El año 2011 ha sido memorable en la historia reciente de Chile. Un año de intensas movilizaciones sociales de trabajadores, de la sociedad civil y sobre todo de estudiantes, universitarios y de secundaria.
El movimiento de estudiantes y trabajadores chilenos no solo ha sido la oposición más fuerte y radicalizada contra el primer gobierno de la derecha pinochetista desde el retorno a la democracia. También ha sido la expresión más evidente de una profunda e impostergable exigencia de cambio en el conjunto de la sociedad chilena, tras 20 años de transición a la democracia en que se consolidaron sustancialmente todas aquellas contrarreformas implementadas por la dictadura que hicieron de Chile el laboratorio mundial de la restructuración capitalista.
Hoy, como al principio de los años ’70, lo que ocurre en Chile traspasa las fronteras del país, conectándose con el vasto movimiento contra la crisis capitalista que va de la primavera árabe a los Indignados y el Ocupa Wall Street. El movimiento en Chile ha inspirando a la juventud y a la clase trabajadora del mundo entero, empezando por aquellos países como Colombia que compartían con Chile una cierta separación de la realidad conflictiva y revolucionaria latinoamericana.
¡Que vivan los estudiantes!
Paradójicamente podemos decir que la victoria electoral en las elecciones de 2009 de Sebastián Piñera y de la Coalición por el Cambio, nuevo nombre de la misma derecha pinochetista que apoyó la continuación de la dictadura en el referéndum de 1989, representaba la demostración de que la “transición” ha alcanzado definitivamente su límite. La sociedad chilena se va emancipando del miedo, que se convirtió con el tiempo en el principal aliado electoral de la Concertación de Partidos por la Democracia, la coalición entre y alrededor del Partido Socialista y el Partido Demócrata Cristiano. Partidos éstos que estuvieron en trincheras opuestas antes, durante y después del golpe de 1973, y luego compartieron gobierno ininterrumpidamente por 20 años tras el retorno a la democracia.
En el movimiento de los estudiantes chilenos se refleja la búsqueda de alternativas al “mal menor” de la Concertación entre amplios sectores de la clase trabajadora y la sociedad chilena, sobre la que sopla el mismo viento revolucionario que hace una década sacude América Latina. Es un proceso análogo al de los años 60, durante el gobierno de Frei, cuando la conquista de la Federación de Estudiantes Chilenos (FECH) por parte de la juventud de los partidos de izquierda anticipó la victoria de Allende. O al de los años 80 cuando la reconquista de la entonces FECECH permitió la huelga general universitaria de 2 meses en 1987 contra Federici, rector designado por los militares en la Universidad de Chile y que el gobierno dictatorial tuvo que reemplazar siendo derrotado por primera vez por una movilización social antes del referéndum de 1989.
¡Que vivan los estudiantes! cantaba Violeta Parra, aludiendo a este papel que la juventud estudiantil chilena ha jugado siempre en la historia del país. La renovada clase trabajadora y la juventud chilena ya no están moldeadas por el miedo: su aprendizaje hoy son las duras condiciones de aquel modelo de capitalismo sin ninguna seguridad social que en Chile fue implementado por la dictadura y que hoy la crisis estructural del capitalismo impone al mundo entero. El movimiento estudiantil es nuevamente vanguardia contra este modelo, que sigue sustancialmente intacto.
La Transición nunca empezó
La privatización, por ejemplo, sigue siendo el norte del sistema educativo chileno, a pesar de los pequeños parches colocados por la Concertación y cuya insuficiencia ya ocasionó en el 2006 la rebelión de los “pingüinos”, como se les llama a los estudiantes de secundaria. Solo el 16% de los hijos de las familias trabajadoras llegan a pisar las universidades, un porcentaje que es del 60% en los hogares más ricos. Como dijo Allende en un memorable discurso en la Universidad de Ciudad de México “la universidad la pagan los trabajadores… pero lamentablemente en esta universidad como en las de mi país la presencia de hijos de trabajadores y campesinos alcanza un muy bajo nivel todavía”. Todavía es así, más bien es incluso peor.
