Este texto es la versión actualizada de la intervención en el taller “Estado, partido, transición”, del coloquio “Pensar la emancipación” desarrollado en la universidad Paris 8 – Saint Denis (Francia) del 13 al 16 de septiembre de 2017.
El pensamiento estratégico, incluso aquel que ha reivindicado el marxismo revolucionario y a Lenin contra las diversas variantes neoutopistas o neorreformistas típicas del momento posmoderno (momento político que ha quedado detrás nuestro), se ha dejado arrinconar contra las cuerdas desde hace mucho. El fracaso brutal de las hipótesis neopopulistas de izquierda, desde los gobiernos “progresistas” latinoamericanos al cataclismo Syriza, hasta el liquidacionismo de Podemos –sin hablar de la contrarrevolución que ha destruido hasta ahora la segunda primavera de los pueblos– ha hecho envejecer especialmente las opciones altermundialistas social-libertarias que han intentado, por un tiempo, siguiendo a Holloway, “hacer la revolución sin tomar el poder”. Combinado con los giros reaccionarios y bonapartistas del momento, que recuerdan hasta qué punto los Estados burgueses incluso “democráticos” manejan siempre el garrote cuando la zanahoria ya no basta, este fracaso exige que no se vuelva a abordar con ligereza la cuestión del poder, es decir, de los fines y de los medios de enfrentamiento victorioso a las formas políticas de la dominación burguesa. Esto pone en un lugar central la tesis de Lenin “Sobre la dualidad del poder” de abril de 1917:
El problema fundamental de toda revolución es el del poder del Estado. Si no se comprende este problema no puede haber participación consciente en la revolución, por no hablar de la orientación de la revolución1.
Dimensiones del doble poder y el regreso de las tareas preparatorias
El “doble poder” designa un tipo de proceso y de instrumentos políticos particulares por los cuales las masas en lucha crean sus órganos de decisión independientes, alternativos y antagónicos a las instituciones existentes (soviets, comités de huelga, consejos de fábrica, asambleas generales) en la perspectiva de la huelga general y de la insurrección. Históricamente este proceso lleva a la madurez, en un principio en la revolución rusa de 1905, la forma en que los trabajadores, desde el siglo XIX, han buscado organizarse, en el curso o a través de huelgas especialmente, de manera independiente, oponiéndose a los Estados al servicio de sus explotadores. Lenin establece tal fórmula luego de la caída del zarismo para describir la situación singular que oponía el gobierno provisorio a los soviets:
Este doble poder se manifiesta en la existencia de dos Gobiernos: uno es el Gobierno principal, el verdadero, el real Gobierno de la burguesía, el “Gobierno provisional” que tiene en sus manos todos los resortes del poder; el otro es un Gobierno suplementario y paralelo, un Gobierno “de control”, encarnado por el Soviet de Diputados Obreros y Soldados de Petrogrado, que no tiene en sus manos ningún resorte del poder, pero que descansa directamente en el apoyo de la mayoría indiscutible y absoluta del pueblo, en los obreros y soldados armados2.
Semejante coexistencia de dos formas de poder de clase disputándose el perímetro del Estado, rivalizando en el terreno de la soberanía, poniendo en juego fuerzas sociales antagónicas, era por esencia inestable.
“No cabe la menor duda que este “entrelazamiento” no puede durar mucho. En un mismo Estado no pueden existir dos poderes. Uno de ellos está destinado a desaparecer”3, completaba Lenin, formulando a la vez el viraje decisivo con el que ligaba el febrero “democrático” a la perspectiva socialista, “¡Todo el poder a los soviets!”, que iba a crear el centro de gravedad de la avanzada hacia la insurrección. En lo que concierne a la dialéctica compleja que han tenido las relaciones entre soviets y partidos en 1917, no olvidemos que los primeros, donde el rol de los bolcheviques fue creciendo hasta volverse mayoría en octubre, han llegado también a desafiar al Estado del gobierno provisional en tres aspectos indisociables. Al emerger, como una fuente alternativa de legitimidad y de mando, en tanto que germen o esbozo de una nueva forma de instituciones fundadas sobre la democracia proletaria, y finalmente, como medio por el cual este poder de clase en germen, en el movimiento mismo de su elaboración, debía “destruir” el Estado burgués, lo que Marx, después de 1848 había puesto en el corazón de la transición revolucionaria en la perspectiva del comunismo, es decir, la “dictadura del proletariado”. Segunda tesis leninista que rechazamos que el estalinismo haya vuelto obsoleta, y que por el contrario, es una perspectiva que, consideramos, debe formar parte nuevamente del horizonte actual4,
Limitar el marxismo a la teoría de la lucha de clases, significa cercenar el marxismo, tergiversarlo, reducirlo a algo aceptable para la burguesía. Marxista sólo es quien hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado5.
