Después de 2008, las élites oligárquicas del Líbano pergeñaron un boom financiero que alimentó la desigualdad y facilitó que los banqueros se forraran. Ahora su economía se ha desmoronado, haciendo que sea la clase trabajadora del país la que pague la factura.
El Líbano no pudo pagar su deuda soberana por primera vez en marzo de este año. Era algo cantado porque su modelo económico estaba fundamentalmente destrozado. Décadas de desmantelamiento de la mano de obra organizada mientras el poder iba concentrándose han convertido al Líbano en una de las sociedades más desiguales del mundo: el 50% de la parte baja de la pirámide gana casi lo mismo que el 0,1 por ciento del estrato superior, mientras que el 10% superior se lleva a casa casi el 60% de los ingresos. El 1% de la cima libanesa posee más riqueza nacional que sus homólogos en China, Rusia y Estados Unidos.
Antes de la crisis financiera de 2008, el Líbano era un enclave comercial, financiero y turístico que, en su conjunto, representaba aproximadamente un tercio de los ingresos. Junto con las remesas y transferencias, estos sectores de servicios casi financiaban las importaciones del exterior. Pero a diferencia de la mayoría de las economías de mercados emergentes con niveles similares de importaciones, el Líbano no exportaba prácticamente mercancías. La economía nacional se basaba en varios monopolios de mercado y los sindicatos habían sido diezmados. Por tanto, para financiar el gasto de las importaciones, se dependía de inversiones extranjeras directas y de exportaciones de servicios.
En los años anteriores a la crisis, se permitió que el banco central, el Banque du Liban, acumulara reservas extranjeras. Fluía más dinero hacia el país del que salía, incluso con un saldo comercial crónicamente negativo de alrededor del 30% del PIB cada año. También conllevaba que la economía era vulnerable a las conmociones externas. La economía se concentró en manos de unos pocos, de los que habían luchado para suprimir una propiedad amplia de la producción y habían emprendido escasas inversiones productivas a nivel nacional.
El crecimiento en Oriente Medio se estancó tras la crisis de 2008. Como los turistas se mantuvieron alejados y nadie quería servicios financieros, el dinero comenzó a agotarse. En lugar de reorganizar la economía para que no dependiera tanto de las importaciones, o ampliar la base impositiva, el Líbano recurrió a la financiarización para mantener un alto nivel de importaciones.
Para poder mantener el gasto sin muchos cambios, era necesaria una gran cantidad de financiación: casi el 20% del PIB cada año. Hay dos formas de financiar este déficit: reducir tus reservas extranjeras, si es que tienes algunas, o pedir un préstamo. Líbano hizo esto último, pasando a depender de los ahorros de otras personas intermediados por los bancos.
Esto funcionó durante un tiempo porque la moneda libanesa estaba vinculada al dólar estadounidense. Para atraer dinero del exterior, los bancos libaneses prometieron altas tasas de interés sobre los depósitos, y el banco central prometió cambiar las libras libanesas por dólares a una tasa fija. Parecía como un almuerzo gratis: no había riesgo cambiario porque el gobierno había prometido mantener la moneda vinculada. A cambio, quienes invertían dinero en los bancos recibían más del 5% en intereses sobre los depósitos. La tasa de interés era así mucho más alta que la que obtendrían los inversores si depositaban su dinero, por ejemplo, en los bancos de Estados Unidos. Fue un gran negocio para los inversores de la región, que acumularon dinero en los bancos libaneses. El dinero se podría haber utilizado para inversiones productivas pero se quedó en el sistema financiero. Ese fue el primer paso del “expolio”.
El segundo paso requería que los bancos, llenos de depósitos, dieran un giro y prestaran el dinero al gobierno a través del banco central. Los bancos habían prometido pagar una tasa de interés alta sobre los depósitos, pero el banco central prometió pagar una tasa de interés aún mayor a los bancos. Esto aseguraba que el sistema pudiera seguir adelante durante un tiempo. Los bancos dieron ese vuelco y prestaron mucho dinero al gobierno, embolsándose la diferencia entre las dos tasas de interés.
Los préstamos que los bancos otorgaron al gobierno eran (en general) de dos categorías. La primera aglutinaba el dinero depositado en el banco central. El banco central usó ese dinero para comprar valores, de los cuales una gran parte era del Ministerio de Hacienda. La segunda consistía en la compra de bonos gubernamentales emitidos tanto en dólares estadounidenses como en libras libanesas (ya sea directa o intermediada por el banco central). Ambos tipos de préstamos tenían altas tasas de interés que el gobierno pagaba a los bancos. Pero el gobierno necesitaba el dinero, y el tamaño del sistema financiero siguió creciendo.
