viernes, abril 12, 2019

Libia: nueva etapa de la guerra civil



La violencia en Libia aumenta a 8 años de iniciada la guerra civil. Presentamos los actores regionales y las probabilidades de desenlace en un conflicto que deja un saldo de millones de desplazados

Desde el sábado 6 de abril se registran fuertes ataques aéreos en las afueras de Trípoli, bombardeos al aeropuerto internacional junto el asedio de tropas terrestres. Se trata de una fuerte movilización de tropas del general Hafter contra el débil Gobierno del Acuerdo Nacional (GAN).
Los medios internacionales plantearon esta semana un posible “estallido” o un “recrudecimiento” de la guerra civil en Libia. En realidad se trata de la apertura de una nueva etapa en la guerra civil que se mantiene desde la caída de la dictadura de Gadafi. Ni siquiera la convocatoria a elecciones del 2014 pudo poner paños fríos a la situación. El extenso conflicto armado desmembró un país con mas de 6 millones de habitantes que contaba con el PBI per cápita más alto de toda África, un extenso desarrollo de políticas sociales, educación y salud .
Actualmente está bajo control de dos “gobiernos” principales: Gobierno del Acuerdo Nacional (GNA) en Trípoli, y el Ejército Nacional Libio (ENL) en Cirte, Benghazi y Tobruk. Controlan todo un territorio discontinuo atravesado por numerosos enclaves de tribus y mercenarios. Las potencias, con sus empresas transnacionales, que actuaron desde el principio en el teatro de operaciones hicieron sus apuestas; mientras occidente apoya al gobierno de Trípoli, la mayoría de los países del Magreb y el Golfo Pérsico no ocultan sus simpatías por el general Hafther (ENL) asentado en el este del país, que supo hacerse dueño de la mayor parte de Libia
Para comprender las “fuerzas profundas” que operan detrás de esta coyuntura es necesario retroceder al momento en que Occidente trató de recuperar la iniciativa en la región aprovechando el contexto de la Primavera Árabe, abriendo una “caja de pandora” en Libia con la intervención militar conjunta de la OTAN.

We came, we saw, he died

Muamar el Gadafi fue asesinado por una turba de opositores el 11 de octubre de 2011 que literalmente sacaron a pasear su cadáver destrozado por las calles de su ciudad natal Cirte, donde se refugiaba. Su ocaso se originó con el estallido de las movilizaciones de la Primavera Árabe, sin embargo no se relaciona solamente con ese proceso.
Libia juega un rol clave en la geopolítica del Mediterráneo por su abundante riqueza gasífero-petrolera, dispone de una ubicación estratégica en el control de los refugiados que huyen del hambre y los conflictos en el áfrica subsahariana, en la cual comparte fronteras con países como Sudán, Níger y Chad; también ofrecía la garantía de la estabilidad de su régimen político como regulador regional. Estos elementos hicieron que su líder sea tomado como un interlocutor de primer orden por potencias como Italia, dándole “autonomía relativa” importante a su proyecto político.
La Primavera Árabe sorprendió a Occidente tanto como a Gadafi. La OTAN junto al Concejo de Seguridad de la ONU (que apeló al inédito argumento de la “responsabilidad de proteger” a la población civil) actuaron de inmediato plegándose a las legítimas reivindicaciones de los manifestantes, impulsando una invasión con bombardeos estratégicos, entregando armas a grupos opositores indiscriminadamente. No les llevó demasiado tiempo deshacerse del líder que ya había perdido los pilares fundamentales de poder basados en el prestigio personal, los acuerdos tribales e influencia internacional.
Una vez despejada la "variable Gadafi", acontecimiento festejado en la prensa de manera risueña y cínica por la secretaria de Estado Hillary Clinton, con un comentario estremecedor sobre la sodomización y asesinato de un jefe de Estado (We came, we saw, he died), todo fue distinto a cómo se había planificado. Los grupos opositores tenían intereses políticos, económicos y tradiciones tribales absolutamente discrepantes, se fortalecieron en sus distintos territorios, pusieron todos sus recursos en función de sus necesidades militares, desplegando niveles de violencia inimaginables. La guerra civil recién comenzaba.

