viernes, septiembre 03, 2010

Blanqui y el blanquismo


En el curso de la Universidad de Verano de Izquierda Anticapitalista se hizo mención a numerosos referentes del socialismo militante, comenzando un primer forum sobre Walter Benjamin, que, por cierto, resultó un poco sobredosis. Primero por las hora tardía (después del viaje, con el estómago vacío en muchos casos), luego por una mesa compuesta por hasta cuatro participantes a cual más intenso y extenso, al cual más interesante pero también más abrumador, sobre todo porque Benjamin no es un plato fácil, ni tampoco un autor muy difundido. En su intervención, Jorge Riechman evocó de pasada la figura de William Morris, un autor que está pidiendo a gritos un (re)conocimiento, y en sucesivos forums y talleres se habló de Rosa Luxemburgo, Trotsky, el Che y un largo etcétera, siempre desde el punto de vista de lo que Bensaïd llama la interpelación.
El hilo que nos llevó a Louis Auguste Blanqui (Puget-Théniers, 1805-París, 1881), fue el taller de Miguel Romero sobre la Primera Internacional (y que en sucesivos días llegó hasta las puertas de la V Internacional), aunque en la evocación algo tuvo que ver nuestro Daniel Bensaïd, especialmente preocupado en los últimos tiempos por recuperar tradiciones demasiado olvidadas, y de ahí su tarea en crear la Fundación Louise Michel, obviamente también citada.
Blanqui es un viejo conocido de las enciclopedias sobre el movimiento obrero, y en las que, habitualmente, aparece retratado con su aspecto de intransigente mili­tante socialista, y en el que la biografía combativa pesa más que su ángulo teórico, que lo tuvo. Sus pocos es­critos son por lo general, redactados en la cárcel (su sobrenombre fue "El Encerrado") que fue su «hogar» la mayor parte de su vida, conociendo numerosas prisiones, incluso en las colonias.
Hijo de un revolucionario que pasaría a servir con la Gironda, para acabar sien­do subprefecto de Napoleón; y de una mujer de gran ca­rácter, Blanqui es enviado desde su ciudad natal a París. Allí a los 16 años ingresa en una de las sociedades secretas de la época, en concreto en la de los carbonarios. Es muy joven todavía cuando entra en contacto con P. J. Buonarrotti (1), que le detalló la historia de la «conspiración de los iguales», y le marcó en su ulterior evolución política, en gran medida «babeuvista». Cruzó indomable todo el siglo XIX, partici­pando en las jornadas de julio del año 30, en la revolución del 48, así como, indirectamente, en la Comuna de París. Blanqui y el «blanquismo», debe de comprenderse como una de las primeras manifestaciones de la lucha del proleta­riado francés, todavía muy disperso y sin cohesión ideoló­gica, y como una toma de conciencia clara del carácter antirrevolucionario de la burguesía liberal.
Así pues, antes de reducir el “blanquismo” a un esquema, hay que situarse en su tiempo y lugar, y allí, llegó a ser un verdadero mito revolucionario, todo un ejemplo de integridad.
Ya en 1829, participa en la sublevación del arrabal de Saint Antoine, uno de los centros de la vieja «sans culotte­rie». En julio de 1830 se encuentra de nuevo en la calle y se enfrenta desde el primer día contra la «Monarquía bur­guesa», resultando ser uno de los inculpados en el «proceso de los doce» revolucionarios. En 1836 constituye el grupo llamado «Sociedad de las Estaciones», hecha a imagen y semejanza de las sociedades radicales que se mueven en las «ultratumbas», tendencia ésta que se explica tanto por la represión como por el espíritu romántico de la época. Tres años después, junto con Harbés -otro gran conspi­rador, aunque políticamente más moderado que Blanqui-, prepara una insurrección aislada y minoritaria que fracasa. Detenido, es condenado a perpetuidad. Liberado por la revolución de febrero de 1848.
Su posi­ción la explica así el historiador británico Cole en su primer volumen de la Historia del pensamiento socialista: «En 1848, Blanqui estaba dispuesto a apoyar al Gobierno Provisional, metiéndole a la vez una presión constante de las socieda­des de izquierda y de los obreros. Pero esto no quiere decir que ha renunciado a la idea de la revolución ulterior, sino que deseaba aguantar por el momento, seguía pensando ha­cerse dueño del Poder mediante un golpe de Estado organi­zado por una minoría de revolucionarios disciplinados, adiestrados en las armas y dispuestos a hacer uso de ellas. En las Sociedades sucesivas se negó a admitir a todos los recién llegados; pues aspiraba a crear, no un partido de masas, sino una élite revolucionaria relativamente pequeña, de hombres escogidos. Éstos, elegido el momento adecuado, cuando el descontento llegase a su punto podrían asumir la dirección efectiva de los trabajádores, para seguir gracias a ellos ya otras organizaciones obreras por el verdadero ca­mino revolucionario, y poco a poco, mediante una dictadura, poner los cimientos de una nueva sociedad».
La experiencia de viejo león, le lleva a no tener ninguna confianza en los discursos floridos del poeta liberal Lamartine, ni siquiera en los proyectos reformistas de Louis Blanc en el palacio de Lu­xembourg. Adivina a Cavaignac detrás de todo. Como escri­be Wolganf Abendroth en su Historia social del movimiento obrero europeo: «¿No parecía en efecto, justificada la espe­ranza de Louis Blanc de llegar sin lucha de clases a una sociedad auténticamente democrática, en un compromiso pacífico con los demócratas burgueses y capitalistas indus­triales, representados en el Gobierno Provisional? ¿y no era Blanqui, el que criticaba la concordia, un revoltoso amargado por su reclusión? Los obreros tuvieron que aprender con sus propias y amargas experiencias después de la revolución de febrero que Blanqui había comprendido sus intereses con más claridad que ellos mismos».