Los ingresos del gobierno fueron bajos y el déficit presupuestario de alrededor del 10% la mayoría de los años. La imposición de impuestos a los ricos fue exigua. El gobierno optó por financiar su déficit vendiendo bonos del gobierno a los bancos. Mientras tanto, el banco central necesitaba depósitos para facilitar la vinculación monetaria y reemplazar el flujo de dinero de las escasas exportaciones. La nueva deuda que asumió el sistema colectivo superaba con creces cualquier activo nuevo, con el resultado de que el Líbano iba volviéndose un poco más pobre cada día.
Mientras el dinero fluía hacia el sistema financiero libanés con la promesa de altas tasas de interés, los bancos dieron un giro y financiaron los diversos déficit del gobierno. Sin embargo, al igual que con todos los esquemas tipo Ponzi, esto solo puede durar si entra dinero nuevo. El dinero dejó de fluir en 2019. Muchos factores ayudan a explicar por qué: el reconocimiento de que el sistema era insostenible; la desaceleración económica; el secuestro saudí del primer ministro Hariri; y la geopolítica. El resultado fue que el sistema no pudo continuar porque no llegaban suficientes depósitos nuevos a los bancos.
El banco central comenzó a gastar sus reservas de divisas para mantener la moneda estable frente a las salidas de efectivo, pero el dinero desapareció rápidamente. El gobierno tenía grandes necesidades de financiación todos los meses a causa de los déficit comerciales y fiscales. Solo el hecho de que se detuvieran las entradas de efectivo a los bancos fue suficiente.
Una economía en ruinas
El sector bancario libanés representó una especie de financialización con esteroides. Su tamaño era más de cuatro veces el de la economía total en 2019. La mayoría de los activos de los bancos estaban en forma de deuda pública y de depósitos en el banco central. Como el gobierno no podía pagar sus deudas, esto significaba que el sistema bancario era también insolvente.
Avance rápido hasta 2020: El gobierno no puede pagar su deuda en dólares estadounidenses porque ha agotado sus reservas de divisas. La deuda del gobierno en libras libanesas tiene una alta tasa de interés. La paridad deslizante supuso que las reservas extranjeras desaparecieran, y ahora la relación deuda/PIB del gobierno está en 175%. La deuda, que el gobierno no puede pagar, es con los bancos. Los bancos deben dinero a sus depositantes, que no pueden devolver, y nadie puede rescatar a los depositantes ordinarios.
Para empezar, la desigualdad era alta. Pero la financialización de la economía significa que hay pocas opciones inmediatas disponibles que sean buenas. A medida que la crisis se intensificó, la tasa de cambio del mercado negro se alejó de la tasa oficial. Ahora están vigentes ciertos controles de divisas, pero solo desde que las reservas de divisas se agotaron. El desempleo se ha disparado, el crecimiento se ha deteriorado y la inflación ha aumentado, dejando a los trabajadores mucho más pobres. El país todavía depende en gran medida de las transferencias del exterior para obtener algunos ingresos.
Finalmente, el gobierno dejó de pagar su deuda en dólares en marzo. Para entonces, gran parte de la deuda externa estaba en manos de fondos de cobertura y administradores de activos. Si las recientes reestructuraciones de la deuda soberana han demostrado algo, es que los tenedores de bonos, por lo general, consiguen que se les pague: miren a Argentina, donde los acreedores que se negaron a pagar extrajeron grandes sumas en un acuerdo posterior; Grecia, donde se pagaba a los tenedores de bonos en medio de un programa de austeridad; o Puerto Rico, donde los tenedores de bonos abogaron por reducir el tamaño del gobierno. Años apuntalando un sistema insostenible significa que los acreedores hacen círculos, mientras que la clase trabajadora se queda con la austeridad.
El modelo económico que depende de un sistema financiero excesivo para impulsar el crecimiento le ha legado la factura a la clase trabajadora libanesa. El establishment gestionó una economía rentista, sacó su dinero a tiempo y dejó la economía en ruinas. La crisis del Líbano demuestra que un sistema financiero no controlado que funciona en beneficio del establishment causa estragos en lugar de ayudar al desarrollo de una sociedad más justa.
Simon Hinrichsen
Fuentes: Jacobin
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Simon Hinrichsen, estudiante de doctorado en historia económica en la London School of Economics. Su investigación se centra en las deudas de guerra, las reparaciones y la deuda soberana.
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