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sábado, enero 19, 2013
100,000 millones de planetas en la Vía Láctea... o muchos más
La región central de la Vía Láctea, con decenas de miles de millones de estrellas que deben tener sistemas planetarios.
Después de presenciar, por varias semanas, con respeto pero con asombro, todas esas fantasías espectaculares de la Navidad, regresemos a la realidad de las ciencias, analizando lo que está más allá de este curioso mundo en que vivimos.
1-. LAS EVIDENCIAS
De acuerdo a lo que varios medios científicos han divulgado, el Telescopio Espacial Kepler ha descubierto un sistema de cinco planetas, al que se ha llamado Kepler-32, que circula alrededor de una estrella que se halla a unos 915 años-luz de nuestro planeta. El Kepler ha podido realizar este descubrimiento al detectar los diminutos declives de luz que causan esos planetas al cruzar frente a su estrella.
No es primera vez que otros potentes telescopios han detectado planetas fuera del sistema solar –exoplanetas--, pero sí que se hace de una forma tan precisa. Ya desde antes del lanzamiento de la Estación Orbital Kepler, en marzo del 2009, otros instrumentos astronómicos habían señalado la presencia probable de unos 337 planetas orbitando diversas estrellas a una distancia de varios cientos de años-luz de nosotros. La importancia del Kepler es que puede detectar planetas de tamaño parecido al nuestro orbitando estrellas que se hallen hasta los 3,000 años-luz de nosotros.
Los planetas Kepler-32 están en órbita alrededor de una estrella que es más pequeña y menos caliente que el sol, y de la que se cree que sea la más común en nuestra galaxia, formando las tres cuartas partes de todas las de la Vía Láctea, o sea alrededor de 75,000 millones de estrellas, o 150,000 millones si nuestra galaxia tuviese unas 200,000 millones de estrellas. A esas estrellas de menor tamaño se les llama M-Enana (M-Dwarf)
Varios profesores de Caltech --Instituto Técnico de California—acaban de publicar un informe, sobre la evidencia de Kepler 32, en el que, también, afirman que debe considerarse ese sistema planetario como un modelo de la Vía Láctea por lo que calculan que su número de planetas debe llegar a los 100,000 millones, aunque lo más probable es que sea de 200,000 millones y más.
Este análisis revela que los planetas de Kepler-32 son de un tamaño similar al nuestro –de 0.8 a 2.7 veces—que orbitan su estrella a una distancia de 16 millones de kilómetros, pero como la estrella es mucho más pequeña en tamaño y luminosidad que nuestro sol, es muy probable que en algunos de sus planetas pueda haber formas de vida inteligente. La Tierra se halla a unos 150 millones de kilómetros del sol.
Por su parte, varios científicos del Centro Smithsoniano de Harvard University consideran que, al menos, el 17% de las estrellas de la Vía Láctea tiene sistemas planetarios, o sea unos 17,000 millones si nuestra galaxia sólo tuviese 100,000 millones de estrellas –otros astrofísicos le calculan a la Vía Láctea hasta 300,000 millones de estrellas--. Se cree que la Galaxia Sombrero pueda tener hasta 800,000 millones de estrellas.
La Misión Kepler es un paso de avance en cuanto a la Misión Europea Corot, puesta en órbita en diciembre del 2006, porque los instrumentos del Kepler son más precisos, abarcan un espacio mayor y pueden detectar planetas más pequeños. Su objetivo es observar unas 150,000 estrellas, []analizar su brillo cada 30 minutos y detectar si hay planetas cruzando frente a ellas.
[]Se cree que si un planeta como el nuestro cruza delante de una estrella como el sol, el cambio lumínico de la estrella sería de 84 partes por millón. El fotómetro de Kepler puede detectar variaciones de 20 partes por millón. Si el Kepler capta al menos tres pequeñas fluctuaciones en una misma estrella, y éstas siguen intervalos regulares, se sabrá que hay un planeta orbitando dicha estrella.
2-. EL MISMO PROCESO
Por muchos años, se ha planteado que lo natural es que cada estrella tenga un sistema planetario porque el nacimiento de ambos sigue un proceso similar:
A-. Una nube de polvo y gas se separa de una nube mayor en una zona del universo; la fusión termonuclear hace que el centro de esta nueva nube se caliente a temperaturas de decenas de millones de grados.
