jueves, noviembre 30, 2017

Sionismo, antisemitismo y la Declaración Balfour

La complementariedad entre el deseo antisemita de deshacerse de los judíos y el proyecto sionista de enviar a todos los judíos a Palestina parece ser ignorada, por ejemplo, por Theresa May.
Hace cerca de un año, el pasado 12 de diciembre, la primera ministra (PM) Theresa May pronunció las siguientes palabras en el Almuerzo de Negocios Anual de los Amigos Conservadores de Israel: “El 2 de noviembre de 1917 el entonces ministro de Relaciones Exteriores –un ministro de Exteriores conservador-, Arthur James Balfour, escribió: ‘El Gobierno de Su Majestad contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y pondrá todo su empeño en facilitar el logro de este objetivo …’”.
La primera ministra leyó todo el texto de la carta a la que volveré a referirme más adelante. Después pronunció las siguientes palabras: “Se trata de una de las cartas más importantes de la historia. Demuestra el rol vital de Gran Bretaña en la creación de un hogar para el pueblo judío. Y se trata de un aniversario que celebraremos con orgullo”.
La primera ministra añadió: “De aquella carta y de los esfuerzos de tantas personas, nació un país especial”. Un país, Israel, que la primera ministra describió como “una democracia próspera, un faro de tolerancia, un motor de negocios y un ejemplo para el resto del mundo de superación de adversidades y resistencia al desfavorecimiento”. La PM entonces aprovechó la oportunidad de su discurso para atacar al Partido Laborista respecto a la cuestión del antisemitismo. Esto se dio unos días después de un evento similar organizado por los Amigos Laboristas de Israel: “Entiendo que a este almuerzo le han dejado el listón muy alto tras las extraordinarias escenas en el evento de los Amigos Laboristas de Israel. Este comenzó, de forma inusual, con Tom Watson interpretando a pleno pulmón Am Yisrael Hai. El público se sumó mientras su voz barítona llenaba la sala. ‘Am Yisrael Hai – el pueblo de Israel vive.’ Es un sentimiento con el que todos en la sala están sinceramente de acuerdo. Pero permítanme decir lo siguiente: no hay karaoke que pueda compensar la vista gorda que se hace al antisemitismo”. La PM siguió enorgulleciéndose de sus logros como ministra y los logros de su partido y gobierno al combatir el antisemitismo (e igualándolo al antisionismo). Así pues, el discurso de la PM se basaba en lo que cualquiera que conozca las circunstancias reales de la Declaración Balfour podría identificar como una contradicción descarada. Edwin Samuel Montagu era el único judío miembro del equipo de Gobierno liderado por David Lloyd George, al que Balfour pertenecía, y solo el tercer ministro judío en la historia británica. Comentó de la siguiente manera el borrador de la carta de Balfour cuando la recibió en agosto de 1917: “Deseo que conste en acta mi opinión de que la política del Gobierno de Su Majestad es antisemita y de que, por consiguiente, servirá de inspiración a todos los antisemitas del mundo”. Montagu comentó que “resulta inconcebible que el sionismo sea reconocido por el gobierno británico y que se autorice al Sr. Balfour a decir que Palestina se tiene que reconstituir como el ‘hogar nacional del pueblo judío’. No sé qué implica esto, pero supongo que ello significa que mahometanos y cristianos deben dar paso a los judíos y que los judíos deben ser puestos en todas las posiciones preferentes y deben ser extrañamente asociados con Palestina de la misma manera que Inglaterra lo es con los ingleses o Francia con los franceses, que turcos y otros mahometanos en Palestina serán considerados extranjeros, de la misma manera en que los judíos de aquí en adelante serán tratados como extranjeros en todos los países, excepto en Palestina”. Añadió entonces –irónicamente, como probablemente creía ser el caso: “Quizás también la ciudadanía solo debería concederse a raíz de un test religioso”. De hecho, esta última frase resultó ser profética, ya que la concesión de ciudadanía en el Estado de Israel acabaría estando inseparablemente asociada a la identificación religiosa como judío. Es totalmente comprensible la preocupación de Edwin Montagu por los musulmanes y cristianos en Palestina – constituían más del 90% de la población en la época-, pero quizás haya quien se pregunte por qué él entendía la política del Gobierno británico como antisemita. La cuestión se clarifica si se lee el texto completo de su memorándum al equipo de gobierno. Refiriéndose a dos publicaciones de la época, el periódico conservador The Morning Post, que se distinguiría por publicar en 1920 un capítulo de la infame falsificación conocida como Protocolos de los sabios de Sion; y el infamemente antisemita semanario contemporáneo llamado The New Witness, Montagu escribió: “Puedo entender fácilmente que los editores del Morning Post y de New Witness sean antisemitas, y no me sorprende nada que los no judíos de Inglaterra acojan con agrado tal política”. Montagu estaba entonces poniendo el dedo en la complementariedad entre el deseo antisemita de deshacerse de los judíos y el proyecto sionista de enviar a todos los judíos a Palestina. Él conocía muy bien un hecho que la primera ministra Theresa May parece ignorar: el de que el mismo ministro de Relaciones Exteriores, Arthur Balfour, estaba influenciado por la corriente antisemita conocida como “Sionismo Cristiano”, la corriente que apoyaba el “retorno” de los judíos a Palestina. El verdadero objetivo de este apoyo –no declarado en muchos casos, pero a menudo totalmente manifiesto- era