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sábado, agosto 13, 2016
Quitar a Millán Astray y a otros genocidas de los callejero
Estamos -al fin- asistiendo a una discusión pendiente: la de la calle dedicada en Madrid al general Millán Astray, el compañero más cercano de Franco, que fue caracterizado como un personaje “recompuesto de garfios, maderas, cuerdas y vidrios”.
Su figura quedó fijada para la leyenda de los militares fascistas el 12 de octubre de 1936. Lo que sucedió, según cuenta en La guerra civil española el hispanista inglés Hugh Thomas, es lo siguiente: el profesor Francisco Maldonado, tras las formalidades iniciales y un apasionado discurso de José María Pemán, pronuncia un discurso en que ataca violentamente a Catalunya y “las Vascongadas”, calificándolas como “cánceres en el cuerpo de la nación. El fascismo, que es el sanador de España, sabrá cómo exterminarlas, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos”. Entre sus soflamas cabe distinguir algunas como esta: “¡Que viva España cada vez más grande! ¡Viva Franco, que al frente de nuestras tropas acabará con la esclavitud ruso-judía!”. Millán Astray fue un producto de la España militarista y grotesca descrita por don Ramón María del Valle-Inclán en obras como Los cuernos de Don Friolera.
Alguien grita entonces, desde algún lugar del paraninfo, el famoso lema legionario “¡Viva la muerte!” (de los otros, claro). Millán Astray responde con los gritos con que habitualmente se excitaba al pueblo: “¡España …”; “… una!”, responden los asistentes.(Algunos jóvenes estudiantes falangistas (según otros, carlistas) intentan enmendar el viva la muerte con vivas a Cristo Rey y a la paz misericordiosa (…) pero son apagados por los ensordecedores gritos de ritual. Después, un grupo de falangistas ataviados con la camisa azul de la Falange hacen el saludo fascista, brazo derecho en alto, al retrato de Francisco Franco que colgaba en la pared.
Se intenta así enmendar el incidente aunando esfuerzos de hermandad y moral (algo quebrada por el incidente) al unísono.
Miguel de Unamuno, que presidía la mesa, se levanta lentamente y clama como un viejo profeta bíblico: “Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso -por llamarlo de algún modo- del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao. El obispo” -dice Unamuno señalando al obispo de Salamanca- “lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona. Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito ’¡Viva la muerte!’ y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor”.
En ese momento Millán Astray exclama irritado: “Muera la…”. Don Miguel, sin amedrentarse, prosigue: “Éste es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho”.
A continuación, el público asistente se encolerizó con el viejo profesor y le dirigió todo tipo de insultos por lo que, gracias a la intervención de Carmen Polo de Franco, quien le acompañó cogida del brazo, abandonó el recinto universitario y se trasladó hasta su domicilio. Le había salvado su incuestionable prestigio, el ser ya un venerable anciano, la contención obvia del propio Franco que a través de su señora trató de calmar el ambiente de linchamiento.
Millán Astray era un personaje singular que, entre otras cosas, presumía de innumerables amantes. La más conocida fue la cantante de cabaret argentina Celia Gámez, que al comenzar la guerra, se encontraba de gira con su compañía por territorio bajo control de la sublevación, a la que apoyó durante la contienda. Esto le permitió continuar con sus éxitos y popularidad y le crearon indudable mala fama entre los opositores al régimen. Un tema suyo, “Ya hemos pasao”, se burla del “No pasarán” de las milicias republicanas, y con sarcasmo hacia los derrotados a los que trata de “miserables” al tiempo que se autoproclama “facciosa”.
