolucionario en la lucha contra Napoleón III, y había estado implicado en un atentado contra su vida. Al ser expulsado de Francia por sus ideas, Gustave marcho a Creta, donde participó en el levantamiento nacional contra los turcos (1866). Participó en el levanta­miento abortado de 1870 y por ello fue condenado a muerte. Fue sacado de prisión en enero de 1871, gracias a una mul­titud dirigida por los blanquista. Sobresalió por su valentía en la defensa de la Comuna, cayendo en los primeros días de la misma.
Uno de los comuneros destacados más jóvenes fue Charles Longuet (1833-1901),
que acabaría siendo hijo político de Karl Marx, al casarse con su primera hija, Jenny, en 1872 por medio de una ceremonia civil. Longuet había actuado en política desde sus días de estudiante; había sido partidario de Proudhon, y luego ingresó en la Internacional. Durante la Comuna dirigió el Journal officiel. Más tarde desempeñó un papel importante en el partido obrero de Jules Guesde y escribió varios libros sobre las ideas socialistas, aunque ninguno de ellos quedó como importante. Tuvo seis hijos, cinco varones incluyendo al luego famoso socialista Jean Longuet, y la última fue una hija. Charles fue uno de los oradores en el funeral de Marx. La pareja se suicidó junta en 1901. Casi un muchacho era el exiliado polaco Walery Wroblewski (1836-1908), que fue un notable jefe militar, y tuvo la suerte de escapar. Otro dirigente polaco sería, Jaroslaw Dombrowski (1838-1871), fue probablemente el mejor general de la Comuna. Había tomado parte activa en el levantamiento polaco de 1863, y, como Wroblewski, vivía en París exilado. Cayó muerto en la lucha.
Prosper Oliver Lissagaray (1838-1901), permaneció en la lucha hasta el final, y sobrevivió para ser el autor der una de las mejores historias de la Comuna y estuvo a punto de casarse con la tercera hija de Marx. Había cursado estudios de filolo­gía y realizó un viaje por América, convirtiéndose al regre­sar a Francia en uno de los opositores de Napoleón III, escribiendo contra éste en el periódico L'Avenir que fundó él mismo. Fue encarcelado por sus actividades democrá­ticas, liberado en la primavera de 1870, y huyó a Bruse­las. Tras la proclamación de la República colaboró con Gam­betta en Tours en la organización de los ejércitos de re­serva. Trasladado al frente es desmovilizado después del 18 de marzo y se traslada a París donde se adhiere a la Comuna en la que funda dos periódicos, L'Action y Le Tribune du peuple. Participó en los combates hasta el final en el distrito once y Belleville. Pudo escapar a Londres. Allí entró en contacto con el círculo de Marx, pero no llegó a afiliarse a ninguna organización. Es amnistiado en 1880 con el último grupo de comuneros. Vuelve a Francia y funda La Bataille (1881-1893). Su obra sobre la Comuna es el testi­monio más importante que se ha escrito sobre ésta. Además de la Historia de la Comuna, Lissagaray escribió dos libros más: Las ocho Jornadas de Mayo detrás de las barricadas (1871) y La visión de Versalles (1873), cuya traducción al castellano, Historia de la Comuna, en dos volúmenes, cuenta con un prólogo de Francesc Bonamussa (Laia, Barcelona1971;hay una reedición en Txalaparta). El líder poumista Joaquín Maurín las cita con entusiasmo en su Revolución y contrarrevolución en España.
También quedaría para la posteridad Eugene Varlin (Saine-et-Marne, Voisins, 1839-París, 1871), un internacionalista de los primeros tiempos y destacado comunero francés. Nació en una familia de obreros agrícolas. Vivió intensamente la revolución de 1848, su abuelo fue el alcalde del pueblo durante estas jornadas. Fue enviado por sus padres a París a trabajar en casa de su tío, encuadernador de oficio. Se trata de un duro aprendizaje y su tío reprime sus ansias de conocimiento. Lo abandona y entre 1855 y 1858 cambia seis veces de patrón, mientras da una minivuelta por Francia. Se ignora sí estuvo o no en el Congreso inaugural de la AIT, lo cierto es que fue elegido por sus compañeros encuadernadores, con los que poco después encabezó una dura huelga que le llevó a ser calificado por la policía como «uno de los más peligrosos.
