lunes, marzo 26, 2012

El sionismo y el imperialismo yanqui preparan una guerra contra Irán



El encuentro entre Barack Obama y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, estuvo precedido por una infatigable campaña del lobby sionista para ganar el apoyo de Estados Unidos a un ataque contra las instalaciones nucleares de Irán. La conveniencia y oportunidad de este ataque se discute todos los días en los establishments políticos y militares de Estados Unidos e Israel. El sionismo ya atacó instalaciones de ese tipo en Irak y en Siria. Se estima que debería desplegar cien aviones y una estructura bélica de apoyo para consumar el ataque. Arabia Saudita y Qatar son también puntas de lanza en favor de la agresión. La llamada ‘comunidad internacional’ viene desarrollando un bloqueo financiero y comercial contra Irán -una antesala para un ataque combinado de los sionistas y sus tutores imperialistas.
La ‘amenaza nuclear’ de Irán es un mito. En primer lugar, porque el arsenal atómico israelí es de tal magnitud que podría replicar con un ataque devastador a cualquier intento militar en su contra. Israel se encuentra afuera de cualquier control internacional y no ha firmado el tratado de no proliferación. El argumento para tolerar semejante arbitrariedad es que Israel, en cuanto ‘democracia’, sólo usaría su arsenal como arma de defensa; en tanto que Irán, potencia ‘fundamentalista’, solamente podría tener ambiciones agresivas. Israel, sin embargo, ha protagonizado varias guerras agresivas (ocupó el sur de Líbano durante varios años, luego de haber llevado la guerra a Beirut), las cuales le han rendido una expansión territorial. Además, está dedicado a la ‘limpieza étnica’ de palestinos. Irán, en cambo, sufrió una guerra terrible con Irak, instigada por Estados Unidos, aunque en aquella oportunidad Israel instigó a los iraníes, en tanto que persas, contra Saddam Hussein, en tanto que árabe. Irán, asimismo, ha colaborado con la ocupación norteamericana de Afganistán y luego de Irak; además, acaba de suscribir un acuerdo político con los gobiernos pro-yanquis de Pakistán y Afganistán. Todos los especialistas coinciden en que Irán controlará el ciclo de producción nuclear, pero que no tiene ni la remota posibilidad de convertirse en un país atómico -como sí lo son, en cambio, Israel, Pakistán y la India. Israel apoyó la conversión de Irán en un país nuclear hasta 1979, cuando gobernaba el Sha, que tenía esa intención. Lo rechazó desde entonces como un pretexto para liquidar lo que interpretó, primero, como una potencia revolucionaria y, luego, como una potencia que cuestionaría su hegemonía militar en el Medio Oriente y el Cuerno de Africa (Etiopía, Eritrea y el este africano).
Ahora hay un valor agregado: la revolución en los países árabes, que se ha llevado puestos a gobiernos aliados del sionismo. En Egipto, Israel es el principal respaldo de la Junta Militar, que pretende mantener todas sus prerrogativas políticas y económicas en el régimen post Mubarak. Israel hubiera podido, más que nadie, desestabilizar el régimen sirio en el marco de la sublevación que enfrentó a la dictadura de El Assad; sin embargo, se ha cuidado de no hacerlo, porque tiene un pacto no escrito de ‘estabilidad regional’ con el gobierno sirio.