En la pantalla grande Francisco Regueiro ofreció una lúgubre descripción del personaje en Madregilda (1993), describiendo una partida de mus compartida por un grupo de viejos compañeros de la campaña de Marruecos: Francisco Franco (un Juan Echanove enorme), un general legionario de aspecto físico parecido a Millán Astray (quizás el mejor Juan Luis Galiardo), Longinos (José Sacristán), viejo amigo y asistente del caudillo, y Huevines (Antonio Gamero), pater del regimiento de regulares. Todos ellos guardan oscuros secretos, que poco a poco irán surgiendo a la superficie desatados por la presencia en Madrid de una encarnación de Gilda. Un sueño, una alucinación o mejor una pesadilla que sufrió Regueiro en una España que necesitaba héroes de esta ralea. Pero no fueron estas las únicas referencias sobre Millán Astray en el cine.
Menos recordada por lo antigua fue La Bandera (Francia, 1935), una de las famosas películas “legionarias” de su época y en la que el héroe colonialista tiene una aparición. Estaba basada en una novela de Pierre Dumarchais, más conocido como Pierre Mac Orlan, poeta, periodista, autor de letras de canciones, novelista, guionista y “sátrapa” de ínfulas anarquistas. Una novela que fue adaptada por Charles Spaak, y dirigida por Julien Duvivier, el mismo que más tarde realizó la mítica Pepe le Moko (1937) Pero tales palabras no tenían traducción para las colonias, de ahí La bandera, con título original en castellano. Protagonizada por dos de las mayores estrella del cine francés, Jean Gabin y Annabella. Para Millán Astray, este film fue una bendición hasta el punto que aprovechó su fama para llevar a cabo una bien pagada gira de conferencias por Argentina. Allí se encontraba cuando estalló el alzamiento militar de julio de 1936, en el que se integró nuevamente como jefe al frente de su Oficina de Prensa y Propaganda desde la cual Millán divulgó incansablemente la imagen de Franco como salvador invencible. Incluso participó activamente de las maquinaciones que culminaron con la entrega del poder total a Franco con el que, entre otras cosas, acabó jugando al mus mientras se permitía licencias groseras y tabernarias, un detalle descrito en el citado film de Regueiro.
Pero en lo que a la guerra se refiere el nombre de Astray aparece ligado al de Franco por supuesto, pero quizás especialmente al de Miguel de Unamuno (1864-1939). El personal interesado sobre este episodio puede encontrar una correcta aproximación en una entrega del serial biográfico “Imprescindibles” en TVE: Unamuno, apasionado (Rafael Alcázar, 2014), que se inicia con los acontecimientos de Salamanca ya evocados por Patino en su penetrante Caudillo (1977), el filme que Basilio Martín Patino rodó clandestinamente y que comienza con una mise en scène en la que se registra la “providencialidad” de un hombre que fue escogido por Dios para salvar a España.
Se trata de un verdadero momento estelar en la historia del antifascismo en el que resurge el Unamuno más auténtico cuando parecía que había muerto en vida. Una fase que le lleva en el verano del 36 a hacer un llamamiento a los intelectuales europeos para que apoyen a los sublevados, declarando que representaban la defensa de la civilización occidental y de la tradición cristiana, lo que causa tristeza y horror en los medios culturales. Llega a aceptar el acta de concejal que le ofrece el nuevo alcalde, el comandante Del Valle que había tomado la ciudad disparando indiscriminadamente. Pero su insólito entusiasmo por la sublevación pronto se torna en desengaño, especialmente ante el cariz que había tomado la represión en Salamanca. En sus bolsillos se amontonan las cartas de mujeres de amigos, conocidos y desconocidos, que le piden que interceda por sus maridos encarcelados, torturados y fusilados. Considerando que don Miguel había caído en la ignominia de apoyar al “Movimiento”, su actuación se puede interpretar como un alegato redentor, un gesto que le permitirá pasar a la historia como un personaje en el que el compromiso con la verdad, su verdad siempre individual, está a la altura de una obra. Dicho de otra manera: Unamuno no acabó a la altura denigrante de un Knut Hamsun o como un Vargas Llosa made in Wall Street. Lo hizo como un paladín de una resistencia cultural que nunca cedió en su lucha contra la muerte de la verdad y de la inteligencia.