deshacerse de la presencia de judíos en países de mayoría cristiana. Los sionistas cristianos veían en el “retorno” de los judíos a Palestina el cumplimiento de la condición de la Segunda Venida de Cristo, que sería seguida del Juicio Final condenando a todos los judíos al sufrimiento eterno en el Infierno, salvo si se convirtiesen al cristianismo. La misma corriente constituye a día de hoy la más firme defensora del sionismo en general y de la derecha sionista en particular. De hecho, cuando Arthur Balfour fue primer ministro, entre 1902 y 1905, promulgó el Aliens Act (Ley del Inmigrante) de 1905, cuyo objetivo era detener la inmigración a Gran Bretaña de refugiados judíos que huían del brutal antisemitismo que estaba creciendo en el Imperio Ruso. La continuidad directa entre este hecho y la carta de la cual la ministra May está orgullosa no podía escapar al entendimiento de Edwin Montagu. El ministro judío era completamente consciente del hecho de que los sionistas contaban con los antisemitas para lograr su proyecto de establecer un Estado sionista en Palestina. La clara mirada de Theodor Herzl Nadie es más claro sobre este tema que el propio Theodor Herzl, fundador del movimiento sionista y autor del manifiesto Der Judenstaat (el Estado de los judíos), que fue traducido del alemán al inglés como The Jewish State (El Estado judío). En el prefacio, Herzl declaró sin rodeos lo siguiente: “Todo depende de nuestra fuerza propulsora. ¿Y cuál es nuestra fuerza propulsora? La miseria de los judíos”. Herzl continuó en la misma línea y con mayor claridad en la introducción del libro dirigiéndose a los judíos laicos “asimilados” de Europa occidental que querían deshacerse de los pobres inmigrantes judíos de Europa del este y a los que él no dudó en describir como “antisemitas de origen judío” sin intención despectiva.
“Los ‘asimilados’ se beneficiarían aún más que los ciudadanos cristianos del alejamiento de los jud íos fieles ya que se librar ían de la competencia molesta, incalculable e inevitable del proletariado jud ío, arrojado de un lugar a otro, de un país a otro por la presi ón política y la necesidad económica. Este proletariado flotante se volvería estable. Actualmente, muchos ciudadanos cristianos, a quienes se califica de antisemitas, pueden oponerse a la inmigración de judíos extranjeros. Los ciudadanos judíos no pueden hacerlo, aunque son los m ás afectados, pues en ellos sienten, en primer lugar, la fuerte competencia de individuos que trabajan en ramas similares de la industria y que, además, o bien introducen el antisemitismo donde no existe o lo agravan donde ya existe. Es una pena secreta de los asimilados que se alivia por medio de empresas ‘filantrópicas’. Fundan sociedades de emigración para judíos errantes.
Este fenómeno implica un contrasentido que podría resultar jocoso si no se tratara de seres humanos. Algunas de estas sociedades de protección no obran a favor sino en contra de los desdichados judíos perseguidos, con el fin de alejarlos lo más rápido y lejos posible. Y así, observando atentamente, se descubre que muchos aparentes amigos de los judíos no son sino antisemitas de origen judío disfrazados de benefactores. Pero ni siquiera los intentos de colonización hechos por hombres realmente bien intencionados tuvieron éxito, aunque fueron intentos interesantes. (…) Estos intentos fueron interesantes en tanto que representaron, a pequeña escala, a los precursores prácticos de la idea de un Estado judío”.
El nuevo proyecto trazado por Herzl para sustituir la mencionada empresa colonial “filantrópica” tenía que pasar de acciones benevolentes a una aventura política integrada en el marco colonial europeo y orientada a la fundación de un Estado judío que pertenecería y reforzaría ese marco.
Para ello, Herzl se dio cuenta de que los cristianos antisemitas serían los más vehementes defensores de su proyecto. Su argumento central, en la sección titulada El Plan del segundo capítulo de su libro, es el siguiente: “La creación de un nuevo Estado no es ni ridícula ni imposible. (…) Los gobiernos de todos los países azotados por el antisemitismo estarán animadamente interesados en ayudarnos a obtener la soberanía que queremos”.
Lo único necesario era seleccionar el territorio en el cual el proyecto sionista se materializaría:
“Dos países pueden tomarse en cuenta: Palestina y Argentina. En ambos países se han llevado a cabo notables ensayos de colonización según el erróneo principio de la infiltración paulatina de los judíos. La infiltración está abocada al fracaso, pues llega siempre el instante en que el gobierno, presionado por la población que se siente amenazada, prohíbe la afluencia de judíos. Por consiguiente, la inmigración resulta inútil salvo si se asienta sobre una soberanía afianzada. La Society of Jews tratará con las actuales autoridades superiores del país, poniéndose bajo el protectorado de las potencias europeas, si estos empatizan con el plan”.
Hacia el final del último capítulo de su libro, donde explica los “Beneficios de la emigración de los judíos”, Herzl reafirmó, a aquellos a quien se había dirigido, que los gobiernos prestarían atención a su plan, “ya sea voluntariamente o bajo presión de los antisemitas”.
Podéis ahora entender por qué Edwin Montagu denunció el proyecto de la carta de Balfour como un producto de la confabulación entre el movimiento sionista y los antisemitas británicos, y por qué afirmó categóricamente que la política del Gobierno británico era antisemita y que serviría de inspiración para todos los antisemitas del mundo.

