jueves, julio 26, 2018

G20: La guerra comercial en el centro de los debates



La presencia de la titular del FMI, Christine Lagarde, en nuestro país, y la marcha del acuerdo de Argentina con el Fondo acapararon la atención de la opinión pública nacional. Las deliberaciones del G20, en ese marco, quedaron relegadas a un segundo plano. Pero, más allá de esta circunstancia, el cónclave fue una vidriera del escenario convulsivo que hoy domina la economía mundial. La guerra comercial marcó la agenda de los ministros de Finanzas reunidos en Buenos Aires. Aunque el cónclave concluyó con una declaración común, la misma no pasó de ser una fórmula de compromiso diplomático vaga y anodina, que no puede disimular los enormes antagonismos entre las principales economías del mundo.
El escenario del comercio mundial cambió dramáticamente desde la última reunión de ministros de Finanzas realizada en Buenos Aires, en marzo. Las advertencias de Estados Unidos hacia China y la Unión Europea son ahora una realidad y el desafío no es ya cómo evitar una escalada sino cómo administrarla.

Escalada yanqui

El secretario del Tesoro estadounidense, Steven Mnuchin, fue más medido que en otras ocasiones. No usó el tono de amenaza al que suele apelar su jefe político, Donald Trump, pero puso sobre la mesa la posibilidad de aplicar aranceles a la totalidad de los bienes chinos que cada año ingresan a Estados Unidos.
El gobierno de Trump impuso a principios de mes un arancel del 25% a productos chinos por 34.000 millones de dólares, a los que podría sumar otros 16.000 millones. Está en estudio, además, un impuesto de 10% a bienes valorados por 200.000 millones. Trump venía de anunciar que estaba “listo para ir por 500”, en referencia al déficit comercial de 505.000 millones de dólares que Estados Unidos tiene con China. El representante norteamericano se refirió a que su país tuvo “muchas reuniones privadas” con China con el objetivo de alcanzar una relación comercial “más balanceada”. Lo cierto es que las autoridades chinas han ofrecido aumentar en 100.000 millones de dólares la compra de productos provenientes de Estados Unidos, pero eso ha sido desechado por la Casa Blanca. Es que el problema reside en otro lado: las represalias comerciales son un pretexto y una extorsión para frenar la competencia china en la industria tecnológica y de alta gama, que Estados Unidos considera estratégicas, por un lado, y avanzar en una penetración económica en el gigante asiático a partir de una mayor apertura de su economía, por el otro.

Estados Unidos y la Unión Europea

Tampoco pasaron desapercibidas las tensiones comerciales con la Unión Europea. Los ministros de Economía de la zona euro mostraron sus dientes: condenaron la suba de aranceles dispuesta por Trump y, al mismo tiempo, dejaron abiertas las puertas para profundizar las represalias ya tomadas si Estados Unidos no detenía la ofensiva.
Una de las preocupaciones fundamentales de los líderes europeos giró en torno de la próxima jugada que tendría en carpeta la Casa Blanca: la imposición de aranceles sobre las importaciones de automóviles europeos. Alemania y los Países Bajos serían los principales afectados por la medida, que podría provocar miles de despidos en las fábricas locales.
Cuando se habla de guerra comercial, no sólo se circunscribe a los aranceles. El secretario del Tesoro norteamericano apuntó contra las barreras no arancelarias y los subsidios. “Tienen que tratarse las tres cuestiones juntas”, dijo, haciendo referencia al hecho de que la Unión Europea tiene un complejo sistema de subsidios y otras normativas, especialmente en lo que respecta a la agricultura.
Pero, además, la guerra comercial amenaza potenciarse con una guerra monetaria. La cuestión de las devaluaciones de la moneda de distintas naciones rivales de Estados Unidos había sido puesta en el candelero en vísperas del G20. El magnate yanqui venía de denunciar que las monedas de la Unión Europea y China estaban siendo devaluadas a expensas del dólar. El valor del renminbi (moneda china) cayó un 4 por ciento frente al dólar estadounidense en el último mes. El euro, en menor medida, ha seguido la misma tendencia.
En Davos, a principios de año, el propio Mnuchin había anunciado la aspiración norteamericana por una depreciación del dólar para abaratar y mejorar la competitividad de los productos estadounidenses en el mercado mundial. Sin embargo, asistimos al proceso inverso, al fortalecimiento de la divisa norteamericana. Pero este fenómeno deriva, más que de una acción externa, de las propias contradicciones internas del imperialismo norteamericano, inmerso en una decadencia irrefrenable. La economía norteamericana carga con déficits gemelos: comercial y fiscal. El crecimiento de la deuda pública -que ya asciende a 20 billones de dólares y supera el 100% del PBI- ha obligado a Washington a aumentar la tasa de interés para atraer fondos y refinanciar la deuda. La necesidad de atender el rojo fiscal conspira contra la posibilidad de remontar el déficit comercial. La suba de los intereses pone palos en la rueda en una recuperación económica que hasta el día de hoy tiene un carácter precario. El aumento de la tasa de interés compromete a una importante parte de las empresas privadas. Casi un 40 por ciento de las empresas manufactureras y comerciales se encuentran en aprietos y están pagando tasas usurarias, propias de un país en defol.

