Nota publicada en Norte Online (30/10) escrita por Pablo Giachello, dirigente del Partido Obrero y candidato a senador provincial de Buenos Aires por el Frente de Izquierda Unidad.
Como no podía ser de otro modo, el retorno de la democracia en la Argentina abrió, entre los trabajadores y el pueblo, enormes expectativas.
Estas, sin embargo, se vieron rápidamente frustradas o defraudadas. Un sucinto repaso o enumeración de algunos de los principales acontecimientos históricos de las últimas cuatro décadas en nuestro país dan cuenta de este fenómeno.
Bajo el gobierno de Alfonsín, la hiperinflación disparó las movilizaciones y saqueos contra el hambre, lo que redundó en la salida anticipada del gobierno. Las privatizaciones menemistas dieron lugar a la desocupación masiva, a las primeras puebladas en el interior del país, y a la emergencia del movimiento de lucha de los desocupados: el movimiento piquetero. La continuidad de la política menemista y fondomonetarista, de la mano de la Alianza, derivó en una rebelión popular de alcance nacional: el Argentinazo. Las jornadas del 19 y 20 de diciembre 2001 se distinguieron de otras grandes gestas de la clase obrera argentina por haberse desarrollado contra un gobierno “democrático”, electo por el sufragio universal. Los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner concluyeron sus mandatos sin haber logrado perforar el piso del 25% de pobreza y con el 40% de los trabajadores hundidos en la informalidad. Así, pavimentaron el ascenso del macrismo. La derecha en el poder disparó los índices sociales críticos, pero se topó con una gigantesca reacción obrera en diciembre de 2017 cuando envió al congreso las reformas previsional y laboral. Con el retorno de los Fernández al gobierno, luego del estrepitoso fracaso macrista, se dispararon aún más los índices de pobreza, indigencia y desocupación.
Como se ve, aquella tesis sostenida por Raúl Alfonsín, en su discurso de asunción como Presidente de la Nación en 1983, que rezaba que “con la democracia se come, se educa y se cura” se reveló completamente falsa. Con esta democracia no se come, ni se educa, ni se cura. Los casi cuarenta años transcurridos desde el retorno de la democracia en nuestro país arrojan evidencias categóricas al respecto. No se trata, naturalmente, de pasar por alto el nefasto papel de la última dictadura cívico-militar, responsable de un genocidio, de un ataque a fondo contra las conquistas obreras y populares, y de un mayor sometimiento del país a las potencias imperialistas. Pero sí es necesario subrayar los hilos de continuidad existentes. ¿O los sectores que suscitaron el golpe del 24 de marzo del ’76 -organizados en la UIA, la AEA y la Sociedad Rural- no son acaso los mismos que se beneficiaron de una u otra manera bajo los sucesivos gobiernos ‘democráticos’ del ’83 a esta parte? ¿No es acaso la misma burguesía nacional que hoy, en plena pandemia, ha hecho las mejores ganancias de su historia?
Los límites insalvables de este régimen político quedan claramente en evidencia con una mirada crítica. Se trata de un régimen asentado en la explotación del trabajo por el capital, es decir, en relaciones sociales de producción capitalistas. Así, la mayor virtud de la democracia burguesa -proclamar la igualdad de todos frente a la ley- es al mismo tiempo su principal límite. Pues esa igualdad formal esconde la desigualdad real que impera en el régimen capitalista, donde unos pocos son los dueños de las tierras, fábricas y comercios, y una inmensa mayoría no tiene más que la capacidad de vender su propia fuerza de trabajo. Así, este régimen, no sólo se torna completamente incapaz de garantizar “la comida, la educación y la salud”, sino que se revela cada vez más antidemocrático, como lo demuestran las desapariciones forzadas de personas en “democracia”, el gatillo fácil y la criminalización y represión de la protesta.
Desarrollar una crítica de fondo al actual régimen “democrático” es la precondición para luchar por su superación. La plena asimilación de esa crítica, por parte de la clase obrera, será uno de los factores decisivos que darán lugar a una profunda transformación social y política en el país, es decir, a un gobierno de trabajadores.
Pablo Giachello
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