Entre 1970 y 1973 (gobierno de Allende) el gasto público en la educación representaba el 8,9% del PIB y financiaba integralmente la educación. A final del régimen militar este porcentaje se redujo drásticamente a menos del 3%, mientas se preparaba la privatización del sector. Con la contrarreforma promulgada por la dictadura en 1980, el Estado pasó primeramente a financiar tanto las escuelas públicas como las privadas, otorgando a todos los establecimientos educativos un subsidio en función de cada alumno y su asistencia escolar. Sucesivamente permitió a todos los establecimientos educativos cobrar una renta a los alumnos y recibir aportes privados sin perder el derecho a la subvención estatal.
Así, mientras los colegios particulares pueden disponer de financiamientos privados, de subvenciones estatales y de rentas cobradas a los alumnos, las escuelas públicas deben competir por tener el mayor número de estudiantes para financiarse, en desmedro de la calidad de la educación. De hecho el promedio de alumnos por aula en la escuela pública es de 34, número presumiblemente aun más elevado en los colegios de los barrios populares de las grandes zonas urbanas. Se trata del promedio más alto entre los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), institución de la que Chile es miembro.
El gasto en la educación universitaria recae casi exclusivamente sobre las familias. De cada 100 dólares americanos que gastan las universidades, 80 son pagados por las familias y los estudiantes, endeudándose con los bancos a tasas de interés superiores a la de los préstamos por vivienda. Se calcula que hay alrededor de 100 mil estudiantes universitarios en mora con los bancos, que por esto tuvieron que renunciar a los estudios y buscarse un trabajo para desembolsar préstamos contraídos para estudiar.
La Concertación con los Chicagos Boys
El primer gobierno democrático, del demócrata cristiano Patricio Aylwin, prometió en 1989 una reforma estructural del Código Laboral. El retorno a la democracia fue marcado por grandes esperanzas de la clase trabajadora en la Concertación y un despertar de su conciencia y papel en la vida política nacional, atestiguado por ejemplo por la elevada tasa de sindicalización registrada en 1991, 700 mil trabajadores, frente a los escasos 300 mil de los últimos años de la dictadura. A 20 años de distancia las cosas siguen iguales. La Concertación desatendió las expectativas manteniéndose firmemente en el marco del modelo que aquel grupo de economistas burgueses conocidos como los Chicago Boys experimentó en Chile con Pinochet.
La estatal Corporación Nacional del Cobre Chileno (CODELCO) sigue siendo el principal productor de cobre a nivel mundial. Sin embargo la empresa minera privada ahora compite en producción con la estatal y supera a esta última en cuanto a aportes al fisco, clara muestra de la paulatina privatización de este sector clave de la economía chilena, que representa la base de los ingresos del país.
La precarización del trabajo alcanza ya niveles intolerables. Según la última Encuesta Nacional del Empleo un 41,92% de los trabajadores chilenos son a tiempo definido, eran el 12% aproximadamente a finales de los años 80 y el 28% en 2008. Precarización quiere decir primeramente un aumento insostenible de la explotación. El 18,9% de los trabajadores chilenos, según la misma encuesta antes citada, afirma trabajar horas extras por su condición de precarios. Los sectores donde mayoritariamente se recurre a la flexibilización del empleo son la industria, la minería y la construcción.
La flexibilización laboral es la causa principal del crecimiento de las tasas de pobreza registradas en Chile en los últimos años a pesar del buen desempeño de su economía. A partir de 2009 el porcentaje de chilenos pobres subió del 13,7% a aproximadamente el 19%, tras 20 años de sostenido descenso. El 70% de los pobres en Chile tienen un empleo, son trabajadores precarios o mal remunerados. Esta es también una de las causas del nuevo colapso del nivel de sindicalización que ahora alcanza al 12% de la clase trabajadora chilena, mientras que solo en un 9% de las empresas se negocian contratos colectivos.
