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sábado, abril 26, 2014
García Márquez se ha ido, pero no el mundo que él describió
Uno de los más grandes autores latinoamericanos, el escritor colombiano Gabriel García Márquez, murió el jueves pasado. Al igual que con cualquier escritor cuya obra se convierte en un fenómeno de la cultura de masas, su trabajo es también el foco de diversas lecturas. Estas interpretaciones tienen a su vez una influencia directa en la comprensión de la realidad de nuestro continente. Por esta razón, al poner presión sobre el legado de “Gabo” –como se le llamó a veces– también ejerce presión tectónica en la lectura que tenemos de nuestra realidad vivida.
De acuerdo con una línea de pensamiento, García Márquez inventó el género del realismo mágico. Esto es falso y políticamente peligroso. Por un lado, Alejo Carpentier, Juan Rulfo, Julio Cortázar y hasta William Faulkner (como Gabo indicó en su discurso de aceptación del Premio Nobel) colaboraron en la creación de este género literario. Por otro lado, la "realidad" del realismo mágico –como la realidad de Guernica, según la famosa frase de Picasso –fue creada por el imperialismo.
La United Fruit Company está detrás de algunos de los elementos más “mágicos” del Macondo imaginado de García Márquez –como la masacre de los trabajadores bananeros que oficialmente nunca ocurrió y nadie recuerda–, mientras que el colonialismo y el imperialismo en general están detrás de los bajos niveles culturales que definen el tipo de subjetividad en sus novelas más definitivas (1967 en adelante). Estas son historias en las que la magia se fusiona con la realidad y las personas asumen una actitud no crítica, no distante, pre científica hacia su entorno. Por ejemplo, para los personajes de Cien años de soledad un bloque de hielo o un imán es tratado como un objeto de admiración, sin embargo, una resurrección o la levitación se considera normal.
Aunque la pluma de Gabo fue ciertamente dotada de genio demiúrgico, no dejó de registrar realidades. El fallecido autor, que siempre apoyó la revolución cubana y brevemente trabajó en Prensa Latina, no sólo argumentó que la realidad del continente era más extraña que la ficción, sino que se dio a la tarea de demostrarlo a través del periodismo creativo. Después de ganar el Nobel, se dedicó a temas como la misteriosa muerte del guerrillero Jaime Bateman para la revista Semana, mientras que el secuestro de diez periodistas por el cartel del casi mítico Pablo Escobar se convirtió en Noticia de un secuestro.
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia FARC-EP, ahora en conversaciones de paz con el gobierno colombiano en La Habana, ha declarado que Macondo –un país desnacionalizado y una guerra surrealista– no es una ficción, sino una realidad que los colombianos han vivido durante más de 50 años. Por esta razón, cuando en estos mismos días se le rendía un homenaje a Gabo, ellos no dudaron en expresar el deseo de que el verdadero Macondo (es decir, Colombia) no termine en un remolino de polvo y escombros a causa de la oligarquía militarista del país. De manera similar, el fallecido presidente de Venezuela, Hugo Chávez expresó con frecuencia el deseo de que América Latina deje atrás sus 100 años de soledad.
Aquí es donde las interpretaciones del Norte Goblal y del Sur Global de la obra de Gabo divergen. Un siglo de soledad y un país similar a Macondo no puede ser simplemente una cuestión de curiosidad como quizás quieren hacernos creer las empresas editoriales del Norte. Tampoco puede lo pintoresco del realismo mágico ser tratado como un destino o un programa político para América Latina, de la misma manera que la alienación suburbana retratada por John Updike tampoco puede ser tomada como el destino de la población de América del Norte.
Hace un siglo, Lenin escribió que Tolstoi era un gran autor, pero asignó su obra a un período específico de desarrollo de Rusia: el momento encarnado en la altamente contradictoria revolución de 1905 con el objetivo de la democratización en un estado autocrático, y sin embargo, en última instancia limitado por la condición campesina y la mentalidad religiosa de sus principales actores. Lenin pudo haber sido demasiado mecánico en su argumento, pero acertó al poner algunos límites a la mentalidad expresada en la ficción de Tolstoi. De manera similar, el mundo mágico de Gabo no debe ser colocado en la culminación de las letras latinoamericanas, sino más bien en sus comienzos.
Esto se debe a que las raíces del boom de la escritura latinoamericana, en la cresta de la cual cabalgaba García Márquez, tienen que ser encontrados en el surgimiento de la propia América Latina como una consecuencia de la revolución cubana. Es decir –siguiendo la reflexión de Roberto Fernández Retamar– la existencia de América Latina como entidad política y soberana es la condición previa para que exista ahí una literatura latinoamericana. Un corolario es que la historia de una América Latina que existe en el escenario mundial y tiene a Gabo como uno de sus primeros y mejores narradores, apenas ha comenzado a ser contada.
Chris Gilbert, profesor de Estudios Políticos en la Universidad Bolivariana de Venezuela.
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