In memoriam
El genial escritor cubano Alejo Carpentier supo definir la relación entre el periodismo y la historia señalando que el periodista es en sí mismo una forma de historiador: “El es el cronista de su tiempo y es el que recoge la participación inmediata del acontecimiento. El es el que nos entrega el estado vivo, el estado primero, el acontecimiento que después habrá de situarse en justa perspectiva y dimensión en un análisis histórico determinado (…) Él anima la gran novela del futuro con sus testimonios y sus crónicas”. Acaso sea ésta una descripción justa para la trayectoria y la obra de Rogelio García Lupo, fallecido ayer y ya en el panteón de nuestra grandes plumas.
En él se conjugaron el periodista de raza y el cronista de la historia contemporánea, con los dotes del eximio narrador. Decano del periodismo de investigación en la Argentina, iniciador y promotor de emprendimientos periodísticos innovadores en América latina, profundo conocedor de los pasillos del poder y trastiendas de la política nacional e internacional del último medio siglo, es autor de libros que hicieron escuela en el género del ensayo histórico.
La rebelión de los generales fue el primero de ellos, publicado por primera vez en 1962. En él, la crónica minuciosa y la pesquisa de los hilos ocultos en las tramas del poder, termina confluyendo en un atrapante radiografía de los años ‘60 descubriendo constantes, causalidades inmediatas y mediatas de los hechos, factores incidentales, ciclos recurrentes.
García Lupo será velado en Córdoba 3677 a partir de las 18 del sábado
En la crónica de los hechos que signaron ese período, el fino analista de la política de partidos y grupos se complementa con el buceador de ese período turbulento; los vínculos inconfesables, las intrigas y operaciones cívico-militares, los grupos de presión, las logias y alianzas clandestinas, allí donde pueden quedar desvirtuadas las interpretaciones lineales pero también donde se encuentran las razones profundas y motivaciones ocultas de hechos que no tienen explicaciones evidentes o en los que éstas resultan sospechosas o poco convincentes. Esta efervescencia de una política que se manifiesta en la superficie y entre los pliegues ocultos, se puede leer también como una apasionante novela de espionaje e intrigas, aunque todo lo que se cuenta es estrictamente verídico y está documentado.
El hombre que compartió redacciones con Raúl Scalabrini Ortíz y Arturo Jauretche, que escribió junto a Rodolfo Walsh y fundó con él y Jorge Masetti la agencia Prensa Latina en los primeros años de la Cuba revolucionaria, que participó en el armado del Diario de la CGT de los Argentinos luego del Cordobazo, y en revistas que marcaron hitos en el periodismo rioplatense, como Primera Plana, la uruguaya Marcha y Crisis, publicó otra serie de libros de denuncia en los primeros años ’70, con datos recogidos de documentos oficiales y fuentes acreditadas. “Es un inquieto crónico –lo describía así una nota en la revista Primera Plana, en mayo de 1972- Y a la vez dueño de una impensable paciencia. Todas las mañanas, cuando se levanta, lee los diarios, especialmente la sección de avisos fúnebres (…) Para algunos es una suerte de peligro público que hoy está en la calle Florida y mañana aparece en la avenida Mariscal Santa Cruz, en Bolivia, o en la 18 de Julio de Montevideo. Suele ser, ciertamente, un peligro que camina”.
Quien esto escribe se siente discípulo y tributario de esta generación de escritores-periodistas desde que, hace más de 30 años, encontrara en obras como la de García Lupo algunas claves y pistas que permitieran ayudarnos a comprender cómo habíamos llegado a vivir la atroz experiencia de la última dictadura (1976-1983) y su delirante arrebato final, la guerra de las Malvinas. Allí, el lector encontrará un relato fehaciente de cómo se fue incubando aquel “huevo de la serpiente”. Así escribía García Lupo, en Diplomacia secreta y rendición incondicional, en 1983: “De la diplomacia secreta a la guerra, y de la guerra a la rendición incondicional, la Argentina vivió en un año una experiencia histórica que a otros pueblos los ocupó durante décadas. Cómo llegó a concentrarse de esta forma la crisis generalizada de una sociedad es todavía el enigma de centenares de estudiosos que, especialmente fuera de la Argentina, procuran hallar una explicación a la cadena de decisiones fatales que condujeron a la guerra”.
Si uno relee aquel libro publicado a mediados del ’83 descubre que los ciclos de década en década que describe García Lupo en La rebelión de los generales se fueron repitiendo hasta ese desenlace final que desembocó en la recuperación de la democracia: 1943-1963, 1963-1983, demarcan en efecto esas “dobles décadas del doble poder” civil y militar, en ciclos que, durante cuarenta años, parecieron guiar a la política nacional. La reedición de La rebelión…, en 2013 por Editorial Vergara, donde trabajó en como editor en los últimos años, medio siglo más tarde, fue el último testimonio que este gigante del periodismo argentino le dejó a las generaciones más jóvenes. Generoso, siempre, con sus lectores, pero exigente ya que nada tiene que ver su propuesta con los relatos maniqueos y simplistas, brindará siempre algunas pistas ricas en anécdotas y significativas por su relevancia interpretativa, de procesos históricos complejos.
Así, sorprenderá en Ultimas noticias de Perón y su tiempo (2006), con una serie de episodios que tienen como hilo conductor las actividades de Perón como oficial de inteligencia y el modo en que dicha formación incidió en su carrera política. García Lupo elegirá una frase de John Stuart Mill como epígrafe de presentación de su último libro Ultimas noticias de Fidel Castro y el Che (2007): “El mayor servicio que un ser humano puede prestar a sus semejantes es revelar al mundo algo que le interesa profundamente y que hasta entonces ignoraba, demostrarle que ha sido engañado en algún punto vital para sus intereses temporales o espirituales”. Una frase que sintetiza bien, aunque se queda corta, el aporte de su obra al mejor conocimiento de nuestra historia política contemporánea. Y a las crónicas del presente.
Fabian Bosoer
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