El despertar de la clase trabajadora
Leyendo estas cifras uno podría hacerse la idea, equivocada, de que el movimiento estudiantil haya suplido la ausencia de la clase trabajadora y su parálisis o incluso de su “aburguesamiento” frente a la emergencia de sectores sociales nuevos y más radicales. Una idea que se ha abierto espacio en diferentes sectores de izquierda durante este año de movilización y que, sin embargo, no tiene ningún fundamento real. La clase trabajadora está inmersa con aun más fuerza en los procesos que van produciéndose en el seno de las masas. Su despertar es absolutamente evidente e irradia al conjunto de la sociedad.
Entre 2005 y 2010 el número de huelgas legales –es decir aprobadas por el Ministerio de Trabajo que redacta estas estadísticas– subió de 444 a 672 (+51%), y el número de trabajadores involucrados pasó de 38 mil a casi 84 mil. Y el 41,10% de los trabajadores involucrados en huelgas son de minería, industria y transporte, justamente los sectores donde más fuerte fue la desregulación del mercado laboral.
En sí este incremento constante del número de huelgas no quiere decir automáticamente radicalización de la clase trabajadora. A pesar de todo, las huelgas se concentran todavía en sectores secundarios de la economía, en la industria ligera y los servicios. Pero, como escribió Trotsky en un pequeño pero fundamental texto de los años ’30, El Tercer Periodo de los errores de la Internacional Comunista:
“La extensión del movimiento huelguístico a la industria metalúrgica, de maquinarias y de transportes significaría la transición a un nivel de desarrollo más elevado y señalaría no sólo el comienzo de un movimiento sino también un vuelco decisivo en el estado de ánimo de la clase obrera. Todavía no ha ocurrido. Pero sería absurdo cerrar los ojos ante la primera fase del proceso, porque aún no se produjo la segunda, la tercera o la cuarta. El embarazo, ya en el segundo mes es un embarazo. Y si el intento de forzar su ritmo puede conducir a un aborto, lo propio puede ocurrir si lo ignoramos”.
Del paro nacional al plebiscito por la educación
De hecho, la participación de la clase trabajadora ha sido el carburante fundamental para el motor de las movilizaciones estudiantiles, hasta el paro nacional de 48 horas convocado en agosto por la CUT bajo la consigna de un “Chile distinto”: otro hecho histórico para un país que había perdido la memoria de una huelga general. Así como histórico fue el paro de los mineros del cobre el 11 de julio, en el día de la chilenización del cobre, reivindicando la renacionalización de la minería.
El plebiscito popular e informal convocado en Octubre por el Colegio de Profesores demostró lo que ya se sabía, es decir que una mayoría del pueblo chileno es solidario con el movimiento de estudiantes y trabajadores, pero no significó realmente ningún paso adelante en la movilización. Un millón de chilenos aproximadamente votaron en las mesas improvisadas por profesores y organizaciones de estudiantes que, con el respaldo de la CUT, fueron colocadas en varios puntos del país. El gobierno de Piñera simplemente ignoró toda la “fiesta democrática” como fue definido el referéndum por sus organizadores.
Tras la exitosa huelga general del 24 y 25 de agosto el dirigente socialista de la Central Unitaria de Trabajadores de Chile, Antonio Martínez, había anunciado la conformación de un gran pacto de organizaciones sociales, el Acuerdo por la Democracia Social, con el fin de promover el referéndum sobre la educación, una reforma laboral y una reforma constitucional. Sin embargo tras la huelga general, cuando el movimiento obrero-estudiantil dio su máximo esfuerzo, la curva de las movilizaciones ha ido bajando, mientras emergía claramente el papel ambiguo de las direcciones tanto del Partido Socialista como del Partido Comunista.
La izquierda frente a las movilizaciones
El Partido Socialista fue el principal derrotado en los comicios de 2009. En su apoyo y participación en las movilizaciones de 2011 se refleja el intento de recuperar la dimensión y el enraizamiento social del partido. La dirección del PS se propuso como intermediaria entre las movilizaciones y la institucionalidad parlamentaria, buscando dar forma y salidas al movimiento con consignas como la reforma constitucional y el referéndum sobre la educación. Sin embargo en más de una ocasión demostró estar más preocupada por contener la movilización dentro de límites precisos que de representarla realmente.
