Un texto sobre la Revolución rusa escrito en prisión por Rosa Luxemburg en 1918 y publicado póstumamente ha dado lugar a diferentes interpretaciones y “usos”. Apuntes para un debate necesario sobre sus posiciones y controversias.
El contexto de una publicación
En septiembre de 1918, mientras se encontraba presa, Rosa Luxemburg bosquejó un artículo sobre la Revolución Rusa, con muchos elementos críticos acerca de la política de Lenin y Trotsky. La dirección de la Liga Espartaco la convenció de que no era conveniente publicarlo en ese momento, en medio de los ataques del imperialismo alemán a la naciente revolución. Rosa Luxemburgo apuntó entonces un borrador con sus opiniones y se lo entregó de forma personal a Paul Levi. “Escribo esto para ti, y si logro convencerte a ti el esfuerzo no estará perdido”, aclaró.
Cuando escribió ese trabajo, Rosa Luxemburg se encontraba aislada hacía más de un año en las cárceles alemanas, con poca información sobre lo que estaba ocurriendo en Rusia, mientras la prensa imperialista intentaba evitar que los obreros pudieran conocer los acontecimientos revolucionarios. Cuando salió de la cárcel en noviembre de 1918, Luxemburg nunca intentó publicar su texto carcelario. Por el contrario, escribió varias cartas y artículos donde se muestra que en varias cuestiones claves estaba cambiando de opinión o la había modificado sustancialmente, como en la polémica sobre la asamblea constituyente [ver más adelante].
¿Por qué se publicó años después su folleto? Fue una decisión exclusiva de Paul Levi, quien entonces era un exdirigente del Partido Comunista alemán. Éste lo publicó en 1922 con la oposición tajante de los amigos y camaradas de Rosa Luxemburg, como Clara Zetkin, quienes sostenían que el escrito no reflejaba sus opiniones en los últimos meses de su vida. Levi lo publicó después de haber sido expulsado del Partido Comunista alemán y de la Tercera Internacional, cuando se encontraba en un proceso de ruptura abierta con el comunismo. Había iniciado un marcado giro político hacia la derecha que lo llevaría primero a fundar un grupo propio (KAG), después a integrarse al Partido Socialista Independiente (donde quedaba su ala derecha, ya que su ala izquierda había roto para ingresar al Partido Comunista alemán) y finalmente a reintegrarse en la socialdemocracia.
Así lo retrataba León Trotsky en un artículo: “Parte de la misma ceguera por su deseo de venganza es la publicación tardía del artículo crítico de Rosa Luxemburg contra el bolchevismo por parte de Levi. En el curso de estos últimos años todos hemos tenido que aclarar muchas cosas en nuestras propias mentes y aprender bastante con los golpes directos de los acontecimientos. Rosa Luxemburg llevó a cabo ese trabajo ideológico más lento que otros porque tuvo que observar los acontecimientos desde los márgenes, desde los pozos de las cárceles alemanas. Su manuscrito publicado recientemente caracteriza solo una etapa particular en su desarrollo espiritual y por tanto es de importancia biográfica, pero no teórica.” (“Paul Levi y algunos izquierdistas”).
La ruptura de Levi con el comunismo era radical. En 1921 escribió una introducción al folleto de Luxemburg, donde se preguntaba qué quedaba de la dictadura del proletariado después de la NEP y respondía: “Nada”. “Nada de su aspecto objetivo, nada de sus aspectos subjetivos”. (Citado por Ian Birchall, Paul Levi in Perspective, 2015). Es decir, la publicación del folleto por parte de Levi era un “dardo envenenado” contra los bolcheviques, utilizando para ello la autoridad de Rosa Luxemburg.
En las décadas siguientes, el folleto fue utilizado reiteradamente por diversas corrientes liberales o socialdemócratas para intentar mostrar una oposición de principios entre Rosa Luxemburgo y la Revolución rusa. Una argumentación en el mismo sentido se encuentra en el prólogo que escribió Hannah Arendt cuando se publicó la biografía sobre Rosa Luxemburgo de Peter Nettl en 1966 y que ha sido reeditado como prólogo a su folleto sobre la Revolución rusa, con ocasión del centenario de la revolución de octubre (Editorial Página Indómita, Madrid, 2017).
