Después que el mundo y los propios funcionarios de la ONU criticaron su inactividad y su inocuo proceder al frente de la mayor organización mundial desde que asumió el mando, Ban Ki Moon ha puesto manos a la obra y se ha colgado en este 2011 los galones de General.
Nada pudo hacer para evitar el desastre de la Cumbre del Clima en Copenhague o para enfrentar el Golpe de Estado en Honduras. Tampoco supo liderar una acción internacional efectiva frente a la mayor crisis económica global en décadas.
Pero ahora, el excanciller surcoreano se ha encontrado cómodo en el papel de promover y respaldar guerras en el Tercer Mundo bajo la bandera de la organización de la paz. Al parecer calcula que es un buen camino para llegar al Premio Nobel.
Desde el Palacio de Cristal de Nueva York se convirtió en adalid de la intervención militar en Libia, asumiendo sin reservas todas las directivas que le llegaban procedentes de la vecina Washington.
Así fue el 25 de febrero al Consejo de Seguridad para urgir una intervención militar en el país norteafricano: “Miembros del consejo nuestro reto es cómo proporcionar protección real y hacer todo lo que podamos para detener todo lo que está ocurriendo ahorita en Libia, insto a que tomen en cuenta una serie de opciones de acción próximamente (..) tomen acciones efectivas al respecto para asegurar que en verdad las personas sean respetadas por sus acciones, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas debe tomar acciones, porque los días siguientes van a ser decisivos para los libios y para su país”-dijo.
Cumplido el miserable rol de avivar el fuego, las potencias le asignaron al “General”, en la Resolución 1373 que aprobaba el Consejo de Seguridad, la tremenda función de contar cuántos países se sumaban al operativo, cuántos aviones volaban y cuántas misiones realizaban. “Estoy preparado para asumir mis responsabilidades, tal como se manda en la resolución, y trabajaré estrechamente con los Estados miembros y las organizaciones regionales para coordinar una respuesta conjunta, efectiva y a tiempo”- expresó solemnemente aquel día.
Después acudió presto a la reunión de París donde se organizaron los ataques contra Libia, que empezaron casi de inmediato. Según señaló a IPS un experimentado periodista que reporta desde 1960 las actividades de la ONU “es quizás la primera vez que un Secretario General de la ONU participa en la planificación de operaciones militares”.
Entusiasmado en sus ínfulas militares, Ban Ki Moon se lanzó a una nueva aventura en Costa de Marfil. La pasada semana ordenó a las tropas de la ONU que cañonearan el Palacio Presidencial de ese país, sumándose a las acciones de las fuerzas coloniales francesas, empeñadas en decidir desde París el conflicto interno que vive la nación africana, cultivadora de café y cacao.
Helicópteros de la ONU dispararon contra los campamentos militares de Agban y Akuedo, así como sobre el palacio y la residencia presidencial en la capital marfileña, pero Moon se apresuró a aclarar que la ONU “no es parte activa del conflicto”.
Por esos mismos días, varias naciones denunciaban en el Consejo de Seguridad el nefasto papel de las fuerzas de la MINUSTAH, que la ONU sostiene desde hace años en Haití y actúan como tropas de ocupación en la pequeña nación caribeña.
Ban Ki Moon, ante los ojos inermes de la comunidad internacional, está transformado la ONU en una policía mundial, al servicio de la “diplomacia inteligente” que practica Washington y los intereses de algunas potencias europeas. La reconfiguración de la política imperial, después del rechazo a las prácticas de cowboy solitario de W. Bush, han encontrado en el surcoreano a un excelente peón.
Randy Alonso Falcón
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