El talibán sigue aprovechando a fondo la desconcertante política norteamericana respecto a Afganistán y más allá de las cumbres que ha mantenido con autoridades norteamericanas, rusas e iraníes, sigue golpeando en caliente y afianzándose en sus posiciones no solo políticas sino y fundamentalmente, militares.
La banda integrista ha terminado el 2018 como el año más exitoso desde la invasión norteamericana de 2001. A lo largo de año pasado los insurgentes demostraron estar mucho mejor equipados y entrenados.
A lo largo de 2018 los muyahidines han lanzado ataques masivos contra capitales provinciales como Farah y Ghazni, logrando tomarlas por algunas horas y despidió el año con un asalto contra el Ministerio de Salud Pública en pleno centro de Kabul, el lunes 24 de diciembre, con un saldo de 43 muertos. Mientras se confirman que las bajas civiles a lo largo del 2018 superan a las de todos los años anteriores desde 2001.
La peligrosidad de las acciones terroristas en la capital ha obligado que el personal estadounidense tenga prohibido cruzar la calle que separa la embajada de otras oficinas civiles. Todo el personal norteamericano que va o viene del aeropuerto de Kabul a la embajada debe ser trasladado en helicópteros, fuertemente artillados y escoltados ya que calles kabulíes son siempre inciertas a la hora de la seguridad.
Históricamente en invierno, el talibán se ha replegado para descansar y reagruparse en Pakistán a esta altura del invierno. Está visto que este año no está siendo así y los ataques se continúan sin intermitencias, hecho que ha sorprendido al ejército afgano que esperaba un ritmo menor de incursiones terroristas.
El primer día del año los muyahidines lo iniciaron con una serie de ataques coordinados en el norte del país, donde también tienen presencia varios pelotones del Daesh Khorasan.
En la provincia de Sar-i-Pul, a lo largo de la carretera que une su capital, Sar-i-Pul con la provincia de Jowzjan, en el asalto contra el municipio de Sayad, desde tres puntos distintos, murieron siete policías y otros ocho resultaron heridos. Además el raid, continuó con ataques a puestos de seguridad y aldeas pequeñas dejando un total de 29 muertos, todos miembros de las fuerzas de seguridad, y más de un centenar de heridos. El ataque más importante se concentró contra los pozos petroleros cercanos al pueblo de Qashqari, aunque los insurgentes no pudieron tomarlos, siendo repelidos por la policía.
Al tiempo que más efectivos policiales se acercaban para dar asistencia a sus camaradas atacados, la columna, en la que viajaban varios jefes de inteligencia provincial, fue emboscada por comandos del talibán. De este ataque no se ha logrado conocer el número de bajas.
Mientras tanto en la provincia de Balkh, también al norte del país, los talibanes atacaron un puesto de seguridad en el distrito de Chemtal, donde asesinaron a seis policías e hiriendo a otros siete, apoderándose de todas las armas y equipos de ese puesto.
Este jueves tres, dos ataques contra puestos de control en la zona de Lodinyano en el distrito de Marghab dejó 18 muertos y dos heridos, en un ataque que duró casi tres horas, los muyahidines además capturaron un mortero, una pistola, tres ametralladoras PKM, cinco rifles y otros insumos militares.
Este tipo de operaciones menores, pero continuas se están dando a lo largo de todo el país, desde hace meses y parecen haber recrudecido desde el anuncio del presidente Trump del retiro de la mitad de los 14 mil efectivos que los Estados Unidos mantenían en el país centroasiático.
La orden de Trump ha producido importantes remezones en el interior de la Casablanca (Ver: GC, “EE.UU.: El último ladrido del Perro Rabioso”) . Finalmente Donald Trump ha dispuesto lo que había propuesto incluso antes de la campaña electoral que era salir de Afganistán, aunque en los primeros dos años cedió a las imposiciones del establishmen t , tanto del complejo militar-industrial como de los propios generales que insisten en continuar la guerra más larga que ha librado Estados Unidos en su historia.
Donald Trump, aparentemente, está ahora dispuesto a regalarles el conflicto a las naciones vecinas como Pakistán, Irán, e incluso a Rusia, China e India, dando un portazo hasta ahora bastante confuso y oportunista, muy al estilo del rubicundo presidente.
