sábado, noviembre 23, 2013

La Revolución de Octubre en cuatro palabras



La historia de la revolución rusa no es está maldita, ni es arqueología. Está viva, y necesitamos hacer nuestras lecturas y nuestros balances. Este es uno muy sintético que trata algunos puntos claves

1. La recusación. La premisa central de toda aproximación del pensamiento único” (la historia se acaba con el capitalismo democrático) a la historia soviética es que todo fue ¡un desastre desde el primer día” (Antonio Muñoz Molina)...De lo que se desprende, consecuentemente, que toda tentativa de ruptura con este último, lleva al desastre, al totalitarismo inherente a todas las utopías.
No hay pues, a donde ir (Cioran)
Desde los más diversos medios establecidos (diarios, ensayos, documentales, etc.), en que, de no haber sido por los bolcheviques, el régimen zarista (mal liderado por un zar ingenuo y bienintencionado, Cf., Nicolás y Älejandro, una notable película de Franklin Schaffner)) habría acabado siendo una monarquía parlamentaria. En un documental sobre el Ejército Rojo emitido en el programa Segle XX del Canal 33, se afirma que el general Denikin quería que “los rusos decidieran libremente su destino”)
El bolchevismo fue totalitario desde el primer día, desde el primer momento trató de exterminar a sus adversarios, Lenin quería vengarse de la muerte de su hermano (el arrepentido Evgueni Evtuchenko); por lo tanto, Stalin no hizo más que continuar la obra de su maestro, en cuanto Trotsky, podía ser más brillante, pero no era mejor. Ya puesto en esta lógica, se le pueden sumar los nombres que se quieran: Rosa Luxemburgo, Durruti, Che, Pol Pot, Mao, mezclando personajes tan extremos como los que se puedan dar bajo otros mantos, por ejemplo, del cristianismo…
Este ha sido el canon establecido por la historiografía dominante después del desplome de la URSS en 1991, y de todo lo demás. En algunos casos, estas conclusiones se adornan con el aval de la apertura de los archivos soviéticos, como si esto dividiera la historiografía sobre Octubre en un ante y un después.

2. El canon neoliberal. Entre los años sesenta y setenta, la historiografía sobre la URSS conoció un auge extraordinario. Se fue estableciendo un nuevo enfoque en oposición:
--a la de los “cold warriors” del tipo Robert Conquest (la historia de la URSS era una historia del mal que permitía al autor justificar su apoyo entusiasta a la agresión USA al Vietnam, entre otras cosas);
--b) a la historia oficial establecida por el estalinismo en fases sucesivas, siendo la última la derivada del XX Congreso del PCUS, que apenas había sido cuestionada por los partidos comunistas más evolucionados…
Con sus diversas matizaciones establecidas por sus diferencias en relación al carácter socialista de su punto de mira, esta historiografía más allá de la guerra fría”, fue presidida por la figura imponente de E. H. Carr, inicialmente un historiador conservador que acabó adoptando algunas de las premisas propuestas por Isaac Deutscher, no en vano la viuda de este, Tamara Deutscher, sería su más firme colaboradora. Su breviario, La revolución rusa. De Lenin a Stalin, es un resumen apretado de dicho punto de mira. Al lado de estos, cabe distinguir una extensa pléyade de investigadores y ensayistas: Moshe Lewin, Stephen Cohen, Pierre Broué, Georges Haupt, y otros muchos, entre los que se incluye nuestro Fernández Buey por muchos de sus trabajos. De una manera u otr, todos ellos han reconocido los aportes de la oposición de izquierdas antiestalinista, la que salvaguardó el honor del socialismo..
Desde los años ochenta, la “nomenklatura” neoliberal (en la que no han faltado numerosos “arrepentidos” como François Furet o Antonio Elorza) que se impondría hasta en la última emisora de radio, ha tratado de borrar todas estas aportaciones para imponer como tesis única, la URSS como “imperio del mal”.