Decía allí H. Arendt: “¿Y acaso los acontecimientos no le dieron la razón? ¿No es la historia de la Unión Soviética una larga demostración de los temibles peligros de las ‘revoluciones deformes’? (…) ¿No es cierto que Lenin estaba ‘completamente equivocado’ por lo que respecta a los medios, que el único camino hacia la salvación pasaba por ‘la escuela de la vida pública [en sí misma], por la democracia y la opinión pública más amplias e ilimitadas’, y que el terror ‘desmoralizó’ a todos y lo destruyó todo?”
De este modo, Arendt contraponía la “democracia y la opinión pública” a los “errores de Lenin”, ubicando a Rosa Luxemburg en el campo de la democracia en general. Pero, como veremos a continuación, esta imagen de Luxemburg como una defensora de la democracia liberal es una falsificación de sus argumentos y no se corresponde con sus opiniones sobre la revolución rusa, la dictadura del proletariado, la democracia de los soviets y el rol histórico del partido bolchevique.
“¡Ellos se atrevieron!”
Rosa Luxemburg se encontraba detenida cuando le llegaron las primeras noticas del comienzo de la Revolución rusa, en marzo de 1917, y seguía en la cárcel cuando los bolcheviques tomaron el poder. Desde el comienzo, expresó una gran admiración por la Revolución Rusa y por los bolcheviques: “Lenin, Trotsky y sus amigos fueron los primeros, los que fueron a la cabeza como ejemplo para el proletariado mundial; son todavía los únicos, hasta ahora, que pueden clamar con Hutten: ‘¡Yo osé!’”
Luxemburgo reivindica el papel histórico del partido de Lenin, contraponiéndolo al rol de la socialdemocracia occidental y al menchevismo: “En esta situación, la tendencia bolchevique cumplió la misión histórica de proclamar desde el comienzo y seguir con férrea consecuencia las únicas tácticas que podían salvar la democracia e impulsar la revolución. Todo el poder a las masas obreras y campesinas, a los soviets: éste era, por cierto, el único camino que tenía la revolución para superar las dificultades; ésta fue la espada con la que cortó el nudo gordiano, sacó a la revolución de su estrecho callejón sin salida y le abrió un ancho cauce hacia los campos libres y abiertos.”
En el marco de una profunda reivindicación hacia la Revolución, Luxemburg formula una serie de críticas y reflexiones centradas en la cuestión agraria, la autodeterminación nacional, la disolución de la Asamblea constituyente, los mecanismos de la democracia y los métodos del “terror” revolucionario. Estas reflexiones han sido la base para los “usos” antibolcheviques de Rosa Luxemburg y por ello merecen nuestra atención.
Críticas y reflexiones
En un trabajo de enero de 1922, Georg Lukács polemizaba con la crítica de Rosa Luxemburgo a la Revolución Rusa. Partiendo del hecho de que después de salir de la cárcel Luxemburgo cambió de posición en cuestiones fundamentales, Lukács señala que comprobar esto no era suficiente. Se propone entonces debatir con los argumentos escritos, para mostrar sus fallas.
Como caracterización más general, Lukács señala que en este folleto “Rosa Luxemburgo opone sin cesar, a las exigencias del momento, los principios de etapas futuras de la Revolución.” Y dice que en su apreciación de la revolución en curso hay una “sobrestimación de su carácter puramente proletario y, por tanto, la sobrestimación del poder exterior y la lucidez y madurez interiores que la clase proletaria puede poseer en la primera fase de la revolución y ha poseído efectivamente. Y se ve aparecer al mismo tiempo, como el reverso, la subestimación de la importancia de los elementos no proletarios fuera de la clase y del poder de tales ideologías dentro del proletariado mismo”.
