lunes, marzo 12, 2012

La lucha por un partido revolucionario en Brasil


La lucha por la construcción de un partido revolucionario es la expresión concreta del esfuerzo para hacer que la clase obrera, clase explotada y oprimida de la sociedad, evolucione hacia una conciencia de clase, de su situación y de sus objetivos y, por lo tanto, actue como postulante al poder político.
Esta lucha tiene un carácter tanto nacional como internacional, o sea, se desenvuelve igualmente a partir de la experiencia de las luchas de la clase obrera en cada país e internacionalmente.
Marx y Engels fueron los primeros en formular de manera acabada —en oposición a las teorías anarquistas y socialistas utópicas— el objetivo fundamental de la lucha del proletariado, la toma del poder político. Los fundadores del socialismo científico desarrollaron su lucha en un terreno que era, al mismo tiempo, nacional e internacional, dadas las condiciones económicas y políticas de la Europa de la época, como se puede verificar en el carácter internacional de la Liga de los Comunistas y en la Asociación Internacional de los Trabajadores, la Iª Internacional, ambas relacionadas con las revoluciones europeas del siglo XIX, tanto las revoluciones burguesas de 1848 en toda Europa, como la revolución proletaria de 1871 en Francia.

El anarquismo

Como en muchos países latinoamericanos, la clase obrera brasileña se organizó para dar sus primeros pasos bajo la bandera del anarco sindicalismo, movimiento que creó los primeros sindicatos obreros en el país y la primera central sindical, la Confederación Obrera Brasileña (COB). El sindicalismo anarquista tenía, indudablemente, un carácter revolucionario, siendo protagonista en innumerables de las más importantes luchas obreras en el país, como la huelga general de 1917 y la huelga de los gráficos de 1922, así como en las primeras conquistas obreras —jornada de ocho horas—, lo que obligaría a la burguesía a reconocer, a su modo, la voluntad de los obreros en la legislación laboral de la CLT en la década del 30.
La principal limitación del anarquismo fue, justamente, su negativa a luchar por un partido político y hacer a la clase ocupar su lugar como elemento político decisivo en los destinos del país. Esta limitación llevó al colapso tanto a las organizaciones obreras construidas a lo largo de cuatro décadas de impresionantes luchas, como también de las propias formaciones anarquistas.
Esta derrota no fue resultado simplemente de la formación del Partido Comunista en 1922, como muchos historiadores —en general, de influencia stalinista— prefieren afirmar, sino que fue resultado de la derrota política del movimiento obrero —tanto de anarquistas como stalinistas— ante el nacionalismo burgués, corporificado en las revueltas tenentistas que culminarán en la Revolución del 30.
La dominación implacable por el varguismo de los sindicatos obreros, formados por el anarco-sindicalismo y dirigidos en los años 30 por anarquistas y stalinistas, fue la expresión del fracaso de las ideas anarquistas de abstención política. El destino de la clase obrera en los años siguientes —que marcaría la vida de las organizaciones obreras por casi siete décadas— fue el resultado de la victoria política de la clase burguesa.