3. La opción neozarista. La Rusia zarista era un gigante con los pies de barro, un Imperio con unas estructuras sociales tan anacrónicas como injustas, el atraso y la miseria extrema fue denunciada a lo largo de todo el siglo XIX, durante el cual conoció una revolución industrial animada sobre todo por el capital extranjero (británico sobre todo). En ningún momento apareció una burguesía democrática digna de tal nombre, entre otras cosas porque, desde 1848, la burguesía internacional temía más a la clase obrera que a las viejas castas. En 1905 se demostró que solamente la alianza entre obreros y campesinos podían llevar a cabo las tareas democráticas básicas: reforma agraria, libertad de las nacionalidades oprimidas, la separación entre la Iglesia y el Estado, etcétera. Como país dependiente, Rusia fue utilizada como “carne de cañón” de la Entente durante la “Gran Guerra”. Después de la revolución de febrero (marzo en el calendario europeo), el gobierno provisional se mostró incapaz tanto de firmar la paz unilateralmente (estaba atado a Gran Bretaña y Francia), como de aprobar las medidas democráticas que le exigían los soviet de obreros, campesinos y soldados. La única opción de orden –burgués y terrateniente- en Rusia era la de una dictadura militar de tipo fascista. El ejército blanco recompuesto con la ayuda inapreciable de las potencias occidentales, no tenía como objetivo ninguna democracia. Su principal característica era el antisemitismo, sin embargo, esos trazos desaparecen en muchas de las evocaciones documentales de la época.
De haber triunfado la contrarrevolución, el movimiento obrero y la democracia habrían sufrido un trato no mejor que el que le dispensó el franquismo al español. En cuanto a la representatividad de la mayoría bolchevique, de no haber existido en grado superlativo, difícilmente habría superado todos los embates, sobre todo considerando que en un principio, su única defensa fueron las milicias obreras.
La historia, la literatura, los líderes soviéticos, nunca ocultaron la existencia de un terror rojo justificado como legítima defensa. Siempre fue, por lo tanto, la apertura de los archivos refrendaron o ampliaron lo que ya se sabía. Los bolcheviques habían asido testigos de la “Gran Guerra” (a la que se opusieron radicalmente), y no se detuvieron en miramientos en defensa de una revolución cuya victoria entendían como primordial para el socialismo internacional. Sibn lo que quedaba de la revolución, la Rusia soviética casi desarmada por Stalin (que eliminó a la élite más preparada del Ejército Rojo, que despreció todas las informaciones sobre una eminente ocupación nazi), nunca habría derrotado a Hitler, dando un nuevo curso a la guerra mundial.

4. Una revolución legitima. La toma del Palacio de Invierno no fue un golpe de Estado, sus consecuencias humanitarias fueron irrisorias en comparación con los golpes de Estado pensados contra una mayoría social a la que pretende aterrorizar. El gobierno provisional apenas si representaba una minoría dentro de los soviets. El gobierno soviético inicial cumplió todas sus promesas, firmó la paz con Alemania, dio la tierra a los campesinos, puso a las empresas en sistema de autogestión y, lo que era mucho más difícil, demostró su carácter internacionalista reconociendo el derecho de autodeterminación de los pueblos oprimidos, para ellos, el régimen zarista era un cárcel de pueblos. Esta primera época quedó reflejada en la Constitución soviética de 1918 que proclamaba la Declaración de los Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado. En este tiempo, Lenin se paseaba entre la multitud sin escolta.
En aquellos “buenos tiempos” al decir de Trotsky, se vivieron numerosos momentos que dejaron constancia de la ingenuidad y la buena fe de la revolución, por ejemplo, los guardia rojos detuvieron a Wrangel y lo dejaron libre, porque dio su palabra de que no se levantaría contra los soviets, Alejandra Kollontaï “combatió” la huelga de los funcionarios de su ministerios, llorando a lágrima viva, Lunarchaski dimió cuando le llegó la noticia de que los Guardias Rojos habían destruido algunas piezas artísticas, lo cual no era cierto. Los bolcheviques intentaron gobernar con otras fuerzas políticas, pero estos interpretaron el tratado de Brest-Listovk como una traición, y promovieron atentados armados contra los líderes bolcheviques, en algunos casos, en colaboración con los servicios secretaros británicos que fueron especialmente activos. No fue hasta finales de los años veinte, que las potencias imperialistas desistieron en sus afanes restauracionistas.
Hasta finales de los años veinte, los políticos e intelectuales opuestos al gobierno pudieron exiliarse, por la misma época tiene lugar la NEP y una fase de activismo cultural y artístico excepcional. Hasta 1927, el PCUS apoya incondicionalmente todas las tentativas del Komintern. En 1921, Lenin propuso que la sede de ésta estuviera fuera de Rusia.

