sábado, mayo 10, 2014

¡Arriba los pobres del mundo!



En este 1° de Mayo, Marcha transita el camino de una canción que desde finales del siglo XIX es emblema del movimiento obrero mundial: La Internacional. Sus creadores, su historia y sus diferentes versiones.

Para trabajadores de las más diversas procedencias y para los militantes del clasismo suele ser la canción más linda de todas. Anarquistas, socialistas, comunistas, trotskistas, maoístas, gremialistas de diferentes corrientes, defensores de la I, la II, la III o la IV Internacional… todos, aunque con variaciones en su letra en algunos casos, la hicieron propia a lo largo y ancho del mundo. Es una de las canciones con mayor despliegue territorial y temporal de la historia. Casi no existe lengua a la que no se la haya traducido. Su arraigo está unido a las ansias de liberación de pueblos enteros y al fin de la opresión del hombre por el hombre. Es la música hermanada a la revolución mundial, y llegó a ser himno de uno de los países que marcó al siglo XX: la URSS.
La Internacional, como símbolo de la lucha popular, no podía tener mejor inicio. Es hija de La Comuna de París, esa experiencia de 72 días que se constituyó en el primer gobierno obrero de la historia mundial. Ya en la clandestinidad, huyendo de la represión, camino a su largo exilio, el obrero y poeta francés Eugene Pottier redactó los versos del que sería el cántico que agrupa a los trabajadores del mundo entero.
Pottier nunca imaginó la magnitud que alcanzarían sus estrofas creadas allá por 1871, a las que tituló, sin más, L´Internationale, letra recopilada poco después de su muerte, producida en noviembre de 1887, en un libro llamado Cantos Revolucionarios. Esa versión original es un poco distinta a la más popularizada de las que conocemos en Latinoamérica. Pottier la inició con un “¡Arriba, parias de la tierra!/En pie famélica legión/Atruena la razón en marcha:/es el fin de la opresión”.
La obra no fue fruto de la casualidad ni de la mera inspiración. Nacido en 1816, su autor ya tenía una larga trayectoria en la militancia obrera. Fue parte de la denominada “revolución de febrero” en 1848 en la misma Francia, se convirtió con el paso del tiempo en un reconocido sindicalista de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT – la I Internacional) fundada por Marx, Engels y Bakunin en 1864, e integró el gobierno mismo de La Comuna como uno de los 80 miembros elegidos por los trabajadores para gobernar París (mientras lucha en las barricadas, lo votan 3.352 personas sobre un total de 3.600 por el segundo distrito de la ciudad). En ese entonces a Pottier se le decía “el poeta de los trabajadores”.
Tampoco vislumbró la importancia de esta canción Pierre Degeyter (1848-1932), aquel ayudante en una papelera y compositor, también galo, que tomó en 1888 esos versos que en su segunda estrofa proponían “Del pasado hay que hacer añicos./¡Legión esclava en pie a vencer!/El mundo va a cambiar de base./Los nada de hoy todo han de ser”, y los musicalizó.
La letra había llegado a él a través de G. Delory, director del coro obrero La lira de los trabajadores, quien el 15 de junio de ese año le encargó que le agregue música. Degeyter, según cuenta la leyenda, lo hizo en sólo tres días.
Los versos de Pottier, a partir de entonces, quedarán ligados a la música de Degeyter compuesta 7 años después. Desde ese momento, el movimiento obrero mundial comenzará a tener “su” canción, aquella a través de la cual, como marcaba Lenin: “Sea cual fuere el país en que recale un obrero consciente, fuese cual fuere el lugar a que lo empuje el destino, sea cual fuere su sentimiento de ser un extranjero, privado de idioma y de amigos, lejos de su patria, puede encontrar camaradas”.