El aborto del Partido Comunista

El Partido Comunista de Brasil fue creado en 1922 como resultado del impacto tardío de la Revolución de Octubre de 1917 sobre elementos de vanguardia del anarco-sindicalismo. Su primer congreso agrupó tanto a la elite intelectual del movimiento libertario, en la persona de Astrogildo Pereira, como a sus principales líderes obreros, como el dirigente de la huelga general de 1917, Joao Jorge de Costa Pimenta, dirigente de los gráficos paulistas.
No obstante, el PCB nunca consiguió, a pesar del espíritu revolucionario de sus integrantes, dotarse a sí mismo de un programa revolucionario, vale decir, de una comprensión real de las relaciones entre las clases sociales en el país. Pesaba sobre él la tradición de casi cuarenta años de anarco-sindicalismo y el total desconocimiento de la doctrina marxista. Fue eso lo que llevó a Trotsky, en el IVº Congreso de la IIIa Internacional, a proponer, y obtener, el rechazo de la afiliación del PCB a aquella organización revolucionaria internacional, reconociendo ipso facto al partido brasileño como un partido centrista que procuraba avanzar hacia el comunismo.
Esta evolución, además, fue abortada por la crisis de la propia IIIª Internacional y de la URSS, a partir de la muerte de Lenin en 1924. Ya en 1927 estaba siendo implementada, en un partido que había conquistado posiciones importantes en el interior de la clase obrera, la famosa doctrina del llamado "tercer período", la cual, irónicamente, no era, en muchos de sus aspectos más que una caricatura senil del propio anarco-sindicalismo. La evolución posterior del PCB lo llevará a ser asimilado por una de las alas del nacionalismo burgués, el prestismo, lo que redundará en su destrucción completa a partir de 1937. Del PCB que será reconstruido en la Conferencia de Mantiqueira en 1945, no es posible decir nada en términos de partido revolucionario. De ahí data el inicio del aparato dominado por la burocracia stalinista en forma integral.
El trotskismo brasileño, surgido sobre el final de la década del 20, es en parte un factor de resistencia a la criminal política nacional del PCB, particularmente en la llamada cuestión sindical, cuando Joao da Costa Pimenta y varios integrantes de la llamada Oposición Sindical dejan el partido a causa de la política verdaderamente provocadora de los stalinistas en relación a los sindicatos; y principalmente, de la lucha internacional de la Oposición de Izquierda dirigida por Trotsky, la cual es traída a Brasil, desde Europa, por el más destacado cuadro intelectual del PCB en ese momento, el joven Mario Pedrosa.
Los trotskistas brasileños tuvieron el gigantesco mérito de dar los pasos iniciales en la estructuración de un programa revolucionario verdaderamente marxista, a través de la asimilación de la teoría de la revolución permanente y de una lúcida adaptación a la historia y la realidad brasileñas, de oposición al abstencionismo tanto de los anarquistas como del PCB, con su teoría de dos bloques igualmente reaccionarios de la burguesía; es decir, de la política de las principales organizaciones obreras en relación a la lucha interburguesa, sosteniendo la necesidad de una intervención política independiente de la clase obrera en el proceso revolucionario de la década del 30 a través, por ejemplo, de la distinción entre las fracciones de la burguesía, en conflicto por la consigna de convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente.
Los trotskistas brasileños, independientemente de sus limitaciones políticas, que eran muchas y naturales en un agrupamiento en formación, simplemente no tuvieron tiempo de colocarse política y organizativamente a la altura de los acontecimientos revolucionarios de la década del 30, que sacudirían violentamente al país en la revolución del ‘Estado Novo’. Juntamente con el PCB y los sindicatos, fueron barridos del escenario político y desorganizados, a partir de la represión en masa desencadenada como reacción al putsch dirigido por Luis Carlos Prestes en 1935.
En 1939, esta situación de disolución recibirá un coup-de-grace con la adhesión de Mario Pedrosa a las tesis del ala derecha del Socialist Worker´s Party,dirigida por los intelectuales del partido como James Burnham.

El golpe militar de 1964

En los años que van desde la caída de Getúlio Vargas, en 1945, al golpe militar de 1964, la clase obrera, a pesar de sus gigantescas luchas, como la huelga de los 300 mil en 1953 y la huelga de los 600 mil en 1963, no conseguirá liberarse del dominio político e ideológico del trabalhismo varguista, organizado políticamente en el PTB, que a través del fenómeno del peleguismo controlará una mayoría de sindicatos subsirvientes de la política oficial de los gobiernos nacionalistas, pero también reaccionarios, y del PCB. Estos dos partidos mantuvieron, en la mayor parte de estos años, un efectivo frente único que, inclusive, comprendía el lanzamiento de candidatos del PCB, colocado en la ilegalidad por el gobierno Dutra, a través de listas trabalhistas.
La función fundamental de este frente popular varguista-stalinista fue la de impedir que la clase obrera sobrepasase el marco del régimen político nacido del golpe contra Vargas y de la Constituyente reaccionaria de 1946, impidiendo no sólo el desarrollo de una organización política de la clase obrera, sino luchando con todos los medios para reforzar el régimen vigente en los sindicatos a partir del ‘Estado Novo’ y asimilado por la nueva Constitución, y combatiendo inclusive, con extremo vigor, la constante tendencia a la constitución de comisiones de fábrica, que tuvieron un papel dirigente en las huelgas del 53 y 63.
El golpe militar del 64 —diversas veces anunciado a partir del 45— fue el resultado de la insuperable cobardía política del nacionalismo burgués ante el imperialismo y sus aliados, que ganaron un combate sin lucha alguna, y de la traición del PCB stalinista, que hizo todo lo posible para arrastrar a la clase obrera detrás de la burguesía nacionalista.