En mayo del mismo año el Gobierno Provisional le con­dena a las mazmorras por diez años. En 1869, Blanqui reaparece para animar -desde fuera- a sus seguidores en la AIT, y la lu­cha contra Napoleón III. En el momento de la guerra fran­co-prusiana escribe un llamamiento con el título de «¡La Patria en peligro!», en el que preconiza un frente nacional interclasista, pero luego rectifica e intenta, otra vez sin éxito, una nueva insurrección junto con Flourens, que sería uno de los líderes de la Comuna. Ésta le coge en manos de los «versalleses», entonces los «communards» intentan can­jearlo a cambio del obispo de París, pero Thiers no cede. En 1879, sale de la cárcel al ser elegido diputado por los republicanos de Burdeos y vuelve a ser hasta su muerte el militante de hierro que siempre fue.
La obra escrita de Blanqui no es precisamente muy am­plia, aunque al margen de ello, Blanqui consiguió aglutinar un importante grupo de seguidores que jugaron un desta­cado papel en la AIT, en la Comuna y en los primeros años del socialismo galo. Su ideario se puede sintetizar así: a) Se apoya en el proletariado, .pero para él no hay distin­ción entre éste y el resto de los sectores populares.b) El medio revolucionario que privilegia es el del partido de los revolucionarios, o sea, de la élite conspiradora que desconfía de las masas; c) La revolución sólo la concibe a través de una insurrec­ción perpetrada por.el partido o sociedad, después pro­pugna una dictadura que impondría entre otras cosas, la escuela laica y gratuita, cooperativas, una legislación socialista…Para Blanqui, «el comunismo no puede implantarse por decreto», ni «cambia por sí mismo ni a los hombres ni a las cosas»; no sueña con ninguna utopía futura e indeterminada, el «comunismo, dice contra Cabet, no es un huevo empollado en un rincón del género humano, sino un pájaro con dos piernas, sin alas ni plumas». En 1879, salió de la cárcel y fue elegido diputado por Burdeos, a pesar de que legalmente no podía serlo. En la última etapa de su vida dirigió un diario de extrema izquierda, Ni Dieu ni maître, que luego sería un slogan anarquista (2).
Blanqui fue el primero que consideró la idea del revolucionario como profesional, y contribuyó a formar el partido blanquista, que primero se llamó la «Comuna revoluciona­ria» y más tarde, «Comité Central Revolucionario» bajo la dirección de Émile Eudes. Luego, su discípulo más desta­cado, Eduard Vaillant construye el Partido Revolucionario Socialista que se integrará más tarde en la socialdemocracia francesa, y en la que será uno de los representantes más consecuentes hasta que, con ocasión de la “Gran Guerra”, se pasa a la barricada de la “patria socialista”. Los ensayos de Blabqui sobre problemas teóricos fueron reunidos después de su muerte con el título de La crítica social. El artista A. Maillol le dedicó una de sus mejores esculturas, la Acción encadenada, emplazada en su ciudad natal. París le dedicó una de sus plazas públicas más populares.
Su biografía más exhaustiva es sin duda la de Samuel Bernstein Blan­qui y el blanquismo (Siglo XXI, Madrid, 1975), y la más clásica quizás sea Blanqui, de Maurice Dommaguet, (Espartacus. París). Al margen de los diversos extractos, parece que existe una sola edición de escritos de Blanqui en castellano.
Anotemos que los blanquistas fueron una de las columnas vertebrales de la Comuna, y discípulos de Blanqui fueron militantes como
1) Armand Barbes, (Point-à-Pître, Guadalupe,1801-La Haya1870). Compañero de Blanqui diversas tentativas conspirativas contra Louis Philippe, de filiación demócrata radical y con un cierto componente socialista. Fue un luchador infatigable, alma de conspiraciones, clubes secretos y revoluciones o mejor dicho insurrecciones como la del 12 de mayo de 1839, por la que fue condenado a muerte y liberado en el curso El 15 de mayo de 1848 intentó constituir un gobierno revolucionario. Fundó en 1848 el Club de la Revolución y fue miembro del gobierno provisional mostrándose bastante más moderado que Blanqui. Permaneció en prisión hasta que Napoleón III le indultó (1854) Como éste, pasó buena parte de su vida en la cárcel y murió en un destierro voluntario. Más que un hombre con ideas fue un militante revolucionario, capaz de trabajar en las condiciones m difíciles pero muy impetuoso lo que valió críticas muy duras por parte de los marxistas.
2) Luis Charles Delescluze (Dreux, 1809-París, 1871). Uno de los dirigentes de la Comuna de París. Había participado en la revolución de 1830, así como en la de 1848 y en el exilio colaboró estrechamente con Ledru-Rollin. Había sido el animador y director de varios, periódicos revolucionarios, entre ellos La revolution démocratique et sociale (1848) y Réveil que había fundado en 1868, y desde la que atacó constantemente el gobierno de Napoleón III. Fue el principal dirigente del grupo llamado de los «antiguos jacobinos», su ideario era el de un radical demócrata avanzado, muy en línea de Blanqui. Consiguió una notable fama de revolucionario profesional, valeroso e incorruptible. Durante la Comuna fue nombrado en contra su voluntad director militar cuando la resistencia era ya casi imposible. Fue uno de los últimos resistentes. Cayó en las barricadas y su nombre se encuentra entre el de los grandes héroes del primer «Estado obrero», y…
3) Gustave FIourens (París, 1831-Chatou, 1871). Comunero francés. Era hijo de un profesor de Ciencias en el colegio de Francia y él mismo había enseñado allí. Destacó como revolucionario en la lucha contra Napoleón III, y había estado implicado en un atentado contra su vida. Al ser expulsado de Francia por sus ideas, marcho a Creta, donde participó en el levantamiento nacional contra los turcos (1866).Participó en el levanta­miento abortado de 1870 y por ello FIourens fue condenado a muerte. Fue sacado de prisión en enero de 1871, gracias a una mul­titud dirigida por los blanquista. Sobresalió por su valentía en la defensa de la Comuna, cayendo en los primeros días de la misma.

