sábado, agosto 04, 2012

Fritz Brupbacher, ¿marxista-anarquista o viceversa?



James Guillaume

Este artículo trata de ofrecer una breve información sobre un reconocido revolucionario suizo que se debatió entre las dos corrientes surgidas de la I Internacional. Va acompañado de un trabajo suyo sobre James Guillaume.

En la voluntad expresada por la Fundación Andreu Nin por recuperar cierta tradición fronteriza entre el marxismo y el anarquismo, es obligatorio hacerlo de Fritz Brupbacher, destacado anarcomarxista suizo (Zurich, 1874-Id.1945) militante, doctor en medicina y pensador social, ideológicamente situado en la frontera entre el anarquismo y el marxismo de izquierdas, amigo de Kropotkin y de la legendaria Vera Figner, siempre se identificó con las posiciones de su amigo Pierre Monatte. Brupbacher fue miembro del Partido Socialista suizo entre 1898 y 1914, fecha de su expulsión, un tiempo en el que fue atraído por el sindicalismo revolucionario y también por las ideas de Kropotkin y Guillaume. Su obra Marx and Bakounine (Munich, 1913) causó un poderoso impacto en la izquierda socialista helvética y alemana; Brupbacher luego militó en el Partido Co­munista desde 1920 hasta 1933, fecha en la que fue expulsado por su oposición al estalinismo; algunos especialistas lo han comparado con Víctor Serge, del que fue buen amigo. Brupbacher fue un apasionado defensor de Serge en Suiza, formando parte del comité Internacional que trataba de rescatarlo de las garras estalinistas en la URSS y su inconformismo libertario.
A pesar de su militancia marxista no cesó nunca de ser, en lo fundamental, un anarquista particularmente preocupado por cuestiones entonces heterodoxas como la libertad sexual. Nettlau dirá de él: "Nadie ignora que la revolución rusa le fascinó más tarde, como un gran fenómeno convertido en realidad, al menos desde hace ya un número de años. Pero permanece observador crítico e inspirado en sentimientos como los expresados en 1911 en su obra Aufgaben des Anarchismu in demokrat ischem Staate. Observa los hombres, las cosas y las ideas como médico, que no tiene el derecho ocultar los aspectos débiles de un organismo, y su crítica no puede obrar mejor sí nos engañamos. Entre los apologistas oportunistas, aduladores, diría yo, y los hombres de la crítica seria, ¿quién no prefiere a estos últimos?". En 1935, Brupbacher publicó su autobiografía, 60 años de la vida de un hereje, de la que existe una edición francesa (Tête de Feuilles, Paris, 1971). En los años cuerante trabajó en las redes solidarias con la CNT en Zürich.
En 1956 apareció una recopilación de sus escritos con el título Socialisme et liberté. Brupbacher es un absoluto desconocido en estos pagos, y lo único que he encontrado sobre él, es este retrato de Guillaume que se reproduce en el primer volumen de la antología Ni Dios ni amo, de Daniel Guérin, con el que, por cierto, tuvo tanto en común.
James Guillaume nació el 16 de febrero de 1844 en Londres. Su padre, suizo de Nachátel, se había naturalizado inglés; su madre era francesa. Su familia paterna vivía en Fleurier, en el Val-de-Travers. Su abuelo había fundado allí, hacia 1815, una casa de relojería con una sucursal en Londres. Era republicano y hubo de refugiarse un año o dos en el cantón de Vaud, a con­secuencia de los motines de 1831. El padre de James Guillaume llegó a Londres a los veinte años, ya buen relojero, para reem­plazar a su tío en la dirección de la sucursal. No era él un hombre ordinario, y la civilización le interesaba más que el co­mercio de relojería. No se contentó con aprender, en sus horas de ocio, el alemán y el español, sino que incluso estudió las ciencias naturales, que le interesaban particularmente, y la fi­losofía. Se casó en 1832 con una joven muy cultivada, de una familia de músicos En 1848, habiéndose proclamado la república en Neuchátel, el padre de James Guillaume, ardiente republicano también volvió al país. Pronto fue nombrado juez, luego prefecto del Val-de-Trevers, y a partir de ese momento sólo se ocupó de los asuntos públicos. Elegido consejero de Estado en 1853, fue reele­gido continuamente durante treinta y cinco años.
