Y hoy que le rendimos el tributo al héroe que fue y será siempre, confiaremos que Ud. siga mandando, junto con sus predecesores Carlos Manuel de Céspedes y José Martí, para preservar la revolución y la patria.
Comandante, el tiempo ha continuado su decurso inexorable y los días han empezado a acumularse con su carga de sucesos nuevos, muchos quizás repetidos inevitablemente, pero ese viernes 25 de noviembre de Ud., apenas arriba al primer aniversario y muchas cosas pasarán, esperemos que para bien, en ese escenario de la humanidad que llamamos historia, y que un día mientras se le juzgaba, prisionero y en condiciones aciagas para sus ideales, Ud. vaticinó, -desafiando la condena segura que entonces le esperaba por sus actos de rebeldía y el asalto al Cuartel Moncada-, que la historia lo absolvería. Y aquel final premonitorio de su alegato en el juicio fue realidad durante su larga vida de 90 años.
Fueron tantas las veces que los enemigos le mataron en planes, deseos, declaraciones y en anuncios de muerte en las más variadas circunstancias, que Ud., estratega como nadie, quiso despedirse de la vida, después de sugerirlo en su último mensaje ante el VII Congreso del Partido, con esas afirmaciones de que “Tal vez sea de las últimas veces que hable en esta sala", y en cuanto al legado, consciente de su siembra, afirmó, con ese su tacto de modestia, y despojando la frase del carácter personal, le imprimió al final el sello plural al afirmar que “Pronto deberé cumplir 90 años… Pronto seré ya como todos los demás. A todos nos llegará nuestro turno, pero quedarán las ideas de los comunistas cubanos…” Apenas unos meses después de aquella intervención y despedida, fallecía en la misma fecha en que se cumplía el 60 aniversario de la salida del yate Granma hacia Cuba con su carga de libertadores.
Y estas palabras en voz de Ud. fue como una idea dominante, heredada de José Martí, quien afirmó en su última carta inconclusa del 18 de mayo de 1895: “Para mí ya es hora… Sé desaparecer. Pero no desaparecerá mi pensamiento”. Un día después, el domingo 19 de mayo, caería en combate para levantarse para todos los tiempos, pues como expresara: “Yo moriré sin dolor, será un rompimiento interior, una caída suave, y una sonrisa… Se ha de vivir y morir abrazado a la verdad. Y así, si se cae, se cae en una hermosa compañía… Triunfaremos”.
Y para mayor consecuencia con su credo, filosofía y convicciones, heredado de Martí, muchas veces, en formas variadas, Ud. expresó. “Hay un pensamiento, una idea, una frase de Martí que produjo en mí profunda e inolvidable impresión. Me enseñó, me agradó y desde entonces siempre la he tenido presente: “Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”. Era para Ud., además de un mandato moral esencial, un antídoto contra la vanidad, endiosamiento y los delirios de grandeza, que han perdido a tantos hombres públicos, incluso grandes.
Y para una vez más sorprender y enseñar aún después de su muerte, hizo en vida un pedido sagrado a los dirigentes de la Revolución y al pueblo para que no se erigieran monumentos en su memoria ni dieran nombre a las miles de posibles instituciones y otros sitios que, sin duda, se hubieran hecho realidad con el propósito de rendirle el merecido homenaje. Se acató esta última voluntad, y se asumió como natural y justo en Ud. algo que jamás había ocurrido en país alguno ni en época ninguna desde que “el mundo es mundo”. En ello iba implícita además la estocada final a sus inveterados enemigos. Sólo sus cenizas, guardadas en el interior de una roca, a modo de monolito, con su nombre FIDEL al frente, en el cementerio de Santa Ifigenia, proclaman su existencia ya ida y sempiterna, junto a una idea esencial de su pensamiento que es su concepto de Revolución. Nada más, y es todo, porque allí, allá y acullá, en cercanos y lejanos confines, se le recordará y venerará como ese David de los siglos XX y XXI que fue capaz de enfrentar a ese Goliat imperial y vencerlo en todas sus tentativas de asesinarle y destruir a su pequeña y grande patria.
En este primer aniversario de su partida hacia la eternidad, debemos reiterar que a los cubanos nos unen a Ud. muchas afinidades e identificaciones, muchos valores que dan sentido a la vida, muchas visiones y sueños que sirven de rumbo para el quehacer revolucionario, rebeldías para intentar una y otra vez transformar los mundos chicos y grandes. La antorcha de luz que entregara en vida a la multitud de relevos que le acompañaron en la marcha luctuosa hasta el camposanto, no se puede apagar ni puede detenerse jamás la marcha hacia el futuro, predicando y haciendo revolución.
Y hoy que le rendimos el tributo al héroe que fue y será siempre, hay que recordar las ideas expresadas en el primer gran discurso de Ud. el primero de enero de 1959, el día del triunfo de la revolución, en Santiago de Cuba. En este discurso están contenidas las principales ideas y los principios que han sido guía de la Revolución durante más de cincuenta años en que, apegada a la verdad, cumplió con las promesas y el compromiso hechos ante el pueblo de Cuba, en el cual ha confiado consecuentemente durante toda su trayectoria al frente de los destinos del país. Por eso la revolución existe con su pujanza. Decía Ud. entonces:
“(…) He demostrado suficientemente mi fe en el pueblo, porque cuando vine con 82 hombres a las playas de Cuba y la gente decía que nosotros estamos locos y nos preguntaban que por qué pensábamos ganar la guerra, yo dije: “porque tenemos al pueblo”. Y cuando fuimos derrotados la primera vez, y quedamos un puñado de hombres y persistimos en la lucha, sabíamos que esta sería una realidad, porque creemos en el pueblo; cuando nos dispersaron cinco veces en el término de 45 días, y nos volvimos a reunir y reanudar la lucha, era porque teníamos fe en el pueblo, y hoy es la más palpable demostración de que aquella fe era fundamentada.”
“Tengo la satisfacción de haber creído profundamente en el pueblo de Cuba y de haberles inculcado esa fe a mis compañeros; esa fe que es más que una fe, es una seguridad completa en nuestros hombres.”
“(…) Trataremos de hacer lo más posible por nuestro pueblo, sin ambiciones, porque afortunadamente estamos inmunes a las ambiciones y a la vanidad. ¡Que mayor gloria que el cariño de nuestro pueblo!”
“Nunca nos dejaremos arrastrar por la vanidad ni por la ambición, porque como dijo nuestro Apóstol: “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”, y no hay satisfacción ni premio más grande que cumplir con el deber, como lo hemos estado haciendo hasta hoy y como lo haremos siempre. Y en esto no hablo en mi nombre, hablo en nombre de los miles y miles de combatientes que han hecho posible la victoria del pueblo; hablo del profundo sentimiento de respeto y devoción hacia nuestros muertos, que no serán olvidados. Los caídos tendrán en nosotros los más fieles compañeros. Esta vez no se podrá decir como otras veces que se ha traicionado la memoria de los muertos, porque los muertos seguirán mandando”.
Por suerte así ha sido en la historia de la revolución, e interpretando dialécticamente el presente y futuro previsibles, nos consuela y alienta que junto a los vivos de todas las generaciones, siempre confiaremos que Ud. siga mandando, junto con sus predecesores Carlos Manuel de Céspedes y José Martí.
Wilkie Delgado Correa
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