domingo, abril 14, 2019

¿Hacia un impasse estratégico entre Macron y los Chalecos Amarillos?



El cierre de “El gran debate” reabre una serie de contradicciones, no solo tácticas sino estructurales, para Macron. Por su parte, los Chalecos Amarillos han logrado estructurarse en el tiempo y conservar apoyo social, pero sin lograr concretar su principal demanda que es la renuncia de Macron. Es un doble impasse estratégico, que difícilmente pueda mantenerse en el tiempo.

El desarrollo de “El gran debate nacional” [una maniobra de consultas ciudadanas impulsada por el gobierno de Macron], había permitido al ejecutivo francés retomar el control de su acción y comunicación gubernamental luego del catastrófico mes de diciembre, cuando el poder fue sorprendido por la acción espontanea de los Chalecos Amarillos. Ahora, con “El gran debate” ya terminado, se reabre una serie de contradicciones no solo tácticas sino estructurales del macronismo, que ponen en duda su capacidad para mantener el orden frente a nuevas erupciones de la protesta social, así como la facilidad con que podrá retomar la ofensiva, sin grandes riesgos, frente al carcomido régimen de la V República.
Por su parte, la movilización de los Chalecos Amarillos ha logrado estructurarse en el tiempo y conservar un apoyo de la población superior al 50 %. Esto lo logró independientemente de las coyunturas, la denigración sistemática o la represión violenta de la que fue objeto, y a pesar de que las características de este movimiento social le hayan impedido, por el momento, extenderse a otros sectores sociales, de manera tal de poder concretar su principal demanda que es la renuncia de Macron.
Es un doble impasse estratégico, que difícilmente pueda mantenerse en el tiempo.

Vacilación gubernamental: entre un nuevo inmovilismo o el riesgo de una crisis mayor