Notas.

--1) Recordemos el personaje porque es, por sí mismo, todo un hilo rojo: Phillippe-MicheI Buonarroti, (Pisa, 1761-París, 1837), comunista italofrancés, descendien­te del inmortal Miguel Angel. Estudió Derecho en Pisa y Florencia, frecuentó las sociedades secretas y se entusiasmó por la revolución francesa, razón por la que tuvo que exiliarse de Córcega. Pasó luego a París, donde se dio a conocer como ferviente jacobino y brillante orador. Se naturalizó francés y desempeñó diversas misiones oficiales en Corcega, Lyon y en ejército en Italia. Fue detenido después de la caída de Robespierre (9 termidor), y en la cárcel, donde permaneció durante un año, conoció a Babeuf. Luego fue presidente del Club del Pâmteón (neojacobino), y colaboró con Babeuf en la conspiración de los Iguales. Fracasada ésta, fue condenado y deportado a Cherburgo y más tarde a la isla de Oleron; fue amnistiado por Napoleón, pero una vez en libertad, conspiró, contra el régimen bonapartista. Reapareció con la memoria de los hechos, publicando La conspiración de la Igualdad lla­mada de Babeuf (1828), obra que fue decisiva para la evolu­ción del pensamiento comunista de aquella época. Italiano de nacimiento y por su primera formación cultural, parti­cipó activamente en la revolución y tras el fracaso de la conspiración fue hecho prisionero. Pasó varios años en la cárcel donde mantuvo viva la llama revolucionaria. La cons­piración se convirtió, en palabras de Cole, en el «manual» de los revolucionarios de los años treinta. Buonarroti no se li­mitó a contar la historia -una historia por lo demás poco conocida hasta finales del siglo XIX-, sino que sistematizó coherentemente el pensamiento de Babeuf. El babouvismo sistematizado por Buonarroti puso «de inmediata evidencia incluso para los espíritus más incultos, desde las páginas de La conspiración se difundió entre el pueblo, suscitó tropeles cada vez mayores de prosélitos, agudizó la exasperación de las masas, proporcionó mitos, fórmulas, programas para su ansiosa espera de una revolución social que diera, con el bienestar, dignidad a los hombres; año tras año se hizo batalla­dor, marcó con su impronta las primeras organizaciones se­cretas revolucionarias que siguieron a la represión de 1834­1835, indujo a motines» (Galante Garrone). Su influencia fue determinante para Blanqui, algunos cartistas y para la Liga de los Justos.
--2) Este libro fue escrito junto con Émile Eudes (1844-1888), destacado militante afín a Blanqui y que destacó como un importante librepensador. Eudes tomó parte en la Comuna de París, destacando como uno de sus generales improvi­sados. Escapó de la represión y se trasladó primero a Suiza, y más tarde a Londres donde llegó a ser jefe del grupo blanquista organizando el Comité Central revolucionario. Trabajó conjuntamente con August Vaillant, más tarde reconocido dirigente del socialismo francés, con el que dirigió L' homme libre. Al regresar a Francia con la amnistía, volvió a ejercer como uno de los principales dirigentes de la corriente blanquista hasta su fallecimiento

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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