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domingo, septiembre 26, 2010
Cien años de Miguel Hernández
En octubre se cumplirán 100 años del nacimiento del poeta español Miguel Hernández, quien cantó como pocos a su tierra, sus paisajes, al amor, la vida pastoril. Pero también supo cantar sobre la miseria en la que vivía su pueblo, sobre la injusticia secular de su país y sobre la necesidad de la revolución. Cuando la guerra civil española estalló y los militares golpistas se enfrentaron con las armas contra el bando popular, Miguel se enroló voluntariamente en el Quinto Regimiento, órgano de combate del Partido Comunista. Allí estaba ahora el poeta, vuelto soldado: cavando trincheras, con un fusil al hombro. Por Revista La Llamarada.
Por ANRed - L (redaccion@anred.org)
En el año del centenario del poeta y combatiente, se multiplican los homenajes. Pero, ¿quién fue Miguel Hernández? ¿Qué impulsos alentaban sus versos?
Este año se cumple el 100º aniversario del nacimiento del poeta español Miguel Hernández. Múltiples homenajes se disputarán la escena, y en cada uno de ellos, lo que estará en pugna será qué se elige recordar de este escritor; qué se decide exaltar, y qué callar. Esquivando lecturas y biografías de Hernández que pasan por su recuerdo acrítico y su recitación descafeinada, puede encontrarse publicado un amplio abanico de literatura sobre él, que va desde visiones de derecha -que aclaman y sobredimensionan su origen católico a la par que lamentan su “desvío” hacia la poesía social y la militancia comunista- y versiones progresistas que reconocen su praxis política, pero la tiñen de un aire pintoresco o de una nostalgia cómoda, y no plantean una necesaria actualización ni reconocen su vigencia. En medio de todo ello, la voz y la letra de Miguel Hernández que, como decía él mismo, desde debajo de la tierra y con gritos, con voces de alondra, o zumo de clavel intentan abrirse paso junto con la verdad histórica y la justicia poética.
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Miguel Hernández nació en 1910, en Orihuela, un municipio español de algunos miles de habitantes en la provincia de Alicante. Los biógrafos del poeta coinciden en caracterizar a su pueblo natal como un espacio dominado por la Iglesia Católica, donde el aire medieval se respiraba en pleno siglo XX, y donde había más sotanas que olivares. Miguel nació en ese contexto local, en la casa de un modesto vendedor de cabras. Desde niño conocería el pastoreo y el trabajo en la huerta: a los doce años, aproximadamente, su padre, un campesino severo y tosco que siempre se opondría a la vocación artística de su hijo, lo quitó de la escuela para que trabajara, pese al ofrecimiento de los jesuitas de becarlo. Su juventud fue, como era casi inevitable en su tierra natal, monitoreada por sacerdotes y personajes de derecha. Pero pronto se sacudiría de encima el lastre oscurantista que el catolicismo ibérico le había ceñido.
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Miguel Hernández cantó como pocos a su tierra, sus paisajes, al amor, la vida pastoril. Pero también supo cantar sobre la miseria en la que vivía su pueblo, sobre la injusticia secular de su España, y sobre la necesidad de la revolución. En sus viajes de juventud conoció Madrid, y allí trabó amistad con Neruda y con González Tuñón, entre otros; ambos de decisiva influencia para su viraje ideológico. Su evolución intelectual y estética no sólo repercutió en la literatura. Cuando la Guerra Civil Española estalló, y los militares golpistas se enfrentaron con las armas contra el bando popular, Miguel se enroló voluntariamente en el Quinto Regimiento, órgano de combate emblemático del Partido Comunista español. Para entonces, poco quedaba de su pasado católico. “Me libré de los templos: sonreídme,/ donde me consumía con tristeza de lámpara”, había escrito allá por 1935 en un poema de ruptura. Allí estaba ahora el poeta, vuelto soldado: cavando trincheras, con un fusil al hombro.