James Guillaume tenía, por tanto, cuatro años cuando llegó a Suiza. Entró en el colegio latino a los nueve años y medio; a los dieciséis, pasó a los auditorios, lo que hoy se llama academia, donde permaneció hasta el 1862. Alumno bastante indisciplinado tenía con frecuencia diferencias con las autoridades escolares, que eran realistas y religiosas. Pero si durante el año obtenía malas notas a causa de sus posturas independientes, se recu­peraba en los exámenes, donde siempre era el primero. Lo im­portante en su vida escolar no fue lo hecho en clase —no escu­chaba a sus maestros, no tenía ninguna confianza en ellos—, sino lo que quiso aprender solo y lo que fermentaba en su cabeza. Leyó toda la biblioteca de su padre, se apasionó por la* Antigüedad, por la Revolución francesa, por la filosofía y particu­larmente por Espinoza, por la poesía desde Hornero y Shakespeare hasta Goethe y Byron, así como por Rabelais, Moliere y Voltaire.
Las ciencias naturales, astronomía, geología, entomología, tam­bién le ocupaban mucho. Se sentía poeta y músico: escribió mi­llares de versos líricos, compuso dramas y novelas, una ópera y un oratorio. La política no le interesaba menos. La lucha entre republicanos y realistas era encarnizada en Neuchátel. Desde entonces, la historia de la revolución le fascinaba a Guillaume, y sus héroes eran los Montagnards: Marat —otro neuchátelés—, Robespierre, Saint-Just.
Guillaume se presentó en Zurich en septiembre de 1862: de­bía estudiar filosofía, completar su cultura y prepararse para el profesorado de lenguas clásicas. Entró en el laboratorio filo­lógico dirigido por Kochly —¡Kóchly y el esteta Vischer fueron los únicos profesores a los que el joven antiautoritario escuchó en serio!—. Guillaume aprendió en Zurich a conocer el genio alemán en sus poetas y en sus filósofos. También se impregnó de las letras griegas. Fue en Zurich donde comenzó a traducir Les Gens de Seldwyla, de Gottfried Keller, novelista suizo, pero excelente escritor alemán. Guillaume fue el primero que tra­dujo al francés a Keller, cuya obra apareció en 1864. Para él, el socialismo aún no existía. A un camarada un poco más joven que él, y que le confesaba una entusiasta admiración por Proudhon, le respondió Guillaume que Proudhon era un sofista.
En la primavera de 1863, Guillaume fue obligado a volver a Neuchátel; lleno de nostalgia, hubo de renunciar a un viaje de estudios que había pensado hacer a París. Al final de año su­peró el examen del profesorado de escuelas industríales y recibió un puesto en el colegio de Lóele. (...) No es aún socialista, y hasta ahora no ha vivido, sino estudiado en libros. Hele aquí ahora transplantado en medio del pueblo obrero. Contempla, su corazón se subleva, su razón se irrita. Ya tenía la pasión de lo verdadero; ahora late en él la pasión de lo justo. La vanidad de los estudios clásicos le puede; se encoge de hombros so­ñando en sus antiguos planes de futuro. Poeta, renuncia a can­tar, escucha los gritos de la poesía viva. Historiador, se pre­gunta si la revolución ha concluido, o si ni siquiera ha comen­zado. Para que su vida tenga sentido, desea consagrarla a la ins­trucción popular; para comenzar, organiza cursos vespertinos para aprendices. Sigue leyendo a toda clase de autores: Feuerbach, Darwin, Fourier, Louis Blanc, Proudhon. Y poco a poco nuevas concepciones se elaboran en su cabeza. Sabio y filósofo, anteriormente no había podido concebir la igualdad más que a la manera de Robespierre y de Louis Blanc: teniendo el hombre un alma, la igualdad de todas las almas era cosa lógica. Pero' ¿cómo conciliar la igualdad con el darwinismo, con la descen­dencia animal, con la lucha por la vida? ¿Y qué se hacía de la moral sin el libre arbitrio? Estas cuestiones le preocuparon mu­cho tiempo. Cuando al fin se impuso en él la negación del libre arbitrio metafísico, se halló tranquilo y sobre un terreno sólido.
