Los elogios fúnebres no pueden reescribir la historia
En una vida política tan prolongada y con una trayectoria tan contradictoria como la de Mario Soares, no todos los aspectos serán negativos. Pero si se pretende fijar en el momento actual su lugar en la historia, hay un hecho que para nuestro pueblo y nuestro país es más relevante que cualquiera otro. Si el 25 de abril de 1974 constituyó el más importante acontecimiento de nuestra historia hasta el día de hoy, Mario Soares debe ser recordado como uno de sus más destacados y encarnizados adversarios. Vasco Gonçalves y Álvaro Cunhal identifican en su figura al principal responsable de la contra-revolución portuguesa.
Debe ser recordado como alguien que, desde el primer día, apostó por que la Revolución de Abril no superase los límites de una revolución burguesa. Por que la conquista de la libertad política no trajese consigo las transformaciones económicas, sociales y culturales que garantizasen que, con el derrumbe del régimen fascista, los trabajadores y el pueblo portugués abrieran el camino de una sociedad no solo libre de la opresión sino también liberada de la explotación, de la desigualdad, de la dependencia y del atraso, y que los pueblos de las colonias portuguesas conquistasen la efectiva independencia nacional.
Esta perspectiva alarmó al gran capital nacional y transnacional. Mario Soares se consideró como una de los intérpretes políticos centrales de esta alarma. Conspiró, se alió y fue apoyado por los más reaccionarios sectores de la derecha y del imperialismo. Trabajó incansablemente para dividir a las fuerzas progresistas civiles y militares. Hizo suyas las consignas de orden reaccionarias, fue el portavoz del más rastrero y fanático anticomunismo. No hubo golpe contra-revolucionario en el que no estuviese directa o indirectamente implicado, no solo en Portugal sino también en África. Dio cobertura y justificación política a la ofensiva terrorista de la extrema-derecha.
Contenido el impulso revolucionario con el golpe del 25 de Noviembre de 1975 (que estuvo a punto de desencadenar una guerra civil), Mario Soares asumió como primer ministro la tarea de destruir e invertir, desde el gobierno, las grandes transformaciones que se habían desencadenado debido a la asombrosa creatividad revolucionaria de las masas en movimiento: la Reforma Agraria, .la nacionalizaciones, los derechos de los trabajadores y de los pueblos. Acordó con la derecha las sucesivas revisiones constitucionales con vistas a retirar de la Constitución las garantías de defensa de las conquistas revolucionarias. Culminó su nefasta actuación destructora con el proceso de adhesión a la CEE, instrumento decisivo de sumisión de Portugal al gran capital transnacional.
Así, en estos términos, Mario Soares deja marcadas las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado en nuestro país. Décadas de desencadenamiento de políticas de derechas, décadas de retroceso social y democrático, décadas de subalternidad y dependencia nacional.
Si su papel posterior es en algunos aspectos menos negativo, se debe sobre todo a que las políticas y los protagonistas políticos a los que abrió camino conseguirían agrandar más aun las políticas y la acción que él inició. Fue, como Presidente de la República, menos malo que como primer ministro. Pero nunca abandonó los rasgos fundamentales de su opción política e ideológica: la alianza con el gran capital y el imperialismo, la disponibilidad de actuar contra cualquier proyecto de transformación anticapitalista en cualquier sitio donde pudiera influir, concretamente en el marco de la Internacional Socialista.
Su lugar en la historia es, en lo fundamental, el de alguien que combatió tenazmente por la liquidación de la esperanza de Abril. De alguien cuya acción abrió el camino e inició las políticas que conducirían a Portugal a su penosa situación actual.
Ningún elogio fúnebre podrá eludir esa realidad.
Editorial ODiario.info
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