De acuerdo con estimaciones del Banco de México divulgadas el viernes pasado, en el primer semestre de 2016 México captó el mayor monto de su historia en remesas hechas por los connacionales residentes en el exterior. Los 13 mil 154 millones de dólares recibidos entre enero y junio suponen un incremento de 8.9 por ciento respecto al mismo periodo de 2015 y permiten calcular que este año será el de mayor captación por dicho concepto, que representa la segunda fuente más importante de divisas para el país, sólo por detrás de las exportaciones de productos automotrices.
Con dicha cifra, los recursos enviados por los mexicanos establecidos fuera del país superaron la captación de divisas por entrada de turistas extranjeros, sector que dejó una derrama de 8 mil 379 millones de dólares en los primeros cinco meses del año. Sin embargo, acaso el dato más significativo sea que después de que en 2015 las remesas superasen por primera vez desde el año 2000 el monto ingresado por la exportación de petróleo crudo, este año lo duplicaron con creces, marcando una inocultable debacle en este campo estratégico.Ante el panorama desastroso en el rubro que fue la base y detonador de la economía nacional y la falta de perspectivas en nuevas áreas de oportunidad, queda claro que son los migrantes quienes sostienen el delicado equilibrio económico del país y evitan, con su trabajo, una exasperación insoportable de la situación. Por si fuera poco, no debe olvidarse que estos envíos masivos de dinero son realizados, en 95.8 por ciento, por trabajadores migrantes que habitan en Estados Unidos, donde los paisanos enfrentan fenómenos discriminatorios que van desde la precariedad laboral hasta la abierta persecución por su perfil étnico, incluyendo deportaciones arbitrarias que separan a sus familias y destruyen proyectos de vida que, en ocasiones, datan de varias décadas atrás.
Además de imponer una revaloración del esfuerzo de los millones de mexicanos que hacen llegar a sus familiares el producto de su trabajo, es de sentido común reconocer que la existencia de este flujo de recursos obedece a la falta de oportunidades que los connacionales viven en sus lugares de origen desde generaciones atrás. Así, la insistencia de las élites políticas y económicas en profundizar un modelo de desarrollo a todas luces inoperante redunda en la perpetuación de un modelo basado en el exilio forzoso, el desgarramiento del tejido social y familiar, y una permanente negación de los derechos elementales de millones de ciudadanos.En suma, las autoridades deben sentar las bases para que a mediano plazo sean restituidas las garantías de seguridad y vida digna que permitan la permanencia o desplazamiento voluntario de los habitantes y, en lo inmediato, realizar una defensa efectiva de los derechos de quienes se encuentran en el exterior.
La Jornada
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