Sin embargo, su pensamiento carece de centro: el socialismo no se ha precisado aún en el corazón del profesor y del metafísico. El movimiento cooperativista francés alcanza Suiza y aviva su interés por los cursos vespertinos. En 1865, una sección de la Internacional se ha establecido en La Chaux-de-Fonds: un pueblo que se ayuda, merece ser ayudado. Para encontrarle completamente vivo faltaba dedicación y paciencia, sacrificio de la vida y de la muerte: fue ésta la imagen que Guillaume admi­ró y quiso en Constant Meuron, el veterano de los motines de Neuchátel, el revolucionario y republicano que nunca supo de otra cosa que de revolución y república.
A partir de entonces, Guillaume está formado: quiere actuar, sabe para qué hacerlo. Cómo, aún lo duda. Piensa hacerse ins­tructor en un pueblo para estar más cerca del mismo pueblo; luego, con hacerse tipógrafo del mismo modo que Constant dé Meuron se había hecho ornamentador de buril. De una y otra cosa le disuadieron, demostrándole que si se desclasaba perdería casi toda la influencia útil que podría ejercer.
En el otoño de 1866, Constant Meuron y James Guillaume fun­daron la sección de la Internacional de Lóele, y Guillaume se pre­sentó en el Congreso de Ginebra.
Hasta entonces se había consagrado a la educación general de los obreros, con más frecuencia gracias a conferencias de historia (que han sido después impresas), pero también median­te ensayos de organización cooperativa de crédito y parlamenta pero pronto llegó a la convicción, como la mayoría de los internacionalistas del Jura, de que allí la clase obrera no tenía nada que ganar. El Congreso de la Internacional en Lausana, el Congreso de la Liga de la Paz y de la Libertad en Ginebra, teni­dos en 1867, modificaron profundamente el pensamiento de Guillaume; es entonces cuando contacto con los revolucionarios de toda Europa y cuando le vino la fe en la revolución social universal.
Fue en este momento de su evolución cuando, en 1869, co­noció a Bakunin, con ocasión de la fundación de la federación romanda. Sus planteamientos eran completamente análogos: el sueño de un socialismo sin Estado, en que no habría ni gobierno ni constitución, en que todos los hombres fueran libres .e iguales, se había formado en Guillaume por evolución interior y por experiencia exterior antes de que encontrase a Bakunin. Fue para ambos, empero, una gran cosa el entablar mutuo co­nocimiento.
“Yo debo a Bakunin —escribía Guillaume— lo siguiente desde el punto de vista moral: antes yo era estoico, preocupado por el perfeccionamiento moral de mi personalidad, esforzándome en conformar mi vida de acuerdo con un ideal; bajo la influencia de Bakunin, renuncié a esta preocupación personal, individual, y me resolví a consagrarme a la acción colectiva, buscando la base y la garantía de la moralidad en la conciencia colectiva de hombres estrechamente unidos para trabajar en una empresa común de propaganda y de revolución.”
