jueves, noviembre 23, 2017

Siglo XXI: ¿Los ocho más ricos del mundo o la Humanidad?

"La importancia de conocer el pasado para comprender el presente e imaginar el futuro"
Luis Sepúlveda

Siglo XIX: Al capitalismo, y a sus representantes políticos, no les conviene que recordemos las condiciones laborales que, en el siglo XIX, el capitalismo industrial europeo y norteamericano impuso a los trabajadores, hombres, mujeres y niños que se incorporaban al proceso productivo. Pero la realidad social fue muy dura: amenaza continua del paro, imposición de muy bajos salarios, jornadas de 17 horas, mano de obra aún más barata empleando a mujeres y niños, algunos menores de 8 años, a los que pagaban tres o cuatro veces menos que a los hombres.
Y les conviene sobre todo ocultar que esa explotación inhumana dio lugar al desarrollo de las teorías socialistas: el francés Proudhon y el más brillante pensador, el alemán Karl Marx. Los representantes del capitalismo exigen, hoy, el olvido de las luchas de los obreros en las fábricas, las grandes huelgas. ¿Por qué? Porque las ideas de igualdad social y los conflictos laborales obligaron a los gobiernos a intervenir e ir cambiando la legislación, eso sí, poco a poco: limitación del trabajo de los niños (a partir de los 13 años) y de las mujeres (11 horas diarias máximo). Hubo que esperar a 1907 para que se estableciera el reposo obligatorio. Esas luchas quedaron simbolizadas en la Fiesta de los Trabajadores del 1º de Mayo y el Día de la Mujer Trabajadora del 8 de Marzo, cuyo significado histórico se pretende, ahora, tergiversar, dándole otro contenido.

Siglo XX: Al liberalismo económico, defensor de la no intervención del Estado en la economía, tampoco le interesa que recordemos como alcanzamos el mayor bienestar social en el siglo XX. ¿Por qué? Porque fue cuando el Estado intervino en la economía, haciendo sostenible el sistema de protección social. La realidad es que las tan temidas teorías socialistas de Marx se fueron extendiendo por Europa y se convirtieron en un poderoso freno a los abusos capitalistas y un cambio en las políticas económicas. El capitalismo tuvo que hacer concesiones, por ejemplo, en los Acuerdos de Matignon (1936): aumento de los salarios en las fábricas, limitación de la jornada laboral a 40 horas semanales, primeros 15 días de vacaciones anuales pagadas, desarrollo del sistema de convenios colectivos y la libertad sindical. Con la vuelta de la derecha al poder en 1938, estos avances sociales obtenidos van desapareciendo poco a poco.
A pesar de ello, en Europa continuaron las luchas hasta alcanzar, a partir de 1945, el mayor nivel de bienestar conocido hasta entonces: los países emprendieron grandes reformas democráticas inscritas en el programa de la Resistencia: creación del sistema de la Seguridad Social, nacionalización de empresas, desarrollo de los servicios públicos, pasando los Estados a gestionar grandes empresas públicas, económicamente rentables, que aportaban muchos beneficios a las arcas públicas, lo que permitió redistribuir la riqueza: pleno empleo, buenos salarios, buen nivel de cotizaciones al sistema de la Seguridad Social, derechos laborales, educación y sanidad públicas. No solo el sistema de protección social era sostenible, sino que, además, los países de Europa que más invertían en empleo y gasto social eran los más desarrollados.
En el siglo XX, los países de Asia y África fueron consiguiendo la independencia, no sin importantes sobresaltos. En los 60, se decía que África, de Argelia a Ciudad del Cabo, era un continente nuevo y rico que estaba despertando y que El Sáhara aparecía lleno de promesas grandiosas. Pero, mientras Mozambique empezaba a cultivar su café, “un café con sabor de libertad”, El Sáhara era dejado, de forma vergonzante, a manos de la Monarquía alauita, en los 43 días en que fue Jefe del Estado el entonces príncipe Juan Carlos de Borbón. Hoy, todavía continúa la ocupación represora en El Sáhara, ignorando las resoluciones de la ONU. En los países descolonizados, fueron entrando las multinacionales, con menos miramientos aún que el colonialismo político, por lo que muchos países buscaron nuevas alianzas en el Este europeo para su desarrollo.
Los países de América Latina también luchaban por salir de las dictaduras militares impuestas por Estados Unidos con el Plan Cóndor (desapariciones, torturas, terrorismo de estado), durante los años 70 y 80. Latinoamérica intentaba alcanzar metas democráticas y progresistas: el ejercicio de su soberanía, la gestión de sus propios recursos frente al saqueo de las grandes multinacionales y la violenta oligarquía local; y un reparto más equitativo de las riquezas frente al inamovible dogma del liberalismo económico según el cual el Estado no puede intervenir en la economía. Son medidas justas para la población, pero no son admitidas por los Estados Unidos que, sin ningún pudor, califica automáticamente de “dictadura” a los países latinoamericanos que las intentan, aunque celebren muchas elecciones. La política de Estados Unidos ha sido siempre la misma respecto a América Latina: declara enemigos y acosa permanentemente a los que defienden la soberanía de su país y ningunea miserablemente a los que se someten a su dirigismo político y económico, como es el caso actual, entre otros, de México donde la pobreza afecta a 53,4 millones de personas, el 43,6% de la población.
Ese equilibrio mundial, nacido de la confrontación entre el capitalismo y el marxismo, difícil, duro a veces, que había permitido muchos avances de la mayoría trabajadora en Europa y había abierto vías para la emancipación de muchos pueblos del mundo, se rompe a finales del siglo XX. El mundo vuelve a caer en manos del liberalismo económico, ya sin cortapisas, ni escrúpulos.