El establishment yanqui frente a la guerra

Los analistas que niegan la posibilidad de un ataque contra Irán -porque ‘incendiaría’ el Medio Oriente o porque provocaría una reacción adversa de gobiernos supuestamente afines a los ayatollas iraníes (como sería el caso de Irak)- operan sobre la base de una falacia que haría inexplicables las guerras, que siempre ‘incendian’ el tablero internacional y desatan catástrofes políticas y sociales. El boicot que Obama impulsa contra Irán es un factor de guerra disfrazado de recurso a procedimientos ‘pacíficos’, porque apunta a debilitar al país cuya rendición política pretende. El ex secretario de Seguridad del presidente Carter señala que Obama debería poner un límite a Israel si Estados Unidos quiere obligar a Irán a aceptar un acuerdo político -pero no es lo que ocurre. Un sector del ‘establishment’ norteamericano observa con inquietud la posibilidad de una guerra, luego de lo que ha ocurrido en Irak y Afganistán, y espera que no se produzca, porque perjudicaría las posibilidades electorales de Obama.
La cuestión de una agresión militar contra Irán divide a la burguesía norteamericana por otra razón, de peso aún mayor. Es que ella sería considerada por China, luego de lo ocurrido en Libia, como un intento de monopolizar el petróleo para condicionar el abastecimiento de los chinos, que son los principales importadores de Irán. Obama ha rediseñado la estrategia militar norteamericana, en ocasión de la aprobación del presupuesto militar, en dirección a China y Asia, desplazando a Rusia como ‘hipótesis de conflicto’. China ha sido desplazada, precisamente, de Libia, luego de la victoria militar de la Otan. Un sector mayoritario de la burguesía norteamericana considera prematuro detonar una guerra comercial y financiera con China.
Obama, según los analistas, se estaría oponiendo a un ataque unilateral de Israel en un período electoral. Sin embargo, ese ataque podría producir las condiciones de tensión para forzar a los iraníes a un acuerdo y permitir que el gobierno sionista cumpla sus ‘promesas’ frente a las presiones internas. En Israel hubo movilizaciones multitudinarias en respuesta a la crisis social, que el régimen está acallando mediante un fuerte programa de entrenamiento de la población para la protección en caso de guerra. Aunque Obama ha dicho, nada menos que en una conferencia del Comité Estadounidense-israelí de Asuntos Públicos (AIPAC), que “el palabrerío sobre la guerra (que) sólo ha beneficiado al gobierno iraní, elevando el precio del petróleo del cual depende para financiar su programa nuclear”, otros aseguran que ‘el mercado’ ya ha descontado un aumento del precio del petróleo en el caso de que la guerra sea breve. La consigna sería, entonces, un ataque ‘relámpago’, que ni remotamente destruiría las instalaciones iraníes, pero serviría para un desenlace político, aunque sea parcial.
Obama podría dejar hacer a Tel Aviv con el objetivo de intervenir posteriormente y condicionar lo que emerja de ese ataque ‘preventivo’, en el cuadro de los realineamientos que fuerza la revolución en los países árabes.

No es la bomba nuclear, es la crisis

La motivación de un ataque sionista es golpear a la revolución árabe y poder intervenir en la crisis política abierta por ella en los principales países de la región. Los Hermanos Musulmanes, que aparecen como los principales beneficiarios de esa revolución, son vistos como adversarios por el sionismo, a pesar de la política contrarrevolucionaria que desarrollan. Se trata, asimismo, de un medio para forzar una salida al ‘vacío político’ que crea el retiro forzado de las fuerzas armadas norteamericanas en Medio Oriente. Obama está convocando nada menos que a los talibanes para formar un gobierno coaligado en Afganistán.
Las monarquías del Golfo también observan con preocupación el retroceso de sus posiciones en la región, lo cual podría derivar en un estallido social en sus propios países -como sucedió en Bahrein. Por esta razón, Qatar y Arabia Saudita son el principal apoyo de Israel en su campaña contra Irán.
En este cuadro entra Turquía. Ankara avanzó con inversiones en la región semi-autónoma del Kurdistán en el norte de Irak, rica en yacimientos petrolíferos. Una cooptación del gobierno kurdo sirve a Turquía para la represión del movimiento nacional kurdo en su territorio. Asimismo, “Israel le vendió 1.600 millones de dólares en armas, entre ellas aviones de ataque sin piloto, a Azerbaiján, un acaudalado Estado petrolero en el Cáucaso Sur (…) El régimen azerí es un aliado absoluto de Turquía, país con el cual comparte tanto el idioma como una antipatía creciente hacia Irán, el enemigo jurado de Israel” (Clarín, 3/3). El sionismo ha buscado siempre utilizar el nacionalismo kurdo contra el nacionalismo árabe.

La colonización sionista

En este marco, un reciente informe en el Financial Times revela los cálculos sionistas sobre las consecuencias que tendría en Israel una represalia iraní. Las minimiza en función de la capacidad defensiva de sus escudos antimisiles y porque apuesta a que la respuesta de Irán será mitigada, ya que estaría interesado en evitar la extensión temporal de la guerra -o sea, que no pase de un episodio aislado. A la crisis política que vive el régimen iraní, el sionismo agrega que sus principales aliados en la región estarían incapacitados para intervenir: el gobierno sirio vive su propio derrumbe, mientras Hezbollah, que gobierna Líbano, no está interesado en una confrontación militar.
Un escenario bélico, por otra parte, permitiría al sionismo instaurar una militarización de la población; éste está dispuesto a convertir a Israel en un gueto y someter al pueblo judío a la experiencia de la guerra, la muerte y la masacre. El régimen israelí aprovecharía esta situación para avanzar de forma brutal en la colonización sionista del territorio palestino -la que viene desarrollando aceleradamente- mediante expulsiones en masa. El sionismo, la corriente que se presentó como el garante de la subsistencia y bienestar del pueblo judío, agota su recorrido histórico, convirtiendo al Estado de Israel en un nuevo gueto militarizado.
Es necesaria una movilización revolucionaria para impedir esta guerra, o sea que derroque a los regímenes reaccionarios que la apoyan. En todo caso, la agresión militar llevará, más temprano que tarde, a una profundización de la revolución que han iniciado las masas árabes.

Diego Mendoza

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