sábado, julio 06, 2013

Intelectuales en revolución. Conclusiones parciales



En esta sexta entrega de la serie de notas mensuales respecto del proceso cultural cubano en los primeros años de la revolución, comenzamos a esbozar algunas conclusiones sobre el período.

El rol del intelectual y de la práctica político-cultural en el proceso revolucionario cubano tuvo múltiples rasgos, de los que en esta serie de notas se expresaron solamente algunas directrices generales que en ningún caso pretenden erigirse como conclusiones definitivas. La complejidad y riqueza del tema atenta contra su generalización y exige una mayor minuciosidad de análisis.
La lectura metódica de las revistas culturales del período, tanto las publicadas en Cuba –desde Unión hasta Casa de las Américas, pasando por El caimán barbudo, Pensamiento Crítico y Verde Olivo- como las que se relacionaban con la política cultural de la isla –la uruguaya Marcha, la argentina La rosa blindada, la mexicana Siempre, entre otras-, pueden llegar a ser un buen punto de partida para continuar el trabajo, pues gran parte de los debates de entonces en torno del rol del intelectual y el lugar del arte y la cultura en una sociedad revolucionaria se encuentra en sus páginas. El estudio sobre el desarrollo cultural de Cuba en términos fácticos –fin del analfabetismo, gratuidad total de la educación en todos sus niveles, fundación de escuelas de arte a lo largo y ancho del territorio aún en situación de bloqueo económico, etc.-, y su puesta en relación con la política cultural del resto de los países de América Latina en esos mismos años también resultaría útil para un estudio más meticuloso con estas características.
Sin embargo, como primeros apuntes podemos marcar que entre 1959 y mediados de los setenta, en medio de la vorágine política promovida por la radicalización de la lucha de clases y la guerra fría, los intentos de la contrarrevolución por retomar el poder mediante invasiones, acciones guerrilleras, sabotajes y atentados, la huida de la patria de gran parte de sus profesionales, el bloqueo económico impuesto por el imperialismo, la necesidad de reconstruir un país entero sobre nuevas bases, etc., la revolución cubana impulsó como política de Estado una pluralidad inédita tanto en el terreno estético como en la labor intelectual en su conjunto, cuya amplitud resultó superior en gran medida a la de cualquier país capitalista de la región, guiada por múltiples debates públicos y una copiosa cantidad de nuevas instituciones que enriquecieron la cultura cubana para siempre. Los textos analizados aquí de Fidel y del Che, así como el Congreso Cultural de La Habana de 1968, fueron simplemente algunos de los más reconocidos mojones al respecto que existieron en esta etapa.
El proceso iniciado en el ´59 tuvo como uno de sus principales objetivos el acceso a distintos espacios culturales de las masas obreras y campesinas a través de campañas educativas, el mencionado surgimiento de múltiples escuelas dedicadas a las artes e institutos, organizaciones que promovieron la producción estética e intelectual local, y la construcción mediante variadas políticas oficiales de una intelectualidad que trascienda los alcances históricos del “especialista académico” al que sólo atañe un conocimiento ultraespecífico. Es decir, la promoción de una intelectualidad popular que desarrolle una cultura nacional y anticapitalista.
En este espacio/tiempo, como señala Nilda Redondo: “se cuestiona profundamente el rol de los intelectuales en este proceso revolucionario. Las reflexiones van a estar dirigidas a que deben abandonar el individualismo y dejar de considerarse seres excepcionales pero seguir produciendo en un contexto de construcción colectiva y subversiva. Los géneros, los públicos, las formas de circulación deben ser alterados (…) Fundamentalmente el intelectual es convocado a transformar su propia realidad, tal como se hace con el obrero, el villero o el médico: desalienarse, no ser sólo y unilateralmente un intelectual como así tampoco ser unilateralmente el trabajador manual. Pero desarrollando más intensamente la teoría y las más variadas expresiones artístico-culturales y político-ideológicas”.
Este proceso estuvo amenazado desde el propio comienzo de la revolución tanto por factores externos como internos. En este último aspecto, destaco, junto con la escasez de formadores políticos e intelectuales al comienzo de la revolución, los continuos intentos provenientes de sectores prosoviéticos o ligados al antiguo Partido Socialista Popular por “copar la revolución desde adentro” y guiarla hacia posiciones cercanas a las que desarrollaba la URSS. Los momentos de mayor auge de la burocratización cultural en Cuba se dieron a inicios de 1961 –cuando fueron rápidamente abortados por los máximos dirigentes revolucionarios, aunque se cobraron el puesto de entrañables revolucionarios como, por ejemplo, Jorge Ricardo Massetti en Prensa Latina- y a finales de la misma década del sesenta, fundamentalmente a partir de una escalada iniciada en 1968 pero que se cristaliza como conducción concreta a partir del inicio de la década del ´70, con el nacimiento de lo que la intelectualidad cubana denomina hoy día “Quinquenio gris” (1971-1976).
Creemos que este avance de los sectores burocráticos durante tal período, generado –fundamental pero no excluyentemente- por una situación de derrota del movimiento revolucionario latinoamericano y de ahogo económico al interior de Cuba, no excluye la trascendencia histórica de la experiencia cultural revolucionaria. Muy por el contrario, permite observar hasta qué punto la construcción del socialismo es un proceso caótico, dinámico y bajo ningún aspecto lineal, que se encuentra cotidianamente en peligro debido a múltiples factores que no sólo están en las filas enemigas ni dependen de meras traiciones. Como diría el Che, hay tiempos “en que se puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí tras recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan muchas veces y donde es difícil percibir el momento en que se equivocó la ruta.”
La dirigencia cubana logró percibirlo a tiempo y buscó rectificar el rumbo, y a pesar de las injusticias producidas (que en algunos casos aún hoy continúan tratando de subsanarse) y las innumerables dificultades culturales, políticas y económicas de la actualidad, Cuba continúa siendo, en nuestro actual contexto latinoamericano, la patria de lo real maravilloso que nos planteara Carpentier y concretizaran Fidel, el Che y Camilo, y ahí anda, firme, aunque haya quienes ladren, aunque le sigan ladrando… se sabe que esos estridentes ladridos sólo son señal de que todavía cabalga.

Leonardo Candiano.

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