El nombre Milán Astray adquirió una resonancia internacional como la que también alcanzaría el del general Yagüe, justamente llamado “el carnicero de Badajoz” (“Por supuesto que los matamos. ¿Qué esperaba usted? ¿Que iba a llevar 4000 prisioneros rojos conmigo, teniendo mi columna que avanzar contrarreloj? ¿O iba a soltarlos en la retaguardia y dejar que Badajoz fuera roja otra vez?”), proclamaba que el país no necesitaba pueblo que votara a personas que no aceptaran la condición de siervos. Su aspiración era convertirse en un gran señor feudal, en amo de la vida y la muerte de sus vasallos, algo que consiguió. Africanista y falangista, durante la guerra mundial mostró sus afinidades con el jerarca de la aviación nazi Göering. Franco lo nombró marques y la ciudad de Burgos puso su nombre a un hospital. El documental relaciona con naturalidad pasado y presente y ofrece testimonios como el del último miliciano que escapó a la matanza de Badajoz, amén de imágenes inéditas, e informa de las matanzas de Zafra, Llerena y del campo de concentración de Castuera. Fue uno de los treinta y cinco altos cargos imputado por la Audiencia Nacional en el sumario instruido por Baltasar Garzón por los delitos de detención ilegal y crímenes contra la humanidad y que no fueron procesados al comprobarse su fallecimiento. Hasta fechas recientes existió unHospital General Yagüe, amén de una fundación a su nombre.
Tanto uno como otro tuvieron sus calles y avenidas durante la dictadura, y han sido objeto de parte de la potente campaña de rehabilitación dirigida por una gran empresa, por la FAES, una formidable nomenklatura cuya incidencia en los medios sobrepasa la de todas las demás tendencias históricas juntas. El procedimiento de blanqueo negacionista pasa por negar o atenuar las responsabilidades franquistas o al menos equipararlas a las republicanas. Partiendo del supuesto expuesto por John Keats, según el cual se pueden encontrar defectos y maldades en los mejores y viceversa, sobredimensionan aspectos como el espíritu libertino de Millán Astray que tuvo que fugarse a Portugal por miedo a Franco tras cambiar de señora; que el general Yagüe actuó de manera muy paternalista con sus vasallos, aunque según cuenta Basilio Martíon Patino podría arrearle un guantazo al primero que le contradijera, o presentar las soflamas de propaganda radiofónica de Queipo de Llano como una mera acción militar, como sí se tratara de batallas medievales en las que competían dos ejércitos.
Desde este punto de vista se creó ex profeso una editorial, La Esfera de los Libros, parte del conglomerado del diario El Mundo, que ha ido publicando todo un extenso material revisionista acompañado por otros títulos perfectamente normales, incluso de indudable caríz de izquierdas. Este parapeto que iba recuperando terreno mientras que la izquierda institucional perdía terreno o ejercía el entreguismo, se está convirtiendo ahora en un campo de batalla como no podía ser menos. El hecho de que tengan que ser los antiguos legionarios los que tengan que enfrentarse a un empeño tan descabellado como restablecer el rostro humano de Millán Astray, no es más que una demostración de que sí esa batalla no se había ganado era, pura y lisamente, porque la izquierda no la había emprendido.
Al menos en lugares como Euskadi o Catalunya es otra historia: allá por ejemplo, la céntrica plaza Calvo Sotelo pasó a llamarse de Francesc Maciá en plena Transición. Pero aunque sea tarde, esta batalla contra el fascismo tiene que ser ganada como lo fue en Alemania, donde también llegó a instalarse el criterio de que “había que mirar hacia delante”, que pasar la página del libro de la historia sin haberlo leído.
Pepe Gutiérrez-Álvarez, escritor y miembro del Consejo Asesor de VIENTO SUR
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