La verdad, en una guerra de mentiras.
En los términos en que se suele manejar el magnate neoyorquino, Afganistán ha resultado un pésimo negocio, con más de 2.500 estadounidenses muertos, una inversión que supera en dólares actuales, al Plan Marshall, de 840 mil millones gastados en combatir una insurgencia cada vez más fuerte, en ayuda humanitaria que no drena a quienes lo necesitan y una reconstrucción imperceptible. Aunque quizás el gasto más inútil haya sido los 8 mil millones de dólares en la lucha contra el narcóticos, sin lograr no solo disminuir la producción de opio y heroína, sino que año tras año supera sus propios records.
Afganistán produce cerca del 95 por ciento del opio y la heroína del mundo, siendo la principal fuente financiamiento de los insurgentes, repercutiendo incluso en los propios Estados Unidos que está viviendo una verdadera epidemia de opioides donde cada día, por cada millón de norteamericanos, se consume más de 50 mil dosis habiendo dejando 70 mil muertos en 2018, cuando desde 1999 a 2017 habían sido 700 mil.
Para el razonamiento de Trump, seguir invirtiendo en la guerra contra el talibán sería estúpido, más allá de lo que le dicten los estrategas del Pentágono. Prueba de ello ha sido la rugiente salida de James perro rabioso Mattis, un general veterano de Irak y Afganistán, quien fue suplantado interinamente por su segundo, Patrick Shanahan, quien nunca ha servido en las fuerzas armadas y su carrera la ha transitado en el sector privado como ejecutivo de la Boeing. Mattis a días de su despido declaró que la presencia de Estados Unidos era “para evitar que una bomba se disparara en Times Square”.
Con la degradación de las posiciones del Ejército Nacional Afgano (ENA), la policía nacional y las provinciales, que han sufrido unas 28 mil bajas en los últimos tres años, sumado al repliegue de las fuerzas estadounidenses, queda bien a las claras que el gobierno del presidente Ashraf Ghani, depende más de la voluntad del mullah Hibatullah Akhundzada, líder de los talibanes, que de sus socios occidentales y que de él mismo.
De los cien mil militares norteamericanos en Afganistán a mediados de 2010, pronto no llegaran a siete mil y posiblemente se sigan reduciéndose. En el peor momento de Kabul, ya que cada vez es más fuerte la versión de que cuando se hablaba que las tropas afganas reportaban 314 mil hombres, hoy se sabe que el número real se aproxima a solo a los 77 mil, ya que muchos soldados han desertado, sus jefes prefieren no informarlo para seguir cobrando sus sueldos, y son constantes las noticias que soldados y policías han entregado a los insurgentes sus unidades y compañeros.
Afganistán, que tiene un desempleo del 40 por ciento y una tasa de pobreza del 55, el servicio militar voluntario y pago, es una excelente salida laborar para los hombres que en su mayoría provienen de las regiones más pobres y remotas del país cuya tasas de analfabetismo es de un 35 por ciento, lo que provoca un muy bajo desempeño en combate, sin otra convicción que el sueldo a fin de mes, cuando la tropa del talibán está mucho mejor pagada y sus convicciones en general son muy profundas.
Nuevos datos confirman que el incremento de los muyahidines en los últimos cuatro años estaría alcanzando a los 80 mil combatientes. Al tiempo que controlan cerca del 70 por ciento del país, a pesar de los números anteriores que hablaban de un territorio partido en un 60 a 40 entre el poder central y los talibanes. La realidad marca que los gobiernos provinciales que responden a Kabul en verdad controlan solo sus capitales y algunos sectores circundantes, mientras que las áreas rurales de la mayoría de las 34 provincias están en manos de los insurgentes. Sin la presencia física de las tropas de la coalición occidental, las fuerzas afganas no logran mantener el control de los distritos que dicen haber quitado a los talibanes, por lo que este extemporáneo portazo de Trump habrá obligado al presidente Ghani a recordar los padecimientos mortales de su antecesor Mohammad Najibulá.
Guadi Calvo
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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