Rusia

En este escenario, hay que incorporar a Rusia. Más de un comentarista exaltó el idilio Trump-Putin en la reciente cumbre de Helsinki, que reunió a ambos mandatarios. Pero lo cierto es que no se pueden tapar los conflictos que enfrentan ambos regímenes, empezando por la ocupación de Crimea por parte de Putin y el apoyo a los rebeldes en el este de Ucrania y las sanciones comerciales contra Moscú y por la presencia política de Rusia en Moldavia y regiones que se han separado de Georgia, o la situación en Chechenia; siguiendo por los choques entre ambos en la guerra criminal en Siria y por el abandono del tratado nuclear con Irán por parte de Trump. Y, no menos importante, el ataque del magnate norteamericano a la construcción del gasoducto que debe llevar el fluido de Rusia a Alemania y al resto de la Unión Europea a través del Báltico.
Trump viene de acusar a Merkel de peón de Moscú, a lo que se agrega un nuevo salto en la ofensiva judicial en territorio norteamericano contra doce espías rusos acusados de injerencia en las elecciones estadounidenses. Putin, por su parte, acaba de responder la gentileza y disponer la venta de gran parte de los bonos del Tesoro norteamericano, lo cual ha despertado inquietud en el mundo de negocios. Si bien Rusia no es uno de los principales tenedores, esta decisión podría tener un efecto cascada, en especial una reacción similar por parte de China y Japón, que reúnen entre ambos más de 2 billones de dólares de títulos norteamericanos. Esto podría abrir un cataclismo de la economía internacional y llevar la guerra económica a un plano más violento, alentando las salidas de fuerza y las tendencias belicistas ya en desarrollo. Por lo pronto, Japón, al igual que el gigante asiático, se ha mantenido cauto en la materia, pero el imperio del sol naciente, entretanto, no se ha privado de tomar sus propias iniciativas, a contrapelo de Trump. El gobierno nipón acaba de anunciar su decisión de continuar, por cuerda separada, con el Tratado Transpacífico (TTP), desahuciado por el magnate yanqui.

Países emergentes

En vísperas del G20, el FMI advirtió que “las acciones comerciales en aumento y sostenidas” amenaza con tener un “impacto serio y adverso en el crecimiento mundial”.
Ni qué hablar que esto impacta de lleno en los mercados emergentes. Dichas naciones sentirán aún más el golpe, debido a la fuga de capitales hacia plazas más seguras. China, en este último período, viene de soportar la huida de sus fronteras de ni más ni menos que la friolera de un billón de dólares. En esos países, representados en el G20 por Brasil, China, India, Rusia y Sudáfrica (integrantes del BRIC), además de Argentina, el anfitrión de la cumbre, “el crecimiento es hoy más improbable de lo que era en abril”, opinó Lagarde.
Argentina es, probablemente el eslabón más vulnerable de esa cadena. Por supuesto, en este escenario de guerra comercial, la esperanza de avanzar en el acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea está más verde que nunca. Con más razón, la posibilidad de que Argentina logre una salida a través de un auge de sus exportaciones. Ni siquiera se sostiene el Mercosur, del cual hoy quedan sus despojos, cuando Brasil está atravesando una recesión récord de su economía.
Es necesario que los trabajadores tengamos una clara conciencia de la envergadura de la crisis internacional y sus consecuencias en Argentina para que actuemos a la altura de las circunstancias.

Pablo Heller

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