Preocupa y horroriza el fenómeno de la deshumanización del otro que se expande en Colombia como una hiedra venenosa. Ojala me equivoque pero cada vez Colombia luce mas como Italia y Alemania durante la segunda guerra mundial. Para la inmensa mayoría en nuestro país, (el 83%, según nos revelan las encuestas), Uribe merece el apoyo ciudadano por sus políticas, discursos y practicas. Todo parece señalar que la mayoría de los colombianos no lo ven como lo que es: una uña larga y afilada de la mano de la muerte del imperialismo neoliberal, corporativo y multinacional.
El mismo que sobre la base de una superioridad en la tecnología de las armas y la guerra, impone desde Israel la teoría de la no-negociación. Para que negociar con quien estamos en capacidad de borrar de la faz de la tierra? El nuevo modelo del capitalismo que descansa sobre la base de la producción de bienes y servicios cuya prioridad se define desde el poder y no desde las necesidades de la población, lo que ha llevado a concentrar buena parte del PIB de los países desarrollados en la producción de armas. Mismas que necesitan de la guerra como el pez necesita del agua.
Para eso ha emergido el neoliberalismo que funciona sobre la base de la excepción: si, a los derechos humanos, pero no para todos, no para los terroristas, esa entelequia creada para reemplazar a los comunistas, a los que prácticamente acabaron, y que es indispensable en la tecnología de control social, con base en el miedo al otro.
Se evidencia una continuidad que va de Abú Graib, a Guantánamo, y que originalmente partió, como tecnología de deshumanización neoliberal, de las zonas palestinas de los territorios ocupados por Israel, y que se expande por el mundo, como una de las características perversas del nuevo orden global.
Es una paradoja horripilante, que esa deshumanización desde el poder, que ha funcionado a lo largo de la historia, para borrar al otro, según la cual hay unos seres humanos que no califican como tales y son sujetos de derechos disminuidos o no derechos: los judíos, los musulmanes, los impíos, los herejes, los indios, los negros y la mujer, fueron los clásicamente excluidos por dos mil años de la mal llamada civilización cristiana, también conocida como occidental y moderna.
Decía que es una paradoja, que el Estado de los sobrevivientes del holocausto, la máxima expresión de exclusión, sean los promotores de la teoría de la no-negociación y la subsiguiente muerte, como único resultado posible, pues lo otro, sumisión, silencio y humillación, es incompatible con la dignidad humana. Pues aunque el neoliberalismo lo niegue, sí, ese otro, también es humano.
Uribe, es la versión tropical, después de casi seis mil millones de dólares de ayuda militar del Plan Colombia, de esta versión del fascismo neoliberal. Nadie parece preguntarse en Colombia que ese retrato de la vida difícil en las selvas, la lesmaniasis, el paludismo, la escasez, los insectos y animales predadores, que tanto molesta, perturba y preocupa cuando se trata de analizar las fotografías de los secuestrados o de escuchar los relatos de los que las FARC habían venido liberando unilateralmente, esa realidad, es en la que los guerrilleros han vivido por mas de cuarenta años.
Se dirá que estos están allá por su libre voluntad. Pero es realmente libre esa voluntad? Hace poco escuchábamos de boca del presidente del Polo Democrático Alternativo, Carlos Gaviria, en visita que hizo al campus de la Universidad de Texas en Austin, que según datos recogidos por el mismo Estado colombiano, la mayoría de los miles de menores de edad reclutados para la guerra tanto por las FARC como por los grupos paramilitares, estaban allí “voluntariamente” y las comillas son para resaltar las causas que los llevan a preferir esto a la opresión y violencia de que eran victimas en sus hogares y escuelas.
Algo que intencionalmente los medios de comunicación en Colombia no mencionan, o lo hacen cada vez menos, son las causas de la guerra, la cual es incluso negada por la administración de Uribe, según la cual en Colombia no hay conflicto armado, sino sencillamente la actividad de grupos de bandidos terroristas y narcotraficantes.
