Los movimientos hacia la derecha o hacia la izquierda no son meras cuestiones personales, reflejan claramente situaciones, momentos históricos en los que la tendencia mayoritaria va en un sentido o de otro.
Lo que podíamos llamar el “caso Verstrynge” y su exclusión de Podemos, ha llevado a algunos a querer meter el dedo en la llaga más limpia: la que le llevó desde la derecha radical a la izquierda extramuros…No era este poco mérito dado que transcurría en una fase en el viento soplaba en dirección opuesta o sea, cuando todavía restos de la izquierda sindical que había resistido, abandonaba principios por un despacho.
Los movimientos hacia la derecha o hacia la izquierda no son meras cuestiones personales, reflejan claramente situaciones, momentos históricos en los que la tendencia mayoritaria va en un sentido o de otro.
De ahí que en la fase de declive del franquismo, una parte importante de la juventud proveniente de familias adictas, inició su marcha hacia la izquierda; en los ochenta, el viento cambia de dirección y sucede justo lo contrario. Todo indica que en el tiempo que se abre, la tendencia marque nuevamente un desplazamiento hacia la izquierda, con todo las contradicciones que esto comporta. Contradicciones de la que no está exenta mucha militancia de izquierda que puede estar por la revolución, pero que en su casa es un machista, disfruta como un enano con películas de James Bond o se cree poseedor de la verdad revelada…a ellos.
El tema es por lo tanto complejo.
Jesús Pabón, en su “prólogo a la versión castellana” (de José Laín Entralgo del ruso) del Lenin de Trotsky (Ariel, Barcelona, 1972; 83-84), justifica su propia historia recordando que en sus años jóvenes había estado fascinado por Trotsky y frecuentó alguna reunión en la sede madrileña de la Izquierda comunista. Sin embargo, luego fue diputado de la CEDA y, más tarde, autor de renombradas biografías de personajes tan despiadados como el dictador portugués Salazar, y de Cambó, cabeza de lo que se ha venido a llamar “el Vichy catalán” que laboró para la victoria franquista contra “los murcianos”. Pabón cita en su descargo, el caso de “Cavour joven, que en la lengua que dominaba, escribió serenamente a su amigo Pietro di Santarosa: Fidele au systeme…j´ai vu plus d´une personne paser devant moi allant de gauche a droite et de droite a gauche”.
Aunque no se suele hablar mucho de ello, lo cierto es, al menos desde finales de los años cincuenta, el trayecto de jóvenes perteneciente a familias adscritas a los vencedores, evolucionaron hacia la izquierda para devenir columkna vertebral de una nueva resistencia, la del 68. Los casos fueron incontables, señalemos el caso famoso de Joaquín Ruiz-Jiménez, que pasó de ser ministro franquista a dirigir la revista Cuadernos para el diálogo. Otros fueron todavía más radicales y de categoría ética e intelectual de Ignacio Fernández Castro, Manolo Sacristán o de mi paisano, José Mª Moreno Galván. El haber sido falangistas era un mero detalle que, hasta mi atribulada familia, que conocía a Joseíto desde niño no se olvidaba de matizar, diciendo: Bueno, entonces era un muchacho, como muchos otros, pero que luego dejaron de serlo. Después de las elecciones de 1977, las conversiones desde la izquierda a la (nueva) derecha, llegaron a ser un verdadero fenómeno social.
Se llegó al punto de que los conversos llegaron a ser claves en el proyecto bipartidistas. De ahí que desde el pesebre creado por el PSOE, Ludolfo Paramio, llegó a teorizar desde un lejano episodio de “Informe Semanal” en TV1 que, al fin de cuentas, la actividad clandestina contra el franquismo había acabado resultando la única escuela posible para la democracia, un argumento equivalente al que utilizó la derecha para justificar el reciclaje de fuerzanovistas y similares, aunque a ellos nadie les iba a dar lecciones de democracia, de ahí el esperpento de ver como desde el ABC se tacha de “fascista” a quien les da la gana. La consigna era: ya no era necesario hacer ninguna revolución, los objetivos más aceptables de dicha revolución los realizará la socialdemocracia sin acritud, gradualmente, pasito a pasito y después de besar la mano del monarca…
Algunos ejemplos
Aunque no se suela subrayar, creo que una mayoría honesta siguió –seguimos- fiel a sus principios (con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar, que decía José Martí), incluyendo los que se refugiaron en la vida privada y familiar, seguramente agotados de unas batallas de resultados agridulces y, para algunos y algunas, quizás le resultaron especialmente amargos. Todos y todas compartían un pasado militante en el que no había nada de lo que avergonzarse, más bien todo lo contrario.