Sabido es cómo se lanzó a ello. De 1866 a 1878, Guillaume no vivió más que para la Internacional. Se casó en 1868 con Elise Golay. Un recuerdo respetuoso para la joven valiosa que puso su mano en la del agitador y el perseguido. Desde el año 69, en efecto, Guillaume hubo de renunciar a su profesorado de Lóele por haber entrado en conflicto con las autoridades pedagógicas a causa de su actividad revolucionaria. Se hizo tipógrafo, y lo" fue hasta 1872. Contar su vida entre 1866 y 1878 sería contar la historia de la Internacional, por lo cual sus propios recuerdos son la historia de ella. Fue uno de los oradores más brillantes de su izquierda, constituida en el Congreso de Basilea y que acabó con la separación de los autoritarios y antiautoritarios en el famoso Congreso de La Haya. Sobre la evolución de las ideas de Guillaume, de sus capacidades personales, intelectuales y mo­rales, no se podía ponderar la importancia que representó paja él el vivir y actuar con una clase obrera de una extraordinaria actividad espiritual. Es difícil distinguir lo que Guillaume ha dado a sus camaradas y lo que ha recibido de ellos. Los militantes jurasianos de esta época vivían verdaderamente confundidos en una amplia comunidad espiritual: sentían, actuaban, pensaban en común. Nada de dirigentes, nada de dirigidos; sólo bombees con iniciativas más o menos decididas, con dotes naturales más o menos ricos. Pero sería difícil buscar dónde comenzaba y dónde acababa el" trabajo de uno o de otro.
Guillaume fue, pues, la emanación intelectual de una colec­tividad (...). Fue allí, en el Jura, donde los relojeros y Guillaume produjeron juntos las ideas que una generación nueva debía re­encontrar y bautizar bajo el nombre de sindicalismo revolucionario.
Desde 1870 podían distinguirse ya claramente las dos tenden­cias que nacieron y aún existen hoy en régimen de oposición en Suiza occidental: la tendencia socialdemócrata y el sindicalismo revolucionario. En 1870, en el Congreso de la federación ro­manda, tenido en La Chaux-de-Fonds, ocurrió la primera esci­sión. Allí se dio en pequeño lo que iba a ocurrir en gran escala en 1872. Guillaume editaba entonces el órgano de los «colecti­vistas» (sindicalistas revolucionarios)». La Solidarité, que duró hasta después de la Comuna y la crisis nacida entre los jurasia­nos. Más tarde fue redactor del Bulletin que reemplazó a esta Solidanté.
Masacrada la Comuna, el combate de los autoritarios y los ántiautoritarios fue más agudo que nunca en la Internacional. Marx atacaba a los autoritarios, y muy especialmente a los ju­rasianos, en la Conferencia de Londres. La consecuencia fue que un entendimiento más estrecho unió a todos los elementos anti­autoritarios y que las hostilidades se exasperaron. Se sabe que Bakunin y Guillaume fueron excluidos de la Internacional en el Congreso de La Haya de 1872, pues Marx y sus compañeros creyeron desembarazarse así del espíritu de los antiautoritarios. No es éste el lugar para hablar de los medios a los que Marx recurrió para alcanzar sus fines: léase con detalle La Internacional, de Guillaume.
Desde antes de La Haya, Guillaume siempre había estado entre los primeros lugares, pero después de ese Congreso fue total­mente imposible representarse el proceso de la Internacional sin él.
La oposición contra Marx era muy heterogénea, y para con­centrarla y mantenerla era preciso un espíritu comprensivo capaz de apreciar muchas individualidades diversas, a fin de hacer posible un trabajo común. Tal fue el papel que Guillaume hizo de forma maravillosa. Lo que hay más raro entre los hom­bres, a saber, el tener por una parte las ideas claras y firmes res­pecto a sí mismos, y, por otra, el saber entrar en las ideas de hombres diferentes y estimarlos en su propio valor, eso caracte­rizaba a Guillaume, y por eso tuvo tanta importancia en los combates espirituales de la Internacional. Se ve, en efecto, en cuanto dijo y escribió, una personalidad moral eminente, libre del fanatismo y del eclecticismo.
(...) Tras 1870, la Internacional, afectada por la evolución económica y política, hubo de morir, pese a todo el trabajo de los militantes. El movimiento obrero europeo no se concebía ya y se escindía en movimientos nacionales. Como en el resto de Europa, el espíritu de revuelta amainaba también en el Jura. El Bulletin, que editaba Guillaume, órgano de la federación jurasiana y, al menos durante algunos años, órgano de la In­ternacional antiautoritaria, hubo de cesar de aparecer en 1878.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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