Que la magia de “El Gran Debate” se acabó o, como dice un analista tocamos “los límites de la terapia de grupo”, ya lo demuestran las encuestan de opinión: después del repunte de los últimos tres meses, el Ejecutivo vuelve a bajar en especial en una parte del electorado de derecha, al que buscaba seducir para compensar la pérdida de la parte más de izquierda de su electorado, que le cuestiona su incapacidad para mantener el orden después de que las fuerzas de represión fueron desbordadas nuevamente durante el Acto XX (el sábado 30 de marzo).
Pero si en el terreno de la seguridad las fallas tienen un carácter estructural, en el terreno político las contradicciones del macronismo no son menores.
Las postergadas decisiones de Macron, que aparentemente se aprestaría a tomar algunas medidas la semana que viene, lejos de satisfacer la opinión de su base lo más probable es que la decepcione, lo que agravaría la crisis de legitimidad del poder de turno después del “circo democrático” con el que intentó atenuar la crisis de los Chalecos Amarillos.
Como dicen los diarios, su círculo próximo está inquieto: “A veces el presidente vacila. Para apagar la revuelta que sacude a su mandato, sueña con una ‘medida sorprendente’. Al hacer durar el suspenso y alargar sin cesar el ‘gran debate’, termina preocupando a sus sectores más cercanos: ‘Si decepciona, esta muerto. Y va a decepcionar...’ tiembla uno... ‘No veo cómo salimos de esto’, dice otro, angustiado. Con la vuelta de los días soleados, los Gilets Jaunes [Chalecos Amarillos] volverán e instalarán barbacoas en las rotondas”.
La realidad es que los factores que permitieron a Macron y su construcción política “ni de izquierda ni de derecha” avanzar, están llegando a límites insalvables. Si por un tiempo la ofensiva macronista logró pasar una serie de contrareformas (laboral, universitaria con el Parcoursup, ferroviaria) sin gran desgaste, fue gracias a la tolerancia de una buena parte de la población ante quien su gobierno aparecía como de la “nueva política”, y por el vacío generado por la destrucción de las viejas coaliciones políticas y el sólido sostén o silencio cómplice de la direcciones sindicales. La crisis de los Chalecos Amarillos ha puesto un gran signo de interrogación sobre su “movimiento triunfal”.
La crisis sin fin provocada por el Caso Benalla, el responsable de la seguridad presidencial que se hizo pasar por policía y agredió a dos manifestantes durante la manifestación del 1° de mayo de 2018 en París, ensució el aura impoluta de Macron. Por otra parte, las oposiciones políticas han cobrado nuevos ímpetus, pese a no estar recompuestas orgánicamente como muestran las dificultades de unos y otros frente a las próximas elecciones europeas. Testimonio de esto es el rol de contrapeso del Senado frente al affaire Benalla o la unión sagrada e inédita entre socialistas, comunistas y gaullistas para lanzar un Referéndum de Iniciativa Compartida alrededor de la privatización del aeropuerto de París, buscada por Macron: dos cuestiones que han descolocado abiertamente al Ejecutivo, acostumbrado en su voluntad bonapartista -ahora en crisis- a gobernar sin oposición política y sobre todo social.
El único elemento que increíblemente se mantiene es la continuidad del diálogo social traidor de las direcciones sindicales pese a los abiertos desaires del Ejecutivo, como en la reciente crisis de la negociación sobre la reforma del seguro de desempleo o en la continuidad de su diálogo sobre la reforma de las jubilaciones. Esta política abierta de conciliación de clases de parte de las direcciones sindicales es la otra cara de su política criminal en relación a la sublevación de los Chalecos Amarillos. A pesar de que estos últimos levantaban una demanda de mejora del poder adquisitivo, incluido el aumento del salario mínimo, las direcciones sindicales mantuvieron un silencio ensordecedor y no realizaron la más mínima acción frente a la represión policial inédita y los centenares de presos o mutilados.
En este marco, totalmente distinto del primer período de su mandato, las decisiones de Macron para relanzar su presidencia serán cada vez más controvertidas. Si escuchando a los sectores de izquierda de su formación política, La República en Marcha (LREM), busca bajar las crispaciones y fracturas sociales y territoriales (a la vez que recuperar una parte del electorado socialdemócrata que lo apoyo en el primero o segundo turno de las presidenciales) a través de la apariencia de un “giro social”, el fantasma del inmovilismo y de la “hollandización”(en relación al estrepitoso fin de la presidencia del ex presidente Hollande) lo pueden perseguir en lo que resta de su mandato.
Esto es lo que temen los escribas más acérrimos de la patronal, como el editorialista de Les Echos Jean-Francis Pecresse quien considera que “El liberalismo es rehén de el gran debate”. Con cierto delirio político afirma: “Pero, ¿adónde se ha ido el liberalismo? Es probable que salga del gran debate por una puerta trasera, la de la reducción de impuestos. Deseo o decisión, el Ministro de Cuentas Públicas, Gérald Darmanin, lo confirmó este domingo. Pero, por lo demás, no debemos esperar, lamentablemente, que a partir del lunes, las quejas de los franceses en el Gran Debate desemboquen en una aspiración de mayor libertad para los empleadores, los productores o los comerciantes, ni a menos garantías para los trabajadores, menos prestaciones sociales o menos servicios públicos. Esta no es una paradoja menor. ¿Por qué asombroso fenómeno, un movimiento social nacido de una demanda de liberalismo termina en una demanda de socialismo?", para concluir quejoso que "La sana ira del principio fue tan bien desviada por la izquierda radical que será difícil, ahora, para Emmanuel Macron no dejar en este gran debate una parte de su ambición liberal". Sin compartir en lo más mínimo su paranoia reaccionaria, que ve socialismo e izquierda radical por todos lados, su temor es que el ejecutivo pierda “su ambición liberal”.
Si, empujado por los sectores de derecha de su gabinete -desde el primer ministro hasta los responsables del Ministerio de Finanzas- así como por el Gran Capital más concentrado, prosigue y radicaliza sus reformas, corre el riego de transformar el descontento actual en una crisis histórica de la V República. Esto es lo que ya empieza a percibirse en relación a las desinteligencias del gabinete, tanto sobre las cuestiones impositivas como, fundamentalmente, a la sensible y socialmente explosiva reforma de las jubilaciones.
Como dice Stéphane Dupont del mismo diario en relación a esto último: "Esta nueva cacofonía, después de la de los impuestos, iniciada en el marco de el gran debate, causa mayor ansiedad. Los franceses se preguntan cada vez más qué les va a caer encima. Durante su campaña, Emmanuel Macron prometió no tocar la edad legal de jubilación de 62 años. Y este compromiso fue reiterado oficialmente el otoño pasado por el Alto Comisionado para la Reforma Jubilatoria, Jean-Paul Delevoye. Pero hoy está siendo puesto en duda. Y si se volviera a confirmar en las instancias de alto nivel, ¿qué credibilidad tendría a partir de ahora? Muchos franceses están convencidos de que sus derechos se verán limitados de una manera u otra. Un clima de desconfianza que pesará inevitablemente sobre la futura reforma jubilatoria”.
Incluso, no está descartado que buscando mantener su ya de por si estrecha base social intente mantener su caduco equilibrio político (el famoso al “mismo tiempo” macroniano), sin terminar de conformar a unos ni a otros, aumentando las tendencias centrifugas de su poder a la vez que los riegos de una mayor oposición política y fundamentalmente social.