B-. Llegado un momento ese centro se desprende del resto de la nube formando una nueva estrella; el resto de polvo y gas que no se ha concretado sigue girando alrededor de ella.
C-. Por la ley de la gravedad, las partículas mayores atraen a las menores en un proceso llamado acreción y de esta forma surgen planetas, planetesimales, satélites y otros cuerpos celestes que giran alrededor de la nueva estrella por la propia ley de la gravedad ya que la misma, como en el caso de nuestro sol, debe acumular más del 90% de toda la masa del nuevo sistema planetario.
D-. El gas y polvo estelar que no se han concretado en la estrella y los planetas, es expulsado al espacio exterior, fuera del nuevo sistema.
E-. Nuestra estrella y su sistema planetario atravesaron en la primera época de su formación un violentísimo período de acomodación que duró unos 700 millones de años, que conocemos como Guerra Gravitacional, hasta que se llegó a la actual relativa armonía que tiene nuestro sistema solar desde hace mucho tiempo.
La lógica científica determina que todas las demás estrellas y planetas deban haber tenido un nacimiento y evolución similares, por lo que debemos deducir que cada estrella tenga un sistema planetario, aunque pudiera haber excepciones. En tal caso, el universo tendría una cantidad de planetas que habría que expresar mediante un 1 seguido de muchas decenas de ceros.
De ahí que sea absurdo suponer que en esa inconmensurable variedad no pueda haber infinidad de mundos con formas de vida inteligente, ya que todos están sujetos a las Cuatro Grandes Fuerzas de la Naturaleza –electromagnetismo, gravedad, fuerza atómica fuerte –que mantiene unido el núcleo del átomo-- y fuerza atómica débil –que determina su decaimiento radioactivo--.
Pero, entonces ¿por qué, al menos, una sola de esas civilizaciones no ha llegado hasta nosotros? Abordaré esta duda la semana que viene.
Veamos la evolución que el estudio del universo ha tenido a través de los tiempos. A partir de esta semana, hablaré de los genios que se han dedicado a esa magna labor, empezando con Leucipo, fundador de la Escuela Atomista de la filosofía griega.
3-. EL ORIGEN
Para entender todo lo que tenga que ver con el universo tenemos que ir al concepto del Gran Estallido, o Big Bang, que es muy anterior a “la hipótesis del átomo original” expresada, en 1927, por George Lemaitre, curiosa paradoja en la que un cura-astrofísico planteó el fenómeno mecánico que dio origen al universo, opuesto a todo lo que dicen los Evangelios.
Que Lemaitre haya permanecido en la Iglesia Católica, después de proponer su teoría, por el resto de su vida –Juan XXIII le concedió el título de Monseñor en 1960, seis años antes de su muerte-- prueba que tanto él como la Iglesia se consideran, de hecho, defensores de una metáfora, una alegoría artística de la verdad que, por supuesto, no es la verdad.
Si, efectivamente, el universo fue creado por la explosión del átomo original --primeval atom-- o élam--, hace unos 13,700 millones de años, y se ha estado expandiendo desde entonces, su nacimiento y evolución ha sido sólo físico sin la intervencion de nada que esté fuera de la Física, como un Ser Supremo, Mente Cósmica o Dios.
El grave error que se ha cometido por miles de años es pensar que hay un fuerza metafisica que creó y ha dirigido siempre a la Naturaleza. Ese misterio sólo ha existido en la imaginación de quienes rechazan la realidad porque prefieren la fantasía.
4-. EL ALTO PRECIO DEL MIEDO Y LA IGNORANCIA
Hace más de 2,400 años, un filósofo expuso en teoría lo que sólo los científicos del Siglo XX, con los instrumentos más avanzados de las ciencias, pudieron comprobar. Se llamó Leucipo.
Si el estudio de las leyes físicas, que comenzó en la Jonia helénica con Tales de Mileto y ya venía de India, Mesopotamia y Egipto, se hubiese mantenido y mejorado y, sobre todo, si no hubiéramos tenido que padecer la larga noche de la ignorancia religiosa que aún nos confunde con sus promesas y nos aterroriza con sus infiernos, el dominio de las ciencias, o sea de la verdad, tendría hoy, al menos, unos 1,500 años de adelanto.
Tal vez ya estaríamos usando desde hace muchos siglos fuentes de energía ajenas a los combustibles fósiles y hoy la vida no estaría en peligro de desaparecer en nuestro planeta.