Por existieron excepciones y no fueron pocas. Por supuesto, hay que situarlas en el contexto del “pesebre” desde el cual fueron asimilados una parte considerable de la izquierda antifranquista incluida la más radical y consecuente, asumió la clandestinidad como una aprendizaje político de esta democracia cuyo punto de partida fue la Reforma Política. Se ha justificado esta integración como la otra cara del paso de los adictos del régimen hacia la UCD y el Partido Popular, tanto monta monta tanto servir como luchar contra Franco.
Que yo sepa, el único debate público sobre la cuestión se desarrolló en paralelo al que tuvo lugar en Francia, con Lionel Jospin, presidente de la República y antiguo devoto trotskista de la variante lambertista. tan marcadas por unas normas secretistas que rememoran a la masonería, y en Alemania, con el antiguo ácrata Jacob Fischer, al que se le atribuían veleidades violentas desde la misma derecha que en su cinismo había apoyado incondicionalmente la agresión contra el Vietnam y el régimen del “apartheid” en Sudáfrica, por citar únicamente un par de ejemplos.
Aquí la iniciativa contra la antigua izquierda la tomó el Brunete mediático apuntaron contra José María Mendiluce quien, al tiempo que rompía una lanza por Joschka Fischer, del que decía que merecía el Premio Nobel de la Paz mucho más que Kissinger, aunque dudo que José María hubiera encontrado a otra persona que lo mereciera menos.
Mendiluce que por entonces era un famoso roedor próximo al PSOE, se permitía sacar pecho para proclamar: “Vaya por delante una 'confesión', para que no vuelvan a descubrir algunos, en admirable ejercicio de periodismo de investigación, lo que figura en mi historia personal sin ningún ocultamiento. Sí, fui dirigente de la Liga Comunista Revolucionaria-ETA VI (la sexta, la que había renunciado a la lucha armada, o sea al terrorismo, desde 1970). Y en esa organización, que redujo posteriormente su nombre a LCR, milité hasta la llegada de la democracia sufriendo, como muchos de mis compañeros de ésa y otras formaciones, la persecución y su corolario: la clandestinidad, las detenciones y la tortura, Y la muerte de algunos amigos, como Mikel Salegui (muerto a tiros en un control que no vio) o Germán Rodríguez, asesinado de un tiro entre ceja y ceja por sacar una pancarta en la plaza de toros de Pamplona, cuando Fraga era el amo de la calle. No crean que era fácil aquellos años resistir la tentación de la violencia como respuesta. Pero resistimos. Y llamamos asesinato a lo que otros llamaron ejecución, cuando Carrero Blanco” (El País, 24-02-2001)
Lo último no es enteramente cierto. Un mero detalle: los visitadores médicos del ambulatorio en el que yo trabajaba se mofaron de un practicante especialmente repulsivo –se le atribuía que hacía trabajos extras en la Comisaría de la Vía Layetana-, que se lamentaba del atentado y del “pobre hombre que voló y voló”.
Curiosamente, en un grupo más bien pequeño como fue la Liga Comunista –la otra mitad de la LCR con la que acabó unificándose-, se diera el caso de que un cierto número de sus dirigentes acabaron en la extrema derecha, la marginal y la de los “libertarios” que claman contra cualquier regulación en la ley de los más fuertes en la selva del mercado. No han falta quien haya indicado que eso fue lo natural ya se ha llegado a decir que no se puede ser un buen neocon sin haber sido antes trotskista.
Otros rehicieron su carrera y, entre estos, seguramente el caso más repulsivo haya sido el de Joaquín Trigo, alias Trude, un estudiante de Económicas nacido en Galicia (la nación más oprimida, según gustaba de subrayar) que provenía de la etapa del FOC, reconocido agitador y polemista universitario –años más tarde, después de una buena perorata unos estudiantes me preguntaron si yo era él-, amén de un militante “todoterreno” entre cuyas características se citaba su propensión a los lances amorosos. La deriva hacia la extrema derecha auténtica de Trigo le ha llevado a presidir el Instituto de Estudios Económicos, a la plana mayor de la FAES. En una de una de sus últimas intervenciones públicas al lado del actual titular de Economía del primer gobierno de Rajoy, declaró: “El Estado es el problema”; “hay que vender las empresas públicas, rebajar los costes de despido, eliminar todas las agencias públicas” (El País, 23-11-2011).