Se reunieron con Piñera para consensuar con el gobierno una agenda legislativa de cambios sociales, fortaleciendo y legitimando a un gobierno debilitado. Nunca sacaron la conclusión necesaria sobre el apoyo que Piñera y su gobierno seguían ganando entre el Partido Demócrata Cristiano y toda la componente burguesa de la Concertación, cuando se trataba de votar en el Parlamento las medidas más hostigadas por el movimiento estudiantil, por no hablar de las reivindicaciones laborales. Más bien, evidentemente la dirección del PS ha tratado a toda costa de cuidar la Concertación, apoyándose en el PC para contrabalancear las presiones que la derecha ejerce sobre sus aliados burgueses.
El Partido Comunista representa la más grande estructura organizada con carácter de masas y presencia nacional que interviene activamente en el movimiento. Actualmente cuenta por primera vez en 20 años con 3 parlamentarios gracias a un acuerdo técnico con la Concertación que reproducía los mismos arreglos experimentados anteriormente en las municipales. En el momento de mayor crisis de la Concertación, el PCCh decidió estipular con ella acuerdos electorales, recibiendo así su mayor revés que lo hizo decaer de 400 mil votos a poco más de 100 mil y del 6 al 2 por ciento.
Según el Partido Comunista Chileno “la contradicción principal, en esta etapa del desarrollo del capitalismo en Chile, continua siendo entre neoliberalismo y democracia [1]”, es decir que en Chile sería necesaria una restauración plena de la democracia, de un capitalismo con rostro humano opuesto al modelo Chicago Boys. Es una lectura totalmente equivocada tanto de la sociedad chilena de hoy como, y con mayor razón, del contexto internacional donde son el neoliberalismo y el poder financiero los que presionados y presionando por los efectos de la crisis, devoran la democracia y las conquistas sociales en todo el mundo, exportando aquel mismo modelo implementado en Chile con Pinochet a países con más consolidada “vocación democrática”.
La dirección del PCCh reivindica hoy un reformismo a destiempo, que llega cuando la crisis empieza a tocar las puertas incluso de las principales economías latinoamericanas (como Brasil) e intensifica la explotación imperialista de la región quitando oxigeno a las posibilidades de reforma. De una premisa errónea salen conclusiones erróneas. Para la dirección del PC “el principal desafío político actual es desplazar a la derecha del gobierno (...) Si en la Concertación, en el Juntos Podemos y otras fuerzas de distinto signo, incluyendo vastos sectores independientes, se impone la convergencia como la forma de generar una nueva mayoría nacional, para realizar las transformaciones democráticas que requiere el país, entonces podríamos proponernos alcanzar un gobierno de nuevo tipo [2]”.
Es decir que para la dirección del PCCh lo más importante es preparar con una amplia movilización social la derrota electoral de Piñera, para la cual se puede ir incluso más allá de acuerdos técnicos con la Concertación y plantear con ella un acuerdo de gobierno, haya o no un candidato comunista para la primera vuelta presidencial. Esta sujeción que ha atado las manos del PCCh frente a la crisis evidente de la Concertación, ha sido el principal aliado de Piñera.
Tras el éxito de la huelga general, la estrategia del PCCh no se desmarcó de la Concertación, que quería aflojar la cuerda para impedir una entrada más radical de la clase trabajadora en la escena. Abandonó los buenos propósitos del Acuerdo por la Democracia Social, insistió sobre el referéndum informal, no movilizó a su base estudiantil y sindical para ir fortaleciendo los lazos y la unión entre las fuerzas obreras y estudiantiles, preparando el terreno para nuevas y más participadas huelgas.
La nueva FECH y sus perspectivas
Un primer resultado de todo aquello ha sido que Camila Vallejo, militante comunista y la figura pública más conocida del movimiento estudiantil, perdió las elecciones a la FECH justo cuando la revista británica The Guardian la elegía como personaje del año. El nuevo dirigente de la FECH, Gabriel Boric, de la lista autónoma "Creando Izquierda", expresaba claramente el sentimiento fuerte entre los estudiantes tras un año de lucha: no queremos ser “los hermanos menores de la Concertación”.