Esta oposición entre las “exigencias de la situación” (es decir las cuestiones de táctica en relación con la estrategia) y los “principios de etapas futuras de la Revolución”, salta a la vista en cómo aborda Luxemburg la cuestión agraria y la cuestión de las nacionalidades oprimidas.
Aquellos que buscan leer el folleto en ‘clave socialdemócrata’ no suelen citar sus posiciones sobre estos temas, porque en este terreno Luxemburg hacía una crítica “izquierdista” frente al programa de los bolcheviques. Ella opinaba que en ambas cuestiones los revolucionarios rusos estaban cediendo frente a un programa “democrático” o “nacional” que no era propio de la clase obrera, sino de otras clases (el campesinado en la cuestión agraria, y la burguesía nacional en el caso de la autodeterminación). Como definición general, podemos decir que Luxemburg era partidaria de llevar adelante tareas “directamente socialistas”, sin tener en cuenta cómo se relacionaban éstas con las tareas inconclusas de la revolución burguesa en Rusia.
Sobre la cuestión agraria, Luxemburg cuestionaba la entrega de la tierra a los comités campesinos para su distribución, y la oponía a la necesidad de socializar el conjunto de la tierra como tarea directamente “socialista”. El reparto de la tierra había sido históricamente el programa del partido campesino, pero había sido incorporado por los bolcheviques para ganar para la revolución a millones de campesinos que ya estaban llevando adelante una revolución en el campo. Los bolcheviques apostaban así a fortalecer la alianza obrera-campesina, bajo dirección del proletariado, mientras con el tiempo intentarían convencer al campesinado pobre de las conveniencias prácticas de la socialización.
Luxemburg, en cambio, pensaba que la entrega de la tierra a los campesinos iba a desarrollar las tendencias más egoístas en los mismos, favoreciendo a los campesinos ricos. Pronosticaba que una vez que se hubieran hecho con la tierra, los campesinos no iban a defender la revolución. Su profundo error se demostró históricamente poco después, cuando el campesinado jugó un papel crucial en la guerra civil para la defensa de la revolución. Aunque Luxemburg estaba acertada en que en el futuro se podía desarrollar una contradicción creciente entre los campesinos ricos y el programa de la clase obrera, su crítica era unilateral y ultimatista. Si su programa se hubiera intentado aplicar en los primeros días de la revolución, esta hubiera sido seguramente derrotada antes de comenzar.
En la cuestión nacional, Luxemburg siempre tuvo una posición sectaria, contraria a levantar el derecho a la autodeterminación. En un artículo de 1914, Lenin debatía con la posición de Luxemburg, denunciando que, llevada por la lucha contra el nacionalismo en Polonia, había “olvidado el nacionalismo de los rusos, aunque precisamente este nacionalismo es ahora el más temible.” Los bolcheviques declararon el derecho a la autodeterminación de los pueblos y “solo por este camino el proletariado ruso pudo conquistar de a poco la confianza de las nacionalidades oprimidas”, como analiza Trotsky en Historia de la Revolución Rusa.
En ambas cuestiones Luxemburg subestimaba la importancia del programa democrático para fortalecer la alianza entre la clase obrera y otros sectores de la población oprimida. Planteaba reflexiones que tenían elementos correctos, pero confundía objetivos de largo plazo de la revolución socialista con las tareas concretas de táctica y estrategia.
Democracia burguesa y democracia obrera
El nudo la crítica de Luxemburg a la Revolución rusa en su manuscrito se encuentra en las opiniones sobre la Asamblea constituyente y la democracia. Luxemburg cuestiona la disolución de la Asamblea constituyente por los bolcheviques y considera un error de Lenin y Trotsky sustituirla por el régimen de los soviets.