Organizador y dirigente obrero participa activamente en la AIT, con posiciones próximas a las de Marx, aunque se encuentran en él influencias de Proudhom sobre todo en lo concerniente a la organización futura y de Bakunin en el rechazo de toda autoridad estatal: «todo Estado centralizado, dice, y autoritario, que nombrase los directores de fábricas, manufacturas o agencias de distribución, directores que a su vez nombrarían a los subdirectores, los contramaestres, etc"... Sin embargo tiene claro que la «revolución política y la revolución social van ligadas y no puede avanzar una sin la otra, y la necesidad de establecer «relaciones permanentes entre todos los grupos socialistas revolucionarios de Europa a fin de organizar el partido y preparar la revolución social universal. Federalista y sindicalista, llegó a ser desde 1867 el verdadero jefe de la AIT francesa…En una línea muy próxima se situaba Louis-Jean Pindy (1840-1917), miembro del excepcional grupo de internacionalistas franceses que intervinieron en los acontecimientos de la Comuna Era ensamblador, fue delegado de los Obreros de la cons­trucción de Paris, en el Congreso de la AIT de 1869, en Basilea. Donde presentó un moción en la que Guerin ve "un antecedente del sindicalismo revolucionario: "federación de comunas, federación de sindicatos, teniendo por corolario la supresión de! gobierno y la abolición del salario" (Ni Dios ni amo, I t., p.214) .Durante la Comuna prestó servicio en la comisión militar. Pudo escapar a Suiza, donde, en contacto estrecho con Guillaume y Kropotkin. Intentó reconstruir la sección francesa de la AIT. También escribió sus Memo­rias en el exilio.
También tuvo un papel importante Benoit Malon, (1841-1893), sindicalista, periodista, internacionalista y autor de la primera Historia del socialismo que se conoce. Había sido obrero pintor, actuó en el movimiento sindical parisino junto con la sección de la AIT. Luego trabajó como periodista siendo el encargado de la información sobre la AIT en el periódico La Marselleise, de Rochefort. Al comienzo de la Comuna fue delegado adjunto del barrio 17, y junto con la novelista Léodile Champseix --con la que mantuvo una estrecha relación-- escribió un manifiesto dedicado a los obreros agrícolas a los que instaba a apoyar la Comuna. Pudo escapar a Suiza. .Entre 1882 y 1885 fue publicando los sucesivos volúmenes de su Historia. Al regresar a Francia influyó notablemente en el movimiento socialista. Colaboró durante un tiempo con el marxista Jules Guesde en la creación del Partido Obrero, pero más tarde se separó de este, evolucionando desde sus posiciones revolucionarias y semimarxistas hacia una posición más mo­derada y gradualistas. Malon fundó la Revue Socialiste que fue una de las revistas socialistas más importante de su tiempo y después una organización de investigación socialista muy parecida a la Sociedad Fabiana inglesa. Desarrolló entonces un sistema teórico propio que llamó socialismo integral subrayando con ello que en el socialismo concurrían por igual los factores económicos que los legales y éticos.
François Jourde (1843-189), tomó parte en la lucha final. Fue hecho prisionero y llevado a Nueva Caledonia, de donde regresó después de la amnistía y escribió sus recuerdos de la Comuna. Al comienzo de la Comuna él y Varlin compartieron la responsabilidad de ocuparse de la Hacienda y de las relaciones con el Banco de Francia, aunque Varlin fue pronto llamado para otras obligaciones, y Jourde continuó en su puesto, llevando escrupulosamente la contabilidad de los asuntos financieros de la Comuna, que presentó en su proceso. Jourde era un administrador muy competente y sumamente concienzudo, que conservó el dominio de sí mismo durante todo aquel período de confusión. Fue uno de los que pasaron a la Comuna procedente del comité central de la Guardia Nacional: no era político por temperamento, sino más bien un funcionario administrativo muy ordenado.
Leo Frankel (1844-1896), fue él más joven de los jefes sobresalientes del grupo de la “Internacional’, era obrero platero, húngaro de nacimiento, actuó delegado del Trabajo, desempeñó un papel impor­tante tanto en el movimiento obrero francés como en el de Hungría. Había nacido en Obuda-Ujlak, suburbio de Buda­pest. Su padre era médico y él se dedicaba a la orfebrería, pero mientras realizaba un viaje por Francia y Alemania como compañero, se inició en las ideas de Lasalle y de Proudhom. Después se instaló en Lyon en 1867, afiliándose a la AIT. Encarcelado por esto, fue liberado y se enroló en la Guardia Nacional. Llevaba en Francia pocos años cuando empezó la Comuna, y antes de trasladarse a París había contribuido a fundar la sección de Lyon de la Asociación Internacional de Trabajadores. La Comuna de París lo hizo su delegado para el Trabajo y la Industria; y, como veremos, a él se debe principalmente la obra constructiva que en el campo económico tuvo ocasión de iniciar la Comuna. Frankel fue herido en la lucha. Escapé a Londres, en donde Marx lo nombró secretario de la Asociación Internacional de los Trabajadores para los asuntos de Hungría. Más tarde regresó a su ciudad natal, Budapest; fue uno de los fundadores del partido social demócrata húngaro, y tomó parte en las primeras actividades de la Segunda Internacional.