Entrevistado tras su elección a dirigente de la FECH, Boric invitaba a seguir con la lucha a la militancia comunista, con la cual afirmaba tener sólo diferencia tácticas y no estratégicas, siendo al mismo tiempo tajante en declarar que “ya no estamos dispuestos a seguir delegando la nueva vocación transformadora en los políticos de ayer” y que quiere hacer de la FECH el centro articulador de alianzas con otros actores sociales que, de manera autónoma respecto a los partidos, peleen juntamente por un “nuevo modelo económico y político”.
Su elección demuestra que los estudiantes han reprobado esta participación con freno de mano del PCCh en las movilizaciones. Y que tras un año de lucha sin haber obtenido todavía nada no están dispuesto a ser piezas de ajedrez de un juego político. En esto siguen siendo el espejo más fiel de las masas chilenas que han echado a andar.
A pesar de las elecciones municipales que atraerán la atención de los partidos y de amplios sectores de las masas chilenas, el 2012 se anuncia por esto como un año de nuevas y diferentes movilizaciones estudiantiles. Si estas movilizaciones serán capaces realmente de suscitar algo más que la solidaridad, si podrán o no ser el centro alrededor del cual se vayan articulando las luchas obreras que son decisivas para el éxito final de las masas chilenas, dependerá de muchos factores, principalmente de cómo la nueva FECH y los estudiantes se coloquen frente a los partidos y del balance que la base del partido comunista, en primer lugar, pueda sacar de este 2011.
Es sólo el principio
Piñera por ahora parece haber pasado indemne la prueba. Simplemente se ha encogido de hombros frente a las movilizaciones y las denuncias de violaciones de los derechos humanos por la violenta represión del movimiento estudiantil. Con calma seráfica pudo anunciar que unos 70 mil estudiantes habrían perdido el año como consecuencia de su participación en la lucha, hecho que posiblemente tendrá sus repercusiones en la participación de los estudiantes de secundaria en las futuras movilizaciones.
Las ambigüedades de los dirigentes de la izquierda sacaron a Piñera del apuro, cuando la huelga general parecía haber sentado las bases para la decisiva masificación del movimiento más alla de los estudiantes. Su gobierno, débil en la sociedad, se ha fortalecido en el parlamento ganando el apoyo de la componente burguesa de la Concertación, que votó incluso el presupuesto de educación 2012. El reconocimiento internacional que le viene de gobiernos de la izquierda Latinoamericana, que lo eligieron como Presidente pro tempore de la neonata "Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe", fortalece una imagen que antes estaba totalmente desgastada.
Y, sin embargo, la vitalidad demostrada por el movimiento universitario en las elecciones a la FECH y la frecuencia con que siguen las huelgas obreras demuestran que la solidez de Piñera y del capitalismo chileno son sólo aparentes. Siguen las cesantías en el sector público, otros 1200 trabajadores están a punto de ser despedidos. Y siguen las huelgas de carácter cada vez más radicalizado como en la mina San Lorenzo de El Salvador, la toma de fábrica de la Westfire de Antofagasta, etc.
En el 2011 se ha escrito sólo el primer capítulo de un proceso de radicalización de las masas chilenas que, con los inevitables altibajos, momentos de reflujo, de maduración y de lucha, marcará la historia de Chile en el próximo futuro. Es necesario ser conscientes de esto, prepararse para una perspectiva que ve a las masas chilenas irrumpir prepotente y nuevamente en la escena de la historia, con la capacidad ya demostrada en el pasado de escribir páginas de lucha inspiradoras para la juventud y el movimiento obrero mundial.
[1] Resoluciones del XXIV Congreso Nacional, celebrado en diciembre de 2010. En http://www.pcchile.cl/wp-content/uploads/downloads/2011/12/Resoluciones-XXIV-Congreso-Nacional.pdf
[2] Documento político del XXIV Congreso Nacional del PCCh.
José Pereira
No hay comentarios.:
Publicar un comentario