domingo, diciembre 28, 2014

Intifada: La rebelión de las nuevas generaciones



Mientras arden las llamas de Jerusalén oriental y Cisjordania por las provocaciones ininterrumpidas del premier israelí Benjamín Netanyahu, el 9 de diciembre se cumple el 27º aniversario de la primera Intifada (en árabe, levantar la cabeza), también conocida como la Guerra de las Piedras, uno de los acontecimientos de masas más radicalizados de la historia del pueblo palestino (junto a la segunda Intifada) que hizo crujir al régimen sionista.

La chispa que encendió la pradera fue el asesinato de cuatro jóvenes palestinos demorados en un checkpoint del campo de refugiados de Jabalia en la franja de Gaza, donde fueron arrollados por un militar israelí, producto de un “accidente”. La saña criminal premeditada abrió la furia de un grupo de manifestantes palestinos, entre ellos tres jóvenes de 17, 10 y 11 años que resultaron abatidos por los soldados israelíes. Los sucesos corrieron como reguero de pólvora encendiendo el fuego de la Intifada desde fines de 1987 hasta las brasas entradas de los ‘90, donde perdieron la vida 1.559 palestinos (304 menores) contra 400 israelíes, mayoritariamente soldados, según el organismo de DD.HH. israelí Betselem.
Este levantamiento de masas estuvo protagonizado por una nueva generación de jóvenes y mujeres palestinos que no arrastraban las viejas derrotas provocadas por la Nakba (expulsión de los palestinos de su tierra) en 1948, pero que tampoco había conocido la dominación de Egipto sobre la franja de Gaza así como el control de Jordania sobre la margen occidental de la Cisjordania y Jerusalén oriental (hasta 1967), los dos territorios donde se concentraba una parte importante del pueblo palestino obligado a huir por las políticas de limpieza étnica del Estado sionista que expulsó a 1 millón de palestinos al exilio.
Las nuevas generaciones fueron testigos del salto cualitativo de la colonización judía en los territorios palestinos que derramaba la bonanza israelí, mientras sus condiciones de vida iban por la alcantarilla. Si en 1975 había 2.500 colonos judíos, para 1985 se incrementaron a 60.000, desperdigados en 100 asentamientos.
Librados del conservadurismo de sus mayores, miles de jóvenes, educados bajo el odio a la colonización, constituyeron la levadura que enfrentó a las tropas israelíes arrojando bombas Molotov y una permanente lluvia de piedras, obtenidas de esa característica zona de montaña.
Miles de parias de los campos de refugiados y las escuelas administradas por la UNRWA (la agencia de refugiados de la ONU) formaron los primeros batallones callejeros, asistidos por niños y ancianos. Sin embargo, fueron las mujeres quienes más se destacaron, desempeñando un papel importante en la primera línea de la vanguardia, interponiendo sus propios cuerpos a los tanques y las tropas israelíes. Los movimientos de mujeres formaron comités de socorro que rompían los toques de queda israelíes para llevar alimentos y medicinas a los barrios bajo asedio y protestar por los miles de presos que purgaban en las mazmorras hebreas. Durante este período fueron encerradas alrededor de 3.000 mujeres.

Recomposición del movimiento nacional palestino

La Intifada brotó como una erupción volcánica que expresaba la recomposición del movimiento nacional palestino contra la ocupación sionista, dando a luz nuevas organizaciones coordinadas por el Mando Nacional Unificado. Ese organismo de masas estaba bajo la hegemonía del Fatah y la OLP, a pesar de que su dirección encabezada por Yasser Arafat se hallaba exiliada en Túnez, tras los duros golpes propinados por el Ejército israelí en Beirut y la masacre de Sabra y Shatilla, que los obligó a escapar de Líbano en 1982. Con todo vigor, las nuevas instituciones de las masas declararon la huelga general contra represión israelí y alentaron la lucha callejera. El brutal deterioro del estándar de vida llevó a la ruina a las clases medias las que imprimieron un movimiento de desobediencia civil contra el pago de impuestos y multas, así como al boicot de las mercancías israelíes. Simultáneamente se desarrollaron dos corrientes de opinión: una sostenía la lucha contra la ocupación sionista de los territorios palestinos y otra que marcaba el objetivo estratégico de destruir el Estado de Israel para recuperar la Palestina histórica.
La brutal represión sobre las masas palestinas dejó al desnudo a los sionistas con un enorme descrédito internacional que abrió fisuras en el Ejército israelí, el pilar del Estado judío, pre existente a la nación judía. La emergencia de los refuseniks (que ya habían aparecido en 1982 durante la primera Guerra de Líbano, recordada como la operación Paz para Galilea), expresaba un movimiento de miles de soldados y oficiales objetores de conciencia que se negaban a prestar servicio en los territorios palestinos. Los refuseniks preferían ser sometidos a los tribunales militares que condenaron a varios de ellos a prisión, abriendo una crisis en la sociedad israelí, que dio lugar al desarrollo de movimientos pacifistas como Shalom Ajshav, vinculado a la intelectualidad liberal, y Iesh Gvul, un movimiento de soldados de lazos con grupos antisionistas.

La trampa de los Acuerdos de Oslo

Ante la perplejidad israelí, impotente de sofocar la profundidad del movimiento, el premier derechista Itzjak Shamir y ministro de Defensa laborista Itzjak Rabin intentaron montar una campaña para adjudicar la responsabilidad del “caos” a Arafat, a pesar de que estaba en Túnez y que ya en 1985, durante la Conferencia de Argel, el Fatah y la OLP habían capitulado sus banderas reconociendo la existencia del Estado de Israel, abandonando su viejo programa democrático por una Palestina laica y no racista.
Bajo esa férula también tuvo su bautismo Hamas, “tolerado” por el régimen sionista, según el veterano periodista israelí Uri Avnery, porque en tanto movimiento islámico conspiraba dividiendo el movimiento nacional de carácter laico. Mientras las masas se organizaban en comités de diversa índole, Hamas apartaba de estos comités a los sectores más pauperizados con tareas de asistencia social.
Bajo el marco contrarrevolucionario de la primera Guerra de Irak lanzada por George Bush (padre) en 1991 y la ofensiva neoliberal, el imperialismo norteamericano, el Estado de Israel y Arafat desviaron este proceso mediante los Acuerdos de Oslo de 1993 que promovían la solución de dos Estados, una trampa que sólo sirvió para aumentar exponencialmente la colonización judía de los territorios palestinos con 500.000 colonos, haciendo a un lado todas las demandas democráticas del pueblo palestino, entre ellas el derecho de retorno de 7 millones que residen en la diáspora, mayoritariamente en campos de refugiados de países árabes. El pleno derecho a la autodeterminación nacional del pueblo palestino es una tarea que sólo podrá hacerse efectiva con la lucha de todos los trabajadores, los campesinos y los pueblos de Medio Oriente, enfrentando al imperialismo, su gendarme sionista y las burguesías árabes reaccionarias.

Miguel Raider

No hay comentarios.: