martes, septiembre 27, 2011

Los mercados


El papeleo de la transición no fue más allá de darle una cierta forma política al nuevo régimen. Más pre­ocupados los padres de la constitución de desdi­bujar la tira­nía que fenecía con el dictador que de preparar un sólido futuro que no pre­cisase de remiendos, se contentaron con una constitución al gusto del sátrapa desaparecido permitiendo que los mercados se fueran introduciendo cual caballo de Troya. Mercados que paulati­namente se iban haciendo dueños de la voluntad de los políticos que habían sucedido nominalmente al dictador pero, lo que es más grave, también de los ciudadanos cuya perplejidad iría en aumento hasta no saber si el remedio, en lo social, del nuevo Estado no sería peor que la enferme­dad del antiguo.
Hay quien entre los más sobresalientes de la clase política y perio­dística se/nos van preguntando por ahí: “¿Quién son los mercados? Si los mercados somos todos nosotros...”. Y se quedan tan anchos. Pues no es tan difícil, queridos niños, aunque se empeñen maliciosa­mente en oscurecerlo. "Los mercados" son las multinacio­nales far­macéuticas, las del petróleo, las del cemento, las de los ce­reales, las de la telefonía, las del seguro, las multinacionales que se cotizan en bolsa y las que no se cotizan directamente en bolsa pero son apabullantes, como las transnacionales de las armas... También lo son otra serie de productos mercantiles que van pasando ante nues­tros ojos a medida que vivimos el día a día para, entre otros efectos, hacernos imposible la vida e impedir una justa dis­tribu­ción de la riqueza que no se consigue con las leyes civiles ni con las económicas, ni siquiera con las tributarias.
Al parecer, según la revista sobre economía Bastamag, el 80% del valor del conjunto de 43.000 multinacionales estudiadas está controlado por 737 “entidades”: ban­cos, compañías de seguros o grandes grupos industriales. Pero no es sólo tener el monopolio de la posesión de capital: “Por una red compleja de participaciones”, 147 multinacio­nales, controlándose entre si, poseen el 40% del valor económico y financiero de todas las multinacionales del mundo entero. Es decir, 737 dueños del mundo con­trolan prácticamente la totalidad de las empresas mundiales.
Estos son los mercados. Para que lo sepan los que se hacen mali­ciosamente pasar por ignorantes, para despistarnos y estafarnos también informativamente hablando. A esto se refieren los políticos prácticamente salientes cuando se lamentan de no haber sabido comunicarse con su electorado…
Eso son los mercados. Y mandando dictatorialmente los mercados, este sistema de aparentes libertades dice: "no podemos meter en cintura a los mercados sin hacernos intervencionistas, porque de intervencionistas a socialistas o comunistas no hay más que un paso". Así es que prefieren los encargados políticamente de tomar decisiones que los mercados nos asfixien o nos estrangulen en to­dos los sentidos, antes que regular la sociedad con fórmulas racio­na­les prestadas del socialismo o del comunismo que paren los pies a los mercados. Es de­cir, para no socializar y repartir mejor la ri­queza, permiten que cai­gamos en la nauseabunda tiranía del dinero y de los mercados que nos dictan nuestra conducta, tanto en lo ma­terial como en lo moral, y que de los mercados dependa cada día más la suerte de nuestras vidas.
A los papas vaticanos les horroriza también mucho el relativismo que llaman a la negación de los valores morales absolutos. Pero no ven la viga en el ojo propio de los males del absolutismo que ellos practi­can y en el que adoctrinan. Tampoco quieren ver la atroz trampa que hay en los mer­cados. Quizá sea porque la Iglesia que se tiene a sí misma por universal, goza de dos mercados propios: uno, el de los que son potencialmente compradores de su reli­gión, y, otro, el mercado donde se dedica a traficar con la doctrina evangélica.
El neoliberalismo por su parte da la puntilla a todo intento de esta­talización. Privatizando todo cuanto se le pone por delante evitará el relativismo moral, que es mucho decir, pero, por si fueran pocos los mercados, está concentrando en manos privadas lo poco que queda fuera de la órbita de aquellos. Todo lo cual, queri­dos niños, está haciendo de los ciudadanos comunes del primer mundo unos desgra­ciados sin remisión.

Jaime Richart

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