¿La participación activa de los trabajadores podría ser efectivamente en Cuba una alternativa inmediata y urgente al “camino chino” con su partido único burocratizado fusionado con el Estado que dirige la marcha acelerada hacia la sumisión al mercado y la construcción de grandes desigualdades sociales? Es posible y vale la pena intentarlo porque el “camino chino” en la isla llevaría inevitablemente por su misma dinámica a la conversión de Cuba en una semicolonia dependiente de las inversiones y los mercados de los países imperialistas.
¿Tiene Cuba el excedente de población joven, productiva, y la producción agroalimentaria suficiente para evitar ese terrible camino chino? No, pero precisamente por eso hay que osar, innovar, recurrir a la movilización popular consciente, volver a los orígenes de la Revolución.
En los primeros años posteriores al triunfo revolucionario los trabajadores cubanos pudieron en efecto desplegar sus iniciativas, como las “coletillas” que periodistas y gráficos ponían a los artículos reaccionarios de los diarios donde trabajaban, o las luchas por reconstruir sindicatos sin los viejos burócratas. Esa entusiasta participación colectiva fue también decisiva en la derrota infligida a los invasores de Playa Girón (1961) al igual que en la crisis de los cohetes (1962) y en la participación en la guerra argelino- marroquí (1963). Esos años también fueron los de la independencia crítica del gobierno revolucionario frente a la Unión Soviética estalinista y los Partidos Comunistas y su “marxismo” dogmático, antes de que, por razones geopolíticas y una vez derrotada en la lucha interna la tendencia del Che Guevara, el Estado cubano jugase todas sus cartas a su integración en el bloque de países y partidos dirigido por Moscú.
Esta integración terminó por identificar el Estado y el Partido, sometiendo el segundo a las necesidades del primero, y puso a los sindicatos burocratizados totalmente al servicio del Estado-partido convirtiéndolos en mera correa de transmisión de las decisiones del mismo. Los elementos espontáneos de participación obrera y popular, de este modo, fueron dominados y asfixiados. Pero la resistencia al bloqueo y a los ataques de Estados Unidos así como la fuga de la isla de centenares de miles de excapitalistas, sus partidarios y servidores y gran cantidad de delincuentes, dieron una base firme para mantener el consenso de que gozaba el gobierno de Fidel Castro.
La modificación en la conciencia colectiva producida por la participación activa de millones de cubanos en los esfuerzos revolucionarios y la subsistencia de ese consenso antimperialista, así como una mayor homogeneidad de la sociedad cubana así “depurada” con respecto a la Unión Soviética y a los países “socialistas” orientales explican la subsistencia del régimen cubano después del derrumbe de los gobiernos estalinistas de la URSS y del Bloque de Varsovia y también que, a diferencia de lo que sucede en China, pese a las dificultades de todo tipo, en Cuba no se registren huelgas ni protestas político sociales de masa.
La población cubana tiene salud y educación y podría ser más productiva si enfrentase menos trabas burocráticas y pudiera desarrollar libremente la inventiva que utiliza para subsistir para reorganizar desde abajo la economía social. Hoy para poder vivir todo lleva a “arreglarse” a cualquier costo y de cualquier forma, generalmente ilegal o incluso delictiva, y produce la competencia individual en un mercado de trabajo donde volvió a imperar el desempleo apenas disfrazado. Una información plena y veraz sobre los recursos con que cuenta la sociedad y cada empresa, sobre las necesidades imprescindibles y el funcionamiento del mercado para la producción cubana, podría dar herramientas para hacer en cada centro de trabajo un censo de sus recursos productivos y para fijar planes y metas realistas, así como para eliminar los despilfarros, las fugas de recursos, los pequeños latrocinios. Para eso bastaría con cambiar radicalmente la función de la prensa cubana, que hoy oculta o deforma la realidad y no informa sobre el entorno internacional.
Cuba puede volver a la solidaridad colectiva, a la discusión de objetivos generales plausibles, a la construcción de un espíritu cooperativo mediante la discusión popular de los problemas y de las soluciones a los mismos y a la adopción de decisiones desde abajo hacia arriba, en la autogestión productiva y en la democracia autonómica en las comunidades. Son los trabajadores, informados a tiempo de los problemas, quienes deben fijar las prioridades y resolver qué hacer ante cada situación, como el problema alimentario, que exige concentrar de inmediato los esfuerzos y los medios técnicos y financieros.
Para eso deberán sacarse de encima el paternalismo de una burocracia con mentalidad capitalista. El aparato burocrático sindical, que debería defenderlos y proponer planes, les comunicó en cambio la decisión del gobierno de dejar sin trabajo, de golpe, a uno de cada cinco cubanos y con eso perdió la poca credibilidad que le quedaba. También aprobó sin más la nueva ley de inversiones, que no tiene en cuenta las microempresas y cooperativas mediante las cuales los desocupados tratan de ganarse la vida. Asumiendo su propio destino en sus manos, los trabajadores despertarían nuevas energías entre los revolucionarios aún presentes en el partido comunista y en los aparatos y centros culturales y reconquistarían la parte de la juventud que ha perdido sus esperanzas. También podrán renovarán el apoyo a la revolución cubana de los años sesenta-setenta en América Latina antes de la burocratización de la misma y darán un ejemplo a sus hermanos chinos y europeos. El héroe mítico Anteo, cuando se sentía perdido, renovaba su contacto con la madre tierra. Los trabajadores de Cuba pueden, como él, volver a pisar el terreno firme de la revolución.
Guillermo Almeyra
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