En Internet se puede encontrar sin dificultad algún que otro you tube con discursos de Trigo. Su mensaje es nítido: el “mercado” es el único que realmente sabe, un maestro en democracia, un ente que sustituye toda la vieja parafernalia sobre Dios y España. Los luchadores que han tenido ocasión de encontrarse en alguna ocasión con “el Trude” en medio de negociaciones con la patronal testifican que ha afilado sus reconocidas dotes polémicas, solo que ahora las pone al servicio de los señores que –literalmente- están destruyendo la naturaleza y todo lo que se opone a la máxima de ganar dinero a cualquier precio.
En el mismo cartel neoliberal también nos encontramos con Antoni Fernández-Teixidó, alias “Demián”, nombre de guerra al parecer tomado de la famosa novela de Hermann Hesse.
En los diarios se dice que fue de la LCR, aunque en realidad su trayectoria se circunscribe a la LC. Ingresó al frente de un grupo en 1975, allá por la primera fase de la revolución de los claveles en Portugal y era reconocido por su brillantez polémica. Se decía que había “desnudado” a sus adversarios en tal o cual debate. En el CC de la LC discrepó en ocasiones con Carapalo, pero al final era de los que se rendían, todo con tal de no quedar fuera del espacio de lo que estaban haciendo carrera con la política y, seguramente con menos categoría que él. En la segunda mitad de los años ochenta emergió en la portada de los diarios a la diestra del último Adolfo Suárez como cabeza de lista del Centro Democrático Social (CDS) en Barcelona, siendo el único diputado elegido en sus listas en las consultas generales de 1986 y 1989. En una de las crónicas de la primera campaña se dijo que había intentado ganar el voto de los obreros de la SEAT citando a, ¡Rosa Luxemburgo¡…
Desde noviembre de 2002 hasta diciembre de 2003, Antoni fue Consejero de Trabajo, Industria, Comercio y Turismo del Gobierno de Jordi Pujol. En su “currículum” también figura como socio fundador del Instituto Ludwig von Misse, un “lobby” neoliberal que se presenta como libertaria en la línea de la novelista Ayn Rand, un siniestro engranaje multinacional interesado en los negocios con todo lo que eso significa, así como en saquear ”democráticamente” los bienes públicos. En nombre de la libertad extrema, en realidad apunta contra todo lo que puede obstaculizar los negocios, de manera que el New Deal les resulta “totalitario”. En los últimos tiempos, Antoni despliega sus artificios oratorios con la voluntad de convencer que los recortes sociales son necesarios, aunque raramente lo hace abiertamente. Desde este emplazamiento como parte de las élites que mezclan política y negocios, Antoni ha podido gozar de la impunidad inherente a los poderosos y quedar limpio y protegido ante acusaciones que, como es habitual, no han pasado por ningún juzgado.
A modo de conclusión
Deducir leyes o huellas de un presunto ADN en este auténtico fenómeno social, es sencillamente disparatar. No hay normas ni señales en los genes o en el ambiente social o familiar, tanto es así que Jacques Doriot, seguramente el caso más famoso de “tránsfuga” desde la extrema izquierda a la extrema derecha, provenía de una familia sindicalista de solera, de uno de los barrios proletarios parísi9nos más comuneros y él mismo, fue un destacado internacionalista, comunista, luego disidente, hasta que acabó trabajando con los nazis.
Tampoco se puede hablar de temas personales, en ocasiones los desplazamiento son colectivos como ha sucedido con buena parte de la izquierda judía que, finalmente, acabaría exaltando el Estado sionista.
En el caso de Verstrynge, las cuentas están claras. Él ha tenido una evolución de los más interesante y positiva, Pablo ha señalado algunas de ellas correctamente. Sin embargo, incluso en sus trabajos más concienzudos, como es el caso de Rebeldes, revolucionarios y refractarios (El Viejo Topo, Matará, 2002), algunos de sus posicionamientos subyacentes no quedan muy claros en una maraña argumental compleja y complicada. Al menos, hasta fechas recientes, no había manifestado sus actitudes lepenistas. Los que las sentimos en un debate de “La Tuerka”, no pudimos por menos que sorprendernos, por cierto que Jaime Pastor no las dejó pasar. El equívoco ha durado el tiempo de una buena reacción: Verstrynge no puede estar en Podemos una posiciones rojopardas en las que persiste.
No será desde luego el primer caso, la gente que está con los de abajo, a veces tienen que echar mano a la buena pedagogía para convencerlos de que “el enemigo” no son los emigrantes. Gente como la que el día de la Marcha por la Dignidad dieron su apoyo entusiastas a los cortejos de compañeros emigrantes.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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