La continuidad de los Chalecos Amarillos y las dificultades de su extensión social

La sublevación de los Chalecos Amarillos, con movilizaciones generalizadas sábado tras sábado, se apresta a cumplir cinco meses, transformándose en el movimiento social más largo de la historia reciente de Francia. Esto quiere decir que a pesar de la apuesta de Macron de otorgar pequeñas concesiones, como ocurrió en diciembre (aun cuando se trataron de una humillación para el poder en curso), junto a una política decidida de represión, de manera tal de cansar al adversario, no han logrado su resultado.
Dicho esto, es necesario tomar en cuenta que tanto su masividad como su espontaneidad han retrocedido, aunque sin liquidar aun su resistencia. Condenado a cerrarse sobre sí mismo, el movimiento no ha logrado ampliarse a otros sectores sociales, en especial los jóvenes de las banlieues [barrios pobres de la periferia, mayoritariamente de inmigrantes] y fundamentalmente la clase obrera de las grandes empresas. Los discursos emanado de la izquierda institucional así como de la burocracia reformista centrados en que los Chalecos Amarillos encarnarían una movilización de derecha y potencialmente fascista jugaron un rol evidente en evitar el contagio. Que este miedo de contagio existía, lo demuestra la demanda de Macron a los principales patrones y CEO de contribuir con un bono de fin de año dirigido especialmente a los trabajadores de las grandes empresas. Pero este riesgo fue frenado en seco, como ya dijimos, por el rol criminal de las direcciones sindicales que le dan la espalada a los sectores más pauperizados del proletariado, que están a la vanguardia de las protestas.
Al mismo tiempo, es evidente que la forma particular en que se ha estructurado el movimiento en tanto que “pueblo”, si bien no niega la incorporación de trabajadores sindicalizados o de personas racializadas, estas se producen disolviendo sus pertenencias sociales y políticas en el conglomerado interclasista del “pueblo”. Es decir que no genera una nueva articulación potencialmente más hegemónica ya sea ampliando sus reivindicaciones (contra el racismo de estado por ejemplo) y con los métodos de lucha propios del movimiento obrero. Ésta característica constituye una de las fuerzas de atracción del movimiento, pero a la vez es uno de los límites para su extensión. En este marco, entre las dificultades inherentes al movimiento para su extensión y la negativa del gobierno a encarar una negociación seria que permita un nuevo pacto social con los sectores más bajos del proletariado, los Chalecos Amarillos están ahora en un impasse estratégico, a pesar de las alzas y bajas que se muestran en las movilizaciones de cada sábado.
Dentro de esta estabilización en la forma actual del movimiento algunos elementos, aun embrionarios, permitirían conjeturar la apertura de una dinámica distinta. Por fuera del movimiento y a una escala importante, por primera vez desde el inicio de su lucha, el “espíritu Gilets Jaune” se ha extendido a un sector social nuevo: los profesores, en especial de los jardines de infantes y de las escuelas primarias. Como dice un editorialista de Les Echos en un artículo titulado Blanquer y sus ‘chalecos amarillos’ (en alusión al ministro de la Educación que hasta hace poco era uno de los “bulldozer” reformadores del gobierno, y que tenía a la defensiva a los sindicatos). Frente a una reforma considerada como menor Blanquer se choca “un poco como Emmanuel Macron con los ‘chalecos amarillos’.
Jean-Michel Blanquer se enfrenta a un movimiento muy difícil de aprehender, porque es en parte espontáneo, multifacético, lleno de rumores y de informaciones falsas, e instrumentalizado por la izquierda radical. Si los sindicatos están presentes, no siempre están al mando. Han sido hostiles con él [Blanquer] desde que asumió el cargo, pero en ese momento el ministro aún contaba con el apoyo de los padres de alumnos. Este no ha sido exactamente el caso en las últimas semanas".
¿Será esto una muestra de la entrada del conjunto de los profesores, apoyados por los padres, en una lucha generalizada, y a la vez signo de una posible generalización de este espíritu de revuelta a otros sectores del movimiento obrero organizado? Si bien la movilización docente está creciendo y preocupa enormemente a las autoridades, que no escamotean las amenazas y gestos conciliadores para extinguirla antes de que se despliegue fuertemente, aún no ha alcanzado una escala que permita afirmarlo.
Por otro lado, la última “Asamblea de las Asambleas” de los Chalecos Amarillos dio un salto en escala en relación a la primera iniciativa realizada en Commercy. La última Asamblea que se realizó entre el 5 y el 7 de abril en Saint Nazaire, reunió a más de 200 delegaciones provenientes de toda Francia. Esto muestra un pequeño salto en la estructuración del movimiento, a la vez que un polo alternativo opuesto abiertamente a los líderes autoproclamados del movimiento.
Estas iniciativas que combinan “enfrentamiento social, politización y democratización” se chocan a los dos “escollos” que señala Isabelle Garo en el último capítulo “Por una estrategia de las mediaciones” de su interesante libro Comunismo y Estrategia cuando afirma: “Así, en algunos aspectos, el entusiasmo por la democracia directa transmite la ilusión de un pueblo potencialmente reunificado, capaz de resolver las cuestiones sociales por vía mayoritaria y por referéndum, pasando por alto el choque de clases fundamental del capitalismo. Pero, al mismo tiempo, testimonia la búsqueda de formas contemporáneas de autogobierno que dan paso a la decisión y al debate colectivos, tomando en serio el principio de soberanía popular, contra las medidas impuestas a pesar de su rechazo mayoritario en procesos electorales distorsionados por el chantaje del "voto útil" y la abstención masiva”.
Las movilizaciones actuales se enfrentan en vivo a la necesidad estratégica de “reexplorar el problema de la transformación social radical y renovar la cultura revolucionaria, evitando tanto el fetiche de la insurrección espontánea como el "cretinismo parlamentario" y la idolatría republicana, versiones simétricas de la negativa a considerar la construcción política y social de una relacion de fuerza de clase como condición para la invención de una alternativa efectiva al capitalismo".
El Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) debería ponerse a la cabeza de ayudar a resolver esta necesidad estratégica que entra en contradicción con su proyecto original basado en los partidos amplios, es decir un proyecto partidario de un carácter ambiguo programática y estratégicamente. Esta debilidad teórico-política ante el movimiento actual se expresó en una orientación que vacila entre un apoyo a los Chalecos Amarillos a la vez que un deseo reprimido de volver a las movilizaciones más institucionalizadas de la izquierda y/o de los viejos movimientos sociales anti neoliberales de las últimas décadas, minimizando, a pesar de todas sus contradicciones, el carácter subversivo y revolucionario de la sublevación actual. El NPA debe sacar las lecciones del movimiento actual que plantea agudamente la necesidad de construir un partido de trabajadores revolucionario, herramienta indispensable para luchar por una hegemonía obrera sobre la alianza de clases capaz de llevar adelante en un sentido revolucionario lo que levantó la sublevación de los Gilets Jaunes en su momento más alto, que fue el “Macron dimisión”.

