El "orden mundial", un caos para las mayorías
En los pasados 70 años hemos tenido que vivir con esta locura, donde quien estaba a cargo en Washington o Moscú se había atribuido el poder de destruir mutuamente el mundo entero. A eso le llaman "orden". Vale también considerar que fue sobre esa tan alabada arquitectura del orden internacional que se impulsó el consenso neoliberal durante las décadas recientes que ha culminado entre otras cosas, en la mayor desigualdad económica mundial desde poco antes de la Gran Depresión, como también una migración humana forzada sin precedente de millones de personas y, como si fuera poco, llevar al mundo al otro precipicio existencial de la crisis del cambio climático. Muy ordenadito todo.
Acusan que el jefe del régimen estadunidense está sacudiendo la llamada arquitectura internacional de la posguerra del mundo, que incluye el equilibrio nuclear, la OTAN, la ONU, la OMC y esa telaraña de acuerdos económicos-financieros-comerciales que establecen los derechos del capital internacional, como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, y casi todos –los empresarios y banqueros, tanques pensantes, oficiales y funcionarios encargados de esa arquitectura, gobiernos aliados y supuestos adversarios (China, Rusia) de Estados Unidos, líderes de la llamada comunidad internacional, los grandes medios e intelectuales conservadores y liberales– suenan la alarma de que todo lo que se construyó para mantener el mundo en orden está amenazado.
Pero lo que los dueños del juego y sus cómplices han llamado orden internacional durante las décadas recientes siempre ha sido un caos para las grandes mayorías, según cualquier revisión empírica.
De hecho, debajo de la supuesta racionalidad del orden de posguerra hay un concepto llamado literalmente así: loco. Un eje central de la arquitectura de posguerra era o es (ya no se sabe bien) el llamado equilibrio, o paridad, del arsenal nuclear entre lo que eran dos superpoderes y con ello el reconocimiento de que el ‘adversario” sería destruido si intentara destruir al otro (ah, y con ello el mundo). El concepto se llamaba destrucción mutuamente asegurada, MAD por sus siglas en inglés. Mad es una palabra en inglés que se puede traducir como enojo, o también, y más apropiado en este caso, loco.
Todos los seres humanos en los pasados 70 años hemos tenido que vivir bajo esta locura, donde quien estaba a cargo en Washington o Moscú se había atribuido el poder de destruir mutuamente el mundo entero. A eso le llaman orden. Vale también considerar que fue sobre esa tan alabada arquitectura del orden internacional que se impulsó el consenso neoliberal durante las décadas recientes que ha culminado entre otras cosas, en la mayor desigualdad económica mundial (y dentro de este país) desde poco antes de la Gran Depresión, como también una migración humana forzada sin precedente de millones de personas y, como si fuera poco, llevar al mundo al otro precipicio existencial de la crisis del cambio climático. Muy ordenadito todo.
La extraordinaria serie de respuestas a las consecuencias de este llamado orden mundial incluyó la ola de rebelión altermundista contra el modelo neoliberal junto con el terremoto político rosa en América del Sur (el cual frenó por primera vez en la historia un proyecto trasnacional de Washington, el Área de Libre Comercio de las Américas, cuyo primero paso fue el TLCAN), entre otras expresiones que insisten en la posibilidad de otro mundo.
Dentro de Estados Unidos, las consecuencias del llamado orden mundial oficial desatan las condiciones para el surgimiento de un Trump como respuesta reaccionaria con tintes fascistas a una crisis, pero a la vez y aún más sorprendente un renacimiento de fuerzas que se autodefinen como socialistas dentro del mismo país que se proclama campeón mundial del capitalismo. Dicen que el viejo orden está en jaque, y con ello, mayor peligro para un desastre con consecuencias impensables para todos. Al mismo tiempo, como en toda crisis, es una oportunidad para empezar a inventar otro tipo de orden.
En este contexto, al sur de la frontera del último superpoder surge el triunfo de la posibilidad de algo nuevo. Una gran y urgente pregunta –de ambos lados de la frontera– es cómo se abordará la relación con el régimen del desorden en Washington. Seguir hoy día con el juego de siempre, guiado por lo que los políticos llaman pragmatismo, no ha tenido ningún éxito para ni uno solo de los países amigos o socios que lo han intentado hasta la fecha.
Tal vez es hora de desordenar el caos sistemático, absurdo y suicida que ha imperado e invitar a los aliados reales de ambos lados de ésta (y otras) frontera a construir un orden verdadero que brote de los sueños compartidos entre todos.
David Brooks
La Jornada
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