La defensa de la Constituyente fue tomada posteriormente como “bandera” por la socialdemocracia occidental, con Kautsky como su principal vocero, como forma de atacar a los bolcheviques bajo un discurso “democrático”. Pero solo aislando partes del folleto de Luxemburg del conjunto de su obra teórica puede plantearse que hace una defensa general de los mecanismos de la democracia burguesa contra la democracia obrera. En concreto, Luxemburg no comparte el cambio de táctica de los bolcheviques, que durante meses habían agitado la necesidad de convocar a la Asamblea constituyente (AC), pero que cuando ganan la mayoría en los soviets, y los soviets toman el poder, proceden a disolverla. Lo que no llega a percibir Luxemburg, por carecer de un análisis concreto de la situación en esos meses decisivos, es que en el enfrentamiento entre la AC y los soviets se estaba expresando la lucha entre dos regímenes sociales contrapuestos. Por eso la contrarrevolución se atrinchera en la defensa de la AC, tratando de vestir bajo una cobertura “democrática” el sostenimiento del antiguo orden de la propiedad privada.
En el mismo sentido, Lukács afirma que, cuando Luxemburg hace una defensa de la “libertad de expresión” en su manuscrito carcelario “jamás se trata de la defensa vulgar de la libertad en general” en un sentido liberal, sino que su posición se desprende de un error en la apreciación sobre el agrupamiento de fuerzas y la ubicación de los mencheviques y socialistas revolucionarios, que se habían pasado ya abiertamente al campo de la contrarrevolución.
La experiencia de la Revolución alemana: consejos obreros o Asamblea Nacional
Es justamente en la cuestión de la Asamblea Constituyente donde la posición de Luxemburg cambió más claramente después de salir de la cárcel, al calor de la experiencia de la Revolución alemana, como lo documenta Paül Frölich en su biografía.
En su primer artículo en Die Rote Fahne, el 18 de noviembre de 1918, Luxemburg señala los objetivos revolucionarios en Alemania: “Del objetivo de la revolución se deduce nítidamente su camino, de la tarea se deduce el método. Todo el poder en manos de la masa trabajadora, en manos de los consejos de obreros y soldados, consolidación de la revolución frente al enemigo que acecha.” Y, advirtiendo sobre los peligros que se preparan, señala: “El gobierno actual convoca la Asamblea Constituyente, crea así un contrapeso burgués frente a los consejos de obreros y soldados, desplaza así la revolución y la pone sobre los carriles de la revolución burguesa, escamotea los fines socialistas de la revolución.” Frölich sostiene que se trata claramente de una revisión de su crítica a la Revolución rusa, partiendo de la experiencia de la Revolución alemana.
Dos días después, Luxemburg vuelve sobre la misma idea, denunciando la Asamblea Nacional como baluarte de la democracia burguesa para intentar liquidar la revolución: “La Asamblea Nacional es una herencia superada de las revoluciones burguesas, un recipiente vacío, un accesorio de la época de las ilusiones pequeñoburguesas de ‘pueblo unido’ de ‘libertad, igualdad y fraternidad’ del Estado burgués. Quien hoy ha recurrido a la Asamblea Nacional condena consciente o inconscientemente a la revolución a la etapa histórica de las revoluciones burguesas; es un agente encubierto de la burguesía o un ideólogo inconsciente de la pequeñoburguesía…”
Y sobre la cuestión más abstracta de “democracia o dictadura”, afirma: “actualmente no se trata de elegir entre democracia o dictadura, la cuestión puesta por la historia en el orden del día es la de democracia burguesa o democracia socialista. Porque la dictadura del proletariado es la democracia en el sentido socialista.” Finalmente, en el programa de la Liga Espartaco, publicado el 14 de diciembre, reitera una concepción marxista sobre la cuestión del Estado: “Desde el punto más alto del Estado hasta la comuna más pequeña, las masas proletarias deben remplazar los órganos tradicionales de la dictadura de clase burguesa, consejos federales, parlamentos, consejos municipales, por sus propios órganos de clase, los consejos de obreros y soldados.”
