Sin embargo la historia personal y artística de Federico no puede disociarse de la de su banda, porque fue en ese proyecto en el que vertió sus ideas disruptivas, su inventiva abrasiva y sus obsesiones más íntimas.
Darle el mote de líder de Virus no es correcto, ya que la banda siempre fue, en amplios sentidos, una construcción colectiva. Pero si podemos decir que fue su ideólogo.
Virus irrumpió en la escena rockera argentina a comienzos de los 80s para dar un cimbronazo, a cambiar varias reglas del juego. Mientras acá todavía estaba de moda el pelo largo y la onda semi hippie de paz y amor, los Virus aparecieron en la tapa de su álbum debut de 1981, “Wadu Wadu” -de ritmos vertiginosos, pegadizos y bailables- mirando a cámara, con cara de pocos amigos, con ropa casi ajustada y el pelo bien corto. El mensaje no podía ser más claro: no tenemos nada que ver con lo que pasó antes por estos lares. Un gesto político osado también los delimitaría de los “viejos” rockeros: Virus se negó en 1982 a tocar en el nefasto “Festival de la Solidaridad Latinoamericana” organizado por la asesina dictadura cívico militar como apoyo vedado a la Guerra de Malvinas, mientras que músicos como Charly García y Leon Gieco participaron – esa misma dictadura había desaparecido a Jorge, el mayor de los hermanos Moura, dirigente del ERP, brazo armado del PRT, en 1977.
Cómo su ideólogo, Federico tenía una particularidad: veía más a Virus como un concepto -que englobaba muchas aristas- que como una banda. Y esto era completamente vanguardista para Argentina. En ese concepto entraban las líricas, los peinados, la composición musical, el maquillaje, la puesta en escena en vivo, la tecnología, la forma de cantar, el vestuario, las artes de tapas de los discos, la manera de ejecutar cada instrumento y la lista sigue. Esa conjunción significaba un todo y eso era Virus.
Con ideas muy claras, que se debatían en el seno de la banda, esta conceptualización propulsada por Federico hacía que cada año, cada álbum fueran hacia adelante, en constante evolución. Porque como ideólogo Federico odiaba los dogmas, el pensamiento como compartimento estanco, la intelectualización forzada. El quería para sí mismo y su proyecto cambio y frescura, lo que significaba no caer en lo que podía llegar a pretender la industria musical que fagocita al arte para mecanizarlo.
La humanización, el deseo, la pasión, eran pilares fundamentales en su arte y en su vida, explicitados en las letras. Para el era tan importante mover la cabeza como mover el cuerpo, una cuestión no iba separada de la otra, ninguna tenía jerarquía. Quizás por esta concepción particular la banda era presa de polémicas repletas de prejuicios: Federico era una persona extremadamente culta, pero al llamar al baile un sector lo consideraba frívolo y banal. El show de Virus que hacía bailar como pocos en la escena rock y pop argentina tenía un perfeccionamiento tal, por la meticulosidad que la banda se auto imponía, que era considerado por algunos frío. Lo paradójico es que sus shows eran una aplanadora: la base Mugetti/Serra era una máquinaria indestructible, los arreglos y solos de Julio Moura en guitarra eran exquisitos, los teclados de Marcelo Moura y Daniel Sbarra - y cuando este último agarraba la guitarra cuidado- eran pura magia y, obviamente, la voz y la presencia escénica de Federico, sensuales y poderosas, cerraban un combo musical que nunca se igualó en Argentina. (Filmaciones de shows subidos a YouTube como el Free Concert en Chile no me permiten mentir).
Volviendo al eje: si tomamos en cuenta lo ya mencionado sobre la importancia del concepto, Federico no buscaba un resultado barroco, exagerado, más bien todo lo contrario: buscaba la síntesis, lo que llegara directo al cerebro y al hueso. Virus, teniendo en cuenta la calidad de sus músicos, podría haber tenido largos solos de guitarra o teclados como cualquier banda argentina del momento, pero no hubiera sido Virus. Y ahí estaba la imaginación y dirección de Federico a flor de piel, seguramente estimulada por sus estadías y vivencias en Londres, Río de Janeiro, Paris, Nueva York y también por su experiencia como diseñador de ropa, con sus locales Limbo y Mambo que tuvo durante los 70s en la famosa Galería Jardín de la Capital de Buenos Aires.
Su amplitud se encontraba también en sus principales influencias musicales, tan disímiles como los legendarios Pink Floyd, la banda ochentosa de art rock/synth pop Devo o la enorme cantante afroamericana Billie Holiday. Sacarse los corcets impuestos o auto impuestos, ya sea artísticos, sociales o personales, era casi una obligación para Federico, una bella obligación, a la cual invitaba a todos a sumarse a la misma, a través de su banda. Porque si bien Federico apreciaba mucho lo individual, lo de él era un llamado colectivo.
No cabe dudas que Federico modificó para siempre la forma de escuchar, ver y hacer rock y pop en Argentina y Latinoamérica. Cuestiones que hoy son completamente comunes, como la trascendencia que puede tener el movimiento en el escenario, el vestuario o la iluminación en un show, el las vio antes que nadie y las terminó imponiendo, aferrándose a una disciplina que desdisciplinara un tipo de vida rutinario, gris y aburrido, con la New Wave y sus diversos estilos (desde el Power Pop hasta el New Romantic) como recurso, pero nunca para limitarse, siempre para expandir.
Las pulsiones de Federico, las de la búsqueda perpetua del placer y del amor o de la de la vida misma, estuvieron, están y estarán. El quiso iluminar y descontracturar un mundo que veía por momentos muy oscuro. Y lo logró, junto a sus hermanos y amigos, a través de Virus. Nos moveremos y pensaremos con su música y sus letras, una y otra vez como ya lo hicimos, nosotros y muchos que vengan detrás. Porque la estela de Federico fulgura, magnética, como su presencia en el escenario, como su presencia en este mundo y en el que sea.
Matias Melta
23/10/2021
(Este texto se escribió gracias al gran libro sobre Federico “Sin Disfraz”, compilado por Damián Rey Carcacha)
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