domingo, abril 24, 2011

Tolstói contra la burocracia religiosa


Llegó un día en que crisis en que el hasta entonces ambivalente León Tolstói dio la espalda a la Iglesia ortodoxa. Fue en la crisis que sucedió la redacción de Ana Karerina, una crisis que se refleja en su obra más crítica y social, en toda clase de pequeños relatos y en novelas como Resurrección
Desde hacía bastante tiempo que el autor de Guerra y paz había tenido toda clase de problemas de sus escritos, o con sus actividades pedagógicas de signo libertario en Yasnaia Polaina. Después, las tomas de posición “heréticas” se fueron haciendo cada vez más desafiantes. Los conflictos de Tolstói con las autoridades y con la Iglesia llegaron a tal extremo que el Santo Sínodo lo excomulgará en un documento que será firmado por tres metropolitas, un arzobispo y tres obispos, y que decían lo siguiente: “Dios ha permitido que en nuestros días aparezca un nuevo falso doctor, el conde León Tolstoy.
Escritor de reputación mundial ruso de nacimiento, ortodoxo por el bautismo y la educación, el conde Tolstoy, engañado por su orgullo, se ha levantado con insolencia y audacia contra Dios, contra Cristo y contra su santa herencia. Abiertamente y delante de todos, ha renegado de la madre que lo aumentó y educó: la iglesia ortodoxa, y ha consagrado su actividad literaria y el talento que Dios le ha dado a esparcir entre el pueblo las doctrinas contrarias a Cristo y a la iglesia, y a destruir, tanto en el espíritu como en el corazón de esas gentes, la fe de sus padres, la fe ortodoxa que consolida al universo, en la que han vivido y logrado su salvación nuestros antepasados, y gracias a la cual la Santa Rusia se ha mantenido fuerte hasta hoy. En sus obras y en sus cartas, muy difundidas por él y por sus discípulos en el mundo entero y en especial dentro de las fronteras de nuestra querida patria, predica con el ardor de un fanático la abolición de todos los dogmas de la iglesia ortodoxa y la esencia misma de la fe cristiana; niega al Dios vivo y personal glorificado en la Santa Trinidad, Creador y Providencia del universo; impugna a Nuestro Señor Jesucristo, Dios hombre, Redentor y Salvador del mundo, que sufrió por nosotros los hombres, por nuestra salvación, y que resucitó de entre los muertos; impugna la Inmaculada Concepción en la humanidad de Cristo Señor, lo mismo que la virginidad antes y después de la Natividad de María, madre de Dios, muy pura y siempre virgen; no admite ni la vida futura ni la recompensa después de la muerte; impugna todos los misterios de la iglesia así como su acción benéfica; e, insultando los artículos más sagrados de la fe del pueblo ortodoxo, no teme burlarse del más grande de los misterios, de la santa Eucaristía...Es por eso que la Iglesia no lo reconoce mis corno uno de sus miembros, y no podrá reconocerlo como uno de ellos hasta tanto no se haya arrepentido y no haya restablecido su comunión con ella.”
La reacción popular fue inmediata, y también enorme. Tanto fue así que se dio una movilización general de solidaridad con el disidente dentro y fuera de Rusia. Hasta muchos de aquellos que no aprobaban las ideas de León Tolstoy, se levantaron contra aquel procedimiento medieval, y sintieron que el atraso Rusia había quedado en evidencia ante el mundo. La situación coincidió con un ambiente de movilizaciones universitarias en solidaridad con los estudiantes de Kiev, que habían sido enviados al ejército como simples soldados castigados por unos desórdenes universitarios. Días después de la proclama inquisitorial, Tolstoy fue visto en las calles con ocasión de una visita médica, alguien gritó con sorna, “!He aquí el mismo diablo en persona¡”, y de súbito el escritor se encontró en medio de una multitud compuesta de obreros y estudiantes que se habían reunido en la plaza Lubianka a manifestarse, y comenzaron a victorearle: “¡Hurra, León Nicolaievitch! ¡Salud al gran hombre! ¡Hurra!” Al llegar a su domicilio le esperaba una auténtica montaña de telegramas y de cartas de solidaridad.
Henri Troyat informa que entre los mensajes recibidos los había de sabios, escritores, estudiantes, artistas, tenderos, ingenieros, campesinos, obreros, presos, aristócratas y hasta religiosos. Uno ponía: “Que viva aún mucho tiempo, para continuar luchando contra el poder de las tinieblas”, y firmaban: “Los profesores del Instituto Politécnico de San Petersburgo”. “El Teatro artístico se inclina hoy ante usted, gran instructor”, firmado: “Stanislavsky y su compañía”. “No te calles anciano inspirado por Dios”, firmado: “Un campesino”. “Dios quiera prolongar tu vida, poderoso sembrador de verdad y de amor”, firmado: “Un grupo de carreteros”. “¡Salud al buscador de Dios!“, firmado; “Un sacerdote católico”. Los escritores ingleses Thomas Hardy, George Meredith, H. G. Wells y Bernard Shaw le habían mandado un mensaje de amistad. Y continuaban llegando mensajes parecidos desde Francia, Alemania, Australia. A esto había que añadirles los poemas que se leían en las calles, así como numerosas delegaciones con canastas de flores. Nunca un “hereje” había sido tan exaltado ante las barbas mismas de sus inquisidores.
Sería esta situación la que llevaría al liberal Alexis Suvorin, a efectuar unos comentarios que se harán célebres: “Tenemos dos zares: Nicolás II y León Tolstoy. ¿Cuál es el más fuerte? Nicolás II es impotente contra Tolstoy; no puede hacer vacilar el trono, mientras que es indudable que Tolstoy hace vacilar el trono de Nicolás II y de su dinastía. Lo maldicen: el Sínodo pronuncia una sentencia en su contra. Tolstoy responde; su respuesta circula en forma de copias manuscritas y aparece en los diarios del extranjero. ¡Qué alguien trate de tocar a Tolstoy¡, y el mundo entero gritará y nuestra administración tendrá que meter la cola entre las patas”.
El propio Tolstoy se había encargado de advertir: “¡Espero que ellos no inventen algo para persuadir a la gente que me `arrepentí´ antes de morir! (…) Todo lo que se diga sobre mi arrepentimiento y mi comunión antes de morir, no será más que una mentira!” Fue la primera vez que en Rusia se celebraron exequias públicas laicas. La fosa que tenía que albergar el féretro de roble fue cavada, según el deseo de León Tolstoy, al borde del bosque. Cuando unos campesinos bajaron el ataúd al foso con ayuda de unas cuerdas, se elevó el cántico lúgubre “Gloria eterna”, cantado por millares de gargantas humildes que según los testigos ofrecían una panorámica humana arrebatadora e interminable…
Ahora, no hace mucho, uno de sus biznietos ha pedido que la Iglesia ortodoxa lo “rehabilite”, por lo que es muy posible que los huesos del señor de la edad de oro de las letras rusas se hayan agitado desde su tumba, un lugar de peregrinación para cristianos de base, laicos y ateos de todo el mundo.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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