Siglo XXI: El siglo anterior terminó, y el XXI empezó, con la privatización de las empresas públicas rentables; el traslado de las industrias hacia los países con mano de obra cuasiesclava; grandes beneficios con bajos salarios en Occidente; una desmedida especulación financiera; una “crisis” para recortar los derechos sociales de la mayoría; unos intereses exorbitados que desvalija literalmente los presupuestos de las instituciones públicas; la corrupción; guerras en muchos países que EEUU incluye en el “eje del mal”, sin más motivos que el saqueo de sus recursos.
El resultado no es nada brillante para la humanidad: la concentración de la riqueza en pocas manos: 8 personas que acumulan, ahora, más riqueza que 3.600 millones de personas, ensanchando la brecha de la desigualdad. Entre esas ocho personas más ricas del mundo, está un mejicano en cuyo país la pobreza afecta a más del 43 de la población. También aparece un español en un país donde, todas las semanas, el BOE publica largas listas de desahucios, y el informe “El estado de la pobreza en España” del 2017 afirma que casi 13 millones de personas se encuentran en riesgo de pobreza o de exclusión social, aunque sean invisibles porque no son de “pedir en la puerta de la iglesia”, sino que un 30% trabaja y un 15% tiene estudios superiores.
Este modelo económico neoliberal es el telón de fondo de muchos de los problemas que estamos viviendo: Escocia que centra su malestar económico en el Reino Unido y celebra un referéndum para independizarse, y el Reino Unido que centra su malestar económico en la Unión Europea y celebra otro referéndum para salirse de la Unión. Y la confrontación, en España, de los dos bloques nacionalistas extremos, sin tener en cuenta a la población, y descalificando a los movimientos progresistas y sectores sociales que buscan resolver el problema por la vía del entendimiento político. Y más confrontaciones del gobierno español con autonomías y ayuntamientos (Aragón, Madrid, etc.) a los que imponen un techo de gastos sociales, aunque tengan dinero en las cuentas.
La gran pregunta en el siglo XXI de la mayoría social es: ¿Vamos a aceptar condiciones similares a las del siglo XIX; vamos a someternos a las políticas económicas deshumanizadoras que favorecen a unos pocos; vamos a permitir en silencio que, con los adelantos científicos y tecnológicos del siglo XXI, sigan existiendo, en el mundo, el trabajo infantil, el hambre, las muertes por enfermedades curables; vamos a dejarnos manipular por las “cortinas de humo” (entre derechas - que apoyan el mismo modelo neoliberal - anda el juego) y esos disparates políticos que nos distraen de ese modelo económico injusto? ¿O vamos a hacer valer nuestra fuerza como mayoría social e imaginar y construir colectivamente un futuro más justo y equitativo para la humanidad?

María Puig Barrios. Exconcejal del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria.

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