La historia colonial y republicana de Colombia de concentración del poder político y económico, hegemonía de elites con base en guerras civiles, democracia restringida, existencia precaria o nula del Estado de Derecho, ausencia de reforma agraria, pactos traicionados donde ha imperado la muerte del que ingenuamente confió en la palabra del poder: ejemplos que van de la traición a los comuneros con la desmembración de Galán; que pasan por la eliminación de los guerrilleros admistiados por la administración de Rojas Pinilla hasta el genocidio practicado a la Unión Patriótica con sus cerca de cinco mil dirigentes y militantes asesinados. En ese contexto se puede afirmar que ¿los que están en el monte, están allí voluntariamente?
Si hay algo común a la mayoría de los militantes rasos de las fuerzas en conflicto, guerrilleros, paramilitares y soldados, es la obligatoriedad en que las circunstancias histórica, producto de los modelos de desarrollo impuestos, los forzaron a ingresar a sus filas, generalmente para poder precariamente sobrevivir.
Pero lamentablemente una característica perversa de este conflicto es la progresiva deshumanización del otro. Proceso que se observa entre la totalidad de los actores del conflicto. Los paramilitares y su practica de la motosierra como argumento principal para convencer a los campesinos sobre los peligros de simpatizar con la guerrilla; el uso de serpientes venenosas y el descuartesimiento como medios para no dejar rastros y evitar así el no exceder el limite impuesto por la definición de masacre; los militares colombianos que miraban al otro lado cuando los paras hacían el trabajo sucio; o los soldados que eliminan civiles indefensos para luego vestirlos de guerrilleros y conseguir así cinco días de permiso; los nefastos falsos positivos que no han merecido ni una reprimenda oficial al actual ministro de la defensa nacional. La guerrilla que ha envilecido sus metas sociales con la conversión en mercancía de los secuestrados no directamente involucrados en el conflicto armado; y el uso de cilindros de gas y minas antipersonal como armas de destrucción masiva.
Pero el Estado quien esta mas obligado, por su tamaño, función y legitimidad en el uso de la fuerza, a promover y respetar los derechos humanos, hace lo contrario. Tan convencidos de su retórica manipuladora están, que el enemigo convertido por la propaganda oficial en individuos sin derechos, toda vez que no se trata de seres humanos sino de “terroristas” , les hace difícil entender que un país soberano como el Ecuador se moleste, por que con premeditación y alevosía se prepare y ejecute una operación que viola su soberanía territorial, para asesinar una veintena de guerrilleros mientras dormían.
Que todo esto suceda en un país donde constitucionalmente se obliga al respeto de los derechos humanos y los derechos fundamentales, que incluyen el debido proceso, el derecho a la defensa y donde no existe la pena de muerte, no deja de ser elocuente de hasta donde hay coherencia entre las institucionalidad y la practica por parte del Estado.
En este contexto la aplicación de la doctrina de la superioridad militar y por ende la no-negociación constituye un crimen de Estado. Uno mas que lo único que consigue es la agudización de un conflicto que podría solucionarse si se aceptara una negociación política que fortaleciera la democracia formal y el estado de derecho.
Un ejemplo patético de esta violación a las mismas reglas que el estado en Colombia ha aprobado en su equivoca busca de soluciones a su conflicto endémico, es la violación a la soberanía del Ecuador y la pretensión de judicializar el conflicto con Venezuela, un país al que Colombia en el pasado reciente ha violado su soberanía en mas de una ocasión.
El preámbulo de la constitución vigente en Colombia dice”…con el fin de fortalecer la unidad de la nación y asegurar a sus integrantes la vida, ….(se crea) un orden político, económico y social justo, y comprometido a impulsar la integración de la comunidad latinoamericana, decreta, sanciona y promulga la siguiere CONSTITUCION POLITICA DE COLOMBIA”
¿Es en la forma como actúa el Estado colombiano tanto con sus ciudadanos como con las naciones hermanas, que se cumplen los preceptos constitucionales de asegurar la vida y derechos de sus ciudadanos e impulsar la integración latinoamericana? Si la respuesta es positiva, estamos muy mal y si es negativa es un motivo para marchar, no solo el 6 de marzo sino los tres años que aun restan de administración al gobierno de Uribe.
Guillermo Padilla
El autor es colombiano y profesor visitante en la Universidad de Texas en Austin
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