5. Una revolución traicionada. Sin embargo, no es cierto que gangrena burocrática comenzase después de la muerte de Lenin. Esta enfermedad, de entrada, se entiende por el atraso secular del país, por el dominio cultural que los funcionarios del antiguo régimen siguen manteniendo sobre la población. Una población que podía estar con la revolución, pero que seguía con un pie en su estadio anterior marcado por el analfabetismo, el antisemitismo, el machismo, el alcoholismo, etc. La guerra civil deja a la vida económica y social, al borde del abismo. Los soviets no pueden funcionar cuando ha desaparecido la mayor parte de la industria. Las medidas tomadas entonces por los bolcheviques contra otras minorías revolucionarias, así como los recortes en derechos democráticos reconocidos de siempre en el partido, fueron fatales…
En este contexto, el Estado se convirtió en el epicentro de la vida, y el partido se confunde con el Estado. Gran parte de la vanguardia había muerto en la guerra, otra parte está con los bolcheviques porque son los que han ganado. El viejo partido de gente que se la juega por una revolución que exigió grandes sacrificios, deja paso al nuevo partido de la “promoción Lenin”. Parte del aparato (la Checa), ha crecido utilizando métodos bárbaros, de hecho, son ellos los que imponen una solución drástica a la revuelta de Kronstadt. Son “cuadros” que se creen con derecho a una recompensa, sobre todo aquellos que, como Stalin, confunde la revolución con sus ambiciones personales. No es por casualidad que “el último combate de Lenin” (que este quiere llevar a cabo con Trotsky), parta de la idea de que la URSS era un “Estado obrero burocráticamente degenerado”.
Aquí cabría una discusión muy importante sobre la vida social y cultural posrevolucionaria, el partido que, se fue quedando aislado en el curso del avance revolucionario, acabó asumiendo un papel excesivo a todos los niveles, incluyendo la vida cotidiana.
En realidad, sus escritos de esta época son los primeros textos de lo que luego será la Oposición de Izquierdas. Sin embargo, su muerte deja a Stalin sin rival, y permite que Stalin (más Zinóviev, Kámenev y Bujarin), se vista con el traje del “marxismo leninismo”. Convertido en un icono, Lenin es citado y manipulado como el referente “verdadero” y “legitimador” del “marxismo-leninismo”, algo que no existió mientras vivió, que no pudo haber existido desde el momento en que su pensamiento estaba siempre abierto a la crítica y a la reconsideración- Lo dicho: sus últimos escritos son una crítica, una reconsideración de muchas de las cosas que se habían hecho, amén de los apuntes para un análisis muy lúcido de una nueva realidad….

6. La revolución se postuló como la antesala de una revolución internacional, como (la ruptura) del primer eslabón de la cadena imperialista, una hipótesis que fracasó en su primera fase (1918-1923, sobre todo en Alemania), pero que dejó abierta una vía que pudo repetirse en otras ocasiones. Sin el potencial apoyo de la clase obrera mundial, no habría sobrevivido, el imperio británico tuvo que ceder en sus afanes contrarrevolucionarios “porque no quería ver un soviet en Londres”. El socialismo en un solo país se fundamentó en la idea de que el socialismo ya estaba en marcha, tal como había quedado después de la guerra. Cambió el internacionalismo por el nacionalismo, de manera que el Komintern tuvo que abandonar su estrategia para convertirse en la expresión de la política exterior rusa, se “rusificó”.
Aunque deformada y traicionada, la revolución rusa siguió siendo un referente pala los trabajadores como antes lo había sido la toma de la Bastilla para la izquierda democrática. Desde los años treinta, este imaginario se confundió con otro, con el de un país miserable y atrasado que se ponían en la primera línea de las naciones con un crecimiento económico fulgurante, como modelo de un desarrollo económico alternativa (planificado en función de la mayoría social) que el imperialismo les negaba, de ahí que para muchos, las críticas a la naturaleza ambivalente de la URSS y al estalinismo, les pareciera parte de la propaganda anticomunista. Este modelo fue el animó al general Giap, como él mismo cuenta en sus memorias, incluso lo fue para el laborismo británico de principios de los años cuarenta. Este “socialismo” ha llegado convertirse en un modelo fracaso, incluso en lo contrario que en un modelo, pero en otros tiempos, tuvo un carácter movilizador.
Por otro lado, sin el miedo a la URSS y al “comunismo”, el imperialismo no habría permitido el avance de muchas revoluciones anticoloniales (de cuba sin ir más lejos), ni el capitalismo habría transigido tanto tiempo con las conquistas sociales inscrita en lo que se ha llamado un tanto abusivamente, “Estado del Bienestar”.
Esta historia no es agua pasada, ni mucho menos. No lo es tampoco, 1789, el pasado no se archiva, sigue vivo.
Todavía es importante defender sus razones y su legitimidad, y no olvidar los avances que trajo consigo, ahora más evidente cuando el capitalismo se ha quedado sin oposición. No obstante, una de las tareas más importantes de la izquierda militante actual ha sido desplazar las cuestiones hacia las denuncias concretas del neoliberalismo, abogando por nuevos alternativas en base a la máxima participación democrática posible.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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