Quizás ya habríamos construido, hace varios siglos, una nave que viaje casi a la velocidad de la luz, usando como energía un campo electromagnético impulsado por fotones. Hubiésemos llegado, hace mucho tiempo, al área de las estrellas más cercanas comprobando, de cerca, que poseen sistemas planetarios que pudieran ser mayores que el nuestro, ya que la formación de las estrellas y los planetas tiene que haber seguido los mismos principios físicos de nuestro sistema solar porque las cuatro grandes fuerzas físicas de la Naturaleza, como hemos visto, son las mismas en todo el universo.
Con una cultura científica superior que se hubiera extendido de la Grecia y la Magna Grecia al resto del mundo antiguo, y hubiese llegado enseguida a Palestina, el librito de Moisés habría pasado a ser una entretenida novela, aunque no tan heroica como las de Cervantes ni tan sensibles como las de Víctor Hugo.
Si las enseñanzas de Leucipo, Demócrito y otros filósofos que hubiesen seguido los principios de la Escuela Atomista, se hubieran ido ampliando durante varios siglos, un filósofo que no se hubiese llamado Lippershey y que hubiera nacido en Megara, no en Wesel, habría inventado el telescopio; y aun otro, oriundo de Chipre, no de Pisa, que no se hubiera llamado Galileo, habría descubierto las fases de Venus y las lunas de Júpiter, y un siglo más tarde otro griego que habría nacido en Corinto no en Lincolnshire, y no se hubiese llamado Newton, habría descubierto la Ley de la Gravedad y así, por varios siglos, muchos otros, aunque hubiesen tenido que vivir en Alejandría o en su propia patria bajo la ocupaciones romana, bizantina y otomana, habrían descubierto muchas otras cosas, hasta llegar al telescopio por el que Hubble descubrió que las galaxias se alejan unas de otras y con mayor rapidez aquéllas que están más lejos de nosotros, y hasta otro griego que hubiese nacido en Atenas, no en Oxford, y que no se hubiese llamado Hawking ni hubiera tenido que vivir en una silla de ruedas ni hablar mediante un comunicador electrónico, habría escrito libros geniales sobre el Origen del Tiempo, y un telescopio más potente que al que hoy llaman Kepler hubiera sido colocado en el espacio antes del nacimiento de Johannes Kepler.
Hubiera habido otro gran cruzado de las ciencias que habría nacido en Argos, no en Nola, y no se hubiese llamado Giordano Bruno ni habría muerto en la hoguera por defender la verdad porque los gobiernos dominados por la razón lo hubieran premiado, no asesinado.
Antes de que la religión hundiera a medio mundo en la superstición y la ignorancia, Aristarco de Samos había planteado la Teoría Heliocéntrica 1,800 años antes que Copérnico.
5-. LOS ÁTOMOS
Los filósofos naturalistas rechazaron la religión politeísta de Grecia y trataron de dar una explicación racional del universo, aunque sólo en teoría porque carecían hasta del más simple instrumento científico.
¿De dónde viene todo lo que existe, de qué sustancia ha sido creado, cómo se entiende la increíble pluralidad de la Naturaleza, cómo puede ser todo eso explicado en términos matemáticos; cuál es, en fin, la esencia y el principio de las cosas? Ésa era la idea fija, la monomanía de los filósofos naturalistas.
Tales había dicho que era el agua; Anaximandro, una sustancia ilimitada a la que llamó “apeiron”; Anaxímenes, el aire; Empédocles, los cuatro elementos –agua, aire, fuego y tierra- y la eterna lucha de los opuestos; Heráclito, el fuego y el incesante devenir, y así otros trataron de explicar el origen de la Naturaleza.
Pero no fue hasta Leucipo que la filosofía natural tomó su curso superior, echando las bases teóricas de lo que hoy la ciencia acepta como el arké que tanto buscaron aquellos filósofos: la materia, el átomo.
La idea esencial de Leucipo fue la de afirmar que la Naturaleza está formada por átomos indivisibles e imperecederos que, al actuar entre sí, crean todo lo que existe. Este asombroso descubrimiento que él sólo hizo, por supuesto, en teoría, no se pudo comprobar hasta el Siglo XX de nuestra era.
