En uno de sus textos ensayísticos más reveladores, Ricardo Piglia extrae una lección de una vivencia contada por el Che en Pasajes de la guerra revolucionaria. Es en Alegría de Pío, tras el desembarco del Granma, cuando cree le ha llegado el final y recuerda al protagonista del relato de Jack London, Hacer el fuego, apoyado en un tronco mientras espera la muerte.
Piglia concluye: «En esa imagen que Guevara convoca en el momento en el que imagina que va a morir, se condensa lo que busca un lector de ficciones; es alguien que encuentra en una escena leída un modelo ético, un modelo de conducta, la forma pura de la experiencia».
Justo de cómo conjugar experiencia vital y literaria de manera coherente y honesta se fue tejiendo la existencia de Ricardo Piglia. Para muchos el escritor argentino muerto de un infarto, como consecuencia de la esclerosis que padecía, el último viernes en Buenos Aires, a los 75 años, era uno de los mejores contadores de historias en la América Latina de las cuatro últimas décadas.
Ahora que ha muerto, Piglia seguirá presente en sus libros. Nunca paró de escribir, hasta que la enfermedad lo derrotó. Ahí están los volúmenes de cuentos Nombre falso (1975), Prisión perpetua (1988) y Cuentos morales (1995); las novelas Respiración artificial (1980), La ciudad ausente (1992), Plata quemada (1997), Blanco nocturno (2010) y El camino de Ida (2013); y los ensayos Crítica y ficción (1986), Formas breves (1999) y El último lector (2005).
Otros recordarán sus comparecencias en la Universidad de Buenos Aires y en las norteamericanas Harvard y Princeton, o los programas que protagonizó en la televisión pública de su país, Escenas de la novela argentina (2012) y Borges por Piglia (2013).
Los lectores agradecieron a Piglia la consistencia con que supo articular en cada obra suya acción, descripción y reflexión. Sabía muy bien lo que se traía entre manos. En uno de sus cuadernos de apuntes, expresó: «Cuando decimos que no podemos dejar de leer una novela es porque queremos seguir escuchando la voz que narra. Más allá de la intriga y de las peripecias, hay un tono que decide la forma en que la historia se mueve y fluye. No se trata del estilo —de la elegancia en la disposición de las palabras—, sino de la cadencia y la intensidad del relato. En definitiva el tono define la relación que el narrador mantiene con la historia».
Estos principios sustentan dos novelas sobre las que se debe volver: Respiración artificial y Plata quemada. Si Borges y Bioy Casares llevaron a la literatura detectivesca argentina el sello de la más refinada elucubración intelectual, Piglia la impregnó de intriga política, violencia social, desgarramiento existencial, sin despeñarse por el barranco del sociologismo vulgar.
En Cuba, la Casa de las Américas publicó varias de sus novelas y le dedicó en el 2000 la Semana de Autor. En los inicios de su carrera, obtuvo una mención en el Premio Casa con el libro de cuentos Jaulario.
El ensayista Jorge Fornet, director del Centro de Investigaciones Literarias de la institución, es uno de los más reconocidos estudiosos de la obra de Piglia, a quien dedicó el libro El escritor y la tradición.
Desde que se conoció el deceso de Piglia, amigos, críticos y lectores en casi todos los países de habla española, no han cesado de ponderar su legado. El argentino Damián Orosz resumió esos sentimientos con las siguientes palabras: «Fue un escritor insoslayable, de tiempo completo, amparado en una lucidez que abrió caminos inexistentes y produjo nuevas formas de leer».
Pedro de la Hoz | pedro@granma.cu
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