jueves, julio 04, 2013

Egipto: Revolución a los golpes



El gobierno egipcio fue derrocado ayer tras la intervención de las fuerzas armadas sostenidas por una movilización popular sin precedentes. Sin embargo, la heterogeneidad del movimiento popular y los mandos militares mantienen la tensión dentro de lo que para muchos es la continuación de la revolución de 2011.

El ejército egipcio dispuso ayer el cese de las funciones del presidente Mohamed Mursi, el cierre del parlamento y la suspensión de la constitución nacional hasta nuevas elecciones. En lugar del derrocado mandatario fue nombrado el presidente del Tribunal Constitucional Supremo, Adly Mansur, como presidente interino. El caótico desenlace se produjo al vencer el ultimátum lanzado por las fuerzas armadas egipcias a Mursi, intimandolo a pacificar el país recibiendo las demandas de las protestas que hacía 18 días mantenían en vilo el gobierno. Ayer, poco después del vencimiento del ultimátum, los militares tomaron la iniciativa y pusieron al ahora ex presidente a los arrestos domiciliarios, tras anunciar la nueva 'hoja de ruta' que seguirá el país.
Se trata de una situación que, de todas maneras, mantiene en la incertidumbre el futuro político de Egipto. Ya en febrero de 2011, cuando las imponentes manifestaciones de El Cairo y las principales ciudades del país lograron derrocar al dictador Osni Mubarak, el ejército había tomado el control del país en lo que debía ser un gobierno interino, pero con el pasar del tiempo su estadía en el poder se extendió hasta que las mismas manifestaciones populares que los habían vitoreado tras la victoria contra Mubarak, apuraron el llamado a elecciones democráticas.
Hoy, es la misma plaza Tahrir a festejar con fuegos artificiales la decisión de las cúpulas militares. Según diversos informes de prensa se trata de una cantidad de personas aún mayor de la que protagonizó la revuelta de 2011. Sin embargo la composición de esa plaza ha variado con respecto a aquellos meses. Mohamed Mursi y su partido Justicia y Libertad, brazo político de la organización islamista salafista Hermanos Musulmanes, eran parte importante de aquellas movilizaciones. Tras la derrota de Mubarak y las protestas para el llamado a nuevas elecciones, Mursi logró ganar los comicios y el ballotage siguiente -contra uno de los principales representantes del sector leal a Mubarak, Ahmed Shafik- empujado por el descontento levantado por la 'primavera egipcia'.
Aquél movimiento heterogéneo pedía una mayor democratización de las instituciones, más participación popular y reformas en el plano económico a favor de los sectores más vulnerables. Sin embargo, el programa actuado por Mursi desoyó aquellas reivindicaciones para establecer un plan de reformas acorde a los lineamientos ideológicos de los Hermanos Musulmanes. El nuevo gobierno egipcio profundizó la islamización de la política nacional y la centralización del poder del estado, adaptó su política económica a los planes del Fondo Monetario Internacional -con el cual acordó préstamos a cambio de ajustes en los últimos seis meses- y volcó a favor de la política occidental en la región la histórica posición de los partidos sunnitas norafricanos -especialmente con respecto a Siria e Irán-.
Las reacciones internacionales ante el golpe en Egipto no se hicieron esperar. La victoria de Mursi en junio de 2012, con 13 millones de votos, había sido acompañada por el enorme crecimiento de movimientos políticos regionales dirigidos o ligados a los Hermanos Musulmanes, como es el caso de Túnez -donde son gobierno- o Libia y Siria. El 'modelo' de los Hermanos Musulmanes, basado en un islamismo moderado y una progresiva occidentalización de la política y la economía también es compartido por el AKP turco, partido del presidente Erdogan, fuertemente cuestionado en las últimas semanas, y apoyado por la gran potencia económica regional, Qatar.
Sin embargo, el movimiento que llevó a Mursi al poder estaba compuesto por una enorme cantidad de visiones e ideologías, profundamente descontentas con la obra del nuevo gobierno. Partidos y movimientos de izquierda, liberales -con a la cabeza Mohamed El Albaradei, hombre fuerte la oposición anti-Mursi en los últimos días y principal candidato a sucederle en las próximas elecciones-, laicos, chiítas, cristianos coptos, volvieron a las calles tras el llamado del grupo Tamod ('rebelde' en árabe) a pedir la caída del gobierno que sufrió en tres semanas la renuncia de cinco ministros clave. La complicada situación económica en todo el país, y la fuerte presencia de sectores aún leales a la política de Mubarak en el ejército hicieron el resto.
Es en este contexto que se encuadra la reacción internacional al golpe de ayer. Estados Unidos, si bien haya considerado hasta hace pocos días a Mursi como un aliado estratégico, decidió sostener tibiamente el derrocamiento ante la posibilidad de una guerra civil en Egipto. Sin embargo, la mayoría de las cancillerías se limitaron a expresar su preocupación por la situación egipcia, a la espera de que se clarifique la información que llega desde El Cairo en las últimas horas.
Según agencias de prensa internacionales, se trataría de la continuación de la revolución comenzada en 2011 para la construcción de una nueva plataforma política en Egipto. Sin embargo, las visiones son muy dispares al respecto, principalmente debido a la heterogeneidad del movimiento de calle que desató las revueltas de los últimos días, durante las cuales, la represión policial ya causó 47 muertos y más de un millar de heridos.

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