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Durante la guerra, Hernández publicó dos poemarios: su inmortal e ineludible Viento del pueblo (escrito desde fines de 1936, con los primeros impulsos de la batalla) y su más reflexivo e intimista El hombre acecha (escrito durante 1938). En septiembre de 1937, el poeta viaja por cerca de un mes a la Unión Soviética, donde participa de diversas actividades políticas y culturales. Ante la posibilidad de prolongar allí su estadía, se decide por volver prontamente a pelear entre los suyos y correr su suerte: en noviembre se halla junto al ejército republicano de la toma de Teruel. Ése también era Miguel Hernández: el que pudiendo encargarse de aspectos ligados a la diplomacia y el arte, optaba por volver a los frentes de batalla. Ése era; tan poco parecido al que es leído muchas veces mediante algunos versos desgajados de su vida y del resto de su obra que, concebida como totalidad, fue mucho más que renglones para enamorados, excelsas versificaciones y una rima y un metro bien medidos.
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"Es preciso matar para seguir viviendo", decía el poeta en su "Canción del esposo soldado". Versos que, escritos en guerra, no camuflan el odio al enemigo, ni buscan eludir definiciones. Versos que parecerían emparentados con otra frase, perteneciente a un combatiente unas décadas posterior, que hablaba del necesario odio para derrotar a un enemigo que es brutal. ¿Citarán estos versos quienes homenajeen a este poeta universal? ¿Hablarán de su comunismo inclaudicable, aún en prisión y bajo pena de muerte? ¿Qué opinarán de este escritor aquellos artistas e intelectuales que se embanderan hoy con el mal menor, el pragmatismo, la prosternación ante los tiempos que corren? ¿Qué dirán los que guardaron en el placard o debajo de la alfombra insignias y retratos hábilmente sustituidos por discursos políticamente correctos, posibilismos, puestos ministeriales y aumentos en las ventas de sus libros o discos? Como conjuro contra los homenajes de mercado a este verdadero poeta revolucionario, baste recordar su final. Ya culminada la guerra, con la derrota republicana, Miguel es apresado. Se lo juzga y condena a pena de muerte. La sanción fue mantenida en suspenso durante meses, y luego de tan tortuosa espera fue conmutada por una prisión superior a su edad: 32 años de cárcel. Cabe destacar la actitud de Miguel Hernández durante todo el proceso. Pese a haber sido golpeado, y haber sufrido como los otros presos políticos condiciones durísimas de encarcelamiento, no se doblega. Al ser interrogado, reconoce sus ideales antifascistas y revolucionarios, y nunca se desdice de su obra. Estando pendiente la pena capital, el poeta es visitado en la cárcel por Rafael Sánchez Mazas y otros intelectuales falangistas. Esta visita tiene una oscura finalidad: los emisarios del régimen vienen prometer a Miguel Hernández su indulto y liberación si él pasa, como otros ya lo habían hecho, a colaborar con el bando de Franco. Los enviados del poder le comunican al poeta el precio de su vida: la traición. El poeta expulsa a los visitantes de su celda, ofendido por tan ruin ofrecimiento.
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Miguel Hernández murió un 28 de marzo de 1942, luego de haber transitado durante más de dos años por una media docena de cárceles, y de no haber recibido la más mínima atención humanitaria ni médica. Tenía 31 años. Era otra víctima del franquismo gobernante, que por medio de sus escuadras falangistas había fusilado años atrás a Federico García Lorca. En el caso de Hernández, el fascismo español había procurado una muerte con más sigilo: a la bestialidad escandalosa de un pelotón, la había reemplazado por la falta de asistencia. En prisión, pésimamente alimentado y sin medicina alguna, el poeta había agonizado durante meses por una tuberculosis. Sus correspondencias finales atestiguan cómo le realizaban escasas curaciones en un drenaje en sus pulmones utilizando trapos sucios; cómo convivía diariamente junto a ratas y alimañas.
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A 100 años de su nacimiento, su obra, plena de actualidad y vigor, espera ser visitada de nuevo por las presentes generaciones. Esto se torna indispensable, especialmente en esa España en la que ningún criminal del franquismo fue siquiera juzgado, y en este presente donde tan imperioso se hace que soplen otra vez los vientos del pueblo. De nuevo, y esta vez, más fuerte.
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