La clase obrera pagó un alto precio por su falta de organización independiente y por su seguidismo al stalinismo y a la burguesía, perdiendo todo control sobre sus propias organizaciones, siendo proscripta políticamente y convirtiéndose en víctima, en más de una vez, de una redoblada superexplotación para reactivar la fuente de ganancias de la burguesía. La contrarrevolución burguesa imperialista retomó y profundizó en escala inédita todo el proceso de dominación del ‘Estado Novo’.

Los años de dictadura

Los años del régimen militar van a presenciar el inicio de la decadencia final del PCB, el "partido" que tenía a principios de la década del 60 cerca de 100 mil militantes en la ilegalidad. Más abrupto todavía será el ocaso del nacionalismo, el principal responsable por una derrota sin lucha, pero minado también por la incorporación de la mayor parte de sus efectivos al régimen militar.
Como resultado de esta crisis de las principales organizaciones que dominaban a la clase obrera, y como producto de los violentos ataques del régimen militar contra sus condiciones de vida, la clase obrera, y también la juventud estudiantil, realizaron varias tentativas de acción independiente. Estas acciones se manifestaron, por un lado, en la constitución de las comisiones de fábrica que recuperaron el sindicato metalúrgico y organizaron la huelga general, con ocupación de fábrica, de Osasco, en el Gran Sao Paulo, en el 68, y en las oposiciones sindicales en Sao Paulo, a partir de la "Batalla de la SE" contra el gobernador Abreu Sodré, el 1º de Mayo de 1968. Estas oposiciones ya comenzaron a sustituir al stalinismo y al varguismo en el movimiento obrero en la década del 60, y a llevar adelante una lucha contra la burocracia por la independencia de los sindicatos en relación al régimen militar.
Otra manifestación de la crisis del stalinismo es la proliferación de organizaciones centristas, que parten de las posiciones stalinistas y que van a evolucionar inevitablemente hacia el foquismo, en forma efectiva o ideológica, como el PC de Brasil, Acción Popular y Política Obrera. El foquismo se establecerá, en realidad, como un obstáculo poderoso al desarrollo de tendencias independientes en el interior de la clase obrera y de la juventud, a través de la perspectiva del camino "fácil" hacia la revolución, que prescindía del programa, de la organización, en fin, del trabajo arduo de construcción de un partido revolucionario.
El foquismo será arrasado por la represión del gobierno de Médici, y las oposiciones sindicales llegarán al final de los años 70, en el auge de la crisis de la dictadura, en total decadencia y descomposición.

Crisis de la dictadura y ascenso obrero

Los años de estabilidad del régimen militar se acaban en 1974 cuando la retracción económica, la inflación, el fin de las inversiones externas, etc., anuncian el fin del llamado "milagro brasileño". La crisis del "modelo económico" de la dictadura divide al frente burgués y a la "oposición"; en realidad, uno de los partidos del propio régimen gana las elecciones de 1974. El gobierno de Geisel, que sucede al violento gobierno de Médici, será un instrumento de un cambio de frente del régimen, con su política de "distensión lenta y gradual". La impasse en el proceso de "distención", o sea, en los acuerdos entre las distintas camarillas políticas del régimen y de la oposición, de las diferentes alas de la burguesía que las manipulaban, lleva a la oposición abierta al régimen a través de espectaculares movilizaciones estudiantiles en el 77.
En 1978, los obreros de las grandes montadoras del ABC, en rebeldía a la dirección sindical (vinculada en ese momento a la oposición burguesa), dirigida por Lula, entran en huelga poco después de la firma del convenio colectivo, indicando el fin del régimen de trabajo de la dictadura y señalando el inicio del ascenso obrero, que iría a revertir el período de largo reflujo del 64 al 78.
El ascenso obrero colocó a la orden del día una completa reestructuración de las relaciones entre la clase obrera y la buguesía, cuyo cambio principal estaba justamente en el cuestionamiento de las relaciones estatales establecidas para la clase obrera: independencia sindical, renovación de las direcciones sindicales, central obrera y partido obrero; todas estas cuestiones fueron colocadas como producto del agotamiento, en todos los aspectos, del último cambio del régimen salido de la revolución del 30.