Historial catastrófico

El equipo de gobierno de David Lloyd George intentó aliviar las preocupaciones de Montagu sobre el destino de la mayoría palestina no judía y de los judíos que no estaban dispuestos a convertirse en colonos en Palestina añadiendo a su compromiso de “poner todo su empeño en facilitar el logro” del objetivo de “establecer en Palestina un hogar nacional para el pueblo judío” la disposición de que estaba “claramente entendido que nada se debe hacer para perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político asegurados a judíos en cualquier otro país”.
Conocemos el historial catastrófico del gobierno británico en mantener las dos disposiciones que, en realidad, estaban en total contradicción con el compromiso central de la carta infame, así como con su verdadera esencia.
Que la PM Theresa May, un siglo después, pudiera encontrar en la infame Declaración Balfour un motivo de orgullo mientras confirmaba su satisfacción en relación con la postura contra el antisemitismo de su partido y Gobierno es razón de consternación ante el bajo nivel de conocimiento histórico del gobierno de Su Majestad y sus redactores de discursos.

Gilbert Achcar
OpenDemocracy
Traducción: Gabriel Huland y Susana Kobles

Pronunciado en la conferencia “The Balfour Declaration, One Century After (La Declaración de Balfour: un siglo después)”, organizado por el Centro de Estudios Palestinos de SOAS, Universidad de Londres, el 26 de octubre de 2017. Esta charla se basa parcialmente en el artículo que será publicado en la revista digital Jadaliyya el 3 de noviembre.

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