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martes, abril 03, 2012
Lise London: comunismo y librepensamiento
Para mí generación, el rostro de Lise London era el de Simone Signoret en “L´Aveu”, La confesión (Francia, 1969), la película que Constante Costa-Gravas...
Para mí generación, el rostro de Lise london era el de Simone Signoret en “L´Aveu”, La confesión (Francia, 1969), la película que Constante Costa-Gravas rodó a continuación de “Z” con la que dio paso a una oleada de cine político, o sea de izquierda crítica que tanto subyugó a unas nuevas generaciones para las que el cine era poco más o menos otra barricada. La película causó la natural conmoción en Francia donde ella y Gerard, o sea su compañero Arthur London, habían hecho parte de su vida, y sirvió como acta de acusación contra la ocupación soviética que había dado al traste a la “primavera de Praga” obra de comunistas disidentes, de “bujarinistas” como Alexander Duceck aunque en las últimas décadas han teñido la historia del azul neoliberal.
Ahora que acaba de fallecer Elisa Ricol, más conocida por el primer apellido de su compañero, un London checoslovaco familiar del emigrante que se casó con la madre de Jack London y del que tomo el nombre por agradecimiento. Ella había nacido en 1916 en Montceau-les-Mines, una localidad de tradición minera situada en Borgoña (centro-este de Francia). Era hija de emigrantes de emigrantes aragoneses procedentes de Cuevas de Canart (provincia de Teruel), su padre emigró a Francia a los 16 años, los mismos que tenía ella cuando ingresó con un entusiasmo que nunca perdió en las juventudes comunistas. Su procedencia era netamente proletaria: su abuelo había sido un jornalero del campo; a ratos también carbonero y albañil, que había luchado del lado de los carlistas en la última de aquellas guerras (la Tercera Guerra Carlista). Su padre un hombre prácticamente analfabeto que aprendió a leer (en francés), leyendo el diario comunista L’Humanité, “el partido” le dio autoestima y fraternidad, y él fue un militante con la fe del carbonero. La madre sin embargo era una ferviente católica, pero no por ello menos honesta y trabajadora, ella estaba en otra onda, creía en el Papa.
Como militante de las Juventudes Comunistas del PCF, Lise viajó a Moscú a los 18 años. Fue allá donde conoció al que sería su “alter ego”, Arthur Gerard London, de origen checo y judío, comunista tan fervoroso como ella y de tan buena fe como su padre. Sería ese entusiasmo el que le llevaría a luchar como voluntario de las Brigadas Internacionales en la guerra de España donde les olió mal todo el asunto de los asesores soviéticos pero por entonces no se hacían interrogantes, se actuaba con todo el heroísmo posible, aquella lucha era su lucha. La derrota de la República española, fue su primera gran derrota; sin duda la más trágica de todas las que les tocó vivir.
El pacto Molotov-Von Ribbentrop, los desconcertó. Podían asumir que la URSS, debido a que las democracias occidentales (las mismas que “no había que asustar” con una revolución en España) no querían tratar con ella para protegerla de la amenaza de guerra, aceptase un pacto contra natura con la Alemania nazi, pero lo que era incomprensible es que para los demás países, para Francia, por ejemplo, aquello fuese bueno. Lise contará: “¡El Partido me llegó a censurar panfletos porque hablaba mal de los alemanes cuando el país acababa de ser invadido por estos! Luego las cosas volvieron a su cauce, se nos dio la razón y con Gérard tuvimos el sentimiento de que el debate en el Partido era útil. Tardamos años en saber, no sólo que rusos y alemanes se habían repartido Polonia, sino que Stalin había entregado a Hitler centenares de antifascistas alemanes refugiados en la URSS”. También detalla en sus memorias que en medio de una discusión sobre el pacto nazi-soviético, el padre los sacó de duda clamando: “! Sí lo ha decidido Stalin es que tiene que estar bien¡” .
Pero no había mucho tiempo ni formación para las dudas, y la lucha continuaba, Artur y Lise ocuparon su lugar como resistentes en la Francia ocupada. Él, tras ser detenido, fue internado en el campo de concentración de Mauthausen uniendo a su condición de comunista, la de judío. Ella, tras ser detenida en el verano de 1942, fue deportada a otro campo de concentración, el de Ravensbrück, y la fe ya la juventud les salvó. Al finalizar la II Guerra Mundial, ambos se fueron a vivir a Praga donde en 1948 el Partido Comunista checo tomó el poder, y Arthur pasó a ser vice-ministro de Asuntos Exteriores en 1949, pero no por mucho tiempo. Dos años más tarde, la maquinaria estaliniana lo condujo directamente a los infiernos. Habiendo sido judío y comunista en Mauthausen y haber sobrevivido eran pruebas evidentes de que solamente podía ser un traidor, un “trotskista”. Brutalmente torturado, fue obligado a confesar que había participado en conspiraciones inventadas por el régimen estaliniano: una de las 14 víctimas de los famosos “procesos de Praga”, y lo hizo con tanta “convicción” que hasta la propia Lise llegó a dudar cuando se enteró mientras regresaba a su casa de Praga en el tranvía, leyendo el periódico. Once de los catorce líderes comunistas acusados terminaron ahorcadas, todo ello como parte de una “caza de brujas” que se extendió por todos las “democracias populares”. Antes lo habían hecho con un celebrado escritor y militante, Závis Kalandra, ligado al surrealismo y al trotskismo que murió ante el pelotón gritando: “!Viva la Cuarta Internacional¡”.
