lunes, abril 22, 2019

Señal de que los déspotas van ganando en EE.UU. y en Arabia Saudí

El veto de Trump impidiendo que se ponga fin a la venta de armas destinadas a la guerra del Yemen

El martes pasado, Donald Trump invocó su poder de veto por segunda vez durante su presidencia. La medida de Trump anuló una resolución del Congreso que hubiera puesto fin al apoyo de Estados Unidos a la guerra liderada por los saudíes en el Yemen. Al actuar así sofocó un momento raro de conjunción bipartidista, haciendo alarde de sus propias tendencias autoritarias para proteger a un compañero autócrata, el príncipe heredero de la corona saudí Mohammed bin Salman, conocido por sus iniciales MBS.
De esa forma, Trump no solo manifestaba su lealtad a un príncipe que estuvo ampliamente implicado en el asesinato del periodista del Washington Post, Jamal Khashoggi, así como en el encarcelamiento y la tortura de numerosos activistas de los derechos humanos, sino que también se aseguraba de que EE. UU. siga siendo cómplice de la peor crisis humanitaria del mundo. Lejos de ser un esfuerzo para proteger la Constitución, como afirmó Trump, el veto fue más bien el ejemplo más reciente de los negocios autocráticos revanchistas que en los últimos años han venido dominando cada vez más la geopolítica de Medio Oriente.
Trump dejó en claro que su decisión perseguía aumentar sus poderes ejecutivos. En su declaración, calificó al proyecto de ley -que habría hecho historia como la primera legislación bajo la Ley de Poderes de la Guerra de 1973 que recibe apoyo bipartidista- de “intento peligroso para debilitar [sus] autoridades constitucionales”. Trump dijo que la reducción de la participación de EE. UU. en el letal conflicto del Yemen pondría en peligro a “los ciudadanos estadounidenses y a los valientes miembros del ejército, tanto hoy como en el futuro”.
Sin embargo, el proyecto de ley, al igual que la objeción al mismo del presidente, tenía mucho más que ver con la incansable e insensata devoción de Trump hacia MBS. La resolución cobró impulso por primera vez tras el asesinato de Khashoggi en octubre de 2018, un crimen que muchos - incluida la comunidad de la inteligencia estadounidense - han vinculado con el príncipe heredero. MBS también es responsable de liderar la coalición de los Estados del Golfo Pérsico en su ofensiva de cuatro años contra el Yemen, que ha dejado a miles de civiles yemeníes muertos y a millones de seres devastados por el hambre y las enfermedades . Además de supervisar esta guerra desastrosa, MBS también ha ordenado numerosas medidas represivas contra sus propios civiles, incluidos arrestos en masa y presuntas torturas a defensores no violentos de los derechos humanos.
Al pedir que se ponga fin al apoyo de Estados Unidos a la guerra, el Congreso destacó la obstinada y cada vez más insostenible lealtad de Trump a MBS. Desde el asesinato de Khashoggi, incluso los firmes partidarios de la relación entre Estados Unidos y Arabia Saudí, como el senador Lindsey Graham, republicano por Carolina del Sur, se han vuelto críticos con Riad. En contraste, Trump ha ignorado persistentemente los maltratos a los activistas de los derechos humanos saudíes, minimizó la catástrofe que se está produciendo en el Yemen y calificó a Arabia Saudí como un “aliado verdaderamente espectacular”.
Por tanto, no constituyó gran sorpresa ver que el presidente recurría al poder de veto para proteger la desastrosa campaña de MBS en el Yemen. Bajo apelaciones superficiales al constitucionalismo y la seguridad nacional, Trump está actuando de acuerdo con un patrón ya familiar: gravitar hacia los tiranos y hacer negocios basados ​​ en el personalismo. Este narcisismo empresarial ha alimentado gran parte de la vol á til pol í tica exterior del presidente, desde sus irregulares “relaciones” con el presidente ruso Vladimir Putin y el dictador norcoreano Kim Jong-un, hasta su rabiosa devoción por la construcción de un muro en la frontera con México.
Esta tendencia tiene implicaciones dramáticas en Oriente Medio. Desde el colapso de la Primavera Árabe y después de años de intervención extranjera, las esperanzas de democracia en la región han dado paso en gran medida a todo un elenco de gobernantes autoritarios. Desde MBS en Arabia Saudí, hasta Recep Tayyip Erdogan en Turquía y el recientemente reelegido Benjamin Netanyahu en Israel, la región aparece cada vez más polarizada bajo líderes derechistas de línea dura.
En medio de esta refriega, Trump, junto con su yerno y consejero Jared Kushner, identifican a MBS como un socio ideal. El presidente y el príncipe heredero comparten un mensaje alarmista de Irán como amenaza regional y ambos utilizan esta postura para justificar políticas desestabilizadoras, como el desmantelamiento del acuerdo nuclear iraní y la guerra en el Yemen. Trump elogió también a MBS y a los saudíes por sus presuntos esfuerzos para frenar el extremismo en la región, a pesar de los informes de que Riad ha cerrado acuerdos con combatientes de Al Qaida en el Yemen.
Por su continuo apoyo, que incluye miles de millones en ventas de armas , Trump ha contado con la cooperación de los saudíes para su propia agenda regional, incluso en sus esfuerzos por “resolver” el conflicto entre Israel y Palestina. Trump y Kushner se están preparando para presionar por este “acuerdo del siglo” en los próximos meses, una negociación que tiene mucho más que ver con negocios de trastienda que con cualquier preocupación democrática o humanitaria.
El veto, a pesar de todas sus cínicas implicaciones sobre el estado de la política exterior de EE. UU., debería también preocupar a los estadounidenses en su país. El anuncio del martes se produjo apenas un mes después del primer veto de Trump, del que hizo uso para hacer cumplir su declaración de emergencia en la frontera a pesar de la oposición del Congreso. Para ello, Trump cruzó los límites externos de la legalidad en pos de su irracional proyecto favorito, el llamado muro fronterizo con México, de gran coste financiero y humano. Tales acciones son solo la extensión lógica de una presidencia que comenzó con la “prohibición musulmana”, moralmente indefendible y constitucionalmente insostenible, emitida por orden ejecutiva en los primeros días de la administración.
El presidente se está valiendo repetidamente de estos mecanismos de poder personalizados y unilaterales. Los efectos de tal patrón no pueden mantenerse a raya mediante la anulación ocasional del Congreso o del juez disidente. Los estadounidenses deben reconocer esta peligrosa erosión de los principios democráticos y combatir la fatiga para seguir resistiendo.

Sarah Aziza
The Intercept
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Sarah Aziza centra su interés en cuestiones relativas a las relaciones exteriores, derechos humanos y de género. Sus trabajos han aparecido publicados en Harper's, The Atlantic, Slate y The Nation, entre otros medios.

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