En una crisis revolucionaria, el “doble poder” concentra inmediatamente las tareas en vistas del momento posrevolucionario, e interroga frontalmente las mediaciones aptas para asegurar la coherencia entre la nueva base social y su expresión política, en particular entre las instancias de frente único como los soviets y los partidos políticos. Pero en un período como el actual cuando la revolución tiende a no revestir, a pesar de la actualidad de su perspectiva, la menor inminencia, las tareas actuales son más bien tareas de reconstrucción, de reconquista de las tradiciones de autoorganización obrera, de reaprendizaje y de reacumulación de fuerzas, pero también de relegitimación del rol de los partidos revolucionarios doblegados aun bajo la sensación dominante de su inutilidad o de su peligrosidad. Tareas preparatorias en suma, en el seno o al servicio de estos “gérmenes de democracia proletaria en el marco de la democracia burguesa” decía Trotsky.
Cuando la contrarrevolución y el reflujo alteran los objetivos
Esta necesidad de recomenzar, ciertamente por el medio, pero casi al comienzo de este medio, no cae del cielo. Sin volver sobre el tema del fracaso de la extensión de los procesos revolucionarios en Europa después de 1917, en Alemania en particular, y las lecciones que Gramsci6 intentó extraer de ello en los años ‘30 en el plano de la comprensión de las formas del Estado burgués en “occidente”7, recordemos que la contrarrevolución estalinista y sus vicisitudes han ayudado considerablemente a estabilizar el capitalismo de posguerra, e incluso a desacreditar tanto al proyecto del comunismo como la idea misma de revolución. Al hacerlo, por su negación burocrática del poder “soviético” desde fines de los años ‘20, ha bloqueado toda emergencia de procesos de doble poder que habrían podido escapar a su control, como el de Hungría de 1956. Así, en las antípodas, ha remodelado el mundo obrero sobre líneas paralizantes y reformistas. Incluso si, luego de la caída de la URSS y de los años ‘90, del período altermundialista, luego las revoluciones árabes, las olas de indignación, etc., han resurgido movimientos de masas aspirando a la autoorganización democrática, no se puede más que constatar la persistente debilidad de las dinámicas de doble poder asentadas sobre una perspectiva de clase, esforzándose en ligar cuestiones democráticas y cuestiones sociales en la perspectiva del socialismo, es decir, en el sentido de la lógica permanentista que condicionó la victoria de 1917.
En el marco de esta pérdida de tradiciones y de referencias, donde la crisis histórica del movimiento obrero internacional reforzada por la ofensiva neoliberal es la principal base material tanto como la expresión, luego de tres decenios en el plano teórico, la izquierda radical y/o revolucionaria no ha salido indemne. Ocurre también para los “pensamientos críticos” tanto más cuando estos se han orientado hacia un posmarxismo o antimarxismo simplificados. Todo esto ha sido marcado por un opacamiento8 o una licuación generalizados de la comprensión de las vías de enfrentamiento al Estado burgués. Este “grado cero del pensamiento estratégico”, lamentado hace ya una decena de años por Daniel Bensaïd, no ha eludido al campo marxista, en parte como herencia de ese “marxismo occidental” nacido, explicaba Perry Anderson, de las derrotas del período de entre guerras y del desconcierto frente al estalinismo. Cargamos así todavía los estigmas de una aplanadora donde los usos y abusos ya antiguos de Gramsci, por ejemplo, continúan fustigando, al punto de servir todavía de caución a los [Pablo] Iglesias, [JeanLuc] Mélenchon y consortes actuales. Un Gramsci corrido a la derecha desde el eurocomunismo, mediante un uso a medida de su distinción “Oriente/Occidente” combinado con la hipertrofia tacticista y electoralista de la “guerra de posiciones” en detrimento de la “guerra de movimientos” en vista del enfrentamiento final contra el poder del capital, que él mantenía, a pesar de lo que se diga, como una guía estratégica al servicio de una “contrahegemonía” obrera y popular9.
