jueves, julio 11, 2013

Compañeras, ¿todavía no habéis visto El pago justo?



Esta es una película británica sobre una lucha histórica: la que llevaron 187 trabajadoras de la Ford por el pago justo de un salario, por acabar con la desigualdad salarial...sin ser una obra mayor, es un ejemplo de cine social bien hecho y necesario.
Quizás lo primero que hay que decir es que, en el cine no abundan los títulos que tratan de combinar las luchas de las mujeres trabajadores con reivindicaciones feministas o sea, más allá o en contra, de sus propios compañeros de clase…Se citan títulos como La sal de tierra, uno de los más auténticos jamás filmado porque salió de la propia experiencia de la lucha y contra la policía –“democrática”- amenazando el roja, o la menos auténtica pero sin duda interesante, Norma Rae, sin duda mucho más conocida…
Lo segundo quizás sea señalar una vez más, que películas como estas debían de estar en las entidades de cultura obrera, que no existen pero que debería haber una al menos en cada barrio; las habría si los trabajadores y trabajadoras fueran la mitad de consciente que los patrones de sus derechos de clase…
Lo tercero nos lleva al comentario que hice hace unos días sobre Carta a Eva. De Agustí Villaronga: hay un cine televisivo de primer orden, con aportes sociales alternativos que raramente se produce y que en países como Gran Bretaña muchas veces lleva la firma de la BBC. La película de la que hablamos hoy, Made in Dagenham (Reino Unido, 2010), que aquí se ha vertido como El pago justo, es un buen ejemplo de un cine digno que nos habla de una página de la historia, de aquellos no tan lejanos tiempos en el que el mundo del trabajo todavía era capaz de protagonizar importantes iniciativas.
Sucedió en el años más emblemático de la segunda mitad del siglo XX: en 1968, en unas fechas en las que la juventud obrera y universitaria consiguió desbordar los aparatos burocráticos existentes. En Gran Bretaña, las movilizaciones contra la guerra del Vietnam, llegaron a conmocionar la opinión pública…En aquellos días, las 187 mujeres que trabajaban en la fábrica londinense de la compañía automovilística Ford organizaron una de las huelgas más largas y sonadas de la historia de Gran Bretaña…Estas mujeres, que se dedicaban a coser los acabados de los coches en plena bonanza económica, pedían unas mejoras en su situación. Trabajaban en unas condiciones precarias, en una nave en la que la lluvia y el calor, se hacían notar. Apenas si eran visitadas por los delegados sindicales. Su trabajo era mucho más elaborado que el de la mayor parte de sus compañeros, pero sus sueldos eran muy inferiores. Lo era porque la empresa sabía que esa diferencia ya estaba establecida y aceptada, siempre había sido así.
Sin ser una película del otro jueves, Se trata de una recreación muy cuidada de una historia en la que todos creen. La puesta en escena está fraguada en el detalle, con uno toque de humor británico pero sin olvidar los registros que marcan la situación. Así, asistimos a una descripción detallada de las condiciones de trabajo, al nacimiento de una conciencia en tanto que clase y que mujeres que tienen sus propias exigencias. La protagonista, en un principio no tiene capacidad de respuesta. Lo demuestra cuando se ha de tragar sus quejas ante un profesor que ha pegado a su hijo, un chico que, al venir de las viviendas de protección oficial, necesita unos golpes para ser domesticado. El profe le replica con tanta soltura, que ella se ha de tragar sus palabras.
Se trata de una toma de conciencia, que avanza a través de los detalles, no hay grandes momentos. Se nos presenta dos tipos de tradeunionistas de la época, el veterano fajado en la “negociación” por las alturas que ha probado su fidelidad a la empresa. Es un veterano que representa esa faceta del sindicalismo a lo Samuel Gompers, en la que el sindicato consigue mejora en complicidad con la empresa, un verdadero toxo-méndez, bien instalado en la jerarquía. Pero también nos presenta otro, el encarnado por el siempre excelente Bo Hokins, no tan paternalista y con unas raíces de clase que reaparecen ante el conflicto: viuda, su madre alimentó trabajando como una esclava en una empresa que le pagaba “como a una mujer”, y lo peor era que la buena mujer se murió creyendo que eso era lo natural. Bastan unos destellos de conciencia para que la atribulada protagonista, se va forjando como una sindicalista combativa, como alguien que nadie sospechaba, ni tan siquiera su compañero…
Obviamente, esta es una película de grandes actrices que se lucen en un género con mucha solera, el de la comedia dramática. El argumento no se precipita, se toma sus dos horas para avanzar sin olvidar los detalles, la riqueza de una historia social y sacar a relucir sus encantos y puntualizaciones, en los momentos mas oportunos. Llama la atención que siendo una película de grandes actrices, no se ofrecen grandes momentos para el lucimiento de estas con excepción quizás de aparición de la ministra encarnada por Miranda Richarson, que aunque era una ministra laborista procedente de la izquierda del partido, hace una aparición como una Margaret Thatcher avant la lettre, que no tiene desperdicio. Ya entonces odiaban las huelgas y se arrodillaban ante los negocios y la productividad, no fue otra cosa lo que fue haciendo el laborismo en su decadencia, y la cuestión que la Thatcher era mucho más consecuente.
Magistral el broche final, junto a los créditos, vamos viendo en pequeños reportajes a las personas sobre las cuales se basaron los personajes que llevaron a cabo una conquista que fue histórica, pero que. En algunos países como el nuestro, nunca se llegó a imponer. Además, lo que cuenta, ahora parece parte de una prehistoria, parte de un tiempo en el que el trabajo se había hecho respetar. Nada que ver con los tiempos que estamos viviendo, sobre todo en esta atrasada Europa, donde reina el capitalismo más infame que se había quedado sin oposición o mejor dicho, que había coaptado a la izquierda y al sindicalismo como parte de un engranaje que cada día resulta más insostenible.
El pago justo tiene el rostro de Sally Hawkins, al que las lectoras quizás recuerden en una película de Mike Leigh, Happy, un cuento sobre la felicidad. Rally es una variante de la tradición de muchacha “vulgar” pero sorprendente que en los años sesenta-setenta representó genialmente Rita Tushingam. A Rally se la tuvo en cuenta para los Oscar por este papel de sindicalista para nada convencional, pero aunque no logró la candidatura (ni falta que le hacía9, lo cierto es que su interpretación es modélica, está pensada en función de la naturaleza de una lucha en la que ella es la primera entre iguales. Su director Nigel Cole, es conocido por algunos títulos como Las chicas del calendario, que inciden con discreción en la magnífica tradición de la Ealing, de aquellas películas como El hombre del traje blanco, de Alexander Mackendrick, que habría que revisitar.
Aquí. Cole pone su oficio al servicio de una la historia de una batalla que merece ser conocida, de una película que pasará a los anales del cine feminista-proletario sobre el que se pueden extraer tantas lecciones. De buen cine y de verdad social.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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