Algunas conclusiones
Las corrientes que pretenden usar el legado de Rosa Luxemburg para contraponerlo al leninismo, para mostrarla como representante de un “socialismo democrático” o pacifista se basan en citas aisladas y descontextualizadas de un texto inconcluso que la propia Luxemburg jamás publicó. En segundo lugar, omiten que, en las cuestiones centrales como el debate sobre la Asamblea Constituyente, Rosa Luxemburg cambió de opinión después de salir de la cárcel, como lo demuestran sus escritos en el curso de la Revolución alemana.
Pero, sobre todo, se pasa por alto que en el mismo momento en que escribió esas críticas, siempre las consideró en el marco de un debate entre revolucionarios, alrededor de las difíciles tareas de la transición al socialismo, en un país atrasado como Rusia, y luchando contra el aislamiento internacional, producto de la traición de la socialdemocracia occidental. Sus críticas jamás cambiaron su valoración excepcional de la obra que habían iniciado los bolcheviques, como dejó claro en la conclusión de ese mismo texto.
“Los bolcheviques demostraron ser capaces de dar todo lo que se puede pedir a un partido revolucionario genuino dentro de los límites de las posibilidades históricas. No se espera que hagan milagros. Pues una revolución proletaria modelo en un país aislado, agotado por la guerra mundial, estrangulado por el imperialismo, traicionado por el proletariado mundial, sería un milagro. Pero hay que distinguir en la política de los bolcheviques lo esencial de lo no esencial, el meollo de las excrecencias accidentales. En el momento actual, cuando nos esperan luchas decisivas en todo el mundo, la cuestión del socialismo fue y sigue siendo el problema más candente de la época. No se trata de tal o cual cuestión táctica secundaria, sino de la capacidad de acción del proletariado, de su fuerza para actuar, de la voluntad de tomar el poder del socialismo como tal. En esto, Lenin, Trotsky y sus amigos fueron los primeros, los que fueron a la cabeza como ejemplo para el proletariado mundial; son todavía los únicos, hasta ahora, que pueden clamar con Hutten: “¡Yo osé!” Esto es lo esencial y duradero en la política bolchevique. En este sentido, suyo es el inmortal galardón histórico de haber encabezado al proletariado internacional en la conquista del poder político y la ubicación práctica del problema de la realización del socialismo, de haber dado un gran paso adelante en la pugna mundial entre el capital y el trabajo. En Rusia solamente podía plantearse el problema. No podía resolverse. Y en este sentido, el futuro en todas partes pertenece al “bolchevismo”.”
En su manuscrito, Luxemburgo ponía el acento en la necesaria ligazón entre la Revolución Rusa y la revolución internacional, y apuntó su crítica contra la socialdemocracia occidental, por no haber acudido en ayuda de los bolcheviques. El aislamiento de la revolución rusa y la traición de la socialdemocracia planteaban nuevos y complejos problemas a la primera revolución socialista triunfante de la historia, señalaba Luxemburg. A fines de 1918, Rosa fue liberada de prisión y se lanzó a una intensa actividad política en lo que serían las últimas semanas de su vida. El 15 de enero los dirigentes espartaquistas -fundadores del Partido Comunista alemán-, Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, fueron arrestados y asesinados. Toda la responsabilidad de este crimen recae en la socialdemocracia internacional.
La obra de Rosa Luxemburg es controversial en varios aspectos, y durante su vida mantuvo intensas polémicas con Lenin y Trotsky, pero en lo fundamental compartieron un punto de vista revolucionario. A cien años de la Revolución rusa, retomar el legado de Rosa Luxemburgo, conocer los fuertes debates teóricos que desarrolló en el seno de la Segunda y la Tercera Internacional, sus importantes aciertos y también sus errores, es una tarea de formación fundamental para nuevas generaciones que se propongan construir organizaciones revolucionarias y plantearse el objetivo de superar las miserias del capitalismo por medio de la revolución mundial. Desde Ediciones IPS en Argentina y la Asociación Izquierda Diario en el Estado español hemos iniciado la publicación de libros que permiten a nuevas generaciones conocer estos debates y su biografía revolucionaria.
Josefina L. Martínez
Historiadora | Madrid
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