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jueves, julio 18, 2013
América Latina desafía al Gran Hermano
Con la excusa de la lucha anti-terrorista, Estados Unidos viola los derechos civiles de sus ciudadanos y espía todas las comunicaciones, incluyendo las de extranjeros. América Latina, desafiante, ofrece asilo a Assange y Snowden, tensando todavía más las relaciones interamericanas.
Desde el final de la segunda guerra mundial, Estados Unidos impuso un estado de conflicto permanente en el sistema internacional. Con el objetivo de legitimar el creciente poder de la CIA y el Pentágono para determinar las necesidades militares estratégicas del país del norte, se reforzó la idea de que Estados Unidos tiene el deber de liderar, salvar y transformar el mundo. Este credo, que se remonta a la época del destino manifiesto, es el que fundamenta la disposición del Pentágono a desarrollar una capacidad militar muy superior a la necesaria para garantizar la defensa nacional.
A partir atentados del 11 de septiembre de 2001, se planteó la necesidad de desplegar guerras preventivas y de exacerbar la vigilancia externa e interna de los ciudadanos en función, supuestamente, de preservar la seguridad nacional. A través de la ley patriótica, aprobada en medio de la psicosis que sucedió a la caída de las Torres Gemelas, se autorizó a la CIA, el FBI y la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, en inglés) a acceder a todo tipo de informaciones personales sin necesidad de autorización judicial.
Se consolidó, así, una sociedad como la denunciada por Orwell en su famosa novela "1984": el complejo militar y de inteligencia se transformaron en un Big Brother con potestad para escuchar y leer todas las comunicaciones telefónicas, los emails, cartas y también mensajes, chats, fotos y videos privados que circulan en las redes sociales. A través del programa PRISM, por ejemplo, desde 2008 se espía y controla todo lo que circula en la internet. El espionaje masivo se realiza, además, con la connivencia de los servicios de inteligencia europeos, confirmando que Washington es la conducción de la Tríada (Estados Unidos, Europa y Japón) que gobierna el sistema mundial desde la posguerra.
Primero fue Julian Assange, a través de Wikileaks, quien filtró millones de documentos secretos del Departamento de Estado y otras ramas del gobierno estadounidense, mostrando las atrocidades cometidas en Irak y muchos otros países. Bradley Manning, quien obtuvo y envió los documentos, fue objeto de un polémico juicio y enfrenta cargos durísimos.
Ahora la persecusión de Estados Unidos se centra en el joven ex agente de la NSA Edward Snowden, quien decidió arriesgar su vida para dar a conocer el alcance de esta sociedad de control. Denunció el doble discurso de ese país que se jacta de ser la "tierra de la libertad" y el respeto a los derechos individuales, y a la vez encabeza la mayor red de espionaje masivo de toda la historia. En vez de discutir las razones de este avasallamiento de derechos básicos, cuya real dimensión se va conociendo a medida que se publican las nuevas filtraciones, la Casa Blanca optó por una cacería internacional que ya provocó varias crisis diplomáticas.
América Latina cobró un inesperado rol protagónico en este escándalo internacional. Primero fue Ecuador al otorgar asilo político a Assange, encerrado en la embajada de ese país en Londres hace más de un año. El presidente Rafael Correa también insinuó la posibilidad de asilar a Snowden, lo cual desató las presiones inmediatas de Estados Unidos, cuyo Secretario de Estado John Kerry no dudó en advertir las duras consecuencias que sufrirá cualquier país que decidiera recibir al denunciante. Ecuador no se amilanó y hasta renunció voluntariamente al Sistema General de Preferencias comerciales que le otorga Estados Unidos por valor de 21 millones de dólares anuales. Pero el episodio que provocó las mayores tensiones fue la retención de Evo Morales en Viena, al negarle Francia, España, Portugal e Italia la posibilidad a su avión de hacer escala para volver a Bolivia, bajo la sospecha de que traía a Snowden.
Violando todas las reglas diplomáticas, la presión de Estados Unidos fue más fuerte y llevó a viejas potencias europeas a asumir un vergonzoso papel internacional. La UNASUR reaccionó rápidamente convocando a la cumbre de Cochabamba y varios países del ALBA ofrecieron asilo a Snowden, quien se apresta a llegar a la región. Sin embargo, sólo seis presidentes viajaron a Bolivia a respaldar a Evo Morales y algunos, como el colombiano Santos, se diferenciaron del resto exculpando a Estados Unidos y evitando una declaración que condenara a Europa.
El domingo 7 de julio, nuevas filtraciones mostraron que Brasil fue el país más espiado por Estados Unidos, aunque también fueron víctimas Colombia, Venezuela, México y Argentina, entre otros. El espionaje no se circunscribió a la esfera militar y de seguridad, sino que incluyó intereses comerciales, energáticos, empresas y millones de ciudadanos. El 9 de julio, la OEA sentó posición repudiando la retención de Morales y pidiendo a Europa disculpas públicas, aunque sin los votos de Estados Unidos y Canadá. El 12 de julio se realizó la Cumbre del MERCOSUR, que reclamó disculpas y explicaciones a Europa, a la vez que repudió las operaciones ilegales de espionaje de la inteligencia estadounidense. En la declaración final, también rechazaron "las acciones que puedan menoscabar la potestad de los Estados de conceder e implementar de forma plena el Derecho de Asilo".
Otros tiempos están corriendo en la región. Era impensable, en plena guerra fría, que un país como Ecuador se atreviera a desafiar al coloso del norte. Tampoco que la OEA pudiera pronunciarse contra los intereses de Estados Unidos, como hizo el martes pasado. El reciente escándalo muestra, por un lado, las temerarias acciones que despliega el aparato militar y de inteligencia del gobierno estadounidense para no resignar su posición hegemónica. Por otro, la dificultad de Washington para reposicionarse en América Latina, a pesar de las múltiples iniciativas que desplegó en los últimos meses. Algunos analistas, incluso reconociendo que el espionaje masivo y la retención de un presidente violando su inmunidad es un atentado contra la soberanía y las reglas diplomáticas más elementales, recomiendan no confrontar con Estados Unidos. Otros, en cambio, reconocen la importancia de una reacción contundente de América Latina contra los avasallamientos del imperio. Se respira otro aire en nuestra región, a pesar de que algunos gobiernos europeos (y latinoamericanos) no lo perciban.
Leandro Morgenfeld
Docente UBA e ISEN. Investigador del CONICET. Autor de Vecinos en conflicto. Argentina y Estados Unidos en las conferencias panamericanas (Ed. Continente, 2011), de Relaciones peligrosas. Argentina y Estados Unidos (Capital Intelectual, 2012) y del blog www.vecinosenconflicto.blogspot.com
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