lunes, enero 28, 2013

El hombre que sabía desaparecer



Natalicio 160 de José Martí

Unas horas antes de exponer su cuerpo al fuego de la fusilería española, desde el campamento de Dos Ríos, José Martí caracterizó aquel momento de la historia de Cuba cuando, iniciada la guerra, estaba por constituir la nueva república en armas, y faltaba la consiguiente definición de cuál sería en adelante su lugar dentro de la revolución. En ese contexto le aseguró a su amigo mexicano Manuel Mercado: “en cuanto a formas, caben muchas ideas, y las cosas de hombres, hombres son quienes las hacen. Me conoce. En mi solo defenderé lo que tengo yo por garantía o servicio de la Revolución. Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad. Y en cuanto tengamos forma, obraremos, cúmplame esto a mí, o a otros”. Pocas veces la historia recoge hombres de una estatura ética como la de Martí quien, conocedor de su valor político dentro del proceso, era al mismo tiempo portador de una humildad plenamente convencida.
La aleación que deriva de fundir en un hombre de vida breve al renovador literario, al político creador y al pensador extraordinario, no basta para explicar toda su presencia en nuestros días. Especialmente, cuando formamos parte de un sistema mundo en el cual predominan ideas y valores que brindan poco o ningún espacio a la ética, la memoria y el pensamiento.
La cultura hegemónica de los tiempos que vivimos se esmera en hacer pensar únicamente —incluso a quienes desde el fondo de su realidad están poco menos que condenados a no poder pensar— con los códigos de la inmediatez, lo industrial, lo moderno, lo confortable, lo propio, lo placentero, lo simple, lo fácil… Este camino para travestir el ciudadano en consumidor demuestra ser mucho más atractivo que la ruta al paraíso después de la muerte. Por si fuera poco, sigue pareciendo más accesible un televisor que una escalera para subir al cielo.
La tecnología de las esperanzas y las expectativas es parte de la ingeniería del consenso creada al servicio del capital. Semejante tecnología solo apunta al futuro, porque no puede detenerse a explicar las crudezas del presente y se bloquea ante la historia. La memoria es altamente corrosiva para esa tecnología, por lo que la producción industrial de consumidores exige altas concentraciones de amnesia masiva. Para generarla se emplea toda la diversidad de aparatos culturales disponibles. Para solo citar ejemplos en el campo educacional, baste recordar el afán neoliberal por degradar la formación universitaria en ciencias sociales y humanidades, y cómo tras el tratado de libre comercio con los EE.UU. los libros escolares mexicanos comenzaron a omitir aquellos capítulos del siglo XIX que pudieran generar un sentimiento adverso al vecino del norte. Paralelamente, el entonces presidente Vicente Fox hacía retirar de la presidencia el cuadro con la imagen de Juárez.
Cuba ha tenido la sabiduría y la oportunidad de transitar por caminos diferentes, pero el lugar especial que la Revolución le confiere a Martí tampoco explica por sí solo la vigencia y actualidad de su obra. He tenido la oportunidad o el privilegio de poder bucear en sus miles de páginas con alguna profundidad, pero soy de quienes me aproximo a ellas para intentar descubrir para mí su valor y alcances, no de quien asume previamente, o de oídas, un carácter sagrado en su palabra. Esta postura no impide advertir todo lo venerable que resulta su contribución a la historia y la cultura de Cuba, de nuestra América y de la Humanidad. No es fortuito que Fidel catalogara alguna vez a Martí como el más universal de todos los cubanos.
Intento explicarme la vigencia y actualidad de José Martí por un camino que no parte de su obra escrita y en actos, sino de la historia en su complejidad y condicionamientos. Dicho del modo más breve, considero que la actualidad de Martí nace de la historia como proceso inacabado. Lamentablemente, la Humanidad, nuestra América y Cuba, aunque en proporciones diferentes, no han cambiado lo suficiente como para permitirnos desechar la riqueza de la aportación martiana. Los problemas del mundo de hoy tienen tanto en común con los que Martí conoció y avizoró desde la segunda mitad del siglo XIX, que el calado de su análisis nos llega como un referente imprescindible.