El Partido de los Trabajadores

A pesar de la variada y abundante mitología creada en torno de los orígenes del Partido de los Trabajadores, éste no fue una criatura de la clase obrera y sus luchas, sino de un grupo de dirigentes sindicales y políticos burgueses y pequeñoburgueses que procuraban, por sobre todo, arrastrar a la clase obrera detrás del "frente amplio de oposición" que era el PMDB, partido creado y mantenido por la dictadura militar.
Lejos de buscar una acción independiente para construir un partido obrero, Lula y los que lo acompañaban apoyarían a Fernando Henrique Cardoso en la elección del 78, quedando claro que trabajaban por la formación de una especie de "izquierda democrática y popular" en el interior del PMDB, con elementos sin compromiso evidente con el régimen militar, como era el caso de los líderes del PMDB Tancredo Neves, Ulysses Guimaraes, Paulo Brossard, Franco Montoro, etc.
Lo que llevó a la formación del PT no fue el deseo de expresar políticamente, en un terreno independiente, las huelgas del 78/79/80, sino el hecho de que el ascenso obrero, iniciado por estas huelgas, mostró la inviabilidad de constituir un ala "democrática y popular" en el interior de un partido monopolizado por los agentes del régimen militar y de los grandes capitalistas.
Todo el esfuerzo político e ideológico de quienes propusieron la constitución del Partido de los Trabajadores estuvo concentrado en ‘impedir’ y no en formar un partido de clase, independiente de la burguesía. Primeramente, plantearon la constitución de un "Partido Popular" para excluir, de entrada, la idea de un partido de clase; convocaron a elementos abiertamente ligados a la burguesía, como los hermanos Santillo y otros, y combatieron cualquier idea de un programa socialista, revolucionario, proletario, defendiendo con firmeza la estrategia de la participación de los trabajadores en el Estado de la burguesía.
Particularmente evidente fue la intención de evitar la organización política de la clase obrera en un partido independiente, como la oposición sistemática a que los sindicatos, dirigidos por la burocracia lulista, asumiesen la defensa de la construcción de un partido de los trabajadores. Así el PT se transformó en una superestructura política que procuró —y procura hasta hoy— convertirse en un monopolio que manipula la representación electoral de la clase obrera e influencia a la burocracia dirigente de los sindicatos, exactamente como fue el PTB en las décadas del 40 al 60; no obstante, sin conseguir atraer a una parcela de la burguesía a su interior, debido a las contradicciones venidas de la presión obrera sobre el partido.
El PT no fue la construccción de un partido de masas como soñaron muchos, sino el aborto de las tendencias a la organización política independiente de la clase obrera. Este aborto fue el resultado de la victoria de una política consciente, corporizada en el ala mayoritaria del partido, que defendió desde el primer momento una política burguesa para el movimiento obrero.
Esta capitulación política en masa de la izquierda trotskista (Democracia Socialista, El Trabajo, Convergencia Socialista, actual PSTU) y centrista-foquista (Acción Popular, Movimiento de Emancipación del Proletariado, PCBR, etc.) fue llevada adelante a través del completo abandono de cualquier programa independiente de la burocracia, bajo la ideología de que el programa revolucionario iría a estrechar al PT, o sea, romper el frente único con el ala burguesa del partido.

El ascenso obrero, la CUT y las oposiciones sindicales

El ascenso obrero llevó a una completa subversión de las antiguas relaciones entre los sindicatos y el Estado, en realidad entre la propia clase obrera y el Estado. En el terreno de la organización política, la burocracia sindical que lanzó la propuesta del PT, propuso la formación de una central obrera —históricamente ausente del panorama político del país desde los tiempos del anarco-sindicalismo— con todos los interventores sindicales impuestos a la clase obrera por la dictadura militar, desde las federaciones gubernamentales hasta los notorios agentes de policía de la dictadura, el DOPS, como el presidente del sindicato metalúrgico de San Pablo, Joaquim dos Santos Andrade y los remanentes stalinistas.
De este proyecto reaccionario nació la Comisión Pro- CUT, mezcla de los sindicalistas "auténticos" de la burocracia lulista, stalinistas y burócratas ligados al régimen militar y al MDB.
El desarrollo del ascenso se dio, no obstante, por ondas de crecimiento de la lucha obrera. En 1980, los despidos en masa de cerca de 10 mil obreros en el ABC, aceptados pasivamente por la burocracia lulista, contenían la primera ola de ascenso y de luchas obreras contra la dictadura, produciendo un reflujo que duraría hasta 1983, cuando un número infinitamente superior de categorías obreras entraría en lucha. El inicio de este ascenso, impulsado por el crecimiento de la inflación, dio lugar a la mayor ola de huelgas de la historia del país y a la ruptura de la Pro-CUT, convocando la burocracia lulista como medida defensiva a un congreso de fundación de la CUT ese año.
Este ascenso impulsó, también, el surgimiento de millares de oposiciones sindicales por todo el país, las cuales, por sus gigantescas debilidades políticas, cayeron rápidamente bajo el control de la burocracia sindical, proceso éste que fue velozmente impulsado por las fáciles victorias en innumerables sindicatos, ante las decadentes direcciones burocráticas incapaces de adaptarse a la nueva etapa de huelgas.
El crecimiento de las huelgas, la facilidad con que ellas se reproducían ante la inflación creciente y la facilidad con que eran derribadas las podridas estructuras del régimen militar en los sindicatos, producirían una ilusión típica del anarco-sindicalismo, en el sentido que el partido obrero no cumplía ningún papel decisivo, ilusión compartida por la mayor parte de la izquierda. Esto permitió que la burguesía, la burocracia petista y la burocracia sindical tuviesen las riendas en todos los acontecimientos decisivos, que significaron espectaculares derrotas de las masas en todos los momentos: en la campaña de las Directas Ya, que terminó con la elección de Tancredo Neves en el Colegio Electoral; en el Plan Cruzado, que desarmó la ola de huelgas que había alcanzado más de 15.000 paros en sólo un año; en la victoria de Collor sobre Lula en las primeras elecciones presidenciales; en la campaña de Fora Collor, que terminó en un acuerdo entre todas las alas de la burguesía; en el Plan Real, que desarmó la crisis política extraordinaria producida por la caída de Collor; y finalmente, en la elección de Fernando Henrique Cardoso, entre un sinnúmero de crisis menores.