Tribus, mercenarios, Yihadistas y Militares

La alguna vez próspera región Tripolitania sede de la capital, la milenaria Cirenaica con su gran ciudad Tobruk; el extenso desierto surcado por los Tuareg que no conocen fronteras estatales en el Sahel o el centro libio, antiguo bastión de Gadafi donde se encuentran el 80% de la riqueza petrolera, eran regiones firmemente unidas por complejos acuerdos tribales, militares y étnicos que las contenían en las “artificiales” fronteras del Estado libio, recién formalizadas en 1951 tras el reconocimiento de la ONU; y la expulsión de los invasores italianos, que sustituían al Imperio Otomano desde 1912 en la región. Este status quo se quebró con la guerra civil.
El más importante de los grupos con poder territorial en Libia es el del “Ejército Nacional Libio” encabezado por el general Jalifa Belqasim Hafter asentado en la Cirenaica, antiguo oficial Gadafista capturado durante la guerra en Chad. Al ser repudiado por su líder se refugió en EEUU durante 20 años, retornando en 2011 para liderar el ejército. Desde su bastión, Tobruk, aniquiló a los yihadistas que habían tomado Benghazi. Estableció una alianza con la tribu Walfalla que le permitió controlar la antigua provincia de Fezan en la región occidental. Avanzó sobre la vapuleada Cirte, antiguo bastión de los Gadaffa, en los últimos años brutalizada por grupos yihadistas. Su discurso es anti islamista para diferenciarse tanto de las filiales de Al Qaeda y Daesh en la región, como de los musulmanes moderados del Gobierno del Acuerdo Nacional (GAN). Recibe un importante apoyo logístico y militar de Egipto y Emiratos Árabes, además del respaldo tácito de Arabia Saudita, Turquía, a la vez que mantiene abiertos los grifos de petróleo a las potencias imperialistas.
El GAN fue formado por Naciones Unidas en 2015, es cercano a la Hermandad Musulmana, se instaló con gran dificultad en Trípoli y es encabezado por el primer ministro libio Fayez Al Sarraj. Actualmente es el único con reconocimiento formal de las potencias occidentales o países aliados como Túnez (donde residió cuando no controlaba el territorio). Sin embargo, su poder se acota sólo a Trípoli.
Los yihadistas, que penetraron por varias regiones, controlaron ciudades importantes como Benghasi y Berna (Concejo de la sharia-Al Qaeda) o Cirte (Daesh) hoy retrodecieron, pero sus oficiales emigraron a “zonas liberadas”, al yihadismo en Mali, se reciclaron como lugartenientes de distintos gobiernos o se atricheraron en zonas de difícil acceso, aún controlan gran parte de la economía ilegal.
Por otro lado, las comunidades Tuareg, etnia relacionada con Gadafi, numerosas en las ciudades desde los años 70 pero con intensos lazos con las tribus del desierto, se desplazaron mayoritariamente para ponerse bajo la protección de sus líderes tribales que actualmente se manejan de manera relativamente autónoma en amplias regiones de varios países de la frontera sur.

El regreso de los “hombres fuertes”

Es evidente, las potencias extranjeras que encabezaron la invasión se lanzaron a una aventura, con enormes diferencias entre sí más allá de reconocer la importancia de Libia para la llamada “seguridad energética” y control migratorio a Europa. No pudieron conformar un gobierno de Unidad Nacional ni mantener la integridad territorial. Sin poder contener la migración africana, el yihadismo amenazó la seguridad interna europea, ya que en la guerra Libia encontraron su nueva “Meca” los mercenarios o piratas dedicados al tráfico de armas y humanos.
Al entrar en esta nueva etapa de la guerra, aún lejos de finalizar, la comunidad internacional volvió a considerar los liderazgos militares o autoritarios como factores importantes de la ecuación. De la misma forma que Al Assad en Siria se ha repuesto entrando como parte de la transición, o el general Al Sisi reina sin mayores problemas en Egipto después del golpe de 2013. Ahora en Libia el general Hafter apunta a convertirse en un nuevo “hombre fuerte”, que le ofrece garantías tanto a sus vecinos como a las potencias. Todo está sujeto al éxito de la ofensiva sobre Trípoli, aunque ya se pueden apreciar cuales son las tendencias a las que apuestan los actores internacionales para cerrar la etapa abierta en 2011 por las primaveras árabes que está dejando miles de muertos y millones de desplazados, una más de las catástrofes humanitarias causadas por la sed de ganancias sin límites del capital imperialista.

Omar Floyd

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