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sábado, enero 28, 2017
Oliverio Girondo, a 50 años de su muerte: una poesía alucinada contra la alienación
Un poeta contra toda solemnidad y "al alcance de todos"
Se cumplen 50 años de la muerte de Oliverio Girondo (1891-1967), una palabra poética que –como la de Walt Whitman, Guillaume Apollinaire, Charles Baudelaire, César Vallejo, su compatriota Raúl González Tuñón y otros grandes de la poesía moderna- mantiene su vitalidad, su frescura y su profundidad atravesando las décadas. Y es, sin duda, uno de los poetas más influyentes de la literatura argentina.
En los años ’20, el creador hizo uso de su caudal familiar para recorrer la Europa que paría las vanguardias artísticas, en las inmediaciones de la Primera Guerra Mundial, y la América Latina en la que búsquedas similares inspiraban las obras verdaderamente únicas del cubano Guillén y el peruano Vallejo. En ese contexto, fue miembro fundamental de la influyente revista Martín Fierro, en la que plasmó sus ansias de constituir un arte nuevo “frente a la funeraria solemnidad del historiador y del catedrático, que momifica cuanto toca” (como reza el manifiesto de la publicación, del cual fue autor).
Son los tiempos de sus primeros libros (Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, Calcomanías), caracterizados por un afán tremendamente iconoclasta, liberándose -al decir de Beatriz Sarlo- “de varias servidumbres, del sentimentalismo, del recuerdo, de la nostalgia, del pasado, de la tradición, de la historia” que caracterizaban a los antecesores con quienes se buscaba romper. De esta manera, reniega del yo poético para entregarse a una percepción exterior y alucinada de los paisajes urbanos:
“A veces se piensa, al dar vuelta a la llave de la electricidad, en el espanto que sentirán las sombras, y quisiéramos avisarles para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones. Y a veces las cruces de los postes telefónicos, sobre las azoteas, tienen algo de siniestro y uno quisiera rozarse a las paredes, como un gato o como un ladrón”
No perteneció a ningún movimiento vanguardista específico, pero compartió su espíritu de escupitajo contra la moral burguesa: “la poesía de Girondo –sostiene Sarlo- somete a crítica, obsesivamente, dos formas de la trascendencia: la religión y el erotismo. No solo porque muestra al erotismo como ‘verdad’ de la religión (‘Y mientras, frente al altar mayor, a las mujeres se les licúa el sexo contemplando un crucifijo que sangra por sus sesenta y seis costillas’), sino porque la religión es el único espectáculo que, como una incrustación pre-moderna, se adueña de un lugar en el presente”.
Esta tesitura ruptural le ganará la simpatía del comunista José Carlos Mariátegui, quien cifra la búsqueda a la vez universal y latinoamericana del poeta (que mama del tango, como buena parte de sus contemporáneos) en una definición preciosa: “En la poesía de Girondo el bordado es europeo, es urbano, es cosmopolita. Pero la trama es gaucha.”
Para el “arte nuevo” que busca fundar, Girondo avanzará en la edificación de un lenguaje nuevo, llegando en su último libro, En la masmédula, a desarmar la palabra misma y crear con sus sonidos una lengua gutural y única. Una evolución que irá de la mano de otra: como describe Sebastián Goyeneche, "Girondo es varios poetas: la primera vanguardia más infantil, carnavalesca, burlona, donde los objetos se revolucionan, la arquitectura y los vehículos se personifican, el absurdo domina todo, muy palpable en su primer poemario, se va convirtiendo primero en una visión de mundo más grotesca, irracional y paródica (en 'Espantapájaros') y luego hacia el final de su obra en una conciencia existencialista, crítica, metafísica, excesivamente ácida, ingobernable” (MdZol, 23/1)
A través de una contemplación/proclamación que va desde el frenesí sexual hasta la corrosión de la muerte, pasando por el humor negro y el absurdo, Girondo quiebra en su poesía la rutina alienada del mundo capitalista: “La costumbre nos teje, diariamente, una telaraña en las pupilas. Poco a poco nos aprisiona la sintaxis, el diccionario, y aunque los mosquitos vuelen tocando la corneta, carecemos del coraje de llamarlos arcángeles.” Su genial libro Espantapájaros se subtitula “Al alcance de todos”, mostrando su lejanía de todo esnobismo: “Yo no aspiro a que me babeen la tumba de lugares comunes, ya que lo único realmente interesante es el mecanismo de sentir y de pensar”.
Pese a sus simpatías con Mariátegui, con Nicolás Guillén, con Federico García Lorca, su obra literaria se mantiene ajena a manifestaciones políticas; por fuera de ella, apenas se conoce un texto de 1940, en el que ataca el avance del fascismo y se pliega a posiciones de corte nacionalista (inspiradas seguramente por su cercanía en esos tiempos de Raul Scalabrini Ortíz).
Girondo sí es un promotor y animador de las nuevas expresiones artísticas, en esa búsqueda de expansión y llegada a las masas que permite asociar a la vanguardia cultural con la vanguardia política. Viaja por América Latina y Europa con el fin de constituir un “frente único” de los poetas y las publicaciones que aspiran a esta renovación profunda -a esto lo llama su “misión intelectual”. Más adelante, repetirá este gesto de apertura al abrir su casa a los jóvenes que vuelven a dar vuelta la poesía argentina en los años ’50: Edgar Bayley, Olga Orozco, Mario Trejo y los surrealistas Aldo Pellegrini y Enrique Molina, entre otros.
En el camino, desarrollará en pocos libros (apenas seis) no una, sino varias revoluciones en la poesía. La constante búsqueda poética de Girondo por romper con la alienación del mundo de seguro le será buena compañía a quienes quieran transformar la vida. Basten unas palabras:
Pero, quizás, un día,
antes de que la tierra se canse de atraernos
y brindarnos su seno,
el cerebro les sirva para sentirse humanos,
ser hombres,
ser mujeres,
-no cajas de caudales,
ni perchas desoladas-,
someter a las ruedas,
impedir que nos maten,
comprobar que la vida se arranca y despedaza
los chalecos de fuerza de todos los sistemas;
y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas
se encuentran en nosotros y no bajo la tierra.
Tomas Eps @tomaseps
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