Conclusiones

El dominio de las posiciones democratizantes y capitalistas en el PT y en la CUT reproduce las impasses de la historia de las luchas obreras, relatadas sumariamente en este artículo, que llevaron a que la burguesía tuviese la última palabra en el desenlace de las crisis políticas, inclusive en momentos de extrema debilidad, como la crisis pos-1929 cuando la economía capitalista mundial y brasileña estaban en la lona.
En todos los momentos resalta la ausencia de un programa revolucionario que apunte a una salida de la crisis fuera del régimen democrático de la burguesía, a través de un gobierno obrero y campesino; de una organización independiente formada en las luchas de la clase obrera, sobre la base de ese programa y esa estrategia.
Las enormes ilusiones despertadas por la creación de la CUT y del PT, que la mayoría de la izquierda fue incapaz de analizar desde el punto de vista de clase revolucionario, llevaron al completo agotamiento del impulso inicial del ascenso de 1978, y al retorno de las organizaciones sindicales a una situación similar a la vigente dictadura, con modificaciones apenas cosméticas. Este hecho va quedando más claro en la medida que la burguesía —que desde el 78 se demostró incapaz de encontrar una fórmula que dé una legislación estable a los sindicatos— está, en este momento de reflujo, poseída de una verdadera furia legislativa que apunta claramente hacia la reestructuración, a partir de la actual relación de fuerzas entre la clase obrera y el Estado, a un redoblado intervencionismo estatal en las organizaciones obreras.
Toda esta situación se ve agravada por la experiencia que está siendo realizada por el Partido de los Trabajadores de constitución de un frente popular, que procura bloquear por todas las vías la acción independiente de la clase obrera. El frente popular es la expresión en un momento de decadencia de los partidos burgueses frente a las masas, de la subyugación de las organizaciones obreras para que las masas se vuelquen nuevamente hacia la burguesía desprestigiada. El laborioso proceso de corrupción de las direcciones obreras y de los sindicatos a través del frente popular y de su política no es accidental, sino que muestra la política preventiva de la burguesía ante el agravamiento de la crisis capitalista, la cual no fue superada ni por el reflujo transitorio de la clase obrera ni por los malabarismos del Plan Real, sino que continúa agranvándose, aumentando su potencial destructivo precisamente debido a las maniobras dilatorias de la burguesía brasileña y del imperialismo.
El total fracaso de la dirección democratizante del PT, de anclaje anarco-sindicalista en el movimiento obrero, y el agravamiento de la crisis capitalista, replantean la cuestión de la construcción de un partido obrero en la arena política.
El desenlace de la crisis capitalista será necesariamente un desenlace revolucionario y, en ese carácter, no podrá ser resuelto sino por las grandes masas de la población, en un sentido o en otro. No obstante, la política revolucionaria no podrá prosperar, por más revolucionaria que se anuncie la situación, si no es por medio de una vanguardia de militantes entrenados, vale decir, instruidos, formados, conscientes y eficientes, a través de una larga intervención en la lucha de clases, iluminada por el programa de la revolución permanente, o sea por el marxismo.

Rui Costa Pimenta

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