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viernes, abril 08, 2011
Arthur Koestler: de más a menos
El húngaro Artúr Kösztler -luego nacionalizado británico como Arthur Koestler, autor del Testamento español- fue el primero que se atrevió a desmontar la tesis de MacNeill-Moss según la cual la matanza de Badajoz por los sublevados franquistas no era más que una leyenda inventada por un grupo de periodistas que no habían puesto los pies en el lugar de los hechos (véase Las fosas de silencio de Armengou y Belis y Contra el olvido de Francisco Espinosa), y en su adiós al partido comunista publicó en 1940 una obra en inglés, dura y amarga, Darkness at Noon, que pronto fue traducida al castellano bajo el nombre de Oscuridad a mediodía. Su protagonista es Nicolás Salmanovich Rubashow, encarnación y mezcla de tres personajes, de Karl Radek, Bujarin y Leon Trotski, quienes, como el autor, pasaron de ser miembros destacados del partido a enemigos declarados y perseguidos.
En las purgas estalinianas y juicios políticos de los años treinta llamaron la atención el retracto público y las confesiones de culpabilidad y traición de los acusados. Y el observador inteligente se preguntaba el porqué de tal cambio y el enigma de aquellas autoinculpaciones espeluznantes. Koestler en Oscuridad a mediodía fue uno de los primeros que indagó en las causas de estas confesiones y en la psicología de los métodos de interrogación en suelo ruso. Luego vendrían otros, cabe citar a Solchenizyn y su Archipiélago Gulag[1].
En La CIA y la guerra fría cultural de Frances Stonor Saunders[2] el autor analiza e investiga los enormes recursos que invirtió el gobierno de Estados Unidos en un programa -sin que se supiese su existencia- de propaganda cultural en la Europa occidental. La utilización de la cultura como herramienta de persuasión política.
Fue llevado a cabo con gran secreto por la organización de espionaje de Estados Unidos, de la Agencia Central de Inteligencia (CIA). La CIA a finales de los años cuarenta construyó un consorcio y entre los miembros de ese consorcio había un grupo de intelectuales y de izquierda cuya fe en el marxismo y comunismo, por distintas razones, se había hecho añicos. Uno de ellos fue Arthur Koestler. La necesidad de crear simbólicos puntos de encuentro anticomunistas introducía una obligación política urgente (y oculta) de absolver a aquellos que se habían acomodado al régimen nazi. Esto significó una actitud de tolerancia hacia aquellos que hubiesen estado próximos al fascismo si al implicado se le podía utilizar contra el comunismo. “Y se pasó de una situación de que sin la resistencia soviética el nazismo hubiese conquistado toda Europa, incluida Gran Bretaña, con la posibilidad de que los Estados Unidos se hubiesen visto forzados, en el mejor de los casos, a una política de neutralidad y aislamiento, o en el peor de los casos a un trato con el nazismo a un brusco giro de posguerra contra los soviéticos, a favor de una Alemania que no debía ser purgada de nazis”, como dice Arthur Miller.
El Departamento de Investigación de la Información (IRD) inglés, creado en febrero de 1948 para atacar al comunismo, fue la sección del Foreign Office que más creció. El gobierno británico había trabajado en fabricar una imagen positiva de Stalin: la alianza del mundo libre y Rusia contra los nazis, el comunismo era políticamente honesto. Y ahora, liberada del peligro nazi gracias al poder y sacrificio soviético, el gobierno británico se enfrentaba a cómo dar vuelta a la tortilla: en cómo desmontar lo dicho y presentarlo como falsedad y engaño lo antes defendido: Durante la guerra habíamos ensalzado a este hombre, aunque sabíamos que era terrible, porque era nuestro aliado, diría Adam Watson. Muchos intelectuales y escritores británicos habían trabajado para el gobierno en sus departamentos de propaganda política durante la guerra: ahora se echaba mano de ellos para desengañar a los británicos de las mentiras que con tanta creatividad habían cultivado.
El IRD era un secreto Ministerio de la Guerra Fría, su objetivo “producir, distribuir y hacer circular propaganda sin que se supiera su procedencia”, según el espía Christopher Monty Woodhouse. Pero era muy importante y vital para el éxito que en Gran Bretaña y en el extranjero no se diera la impresión de que el Foreign Office estaba organizando una campaña anticomunista, diría el director de IRD Ralph Murray, “se pondría en compromiso a una serie de personas que hoy están dispuestas a darnos su valioso apoyo, si se exponen a ser acusados de recibir instrucciones anticomunistas de alguna siniestra sección del Foreign Office dedicada a la fabricación de propaganda contra la Unión Soviética.
Uno de los primeros y más importantes consejeros del IRD fue Arthur Koestler. El propio Koestler pronto se beneficiaría de las campañas de propaganda de IRD. Su libro El cero y el infinito, cuya descripción de la crueldad soviética había establecido su reputación de anticomunista, sirvió de propaganda.
Koestler, antaño uno de los cerebros tras la red de organizaciones de la Unión Soviética antes de la guerra, conocedor de su maquinaria y su gente, se había convertido en colaborador y chivato de quienes antes fueron sus camaradas, amigos y combatientes. A más de uno la traición de su amigo, antes comunista y ahora al servicio del anticomunismo y la CIA, le costó la vida.
¿Quién mejor que los excomunistas para luchar contra los comunistas?, y esta idea vieja de la CIA se hizo carne y realidad en este hombre llamado Arthur Koestler, que sintió en su vida el desprecio de los comunistas y descubrió también el resentimiento hacia los conversos políticos de aquellos que nunca fueron comunistas.
Mikel Arizaleta
[1] Gulag es el acrónimo de Glavnoie Upravlenie Laguerei (Administración Superior de Campos), pero sobre todo es el término que evoca todo un sistema de represión y esclavitud, no sólo de campos de concentración sino de la organización soviética.
[2] Frances Stonor Saunders, La CIA y la guerra fría cultural, edit. Debate, 2001
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