El nacionalismo imperialista y el "librecambismo" semicolonial.
La euforia bursátil y gubernamental ante el triunfo de Trump fue empañada con algunas alertas bastante atendibles. Milei podrá estar contento porque habrá un facho como él en la Casa Blanca, pero el capital se mueve por intereses y no por ideologías. La intensificación de la guerra comercial con que el magnate yanqui intentará “make America great again” promete agravar las contradicciones de la política económica “libertaria”.
Es cierto que la principal especulación del gobierno argentino es que será favorecido con la posibilidad de nuevos créditos en dólares, especialmente del FMI; algo que incluso si se concreta es un flujo que puede revertirse en un instante financiando una fuga de capitales, como Caputo sabe más que nadie. Finalmente, nuestro país no sufre de una escasez de divisas sino de un saqueo, tendencia que el nuevo mandato de Trump amenaza con acelerar porque el endurecimiento de su política proteccionista anticipa nuevos golpes a la industria criolla.
Alcen las barreras
El combo de barreras arancelarias en Estados Unidos y de apertura comercial en Argentina genera bastante incertidumbre entre los hombres de negocios. No solamente porque ya en la primera presidencia de Trump afectó fuertemente las exportaciones de acero, aluminio y biodiésel, rubros que entonces concentraban cerca de la mitad de las ventas al país norteamericano; sino también porque las mayores restricciones al ingreso de productos chinos al mercado estadounidense prometen incrementar la sobreoferta del gigante asiático al resto del mundo.
El caso del acero es sintomático. Ahí juegan algunos de los más grandes grupos capitalistas que operan en Argentina, y advierten que no están en condiciones de competir. A fines de octubre el CEO del pulpo Techint, ferviente militante “libertario”, dijo en el principal evento latinoamericano de la industria del acero que, además de levantar el cepo, “necesitamos que los gobiernos actúen y hagan explícito su apoyo a la industria”.
Así Paolo Rocca condensó la contradicción de buena parte de la clase capitalista subida al carro del oficialismo. Pide el fin de los controles cambiarios para favorecer una devaluación del peso que le brinde mayor competitividad (vía licuación de costos, en primer lugar de los salarios), a la vez que más estatismo para blindar con aranceles y subsidios a sus empresas. El hecho es que, más que la caída de la actividad por el freno de la construcción y la recesión industrial, acusa que el gran problema son los menores precios del acero chino que viene copando el mercado latinoamericano.
Para los trabajadores la cuestión es bien palpable. Ternium, el brazo siderúrgico de Techint que es el mayor productor local de la rama, acaba de informar de que por la caída de la producción procederá a una reestructuración con despidos masivos: planea echar a 600 trabajadores de la acería General Savio, entre personal propio y de empresas contratistas.
Otro gigante del sector, Acindar, cuya producción también tiene como cliente a la industria, alargó este año sus dos paradas programadas en distintas áreas de sus plantas, y advierte que la región “se inunda de acero chino”. La firma integra el grupo Arcelor Mittal que es el principal productor siderúrgico mundial, pero reclama al gobierno de Milei una “apertura inteligente”… que incluya barreras arancelarias contra China, en la tónica de Estados Unidos, la Unión Europea, India y otros países latinoamericanos.
Lógico que semejante hipocresía pretende escudarse en que los capitales del gigante asiático representan una competencia desleal. Curiosamente, es un resultado del impacto de la propia crisis capitalista en China, con el parate del otrora hiperactivo sector de la construcción que dejó una inmensa capacidad productiva que se vuelca a la exportación. Dejando eso de lado, la realidad es que el tiro les puede salir por la culata.
Escupir para arriba
Nos referimos a que el mismo Trump dirigió esas acusaciones hacia acá en su anterior presidencia. Hacia fines de 2019 amenazó en Twitter con restringir las importaciones yanquis de acero y aluminio de Argentina y Brasil como sanción por las devaluaciones del peso y el real que, acusó, perjudicaban a los granjeros norteamericanos. La experiencia traumática de los trumpistas Macri y Bolsonaro es un antecedente del fiasco que puede comerse Milei.