Es cierto, ni Pottier ni Degeyter lo intuían en esos tiempos, porque como todo símbolo popular, no se impone por decreto, sino que se impregna en las comunidades y pasa a formar parte de las mismas más allá de las intencionalidades individuales. Esta canción será, como la hoz y el martillo, el emblema del comunismo, del fin de la dominación de clase, la que indica: “Ni en dioses, reyes ni tribunos,/está el supremo salvador./Nosotros mismos realicemos/el esfuerzo redentor.//Para hacer que el tirano caiga/y el mundo esclavo liberar,/soplemos la potente fragua/que el hombre nuevo ha de forjar”.
El comienzo fue modesto pero ya marcaba el rumbo. Se imprimieron 6.000 ejemplares clandestinamente. El recibimiento popular fue excelente, tanto como represiva la respuesta de los poderosos. Sólo por editar esta letra y música que planteaba: “La ley nos burla y el Estado/oprime y sangra al productor;/nos da derechos irrisorios,/no hay deberes del señor.//Basta ya de tutela odiosa,/que la igualdad ley ha de ser:/No más deberes sin derechos,/ningún derecho sin deber”, el maestro de escuela Armand Goselin, por ejemplo, fue encarcelado durante un año.
Se dice que la primera vez que se la cantó en público fue en la ciudad de Lille en el mismo año de su musicalización, el 23 de julio de 1888, cuando fue interpretada por la Junta Sindical de Vendedores de Periódicos. Pocos años después, el Partido Obrero Francés la asume como propia. Ante el ingreso de sectores nacionalistas a un encuentro de trabajadores cantando “La marsellesa” -intentando impedir la reunión-, los obreros de diversas delegaciones del mundo -incluyendo a los locales- responden con La Internacional. Grabada a fuego quedó allí la melodía de los trabajadores como clase por encima de intereses nacionalistas. La canción se popularizó, primero en todo Francia y luego en el mundo. La II Internacional la oficializó como su tema insigne, y tras el triunfo bolchevique de 1917, Lenin propuso lo mismo para la III. El propio Degeyter, profundamente emocionado, dirigió la orquesta con la que sonó su canción en el VI Congreso de la III Internacional desarrollado en 1928 en la URSS, país que tuvo esta canción como himno hasta 1943. Finalmente, Trotsky y los suyos la adoptaron también como himno de la IV.
El periplo de La Internacional fue variable. Prohibida por dictaduras en todo el universo, las divisiones del movimiento obrero y las distintas traducciones fueron provocando modificaciones en su letra, a través de las cuales diversas corrientes políticas se diferenciaban. Nace la versión anarquista, que en sus segunda y tercera estrofas enfatiza: ¡La Anarquía ha de emanciparnos/de toda la explotación./El comunismo libertario/será nuestra redención.//Agrupémonos todos/a la lucha social./Con la FAI lograremos/el éxito final!”, y en la versión marxista más extendida en Latinoamérica se propaga una variable de la original, la que se inicia con “Arriba los pobres del mundo/En pie los esclavos sin pan/ y gritemos todos unidos:/¡Viva la Internacional!//Removamos todas las trabas/que oprimen al proletario,/cambiemos el mundo de base/hundiendo al imperio burgués”.
Más allá de esto, en sus versos, en cualquier versión, La Internacional plantea la lucha obrera contra la explotación del hombre por el hombre y la unidad de los trabajadores por sobre cualquier diferencia étnica, sexual, religiosa o de nacionalidad.
Pottier y Degeyter lograron que sus estrofas y musicalización pasen a ser anónimas. Para siempre, su creación pondrá sonido a huelgas, luchas obreras y a reuniones de organizaciones populares. La Internacional, más allá de sus variables, es una canción de todos. Se ha socializado nomás. Así se va haciendo realidad el final del estribillo original: “Agrupémonos todos,/en la lucha final./El género humano/es la Internacional”, o el más conocido por nosotros: “Agrupémonos todos/en la lucha final./Y se alzan los pueblos/por la Internacional”.

Leonardo Candiano.

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