No fue Leucipo, sin embargo, quien realizó las mayores investigaciones teóricas sobre el origen y evolución de los átomos, sino su aventajado alumno, Demócrito de Abdera. A veces cuesta trabajo distinguir entre lo que dijo Leucipo y lo que dijo Demócrito que había dicho su maestro, porque las dos obras principales de aquél –Megas Diakosmos –El Gran Orden del Universo-- y Peri Nou –Sobre la Mente-- desaparecieron, así como las setenta obras de Demócrito, pero mucho de lo que éste escribió se supo a través de Epicuro.
6-. EL UNIVERSO DE LEUCIPO
Veamos, entonces, lo que dijo Leucipo sobre el origen de las estrellas y los planetas, entendiéndose que, al plantearlo de esta forma, se refería también, indirectamente, al origen del universo, o sea al comienzo del tiempo, lo que hoy conocemos como Gran Estallido -las notas entre paréntesis son mías-:
--Que todas las cosas son infinitas y se transmutan entre sí. Los mundos se originan de los cuerpos que caen en el vacuo (el espacio) y se complican mutuamente. De su movimiento al tenor de su magnitud se produce la naturaleza de los astros.
--Unas partes del universo están llenas y otras vacías. Los elementos o principios y los mundos procedidos de ellos son infinitos y vienen a resolverse en aquéllos. Estos mundos se originan así: separados del infinito (Leucipo no quería decir que el universo fuese infinito, lo cual contradice el Big Bang, sino que es inmensamente extenso) muchos cuerpos de todas figuras son llevados por el gran vacío y congregados en uno que forman un turbillón (nube de polvo y gas), según el cual, chocando con los otros y girando de mil maneras, se van separando unos de otros, y se unen los semejantes a sus semejantes. Equilibrándose y no pudiéndose ya mover por su multitud y peso, las partículas pequeñas corren al vacío externo, como vibradas o expelidas, las restantes, quedando juntas y complicadas, discurren mutuamente unidas y forman, de figura esférica, la primera concreción o agregado (formación de planetas por acreción debido a la gravedad) Esta concreción es separada de lo demás por medio de una membrana que lo circuye y contiene dentro todos los cuerpos. Estos cuerpos ya unidos en masa, girando sobre la consistencia de su centro (movimiento de rotación de los planetas), se va formando otra tenue membrana circular compuesta de las partículas que topa su superficie al tenor de su giro (la atmósfera) De esta suerte, se forma la tierra, a saber, permaneciendo juntos los corpúsculos tendientes al centro. Este mismo cuerpo concreto se va aumentando como por membranas, formadas de los corpúsculos externos que allí concurren, pues en fuerza de su giro adquiere los que toca (Ley de la Gravedad)
--Complicados ya algunos de éstos, forman la concreción, la cual es al principio húmeda y lútea, luego secándose con el viento gira del todo e, inflamándose, produce la naturaleza de los astros (transformación de los planetas de su estado gaseoso a líquido y sólido)
7-. LOS PROFETAS DE LA VERDAD
La ciencia actual ha probado la verdad del Atomismo. Ninguna otra escuela filosófica de la historia ha estado más cerca de la Física, a pesar de que se ha probado que los átomos son divisibles, pero aquellos filósofos no tenían los instrumentos para probarlo.
Al desarrollar una concepción mecanicista del universo, Leucipo echó las bases lejanas de lo que en el siglo pasado se llamó Big Bang. La existencia de cientos de miles de millones de planetas tan sólo en la Vía Láctea, una de las, al menos, 100,000 millones de galaxias que forman el universo, es consecuencia de aquel estallido original que no fue big ni bang, sino microscópico y silente.
Al plantear que las ideas y el alma dependen del movimiento de los átomos, entendiéndose éstos como células, Leucipo echó también las bases material para el estudio de las ideas, exponiendo, en forma aún primitiva, la naturaleza del cerebro, y la formación de las ideas como un proceso exclusivamente químico que no tiene nada que ver con nada que esté fuera de la materia.
Leucipo y Demócrito fueron los primeros grandes profetas de la humanidad. Ellos sí merecían que se les hubiese construido grandes templos, no llenos de imágenes ni velas ni oro ni mentiras, sino repletos de libros e instrumentos científicos que comprobaran y divulgaran la formación y el desarrollo del universo y la evolución, muy posterior, de la vida orgánica.
Ampliaré algunos de estos temas en el próximo artículo que dedicaré a las inmensas distancias que hay entre unas estrellas y otras, la enorme dificultad, por ahora, de viajar entre ellas, y la asombrosa obra de Demócrito de Abdera ☼
Carlos Rivero Collado
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