Un breve inventario comparativo de su tiempo con el nuestro, entrados ya en el siglo XXI, bastaría para advertir los denominadores comunes. Hoy la satisfacción de las necesidades de la humanidad —en los órdenes económicos, político, social y cultural— continúa a la zaga de las esperanzas de hace cien años. Martí alcanza nuestro tiempo porque puso todo su talento y energías en función del suyo.
Es bien conocida su consagración a la plena independencia de Cuba y Puerto Rico, a la “segunda independencia”de la América nuestra, a la búsqueda del “equilibrio del mundo” y al “bien mayor del hombre”. Haber propuesto un nuevo horizonte humano, aún por conseguir, y entregarse a su conquista, hace inevitable que Martí pase a las filas del combate contemporáneo por un mundo mejor.
Muy lejos están estas líneas de menospreciar la devoción popular a Martí. Él mismo escribió que perdura lo que un pueblo quiere. Si me interrogo acerca de la actualidad de Martí, desde las herramientas de la ciencia social, es para poner en jaque algunas posturas más o menos polares en la cartografía ideológica de nuestra época.
En los años 90, en vísperas del centenario del combate de Dos Ríos, un lector anónimo de un diario con cuyas páginas colaboraba, escribió invitando a dejar tranquilos a los muertos. Debo subrayar que ese lector se refería a hombres como Martí y Maceo, y nunca a los muertos que desde entonces hasta la fecha generaron los males que ellos enfrentaron hasta las últimas consecuencias. Curiosamente, la invitación llegaba cuando el descalabro del socialismo histórico y la expansión de la geocultura neoliberal eran manejados por los centros de poder hegemónico mundial al servicio de promover la idea de que no existía alternativa al capitalismo. Eran años en los que se intentaba tanto cuestionar la Revolución cubana con frases martianas extirpadas de sus contextos, como hicieron varios presidentes de los EE.UU., como degradar la figura de Martí. Ambas posturas perseguían fines contrarios a una nación cuya gente compartía y comparte sentimientos de especial respeto hacia Martí, como uno de sus referentes imprescindibles.
En esos mismos años, y con las mejores intenciones, algunos intentaban hacer un uso de la obra martiana que considero inapropiado. Una tarde, alguien interrumpió mi lectura en la biblioteca del Centro de Estudios Martianos. Su organismo preparaba una importante exposición y, del mismo modo que los colegas de la salud se servían de las referencias martianas a la nicotina en su campaña de prevención, él quería que la industria de los alimentos usara alguna cita de Martí sobre los espaguetis. El asombro me impidió responder al instante, y preferí, en un momento en que todavía no teníamos las Obras completas en formato digital, someterlo al peso de buscar, página a página, en una veintena de tomos.
Intentos como aquel —sin duda, bien intencionado— faltos de visión y de cultura, traen costos culturales que no podemos desconocer. Cuando nuestros medios de difusión insistieron machaconamente en traer a colación a Martí en cualquier campo tratado, lejos de difundir su legado corrían el riesgo de banalizar el mensaje. En el campo de la cultura y de las ideas los excesos no son menos costosos que la apelación insuficiente.
Desde entonces, considero que la obra de Martí, su ejemplo y recepción constituyen un capital cultural invaluable. Sin embargo, por contradictorio que parezca, desperdiciamos una parte importante del potencial movilizador que hoy ofrece esa obra monumental. Finalmente, comprobé mi hipótesis cuando en su abarcadora definición de Revolución, a las puertas del nuevo milenio, Fidel convocó a cambiar cuanto fuera necesario. Pero hasta entonces, y aún una década después, no hemos sido capaces de un empleo otro de la sabiduría martiana. Generalmente desperdiciamos por omisión aquellas ideas que ayudarían a cuestionar y subvertir lo que no hacemos bien, al tiempo que sobreusamos frases martianas que parecerían aplaudir todo lo hecho.
Tengo el convencimiento de que nuestros jóvenes descubrirán, más temprano que tarde, ese Martí radicalmente cuestionador, profundamente revolucionario, y alzarán aún más alto su antorcha liberadora. Desde el futuro que sobrevendrá a ese momento de hoy y mañana será posible ratificar la condición de contemporáneo de un Martí que, en lo individual, supo desaparecer; y hacerlo de manera heroica, convencido, como los millones que sumamos sus seguidores, de que no desaparecerá su pensamiento.

Rolando González Patricio
La Jiribilla

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