Librarse de las ilusiones sobre el Estado burgués y la “democracia combinada”
No se puede en este sentido evitar mencionar el enfoque sintomático de Poulantzas en Estado, poder, socialismo de 1978, que ha recusado explícitamente la lógica del doble poder, estimando que el Estado, “condensación de una relación de fuerzas materiales”, podía ser al menos parcialmente conquistado/reapropiado, lo que implicaba recusar el modelo heredado de 1917, de “la exterioridad” mutua total entre órganos de autoorganización de los explotados e instituciones democráticas burguesas, y que su combinación era insoslayable. Imaginando en consecuencia una vía “democrática” al socialismo, sin verla sin embargo ingenuamente pacífica o gradual, no obstante él falló emblemáticamente en el hecho de que las formas de la democracia burguesa y su tipo de pluripartidismo, y los de la democracia proletaria, son de naturaleza orgánicamente diferentes.
En su artículo de 1979 “Huelga general, frente único, dualidad de poder”10, Bensaïd escribía,
Bajo fórmulas que pueden variar de un país a otro, los partidos comunistas y socialistas de Europa del Sur destacan la noción de “democracia mixta”, dicho de otro modo, la combinación de formas de democracia directa surgidas de las luchas de masas y de las formas de democracia representativas encarnadas por las instituciones parlamentarias y municipales burguesas.
Esta “innovación” teórica presenta una triple ventaja, para los PC, para los PS y para la clase dominante misma:
–A los PC les ofrece un medio cómodo de desembarazarse del concepto de dictadura del proletariado (bajo el pretexto de romper con el terror estalinista), y una coartada para un mejor acercamiento respecto de las instituciones de Estado burgués;
–A los PS les permite conciliar una celosa rehabilitación de la democracia parlamentaria y una fraseología de izquierda sobre la autogestión de base, que va directamente al encuentro de los proyectos tecnocráticos y modernistas de administración del Estado;
–A la burguesía le ofrece la ocasión de relegitimar un sistema de dominación cuya tradición democrática parlamentaria está cada vez más recubierto por el estatismo autoritario, y de darle una caución “liberal avanzada” a sus reformas.
La noción de democracia mixta se opone a la tradición revolucionaria, la de la democracia directa, de la Comuna de Paris a los comités de huelga y a las comisiones de trabajadores, pasando por los consejos obreros turineses y los soviets, en nombre de la lucha contra el economismo y el corporativismo.
En el fondo este veredicto es de una total actualidad. Sorprende que Mandel, aunque muy crítico del eurocomunismo en esa época, haya caído en parte en este tipo de ilusiones. En razón del dominio del parlamentarismo en los Estados capitalistas, las condiciones de la disipación de las ilusiones de las masas en las soluciones “democráticas”, el sufragio universal tal como existe, etc., se ven agravadas en “occidente”: de donde surge la necesidad de encarar, antes que una crisis de legitimidad de las instituciones se abra profundamente, temporalidades más largas que aquellas pensadas por Lenin y Trotsky. Mandel toma de allí la posibilidad de procesos de coexistencia más o menos durables entre “poderes” alternativos, luego, no de modo accesorio, llega a pensar en formas de combinación, de “democracia mixta”, combinando elementos de las instituciones burguesas y elementos de instituciones proletarias, como núcleo posible de una transición revolucionaria. En 2006, sobre el fondo de esta crisis duradera del horizonte revolucionario, Bensaïd, en “Sobre el retorno de la cuestión político-estratégica”11, recordaba así que ellos habían podido “verse turbados o disgustados en ese momento por el acercamiento de Ernest Mandel a la “democracia mixta” a partir de un reexamen de las relaciones entre soviets y Constituyente en Rusia”, pero sobre la marcha explicaba que sin embargo ellos habían “evolucionado” sobre este punto, y que era
… muy evidente a fortiori en países de tradición parlamentaria más que centenaria, donde el principio del sufragio universal está sólidamente establecido, que no se podría imaginar un proceso revolucionario de otro modo que como una transferencia de legitimidad dando preponderancia al “socialismo por debajo”, pero en interferencia con las formas representativas […].
La lucha de clases real produce constantemente “interferencias” de este tipo, inmensamente variables según las coyunturas, planteando un número de cuestiones tácticas cada vez más delicadas, en particular en los períodos de crisis o de inestabilidad en las que las contradicciones son crecientes como en Cataluña. Esto porque frente a estas contradicciones las luchas crean en permanencia, al menos en las formas, algo nuevo, Trotsky lo recordaba en el capítulo sobre los comités de fábrica del Programa de transición12:
El movimiento obrero de la época de transición no tiene un carácter regular e igual, sino afiebrado y explosivo. Las consignas, igual que las formas de organización, deben estar subordinadas a este carácter del movimiento. Rechazando la rutina como la peste, la dirección debe prestar oídos atentamente a la iniciativa de las masas mismas.
