Paradójicamente, fue necesario un apagón global de las plataformas de Mark Zuckerberg para echar luz sobre la naturaleza monopólica de su corporación, al menos en una de sus consecuencias directas: millones de usuarios quedaron sin poder establecer sus habituales contactos ni responder “¿qué estás pensando?” en sus muros. La senadora demócrata Alexandria Ocasio-Cortez lo resumió en un tuit: “Si el comportamiento monopólico de Facebook se hubiera revisado cuando debió haberse hecho (quizá cuando comenzó a adquirir a sus competidores como Instagram), los contingentes de personas que dependen de Whatsapp e IG para la comunicación y el comercio estarían bien en este momento”.
Facebook compró a IG en abril de 2012 por 1.000 millones de dólares y a Whatsapp en octubre de 2016 por casi 22 mil millones. De haberse concretado la compra de Twitter (la operación fracasó en 2008), Zuckerberg no hubiera encontrado una red disponible para pedir disculpas. Pero ni demócratas ni republicanos “revisaron” entonces ni las actuales revisiones prometen ya no digamos la desmonopolización sino al menos algún resguardo frente a la megacorporación que controla globalmente nuestros intercambios.
Las Gafa en el banquillo
En julio del 2020, los titulares de los diarios daban cuenta de un hecho excepcional: el congreso estadounidense había sentado en el banquillo a Sundar Pichai (Google), Jeff Bezos (Amazon), Mark Zuckerberg (Facebook) y Tim Cook (Apple), los directores ejecutivos de las compañías que monopolizan las plataformas donde circulan el dinero, los datos, los bienes, la comunicación. Las denuncias por prácticas “anticompetitivas” se acumulaban en millones de páginas de informes que revelaban que las Gafa (Google, Apple, Facebook y Amazon) robaban datos a sus empresas competidoras o, directamente, a partir de su posición dominante en el mercado las compraban.
Un año después, en junio pasado, se informó que el Comité Judicial de la Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobó cinco proyectos para limitar el poder de las grandes compañías tecnológicas. Según trascendió, uno de los textos prohíbe la manipulación del mercado en línea para promocionar los productos de la misma empresa que sirve de plataforma, una de las tantas prácticas de Jeff Bezos. Otro impide las “adquisiciones asesinas” (“killer acquisitions”) de pequeños grupos que amenazan a las plataformas dominantes.
Las noticias, antes y ahora, reproducen las declaraciones de legisladores que evocan una escena previsible: conservadores como Steve Chabot que reclaman: “no debemos interponernos en el camino de las empresas”; liberales como David Cicillin que descubren que “actualmente, los monopolios tecnológicos no regulados tienen demasiado poder sobre la economía”. Con todo, la conclusión de este largo año de investigación y debates la ofreció el representante republicano Darrell Issa: “creo que muchos de estos proyectos de ley van a morir en el Senado si llegan a salir de la Cámara” (Clarín, 12/06).
La santa alianza
El apagón y el debate así planteado puede hacernos perder de vista al menos dos cuestiones. La primera, que la monopolización es una tendencia del capitalismo y no una desviación. En el caso de las plataformas digitales, además, tal tendencia se refuerza por lo que Nick Srnicek, en Capitalismo de plataformas, denomina “efectos de red”: “a mayor cantidad de usuarios que interactúan en una plataforma, más valiosa se vuelve para cada uno de ellos toda la plataforma”.
La segunda, que los monopolios digitales son proveedores privilegiados del aparato policial-militar estadounidense. El año pasado, tras el asesinato de George Floyd en Minneapolis, más de 1.600 empleados de Google exigieron que se pusiera fin a la venta de tecnología a las fuerzas policiales. Poco después, ante la ola de protestas y cuestionamientos, Amazon suspendió la venta de sus sistemas de reconocimiento facial y Microsoft informó que no ofrecería la tecnología hasta que el gobierno la regule.
Se trata apenas de una muestra de la estrecha alianza de las plataformas digitales no solo con las fuerzas policiales sino también, y sobre todo, con el Pentágono y la CIA, a los que provee programas de vigilancia, equipamiento militar, infraestructura en la nube, sistemas de inteligencia artificial.
En otras palabras, el poder del Estado yanqui es el de sus monopolios y su corporación militar. Una de las definiciones del imperialismo.
Santiago Gándara
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