Entre los blanquistas sobresalió Édouard Vaillant (1840- 1915), que sería durante muchos años el más fiel representante de esta escuela en el socialismo francés e internacional. Físico e ingeniero civil, a quien la Comuna encargó de la educación. Vaillant se puso a organizar las escuelas con fundamentos laicos, y cumplió su misión en la medida que las circunstancias lo permitieron. Escapó a Suiza, y más tarde estudió en Londres. Después de la amnistía regresó a Francia, y llegó a ser el jefe de los blanquistas en la Cámara de Diputados, hasta la unificación socialista de 1905, cuando entró a formar parte del partido unificado. Fue un hombre de gran capacidad, que se mantuvo fiel al republicanismo revolucionario y racionalista de su juventud. Patéticamente, su última acto político fue apoyar la “Unión sagrada” en agosto de 1914, lo que justificó en nombre de las tradiciones revolucionarias a las que pertenecía.
También pertenecieron a la misma escuela, Gustave Tridon (1841-1871), era el colaborador más estrecho de Blanqui. Dirigió con éste La patrie en clanger en 1870, y antes había dirigido su propio periódico, Candide. Abogado de profesión y hombre con algunos medios económicos, pertenecía al ala izquierda de los blanquistas. Su breve carrera terminó con la Comuna; Émile Eudes (1844-1888), notable libre-pensador, coautor con Blanqui de la obra Ni Dios ni Señor y que destacó como un importante librepensador.. Durante la Comuna actuó sobre todo como militar, y fue uno de sus generales. Escapó a Suiza y después a Londres, en donde llegó a ser jefe del grupo blanquista organizado en el Comité central revolucionario. Siguió en colaboración estrecha con Vaillant, y con él dirigió L’hornrne libre. Eudes fue uno de los jefes principales del blanquismo en Francia después de la amnistía; Théophile Ferré (1845-1871) y Raoul Rigault (1846-1871), que murieron ambos, compartieron la responsabilidad principal en el Departamento de Policía de la Comuna y por esto estaban a su cargo los rehenes detenidos cuando los de Versalles empezaron a matar a sus prisioneros y también los demás detenidos y encarcelados durante la Comuna. Fue Ferré el que casi al final autorizó el fusilamiento, entre otros rehenes, de Darboy, arzobispo de París. Químico de profesión, en política fue un terrorista de sangre fría. Fue hecho prisionero y fusilado por los versalleses. Rigault era, en comparación, una persona menos antipática, un vehemente revolucionario, que había sido blanquista activo desde sus días de estudiante de derecho. Como jefe del Departamento de Policía pronunció discursos tremendos, y detuvo a mucha gente, pero dejó en libertad a la mayoría de ella. Sólo hacia el final ordenó la muerte de algunos prisioneros; pero en las últimas etapas Perdió la cabeza y se hizo, en revancha, sanguinario. Fue hecho prisionero y fusilado, sin ser reconocido, en la lucha final, y después fue Y aquí terminan ios “internacionalistas”, los que figuran en mi lista más bien arbitraria. Hubieron otros blanquistas destacados en una lista más pormenorizada…
Entre las mujeres, aparte de Louise Michel, es justo anotar los nombres de Elizabeth Dmitrieff , militante socialista y feminista rusa que estaba exiliada y cuyas biografía apenas si es conocida aunque lo poco que se sabe resulta deslubrante; Beatriz Excoffon , Sophie Poirier y Anna Jaclard, militantes del Comité de Mujeres para la Vigilancia; Marie-Catherine Rigissart, que comandó un batallón de intrépidas mujeres; Adélaide Valentin, que llegó al puesto de coronel, y Louise Neckebecker, capitán de compañía; Nathalie Lemel, Aline Jacquier, Marcelle Tinayre, Otavine Tardif y Blanche Lefebvre, fundadoras de la Unión de Mujeres, siendo la última ejecutada multitudinariamente por las tropas reaccionarias para escarmiento de los trabajadores y gozó de las damas de buena sociedad que aplaudían las ejecuciones. Joséphine Courbois, que luchó en 1848 en las barricadas de Lyón, donde era conocida como la reina de las barricadas, y que todavía estaba activa en 1871. Se debe citar también a Jeanne Hachette, Victorine Louvert, Marguerite Lachaise, Josephine Marchais, Leontine Suétens y Natalie Lemel, y la lista sigue. Luego, todo aquel fermento de personalidades masculinas y femeninas dispuestas a cambiar el mundo de base, sobrevivió solamente en parte, y durante varias décadas, el movimiento obrero quedó eclipsado. Se dieron casos indignos entre los comuneros que, como los que acompañaron a Louise Michel a Nueva Caledonia, se prestaron a la opresión de los nativos, o como el que aparece en una de las narraciones más conocidas de John Reed, Hija de la revolución, obra en la que el padre comunero no duda en prostituir a su hija para seguir viviendo…La revolución no está exenta de miserias y contradicciones, ni mucho menos. Está hecha por gente de un mundo que en un momento dado, está dispuesto a dar todo por cambiarlo. De hecho, la revolución es solamente el comienzo, luego viene nada menos que la tarea de desarrollarla, y eso, hasta este momento, siempre ha sucedido en condiciones especialmente adversas.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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