Muchos procesos de tipo “soviético”, incluso muy al inicio pueden nacer, híbridos por definición, no decantados, atravesados de “interferencias”. Pero la atención a estos últimos no podría jamás justificar el franquear la línea roja consistente en mantener la menor duda estratégica sobre el hecho de que estas formas “combinadas” o “mixtas” están condenadas de antemano a transformarse en beneficio del más fuerte, porque los regímenes sociales sobre los cuales se basan respectivamente, la propiedad privada, por un lado, su destrucción por el otro, son estructuralmente incompatibles-incombinables.
Es en este sentido que es tan necesario deconstruir sin disimulo todas las problemáticas de la “democracia radical”, “real” o “hasta el límite” ampliamente dominados por el reformismo y el electoralismo en Laclau, Mouffe, Errejón, Iglesias (que retoma Mélenchon), o incluso los llamados poco delimitados a tal o cual proceso “constituyente”. Esto obligará también a clarificar los enfoques que, sin rechazarlos forzosamente, flotan, o estiman inadecuado o incluso abstracto en el período, la distinción entre reforma y revolución, pues eso los conduce a soslayar la cuestión del poder y a fortiori la de las condiciones de renacimiento del “doble poder”. Más ampliamente, ningún aparato de Estado, ninguna institución burguesa cualquiera sea, incluso si parecen más “ideológicas” que represivas o, como los “servicios públicos”, y más aún de estructuras locales, en apariencia más apropiables – apariencia errónea que brinda el aspecto de la doble ilusión gradualista y “municipalista”13– no escapa a su rol estructural de reproducción del régimen de la propiedad privada y del poder del capital. Las variaciones en las formas de Estados nacionales, o incluso en las formas de rol de Policía política jugado por las burocracias sindicales y políticas, por definición todas híbridas de rasgos “orientales” y “occidentales” para retomar las categorías de Gramsci, productos del desarrollo desigual y combinado que caracteriza más que nunca al capitalismo contemporáneo, no cambian nada.
* * *
“Re-pensar” el doble poder para “retomar el poder” no significaría hoy más que ayer aplicar fórmulas mágicas que transpongan mecánicamente el (pretendido) “modelo” de 1917. Pero la cuestión estratégica de las condiciones de destrucción del Estado burgués, cualquiera sea su fisonomía singular, permanece intacta. En un momento en que una mayoría de la humanidad más allá de algunas diferencias técnicas, no vive hoy mucho mejor que los campesinos rusos bajo la dinastía de los Romanov, las formas contemporáneas del Estado (y de la democracia) sufren, bajo la presión de la evolución de las relaciones de clase a escala internacional, toda clase de virajes brutales, un “bolchevismo 2.0” al servicio de esta reconstrucción estratégica, en la teoría y la práctica concreta, de las vías del doble poder, es insoslayable.
Emmanuel Barot
Traducción: Eduardo Baird.
[1] V. I. Lenin, “Sur la dualité du pouvoir”, Pravda 28, www.marxist.org).
2 V. I. Lenin, Les tâches du prolétariat dans notre révolution, “L’originale dualité du pouvoir et sa signification de classe”, www.marxists.org.
3Ídem.
4 E. Barot, Marx En El País De Los Soviets, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2017.
5 V.I. Lenin, El Estado y la revolución, Ed. CEIP, P. 147).
6 Acá como en todos los pasajes resaltados en violeta van referencias al pie.
7 J. Dal Maso, El Marxismo De Gramsci, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2017.
8 Ver E. Barot, “Etat, crise organique et tournants bonapartistes à l’ère Trump (I)”, www.revolutionpermanente.fr, 22/11/2016.
9 Ver F. Rosso y J. Dal Maso, “Revolución pasiva, revolución permanente y hegemonía”, IdZ 13, septiembre 2014.
10 D. Bensaïd, “Grève générale, front unique, dualité du pouvoir”, www.contretemps.eu, 3/6/2016.
11 D. Bensaïd, “Sur le retour de la question politico-stratégique”, www.danielbensaid.org, 9/8/2016.
12 L. Trotsky, Programme de Transition, “Les comités d’usine”, www.marxists.org.
13 Ver J. Martínez y D. Lotito, “La ilusión gradualista”, IdZ 12, agosto 2014.
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