(El cainismo del que habla Julio Anguita solamente funcionó en una dirección, bueno es dejarlo claro)
Por entonces, nadie quiso escucharla en aquellas jornadas sombrías. Sus camaradas y amigos cambiaban de acera al verla. Tuvo que pasar bastante tiempo para que Lise, e incluso el propio Arthur hicieran las cuentas de lo que les estaba sucediendo. Baste señalar que cuando se editó el libro, personajes como Louis Aragón por parte del PCF y Federico Melchor en “Nuestra Bandera”, tuvieron la “valentía” de defender a London porque…las acusaciones eran falsas. Él nunca había sido trotskista
Desde las altas estancias del partido checoslovaco, ni tan siquiera llegaron a eso. El presidente Klement Gottwald con el que habían tenido el trato de “querido camarada” hasta el día antes de la detención, hizo caso omiso de las súplicas de Lise; Gottwald fallecería cinco días después de regresar del funeral de Stalin (en 1953, mientras Artur London permanecía en la cárcel. Artur fue condenado a cadena perpetua, pero tuvo la fortuna de libarse de la pena máxima y pudo salir de la cárcel años después; no hay que decir que su caso influyó en la evolución de la mejor gente del PC checoslovaco, y que en no poca medida influyó en la evolución que dio lugar a la “primavera de Praga” Entonces la pareja regresó a Francia en 1963, y se empeñaron en dejar constancia de todo aquello en una obra y una película que fueron decisivas en la toma de conciencia de la militancia más crítica; también fue determinante en la inflexión “eurocomunista” de los comunistas franceses, y españoles, de ahí que el libro fuese vertido al castellano, y sus autores entrevistados una y otra vez en revistas como “Triunfo” o “Cuadernos para el diálogo”.
Actualmente, todo aquello parece una historia perdida. El “eurocomunismo” fue la flor de un día, el lugar de la socialdemocracia fue ocupado por la socialdemocracia en un curso que capitalizarían personajes como Miterrand, Felipe González, Bettino Craxi, y otros que acabaron a los pies del neoliberalismo. La URSS y los países del “socialismo real” se descompusieron después de la experiencia de la “perestroika” que fue recibida con entusiasmo por los London, el libro y la película llegaron a Moscú, pero la “liberalización” por arriba no fue suficiente, la burocracia siguió de espalda al pueblo, y todo se lo llevó el vendaval de la historia. Pero ni tan siquiera esto pudo con el entusiasmo y la decencia básica de Lise que en año 2000, recuperó incluso su carnet del Partido Comunista Francés, en un Congreso que se celebró cerca de Marsella (en Martigues). Estimaba que el PCF se había alejado ya del estalinismo y ella misma asumió su parte de responsabilidad en el siniestro pasado común a la sombra de Stalin: “No vimos crecer el monstruo”, señaló en su discurso. En otra ocasión, precisó: "Siempre fuimos conscientes de que el estalinismo no tenía que ver con el socialismo. Siempre supimos que los crímenes eran ajenos al trabajo generoso de los millones de luchadores comunistas. Fuimos traicionados. La confesión, dice, 'es la trampa de un comunista cogido en la trampa de su fidelidad, que ha conseguido denunciar la trampa, sin renunciar a su fidelidad'.
Escribió unas imprescindibles memorias, Roja primavera (Ediciones del Oriente y el Mediterráneo), una narración intensa en la que esta militante integral revive su experiencia española en un primer volumen, en tanto que en el segundo, Memoria de la Resistencia, evoca su lucha contra los nazis y su deportación a un campo de concentración. Gérard, mi marido ha contado las decepciones vividas por el comunismo, las facetas más sombrías de su historia, cómo nuestro ideal fue traicionado, pero él quería escribir también sobre el entusiasmo que inspiró nuestro combate. No tuvo tiempo de hacerlo, yo le prometí que lo haría por él”.
Una trayectoria que podía considerarse paralela a la de Teresa Pàmies, fallecida hace poco y no menos combativa y longeva. Dos mujeres a las que no l3e dolieron prendas a la hora de juzgar sus espejismos militantes, y que supieron diferenciar entre el agua sucia y el niño.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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