martes, septiembre 21, 2010

Huelga general. El regreso de las viejas canciones


“A la huelga cien, a la huelga mil, madre yo por ellos, ellos mi…”, así salió del desván de la memoria de lejanas batallas, esta y otras canciones que parecían olvidadas y que reaparecían como fruto natural con la apuesta entusiasta por una Huelga General que había que cumplir y sobrepasar en el ánimo de los presentes de la Universitat d´Estiu de IA-Revolta.
Creo que las canciones, al menos las revolucionarias, son lo último que los que la cantan se olvidan. Llegan hasta los oídos de las personas más ajenas, y se cantan cuando se trata de rememorar los tiempos en el que el pueblo ocupa la calle. Cuando la gente trabajadora, hasta entonces más bien invisible, más bien cada cual a la suya, se one a caminar codo con codo.
Y el repertorio es enorme, canciones de siempre, canciones creadas o adaptadas a la manera de Chicho Sánchez Ferlosio, las tan cercanas de Paco Ibáñez, a galopar, a galopar, y tantas otras más, viejas y nuevas, siempre comunes, cantadas a pecho y al alimón, para recordar y para comenzar. Canciones de cine y folklóricas, canciones que reaparecieron cuando en julio el pueblo llano catalán salió a la calle, y que ya cantan las “collas” de Euzkadi y Andalucía, cancones par tatarearla cuando el patrón o el pelota número 28 se te ponen bordes. Canciones para transmitir…
Hasta hace poco la huelga estaba en boca de una minoría naturalmente desconfiada: los sindicatos negociadores la habían proclamado cuando ya les habían escupido todo lo que les quedaba por escupir. No se veía, pero ahora cada día suena más. Queda mucho que hacer, y es más que probable que al día siguiente los medios hablen del “fracaso”. Lo contrario sería pedir peras al olmo, las editoriales glosarían una huelga que sucediera en Cuba, pero aquí lo del atado bien atado resulta obvio al hablar de la prensa, había más libertad, mucha más liberta en los últimos tiempos en los que luchábamos contra Franco o contra lo que quedaba de Franco, que todavía queda. Los “nuestros” se santiguaron ante la monarquía, y nos dijeron que ahora empezaba el cambio. Lo que nos explicaron ben fue su dirección.
No hay que engañarse: esta huelga se desarrolla en un cuadro de derrotas, es más de una suma de derrotas. Tanto era así que si la clase obrera “de antes” fue perdiendo gran parte de lo que se había logrado contra el franquismo, la clase obrera joven lo tenía cada vez peor. Es más, la burocracia sindical, al menos a cierta altura, se había preocupado ante todo de disparar hacia la izquierda, neutralizando todas las corrientes de izquierda, e integrando en el “aparato” sectores enteros de la “corriente crítica”, con comunistas de siempre que en su empresa aceptaban la doble escala salarial como algo inevitable. Así pues, esta huelga es un recomienzo sobre una paisaje de derrotas, cierto, pero también sobre un paisaje airado. Nadie que no sea un cínico o un pobre infeliz justificara el nuevo curso de lo que en otro tiempo fue el PSOE, recreado en un curso histórico en el que la socialdemocracia pareció a mucha gente la solución, cuando era parte sustancial del problema.
Esta huelga desde luego no será como las otras, ni tan siquiera como las últimas, como la convocatoria de 1988 donde todavía quedaba resuello y en Comisiones Obreras todavía subsistía una bolsa importante de radicalidad, ni tan siquiera como la huelga general contra el “decretazo” de Aznar, ya en plena era Fidalgo la degeneración última de una degeneración, cuando la maquinaría burocrática decía que se había independizado del PCE cuando en realidad lo había hecho de los trabajadores. En el primer capítulo, se trataba de imponer un correctivo a un gobierno soi disant de izquierdas (el de Felipe González)…y al que no se pretendía tumbar, porque siempre quedaba aquello que la derecha será peor (lo cual era verdad, sobre todo considerado que Felipe ya le había hecho lo peor del trabajo sucio). Fueron aquellas movilizaciones las que, según Vicenç Navarro, impulsaron el crecimiento del gasto social en el Estado español, reduciendo su diferencial respecto a los países del entorno europeo. Luego, a huelga contra José Mari y los José Barea de entonces (éste declaró que había que privatizarlo todo menos la policía y el ejército), por el contrario, se desarrollaba en un contexto de creciente descontento ciudadano, y pretendía acercar la perspectiva de un cambio político. Esa huelga abrió una puerta, pero los funcionarios sindicales la cerraron pronto.
Pero al leer derrotas tenemos que leer también indignación. Sea como sea, en esta huelga la burocracia sindical ya ha perdido buena parte del crédito que tenía, y hay mucha más gente fuera que dentro de sus parámetros de negociar más derrotas. Ya casi no queda nada de las viejas conquistas, el gran dinero va a por todas, y la clase política realmente existente hace mucho que ha perdido su conexión con los de abajo. El juego político todavía sigue la misma dinámica, pero la decepción es cada vez mayor, y los viejos factores que promovían la ira popular, se hacen cada vez más presente. Además, está emergiendo una nueva generación. Por primera en mucho tiempo, esta huelga general será la huelga de los que nunca han hecho huelga. De hecho, su principal indicativo será la capacidad mostrada por estos muchachos y muchas a los que se les había educado en la indiferencia, todo con la promesa de que ya no tenían que luchar como sus padres porque, nada más que se espabilaran un poco, tenían la comodidad y la abundancia garantizada, y para los problemas, pues ya estaban las Oenegés.
Más tarde o más temprano, este curso tenía que cambiar. Era una instalación creada sobre la base del “centro”, de un terreno que –se decía- rechazaba los extremos. En realidad, lo que hacía era conceder toda la iniciativa de la lucha de clases a los grandes mercaderes, y estos lo están jodiendo todo, empezando por planeta, continuando con la comida, y siguiendo con las condiciones de trabajo y de vida. Han multiplicado sus beneficios, lo quieren todo creyendo que el engranaje político y sindical que habían “pactado” eran una garantía de que la gente se acabaría resignando. Esto se ha acabado, el mismo hecho de que las cúpulas sindicales se hayan visto obligadas a convocar la huelga, es una prueba. Toxo y Méndez jamás lo habrían hecho de necesitar una demostración de fuerza sindical. De no ser así, el suicidio final habría sido cuestión de tiempo.
Grecia y Francia estaban demostrando que no había otra salida que la resistencia. Otra cosa es que, después de todo, sean capaces de promoverla, y otra todavía diferente que sean capaces de “controlarla”. Habrá que ver hasta qué punto la antigua clase obrera todavía tiene pulso, pero sobre todo, habrá que ver hasta qué punto la nueva clase obrera es ya consciente de lo que le está cayendo, y de lo que se juega. Aquí hay que recordar lo de las cancones, se olvidan, pero se las recuerda cuando el ambiente las reclama. Será muy importante ver lo que esta huelga muestra de lo que viene, de lo que se está fraguando, paradójicamente, sobre las consecuencias de tantas derrotas “acordadas”. De lo que no podemos tener duda es que, por mal que vaya en este intento, esto no es más que un nuevo principio. La leña para que así sea no la están poniendo los sindicatos, las está poniendo los señores y los políticos que le sirven en nombre de un partido que fue comprado en una subasta, y cuyos compradores supieron utilizar en una coyuntura histórica de optimismo cretino, el mismo en el que ya nadie puede creer, ni los más cínicos e infelices.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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