Digámoslo otra vez. La afectación de los industriales locales por estas medidas es facturada en forma directa a los trabajadores. Aluar, que concentra la fabricación de aluminio argento, se valió de aquella crisis para acelerar una reestructuración a costa de atacar los derechos sindicales, de despidos y del aumento de los ritmos de producción en su planta de Puerto Madryn.
La historia de los biocombustibles es similar. Hoy en Argentina la industria de biodiésel a base de soja tiene una capacidad instalada ociosa del 70%. Nunca se recompuso del cierre del mercado estadounidense, y solo cubre el pequeño cupo que le fija la Unión Europea con precios mínimos. Ambas limitaciones se fundan en la acusación de que las plantas santafesinas incurrían en una práctica de dumping. El mercado capitalista realmente existente es el de la guerra comercial.
Uno de los agravantes de la actualidad criolla es que el gobierno está empeñado en sostener la apreciación del peso respecto del dólar, lo cual quita el principal recurso que siempre usan los capitales radicados en Argentina para recomponer su competitividad. El triunfo de Trump fue leído en el mundo de las finanzas como una señal de encarecimiento del dólar, lo cual suma presión devaluatoria. En Brasil, principal socio comercial, el real acumula en un año una caída del 20% respecto de la moneda estadounidense, algo que favorece a los cariocas en el intercambio bilateral. Ni hablar del turismo, cuando por viajes y compras al exterior en septiembre se fueron nada menos que 650 millones de dólares. Y si la Reserva Federal de Estados Unidos retoma las alzas de su tasa de interés generaría un combo perfecto para presionar por una reversión de capitales hacia la metrópoli.
Nada de esto implica algo como un frente único de la burguesía nacional ante el proteccionismo del norte. No existen intereses comunes. Ámbito Financiero cita declaraciones en off de un empresario para el cual el mayor problema pasa “por los costos de los insumos básicos difundidos (…) debería promoverse la entrada de materia prima para fabricación y equilibrar la cancha con los grandes formadores de precios”.
Una postura antagónica a las de Rocca y compañía. En definitiva, la inconsistencia de la política económica de Milei expresa en parte la impotencia de la clase capitalista criolla en su rol de socia menor del saqueo imperialista.
No es posible organizar de manera coherente la economía argentina a partir de los intereses de una burguesía semicolonial. Por eso el peronismo y toda la oposición patronal, empezando por Cristina Kirchner, se alinean detrás de la ofensiva antiobrera de Milei, que es el vehículo de la pretensión de sortear estas contradicciones reforzando la explotación laboral.
Es cierto que algunos sectores se relamen por las posibilidades que pueden abrirse con una mayor “amistad” con el Tío Sam. Pero sojeros, frigoríficos, mineras y petroleras también serían perjudicadas por una caída de los precios internacionales derivada del encarecimiento del dólar y de un menor consumo de China si hacen efecto las medidas de Trump. Y, otra paradoja, las exportaciones argentinas dependen en buena medida de las compras del gigante asiático. Por eso el ultratrumpista Milei va a tener que surfear todas estas tensiones cruzadas tratando de “no molestar” al Partido Comunista chino, de cual entre otras cosas dependen la mitad de las reservas del Banco Central por los yuanes del swap.
Mal que le pese a estos pretendidos antiestatistas, el capitalismo es incapaz de superar el intervencionismo derivado de las infames rivalidades entre Estados, que expresan la rivalidad entre los monopolios capitalistas. Esa incapacidad emerge a la luz con más fuerza cuando queda a la vista la contradicción que alcanzó el desarrollo de las fuerzas productivas con las estrechas fronteras de las naciones. Como concluyera Gabriel Solano en su editorial de 14 Toneladas: “el nacionalismo de un país imperialista no significa encerrarse detrás de sus propias fronteras, sino agravar las tendencias a los choques comerciales, diplomáticos y, finalmente, militares. Y esa es la orientación de Trump”.
Iván Hirsch
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