Un día como hoy, 28 de julio, pero de 1954 nacía en Sabaneta, estado Barinas, Hugo Rafael Chávez Frías. Retomo algunas palabras pronunciadas hace un par de años pero que el paso del tiempo no hizo sino reafirmarlas. Chávez fue un líder enorme de la Patria Grande; un digno discípulo de Bolívar y por su capacidad didáctica aventajado alumno del gran educador del Libertador, Simón Rodríguez.
Con Chávez la historia venezolana y de gran parte de Nuestra América abre un nuevo capítulo. La larga marcha iniciada casi exactamente un año antes del nacimiento de Chávez con el asalto al Moncada, el 26 de julio de 1953, y que luego tuviera como sus hitos fundamentales la guerrilla de Sierra Maestra y el triunfo de la Revolución Cubana, esa marcha, decíamos, recibió un impulso decisivo cuando Chávez asumió la presidencia de Venezuela y se convirtió en el Gran Mariscal de Campo que, con su visión de águila, Fidel había descubierto cuando la izquierda latinoamericana no daba un cinco por el de Sabaneta. Y el Comandante, como estratega continental, acertó en su elección porque Chávez cumplió con creces esa función en la crucial batalla librada contra el ALCA en Mar del Plata, en noviembre del 2005. Batalla que marcaría un hito en nuestra larga e inconclusa marcha por la Segunda y Definitiva Independencia de Nuestra América.
Tenemos una inmensa deuda con Chávez: haber reinstalado el tema de la actualidad del socialismo cuando el neoliberalismo campeaba sin contrapesos en Nuestra América; haber potenciado extraordinariamente el sentimiento antiimperialista dormido por siglos y que Cuba había despertado con su heroica revolución; haber rescatado la centralidad de la unidad de nuestros pueblos y plasmado en instituciones concretas el ideario nuestroamericano como el ALBA, la Unasur, la Celac, Petrocaribe, Telesur, el Banco del Sur, etc. Fue por eso que se convirtió en el enemigo público número uno del imperio, cosa que marca definitivamente la gravitación universal del bolivariano por contraposición a la absoluta indiferencia que Washington le concede a la inocua ultraizquierda vociferante de América Latina, esa que hizo de su visceral crítica y repudio a Chávez el leitmotiv de su existencia. Este pagó con su vida su audacia revolucionaria, su lucha cotidiana, alejada de la vacía retórica de sus desastrados críticos.
Por eso a Chávez lo mataron con un cáncer de laboratorio, como lo ha comprobado, definitivamente, el libro de Astolfo Sangronis Godoy, “La Muerte de Hugo Chávez. La vida por su pueblo” . Washington, un contumaz asesino serial, también intentó hacerlo mismo con René Preval (Haití); Lula y Dilma Roussef (Brasil), Fernando Lugo (Paraguay). El caso de Cristina Fernández, de Argentina, no es exactamente igual pero el tumor que le afectó la tiroides despertó la suspicacia de muchos. En todo caso, que el cáncer se hubiera transformado en una “enfermedad contagiosa” que afecta sobre todo a los líderes antiimperialistas de la región alimenta todo tipo de sospechas sobre la inescrupulosidad de los recursos a los que apela el imperio para eliminar a quienes no están dispuestos a convertirse en ejecutores de sus designios en la región.
Por eso Chávez, como Bolívar, vivirá eternamente en el corazón de nuestros pueblos. Fue un líder extraordinario pero, por sobre todas las cosas, una buena persona, un hombre honrado, transparente y profundamente humano: inteligente como pocos, amigo fidelísimo, dotado de un fino sentido del humor; lector insaciable y apasionado al punto tal que sólo Fidel se le compara en este punto; dueño de una memoria fabulosa capaz de recitar poesías y cantar sin parar hasta el amanecer; hombre de pueblo, profundamente de pueblo y capaz como muy pocos de comunicarse con su gente y entender sus vivencias, sus emociones y sus necesidades.
Por eso Chávez fue Chávez, y por eso Chávez es pueblo, en Venezuela y en toda América latina y el Caribe. En Nuestra América decir Chávez es decir pueblo. Su nombre ha entrado definitivamente por la puerta grande de la historia. Por eso recordamos hoy su natalicio y nos basta saludarlo con un ¡Hasta siempre, querido Comandante Eterno!
Atilio A. Boron
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