La vuelta de la cuestión social

Las coordenadas de la situación actual apuntan por el momento a una especie de impasse estratégico. Estaría tentado a utilizar, para definir la situación actual del enfrentamiento entre Macron y el movimiento social, la categoría de “Empate hegemónico” que utilizó en su momento el marxista gramsciano argentino, Juan Carlos Portantiero [1] . Es decir, una situación donde el bonapartismo débil macronista manifiesta una enorme dificultad en imponer una sociedad que se basa en desigualdades estructurales crecientes, exigiendo sacrificios cuando los mismos no son acompañados de ninguna promesa, como era el caso del tahtcherismo en relación a las clases medias. Del otro lado, si bien los Chalecos Amarillos han logrado poner la cuestion social en el centro de la situación, y son sin lugar a dudas la principal oposición a Macron, se enfrentan a fuertes dificultades para representar una alternativa efectiva al capitalismo neoliberal, que éste encarna hasta el final.
Sin embargo, las tendencias a la profundización de la crisis orgánica del capitalismo francés, que se han profundizado después de 2008 y de la cual Macron y los Chalecos Amarillos son dos muestras elocuentes (uno de la destrucción del viejo sistema político, el otro de la crisis histórica de las direcciones sindicales frente a la ofensiva neoliberal actual), hacen poco probable que esta situación pueda prolongarse en el tiempo.
En lo inmediato, salvo que el Ejecutivo decida retroceder abiertamente en sus ambiciones reformadoras buscando el apaciguamiento social como le recomienda asustada una parte de la clase dominante, lo más probable es que la continuidad, posiblemente radicalizada, de la ofensiva actual haga prever que los Chalecos Amarillos sean una de las primeras expresiones de una oposición social creciente.

Juan Chingo

[1] En un texto clásico del año 1973 (“Clases dominantes y crisis política en la Argentina actual”) afirmaba que había momentos en los cuales existía un “predominio de soluciones de compromiso en las que ‘fuerzas intermedias’, que no representan consecuentemente y a largo plazo los intereses de ninguna de las clases polares del ’nudo estructural’ ocupan el escenario de la política como alternativas principales (…)”, y destacaba que “con estos alcances tendría sentido una definición de la situación de hoy en el plano político-social como de ‘empate’: ‘Cada uno de los grupos tiene suficiente energía como para vetar los proyectos elaborados por los otros, pero ninguno logra reunir las fuerzas necesarias para dirigir el país como le agradaría’”(Subrayado nuestro). Pero esta definición sugerente, Portantiero la utilizaba para definir un conflicto interburgués y acá se acaba toda la pertinencia de utilizarla al momento actual, donde a pesar de las dificultades de Macron la V República y el estado Burgués mantienen, como hemos podido ver incluso durante estos días, la gobernabilidad burguesa.

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